“De “izquierda” a “derecha”. A esto se suma otro
problema que está presente en quienes manifiestan rechazo universal “a la izquierda”.
Como The
Economist expresa, el “socialismo millennial” es un grupo muy amplio y
genérico. Como se sabe, en política la expresión “izquierda”
surgió durante la ebullición de la Revolución Francesa
porque en la Asamblea representativa que fue empujando la caída de la
monarquía, los que incitaban por reformas más radicales se encontraban a la “izquierda” y
los más conservadores del antiguo régimen, a la “derecha”.
“A partir de ahí se fue
adoptando el uso “izquierda”
y “derecha” universalmente para distinguir grupos políticos más radicales
de los más conservadores y, por ende, también “el centro”.
Pero en sí, “izquierda”
y “derecha” no son proyectos o programas políticos. Además, su
identificación depende del contexto histórico. Por ejemplo, Republicanismo o movimientos nacionales en el siglo
XIX se identificaba con de “izquierda”. Actualmente, pocos los verían así. La
gama de movimientos de “izquierda” en la historia es muy amplia y variada”.
“El socialismo y
el comunismo constituyen dos propuestas totalmente radicales de modificación del
orden existente porque apuntan a terminar con él, es decir, con el
capitalismo. El punto clave es que los medios de producción sean de
propiedad colectiva y no más privada. La única “izquierda” socialista y/o comunista es la que propugna
esa transformación”.
“Toda propuesta de sociedad
es válida si ésta lo desea implementar. Pero si ese no es el caso, agrupar
indistintamente como “izquierda”
cualquier reclamo contra lo que The Economist
encuentra que “está
fuera de discusión”, incluyendo la constatación que “la desigualdad en
Occidente se ha disparado en los últimos 40 años”, ¿significa que no
hay más opción en el capitalismo que el neoliberal extremo? No es así, las demás
“izquierdas” que proponen, por ejemplo, “atención universal de salud”, son disputas políticas dentro del sistema
capitalista. La mayor parte de las personas que apuntan a ese tipo de
transformaciones, lejos de ser anticapitalistas procuran poder ser parte de él
teniendo acceso a niveles aceptables de consumo”.
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LA MODA DEL "SOCIALISMO MILLENNIAL". CRECE LA INSATISFACCIÓN
CON EL CAPITALISMO EN EL MUNDO.
*****
Andrés
Ferrari. Haines y André Moreira Cunha.
Página/12
miércoles 20 de marzo del 2019.
The Economist usa el término “socialismo
millennial” debido a que 51
por ciento de los estadounidenses de 18
a 29 años tiene una visión positiva del socialismo. Existe una creciente
insatisfacción con el sistema capitalista en el mundo occidental. En ese contexto,
se verifica el fenómeno del aumento de la atracción popular del socialismo
en países del Primer Mundo. El socialismo vuelve a aparecer porque ha
formado una crítica incisiva de lo que ha ido mal en las sociedades
occidentales
Una
dificultad en resolver la grieta es que se la toma como una cuestión nacional. The Economist en la edición del 14 de
febrero demuestra que grietas como la argentina o la brasileña son sólo una
pequeña expresión de una grieta mucho mayor: la creciente insatisfacción con el
sistema capitalista en el mundo occidental. Bajo el título “El crecimiento del socialismo millennial”, la tradicional revista procura entender el fenómeno
del aumento de la atracción popular del socialismo en países del Primer Mundo,
particularmente en Estados Unidos.
Hace treinta años, cuando cayó el Muro de Berlín, “el
capitalismo había ganado y el socialismo se convirtió en sinónimo de fracaso
económico y opresión política”, se afirma en el artículo. Pero
hoy “el socialismo está de moda
nuevamente” en referencia a nuevos líderes políticos como Alexandria Ocasio-Cortez que califica
como “una sensación” y Jeremy Corbyn en Gran Bretaña.
Para The Economist:
“El socialismo vuelve a aparecer
porque ha formado una crítica incisiva de lo que ha ido mal en las sociedades
occidentales. Mientras que los políticos de la derecha han abandonado con
demasiada frecuencia la batalla de las ideas y se han retirado hacia el
chovinismo y la nostalgia, la izquierda se ha centrado en la desigualdad, el
medio ambiente y la forma de otorgar poder a los ciudadanos en lugar de a las
elites”.
Visión positiva
The Economist aplica el término
“socialismo millennial” debido a que 51 por ciento de los estadounidenses de
18 a 29 años tienen una visión positiva del socialismo y a casi un tercio de
los votantes franceses menores de 24 años en las elecciones presidenciales de
2017 votaron por el candidato duro de izquierda. Observa que, en 2018, entre
los demócratas y los independientes con tendencia a los demócratas, las
visiones positivas del socialismo y del capitalismo eran 55 y 45 por ciento,
respectivamente, cuando en 2010 eran básicamente iguales. Lo que The Economist encuentra en común entre
los seguidores actuales del socialismo es considerar que la desigualdad de
riqueza en el capitalismo actual está fuera de control y que la economía está
manipulada en favor de intereses creados, por medio de lobbying, burocracias y
empresas en una economía que ya no sirve a los intereses de la gente
común.
Aunque encuentra que la moderna izquierda es una coalición amplia y
fluida, afirma que:
“algo de esto
está fuera de discusión, incluida la condenación del lobbying y la negligencia
del medio ambiente. La desigualdad en Occidente se ha disparado en los últimos
40 años”. También acepta que algunos de “los objetivos socialistas milenarios
no son particularmente radicales”, como la demanda de “atención universal de
salud”.
No obstante, si bien considera que parte del diagnóstico de los nuevos
socialistas está equivocado, sostiene que “el verdadero problema radica en sus
prescripciones, que son perversas y políticamente peligrosas. La visión
socialista millenial de una economía ‘democratizada’ difunde el poder
regulatorio en lugar de concentrarlo”. Fundamentalmente, apunta a la
propuesta de sus voces más radicales que proponen que se incorporen
trabajadores en las mesas directivas de las empresas e, incluso, que se
distribuyan acciones de las empresas a los trabajadores.
Por eso, The Economist es
terminante en su conclusión sobre el “socialismo millennial”:
“Al
igual que el socialismo de antaño, adolece de una fe en la incorruptibilidad de
la acción colectiva y de una sospecha injustificada del empuje individual. Los
liberales deberían oponerse”.
Desigualdad.
El problema con la conclusión de The
Economist es que deja la grieta abierta porque no presenta una alternativa
para solucionar lo que acepta “ha ido
mal en las sociedades occidentales” desde que cayó la Unión Soviética. Los
datos de concentración de riqueza desde la caída del socialismo soviético,
tanto a nivel interno de cada país como a nivel global, son
espeluznantes.
El World Inequality Report 2018,
elaborado por Thomas Piketty y sus colaboradores, luego de
constatar que la desigualdad avanzó en todo el mundo desde principios de los
años 1980, afirma que este aumento se verificó “a diferentes velocidades, lo que
sugiere que las instituciones y las políticas son importantes para moldear la
desigualdad”. Así, efectivamente, el acceso a servicios públicos como
salud, educación y jubilación de forma gratuita y universal, ayudan a mitigar los impactos de la desigualdad.
Así, afirma que el 1 por ciento más rico y
el 50 por ciento más pobre registraron
mayores ingresos entre 1980 y 2016,
aunque los primeros tuvieron el doble de aumento del que recibieron los segundos.
Mientras tanto, el 49 por ciento del
medio quedó exprimido, sin ganancias significativas.
En 2018, el informe de la OCDE
sobre la creciente brecha en la distribución del ingreso presenta similar
constatación:
“la brecha entre ricos y pobres
está en su punto más alto en 30 años, el 10
por ciento más rico gana 9,6 veces más que el 10 por ciento más pobre, en otras palabras: pocos ganan mucho y
muchos ganan poco (…) La desigualdad ha alcanzado niveles altos y la
situación se agrava cada vez más. En la década de 1980, el 10 por ciento
más rico de la población de los países
de la OCDE ganaba siete veces más que el 10 por ciento más pobre. Ahora gana cerca de 10 veces más”.
También expresa claramente que “es importante que los gobiernos no duden en
utilizar impuestos y transferencias para moderar las diferencias en ingresos y
patrimonio”.
Tecnología.
Paul Krugman, en su columna en el New York Times del 28/12/2018, “El caso de una economía mixta”,
sostiene que, si el socialismo histórico
al estilo soviético fracasó, tanto en su modelo político autoritario, como
en su ineficiente economía, no hay razones para despreciar la ampliación de la
actuación del Estado en generación
de ciertos bienes y servicios públicos. Escribió el ganador del premio Nobel:
“De hecho, hay algunas áreas,
como la educación, donde el sector público claramente se desempeña mejor en la
mayoría de los casos, y otras, como la atención de la salud, en donde el
argumento en favor de la empresa privada es muy débil. Juntos estos sectores,
son bastante grandes. En otras palabras, aunque el comunismo fracasó, todavía
hay un argumento bastante válido por una economía mixta, con un componente
importante, aunque no mayoritario, de propiedad/control público en esta
combinación. Rápidamente, por lo que sabemos sobre el desempeño económico,
podría imaginarse manejando una economía bastante eficiente que solo es 2/3
capitalista, 1/3 de propiedad pública, es decir, en cierta manera socialista”.
La impresión que surge es que lo que buscan las nuevas generaciones más
simpáticas al “socialismo” es poder vislumbrar un futuro en un mundo donde el
cambio tecnológico rompe rápidamente las relaciones laborales tradicionales y
apuntan a la precariedad de los vínculos mercantiles heredadas de la gran
industrialización que se extendió por todo el mundo entre el final del siglo
XVIII y la segunda mitad del siglo XX. En particular, la nueva generación que
llega a edad adulta no confía que los mercados podrán garantizar la cohesión social en un planeta con 10 mil millones de
personas para el año 2050, bajo acuciantes problemas ambientales y la incapacidad de absorción de trabajadores que se
van quedando excedentes por las nuevas tecnologías derivadas de la combinación
de la propagación de la inteligencia artificial con la robótica.
El mencionado informe de la OCDE
afirma que
“los jóvenes representan el grupo etario más afectado: 40 por ciento tienen empleos no estandarizados y
cerca de la mitad de todos los trabajadores temporales son menores de 30 años
de edad”. Empleos en los cuáles las condiciones laborales “suelen ser precarias
e inadecuadas, y pueden entrampar a los trabajadores situados en la parte
inferior de la escala. De los empleados con contratos temporales en un año
determinado, menos de la mitad tenía contratos permanentes de tiempo completo
tres años después”.
Para peor, también sostiene que, en el largo plazo, la
concentración de riqueza también perjudica la economía en general:
“Cifras de la OCDE muestran que el aumento de la desigualdad observado entre 1985 y 2005 en 19 países
pertenecientes a la Organización rebajó en
4,7 puntos porcentuales el crecimiento acumulado entre 1990 y 2010”. Así,
retornando al análisis del The Economist, la cuestión no es simplemente la
desigualdad en la distribución de riqueza. El problema es que la gran mayoría
de la población mundial -incluido Estados Unidos- no consigue tener niveles
mínimos de vida.
De “izquierda” a “derecha”.
A esto se suma otro problema que está presente en quienes manifiestan
rechazo universal “a la izquierda”.
Como The Economist expresa, el “socialismo
millennial” es un grupo muy amplio y genérico. Como se sabe, en
política la expresión “izquierda”
surgió durante la ebullición de la Revolución
Francesa porque en la Asamblea representativa que fue empujando la caída de
la monarquía, los que incitaban por reformas más radicales se encontraban a la “izquierda” y los más conservadores del
antiguo régimen, a la “derecha”.
A partir de ahí se fue adoptando el uso “izquierda” y “derecha” universalmente para distinguir grupos
políticos más radicales de los más conservadores y, por ende, también “el centro”. Pero en sí, “izquierda” y “derecha” no son
proyectos o programas políticos. Además, su identificación depende del contexto
histórico. Por ejemplo, Republicanismo o movimientos nacionales en el siglo
XIX se identificaba con de “izquierda”. Actualmente, pocos los verían así.
La gama de movimientos de “izquierda” en la historia es muy amplia y
variada.
El socialismo y el comunismo constituyen dos propuestas totalmente
radicales de modificación del orden existente porque apuntan a terminar con él,
es decir, con el capitalismo. El punto clave es que los medios de producción
sean de propiedad colectiva y no más privada. La única “izquierda” socialista y/o
comunista es la que propugna esa transformación.
Toda propuesta de sociedad es válida si ésta lo desea implementar. Pero
si ese no es el caso, agrupar indistintamente como “izquierda” cualquier reclamo contra lo que The Economist encuentra que “está
fuera de discusión”, incluyendo la constatación que “la desigualdad en Occidente se
ha disparado en los últimos 40 años”, ¿significa que no hay más opción
en el capitalismo que el neoliberal extremo? No es así, las demás “izquierdas” que proponen, por ejemplo, “atención universal
de salud”, son disputas políticas
dentro del sistema capitalista. La mayor parte de las personas que apuntan a
ese tipo de transformaciones, lejos de ser anticapitalistas procuran poder ser
parte de él teniendo acceso a niveles aceptables de consumo.
Estado.
Incluso, la actual liviandad irritativa de calificar de “izquierda” todo reclamo contra la
creciente expulsión del acceso al consumo y mínimo nivel de calidad de vida por
parte de la recalcitrante “derecha”,
la está llevando a señalar despectivamente como de “izquierda” instituciones y arreglos sociales que han sido
inventados por el capitalismo, precisamente, para sobrevivir a por su dinámica
de concentrar riqueza y expulsar trabajadores: Estado regulador, leyes de
protección laboral, seguridad social, jubilaciones, limitación de monopolios y
oligopolios, control de trusts y cárteles, organizaciones sindicales.
Nada de esto es invención de la “izquierda”, sino de la “derecha”. En su clásica obra La Gran
Transformación, Karl Polanyi apuntaba
al “doble movimiento” histórico del
capitalismo, desde su inicio, que primero empuja por la “liberación de los mercados” y, después, avanza en sentido
contrario, en el cual instaura un movimiento para proteger la sociedad de los
efectos más nocivos de la sociedad de mercado.
Keynes en el último capítulo de
la Teoría General también constató esto:
“Las fallas sobresalientes de la
sociedad económica en la que vivimos son su incapacidad para garantizar el
pleno empleo y su distribución arbitraria e inequitativa de la riqueza y los
ingresos”. Keynes proponía resolver estas fallas por medio de políticas
estatales, como tributación progresiva, protecciones sociales y limitaciones
parciales a ciertas actividades (en especial, la renta y las bolsas
financiera). Así sostiene: “creo que existe una justificación social y
psicológica para las desigualdades significativas de ingresos y riqueza, pero
no para las grandes disparidades que existen hoy en día. Existen actividades
humanas valiosas que requieren el motivo de la creación de dinero y el entorno
de la propiedad privada de la riqueza para su plena realización”.
Más allá de estos límites, Keynes considera que su teoría
“es
moderadamente conservadora en sus implicaciones. Porque
“si bien indica la importancia
vital de establecer ciertos controles centrales en asuntos que ahora se dejan
principalmente a la iniciativa individual, hay amplios campos de actividad que
no se ven afectados … no hay un caso obvio para un sistema de socialismo de
Estado que abarque la mayor parte de la vida económica de la comunidad. No es
la propiedad de los instrumentos de producción lo que es importante que el
Estado asuma”.
Pero como expresara John K.
Galbraith, “para mucha gente no hay
mucha diferencia entre Keynes y un
comunista”. Y para James Meadway,
asesor de John McDonnell, el
canciller en la sombra de Corbyn,
según expone The
Economist, “el keynesianismo no es suficiente” en medio de la brecha: el
“socialismo millennial”. -
*Profesores de la Universidad Federal de Río Grande del
Sur. Brasil.
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