"Por todo esto es
justificable abordar a los extractivismos como una teología. Con ello no apunto
tanto a considerar que estamos en algo así como un cristianismo extractivista,
aunque no han faltado intentos en ese sentido. Por ejemplo, en 2013 en Colombia
se celebró un muy comentado encuentro sobre “Cristianismo y Minería”, donde el
CEO de una empresa afirmaba que esos emprendimientos son un mandato de Dios.
Aunque, en sentido contrario, la encíclica Laudato Si’ está repleta de
elementos para desmontar a los extractivismos. En cambio, me refiero a
una teología política, entendida la producción de políticas que al contrario de
lo que proclaman, no son neutras ni racionales, sino que están inmersas en
creencias y espiritualidades. En ellas se genera una cierta sacralidad es usada
para legitimar y fundamentar ordenamientos y prácticas políticas entre los
humanos y en la relación con la Naturaleza".
"En efecto, aquella idea
de la Modernidad de una secularización que la desprendería de toda
trascendencia para volverse objetiva y neutra, en realidad terminó generando
otras creencias. Con ello han sido exitosos en anular la organicidad y
encantamiento de la Naturaleza, pero que a la vez hemos entronizado a la
utilidad y la mercantilización. Allí están las raíces de teologías políticas
extractivistas que posee sus narrativas, su sacralidad y hasta sus liturgias. Todas comparten una
narrativa de lo inevitable y esencial que es el aprovechamiento intensivo de la
Naturaleza. Un ejemplo conocido es la sentencia, repetida desde hace casi 200
años, que Perú es un país minero. Parecería que la condición de la
minería fuera una ontología de todo un país, de cada individuo, y de cada sitio
en su geografía".
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TEOLOGÍAS EXTRACTIVISTAS Y
ESPIRITUALIDADES HEREJES .
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Eduardo Gudynas.
América latina en Movimiento.
Miércoles 6 de marzo del 2019.
La catástrofe de Brumadinho es posiblemente un
ejemplo extremo de los extractivismos en el siglo XXI. Entendidos como la
explotación masiva o intensiva de recursos naturales para exportarlos como
materias primas, por un lado son claros los enormes impactos sociales y
ambientales que acarrean. La evidencia es abrumadora, y no solo por los
accidentes mineros en Brasil, sino por otras situaciones, como los derrames
petroleros en Ecuador, las enormes amputaciones ecológicas de la minería
colombiana, o el avance de la soja en Argentina. Nadie puede sostener que los
extractivismos sean seguros, dado que los accidentes se repiten en todo el
continente. Tampoco puede insistirse en que automáticamente generarán bienestar
económico, porque siguen enclavados entre los sitios más pobres en cada país.
Pero a pesar de todas
estas evidencias y de las resistencias ciudadanas, de todos modos los
extractivismos siguen avanzando. Son defendidos por empresas como todos
sabemos, pero también hacen lo mismo, y con toda intensidad, casi todos los
políticos, la mayorías de las academias universitarias, y una buena parte de la
opinión pública. El respaldo es mayoritario, especialmente en las ciudades,
justamente porque esas personas viven alejadas de los sitios donde
verdaderamente ocurren los impactos.
Esto obliga a reconocer
que los extractivismos descansan en creencias profundamente arraigadas y que se
comparten tanto por las posturas políticas y partidarias de conservadores a
progresistas, de derecha o izquierda. Son actos de fe que los hace inmunes a
todas las evidencias de impactos o accidentes.
Teología extractivistas.
Por todo esto es
justificable abordar a los extractivismos como una teología. Con ello no apunto
tanto a considerar que estamos en algo así como un cristianismo extractivista,
aunque no han faltado intentos en ese sentido. Por ejemplo, en 2013 en Colombia
se celebró un muy comentado encuentro sobre “Cristianismo y Minería”, donde el
CEO de una empresa afirmaba que esos emprendimientos son un mandato de Dios.
Aunque, en sentido contrario, la encíclica Laudato Si’ está repleta de
elementos para desmontar a los extractivismos.
En cambio, me refiero a
una teología política, entendida la producción de políticas que al contrario de
lo que proclaman, no son neutras ni racionales, sino que están inmersas en
creencias y espiritualidades. En ellas se genera una cierta sacralidad es usada
para legitimar y fundamentar ordenamientos y prácticas políticas entre los
humanos y en la relación con la Naturaleza.
En efecto, aquella idea
de la Modernidad de una secularización que la desprendería de toda
trascendencia para volverse objetiva y neutra, en realidad terminó generando
otras creencias. Con ello han sido exitosos en anular la organicidad y
encantamiento de la Naturaleza, pero que a la vez hemos entronizado a la
utilidad y la mercantilización. Allí están las raíces de teologías políticas
extractivistas que posee sus narrativas, su sacralidad y hasta sus liturgias.
Todas comparten una
narrativa de lo inevitable y esencial que es el aprovechamiento intensivo de la
Naturaleza. Un ejemplo conocido es la sentencia, repetida desde hace casi 200
años, que Perú es un país minero. Parecería que la condición de la
minería fuera una ontología de todo un país, de cada individuo, y de cada sitio
en su geografía.
El crecimiento económico
se sacraliza como sostén del desarrollo, y éste debe ser alimentado por las
exportaciones de minerales, hidrocarburos o granos. De este modo se genera la
condición de imperiosa necesidad de explotar la Naturaleza para evitar un
apocalipsis económico.
Se despliegan pastorales
extractivistas que insisten no solamente en legitimar a los extractivismos,
sino en desearlo. Desde la economía se editan reportes que enfatizan los éxitos
económicos, pero que en cambio no calculan los costos económicos de los
impactos sociales y ambientales; desde los ministerios se imprimen folletos
anunciando a los proyectos extractivos como trampolines para el desarrollo; y
desde los medios de comunicación se celebra las explotaciones mineras o
petroleras.
La oposición es
imposible, pero además es casi impensable. Los que critican a los
extractivismos estarían locos decía el presidente de Ecuador Rafael Correa, y
alertaba que en un país desarrollado todo ellos estarían encerrados en el
manicomio.
Estamos rodeados de
liturgias extractivistas. Son las celebraciones de presidentes, ministros o
empresarios que festejan una nueva mina o torre petrolera, o un incremento en
las exportaciones. Tal vez uno de los ejemplos más dramáticos lo dio el
presidente de Bolivia, Evo Morales, en 2015 en el acto de inauguración de la
explotación de un nuevo yacimiento que triplicaba las reservas de hidrocarburos
del país. El presidente se encontraba rodeado de ministros y otras altas
autoridades, y a su frente se encontraba el público y la prensa. Parado al pie
de una enorme válvula, la giró para empapar su mano en crudo, y luego, como si
fuera el párroco oficiando la misa dominical en la iglesia del barrio, pasó a
untar crudo en los casos que tenían cada una de esas autoridades. La bendición
política gubernamental se hacía con crudo.
También existe una
institucionalidad extractivista que alimenta estas teologías. En ellas se
encuentran las grandes asociaciones empresariales de mineros, petroleros y de
agronegocios que hay en cada país. Todo este entramado legitima y defiende a
los extractivismos, pero además incide en las políticas públicas, genera
campañas de publicidad y hasta puede decidir el nombramiento de un ministro).
Espiritualidades herejes.
Es necesario entender
estas teologías extractivistas para poder plantear alternativas que sean
capaces de llegar a ese profundo núcleo de conceptos, sensibilidades y
espiritualidades. La solución a los extractivismos no pasa por un mero cambio
entre elencos de gobiernos, entre quienes de dicen de derecha o de izquierda, y
los países del sur ya lo saben muy bien porque han vivido todo tipo de
experiencias extractivas.
Este esfuerzo no es solo
necesario sino urgente. La acumulación de impactos sociales y ambientales es
intolerable en América del Sur, y ha alcanzado niveles tan altos que la
integridad ecológica de todo el planeta está en cuestión. El cambio climático
global es un claro ejemplo de esto.
El primer paso en romper
con las teologías extractivistas es recuperar la capacidad de pensar
alternativas y en poder decidir otros caminos, ensayar o incluso desear otro
modo de relación con la Naturaleza y con las personas. Dicho de otro modo,
necesitamos herejes que puedan poner en entredicho a esas teologías. Recordemos
que más allá de sus usos corrientes, herejía en su significado original quiere
decir elección. El concepto hoy está revestido de sentidos negativos, pero si
se apela a aquel sentido original es la elección la que nos permitiría
construir espiritualidades herejes para pensar y sentir otro tipo de vínculos
entre nosotros humanos y con la Naturaleza
Hay muchos intentos y
ensayos, aunque las teologías extractivistas los invisibilizan y ocultan. Pero
hay múltiples experiencias en toda América Latina de relaciones con la
Naturaleza que no descansan en los extractivismos, y que aseguran la calidad de
vida. También hay organizaciones que ofrecen espacios para hacer evidentes los
impactos de los extractivismos y explorar respuestas desde la fe, como es el
caso de la red Iglesias y Minería (1).
Es posible compartir
algunos elementos de esas espiritualidades herejes a modo de una primera
reflexión. Es claro que se deben abordar tanto el pensar como el sentir –es por
lo tanto un cambio en los sentipensares.
No bastan las transformaciones en tecnologías o planes de desarrollo, sino que
también las afectividades deben cambiar.
Sin duda se debe
asegurar la calidad de vida de las personas y que eliminar la pobreza, pero
también hay que admitir que los actuales niveles de consumismo son
intolerables. Entonces estamos frente a espiritualidades que incorporan la austeridad.
Se debe romper con la
dominación y en todas sus formas. Esto incluye tanto la dominación por ejemplo
de veteranos sobre jóvenes, como las de los varones sobre las mujeres. Es por
lo tanto un esfuerzo que apuesta a la vez a la convivialidad y a la despatriarcalización.
Las nuevas
espiritualidades deben ser ecuménicas
e interculturales. Distintos
aspectos de los sentipensares de los pueblos indígenas nos enseñan otros tipos
de vínculos con el ambiente y los territorios.
A partir de esto se
pueden derivador otros elementos. Comenzaré por señalar la importancia de escuchar a las rocas. En las teologías
de los extractivismos los empresarios y los economistas “escuchan” al mercado,
y nadie parece sorprenderse por ello. Por lo tanto, la alternativa es comenzar
a escuchar a las rocas, al suelo, a los árboles. Esto no quiere decir que se
les enseñará a hablar, pero es nuestra responsabilidad y tenemos la capacidad
de descifrar lo que ellos nos dicen sobre la salud del ambiente. Y allí hay
todo tipo de señales y mensajes sobre el drama ecológico.
El ritmo del tiempo es de los alerces. Las teologías de los extractivismos siempre
trabajan en el muy corto plazo, e incluso es raro que vayan más allá de unos
pocos años propios de una presidencia. Para ellas no existen las generaciones
futuras. Ante esto, los el ritmo de los alerces nos ilustran cómo debe entender
el tiempo estas espiritualidades herejes. Esos majestuosos árboles andinos que
pueden vivir mil años, y por ello con cada incendio que destruye bosques
nativos en el sur de Chile y Argentina, queda claro que las medidas de
restauración ecológica debe ponerse pensarse en el tiempo que necesitan los
alerces para recuperarse. O sea, mil años. Esto mismo se repite en los demás
ambientes sudamericanos. Todo esto nos lleva a repensar nuestras
responsabilidades en el largo plazo, y comenzar a abordar una cuestión que cada
vez será más necesaria ¿cómo podemos ser mejores ancestros para asegurar que
las generaciones futuras puedan vivir?
La justicia por cierto
que es imperativa, pero debe ser una justicia
social y ecológica. De un lado, los extractivismos actuales están
repletos de injusticias, con el caso extremo de violencias contra personas y la
Naturaleza, y las teologías dominantes las han naturalizado. Es necesario
rebelarse hasta hacer intolerable que, por ejemplo, se asesina impunemente a
líderes ambientales o se destruyen miles de hectáreas de ambientes naturales.
La erradicación de la pobreza debe ir de la mano con la preservación ambiental.
Finalmente, es
fundamental un cambio radical en cómo se entienden los valores. La visión tradicional, compartida por muy distintas
corrientes propias de la Modernidad, insiste en que únicamente los humanos son
sujetos de valor y por ello la Naturaleza termina siendo una colección de
objetos que pueden ser aprovechados. Posiblemente la herejía mayor se encuentra
en romper con esas ataduras y reconocer que otras formas de vida también tienen
valores que les son propios y que éstos son independientes de la utilidad para
los humanos. El antecedente más claro de ese esfuerzo es el reconocimiento de
los derechos de la Naturaleza en Ecuador. Este es un cambio ético, pero no
sobre su dimensión moral, sino sobre cómo se entiende el valor y cómo se lo
adjudica.
Todos estos puntos, que
no dejan de ser preliminares, tienen en común intentar romper con los blindajes
que las creencias otorgan a los extractivismos. Esa es una dimensión que es por
muchos rechazada o menospreciada, asumiendo que las transformaciones no son
cosas de los sentimientos sino de la razón. Pero las teologías extractivitas
existen y nos dejan en claro que es indispensable abordarlas para promover
cambios reales. Y,
tal como se indicó arriba, es indispensable hacer esto antes de que sea
demasiado tarde.
Notas
La Red Iglesias y Minería es un espacio ecuménico
que reacciona frente a los impactos y violaciones de los derechos sociales y
ambientales provocados por la minería en América Latina. Más información en https://iglesiasymineria.org
EDUARDO GUDYNAS es analista en el
Centro Latino Americano de Ecología Social (CLAES). El texto es parte de las
ideas compartida en una mesa redonda organizada por la red Iglesias y Minería,
red Muqui y la Comisión Episcopal de Acción Social de Perú, en la Universidad
Ruiz de Montoya en Lima. El autor puede ser seguido en www.AccionyReaccion.com
y en twitter @EGudynas.
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