"Todas estas
aberraciones (injusticias e inmoralidades) son parte de la
estructura “normalizada” del mundo, debidamente justificada. Se entiende ahora
por qué las sociedades de clase están basadas en una deleznable mentira. No hay ni honradez ni moralidad a la vista.
Hay mentira y más mentira. Y el discurso oficial se llena la boca con esas
altisonantes palabras de libertad, honradez, democracia, justicia.
¿Cómo pueden unos cuantos ancianos misóginos viviendo en Roma decidir sobre la
conducta sexual de las mujeres del mundo? ¿Por qué se mantienen muchas veces
los matrimonios pese a que desde años duermen en camas separadas? Hay demasiada
mentira en juego, demasiada hipocresía".
"Mario Estrada es un delincuente apresado por la
DEA; pero ¿por qué la DEA solo
incinera un 5% de la droga decomisada? ¿Dónde va a parar el resto? El corrupto panameño Arnoldo Noriega
ahora purga prisión en Estados Unidos por narcotraficante. ¿Era “moralmente virtuoso” cuando era agente de la CIA? En Nüremberg
se juzgó a los asesinos jerarcas nazis (perdedores de la guerra); ¿por qué no
se juzgó a quienes lanzaron armas nucleares sobre población civil no
combatiente en Japón?, ¿porque fueron ellos los ganadores? El empresario no
explota al trabajador sino que le da oportunidades de trabajo. ¿Tendremos que seguir creyéndonos todo
esto? Hay demasiada mentira en juego, demasiada hipocresía".
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CORRUPCIÓN, “MALICIA”, CAPITALISMO.
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Marcelo Colussi.
Rebelión lunes 29 de abril del 2019.
La reciente
detención en Miami, Estados Unidos, del candidato presidencial guatemalteco Mario Estrada por hechos
de corrupción (pretendido contacto con el Cartel
de Sinaloa para pedir financiamiento para su campaña a cambio de impunidad
total para el narco negocio de ganar la primera magistratura), desató una
andanada interminable de comentarios, análisis y tomas de posición. El presente escrito es uno más de ellos
pero, quizá, con una particularidad: no se detendrá tanto en juzgar la
inmoral y condenable conducta del ahora reo de la justicia estadounidense, sino
que pretende ser una reflexión quizá algo más amplia.
Las sociedades marchan de acuerdo a normativas
establecidas; quienes no entran ahí, quienes no se adecuan aceptablemente van o al manicomio (psicóticos) o a la cárcel (en
general: psicópatas). Los demás (neuróticos, llamados normales) más o menos
soportamos la vida y vamos pasándola. Los
hechos corruptos, atentatorios de esas normas sociales, son condenables. La sociedad “sana” se cuida muy bien de
los ilícitos, y los castiga ejemplarmente. En algunos casos, como en la República Popular
China, los hechos corruptos se castigan incluso con pena de muerte.
Sin ningún lugar a dudas, tales actos son abominables, porque atentan contra el
todo social, perjudican, dañan.
Pero, ¿qué es la corrupción exactamente?
En 1988, un
sínodo de obispos en Ecuador la consideró (caracterización que sigue siendo
absolutamente válida al día de hoy)
“un mal que corroe las sociedades y las culturas, se vincula con
otras formas de injusticia e inmoralidades, provoca crímenes y
asesinatos, violencia, muerte y toda clase de impunidad; genera marginalidad,
exclusión y miedo (…) mientras
utiliza ilegítimamente el poder en su provecho. Afecta a la
administración de justicia, a los procesos electorales, al pago de impuestos, a
las relaciones económicas y comerciales nacionales e internacionales, a la
comunicación social. (…) Refleja
el deterioro de los valores y virtudes morales, especialmente de la honradez
y la justicia. Atenta contra la
sociedad, el orden moral, la estabilidad democrática y el desarrollo de los
pueblos”.
Como se ve,
es una definición bien amplia donde pueden entrar un sinnúmero de prácticas y
conductas sociales. Honradez y justicia. ¿En
qué medida existen? Si queremos ser rigurosos en la investigación, las cosas se
comienzan a complicar.
Las
sociedades, todas, presentan un discurso oficial, institucionalizado,
¿políticamente correcto habría que decir?, de sus principios morales –el
que nos enseñan desde chiquitos en las escuelas y/o iglesias y repetiremos toda
la vida– y una dinámica distinta, la real, que no necesariamente se corresponde
en un todo con esa versión oficial. Virtudes
morales, honradez, justicia… son palabras bastante altisonantes (igual que
democracia, o libertad) que pueden dar para todo. En su nombre se puede hacer
cualquier cosa, incluso muchas de las cuales están realmente reñidas con la
honradez y la justicia. Todo lo cual nos
permite ver que la edificación civilizatoria humana… tiene mucho de
mentirosa. En realidad, en las sociedades de clase basadas en la explotación de
las grandes mayorías por parte de un pequeño puñado de propietarios de los
medios de producción, la mentira es el basamento primero del edificio social.
El Estado y toda la normativa jurídica no es sino una justificación de una
mentira originaria, de una verdad siempre escamoteada. ¿Quién produce la riqueza? La
clase trabajadora. ¿Quién se la apropia? Esa minúscula fracción de
potentados. Luego vienen las justificaciones. Y así llegamos a que “los pobres son pobres porque no trabajan
duro”, o los ricos son “emprendedores arriesgados”.
Marx dirá
que el primer robo de la historia es, justamente, la propiedad privada (“Es delito robarse un banco, pero más
delito aún es fundarlo”, decía provocativo Bertolt Brecht, ampliando la idea). Luego vendrá todo el aparato
que invisibiliza esa realidad originaria, el robo que hay en juego, la mentira
fundacional. La mentira, debidamente tratada, se convierte en verdad. (Esto
siempre fue así. Ahora, más patéticamente, con un capitalismo neoliberal atroz
sin anestesia, la post-verdad –léase: la mentira institucionalizada y aceptada
como “normal”– pasó a ser la norma
dominante. La enseñanza goebbeliana marcó rumbo).
Cuando
hablamos de corrupción, por distintos motivos ya tenemos hondamente incorporada
la idea (cuestionable, por cierto) que la une con conductas delictivas por parte
de funcionarios públicos (desde un agente de policía hasta un presidente) donde
aparece el soborno, el robo encubierto (sobrefacturación) o las “comisiones” como lo distintivo. Pero si
estamos con la definición aportada más arriba, la corrupción es mucho más que
eso, no solo porque hay corruptos en tanto hay corruptores, sino porque ¡el
cimiento mismo del mundo es corrupto, engañoso, hipócrita!
Quizá por nuestro proverbial complejo de
inferioridad latinoamericano, es ya moneda corriente pensar que pasó a ser nota
distintiva de la “clase política” de
la región una inveterada actitud corrupta. Lo
de Mario Estrada, aunque impacta, no se hace especialmente raro porque “los países pobres son particularmente
corruptos”.
Podríamos dar por terminada la reflexión ahí,
quedándonos con la idea que efectivamente en el Sur prima la pobreza y la
corrupción, mientras que el Norte próspero es “honrado y trabajador” (¿el secreto de su éxito?).
Ese
candidato presidencial detenido “refleja el deterioro de los valores y virtudes
morales, especialmente de la honradez y la justicia”. ¿Nos quedamos con el
discurso oficial, o lo profundizamos?
Si lo profundizamos, vemos claramente la mentira en
juego. Lo que puede hacer un candidato presidencial de un país pobre
(capitalista pobre, subdesarrollado y dependiente, para ser exactos) es
bochornoso, corrupto, totalmente enjuiciable… tanto como lo son similares
procederes en el Norte. Si es cierto que
la corrupción
“se vincula con otras formas de injusticia e inmoralidades, provoca
crímenes y asesinatos, violencia, muerte y toda clase de impunidad; genera marginalidad, exclusión y
miedo” [pues] “afecta
a la administración de justicia, a los procesos electorales, al pago de
impuestos, a las relaciones económicas y comerciales nacionales e internacionales,
a la comunicación social”, políticos profesionales como el referido Mario Estrada son niños de pecho
al lado de lo que sucede con quienes juzgan (desde una posición de poder,
de superioridad) al Sur, y hacen exactamente lo mismo. ¡O cosas absolutamente
peores!
Las guerras
nos las declaran los corruptos políticos del Sur, o si lo
hacen, es siguiendo los mandatos que reciben de las potencias del Norte. ¿Y
quiénes fabrican y venden las armas que se utilizan en esas guerras? ¿Quién fija los precios de las materias
primas? Los corruptos y decadentes políticos del Sur no. ¿Y quién
distribuye la tonelada y media de drogas ilegales que diariamente ingresa a
Estados Unidos? ¿Algún político del Sur decide las campañas mediáticas que
fijan la opinión pública mundial? El
racismo que segrega y mata a tanta gente no es patrimonio de los abominables
funcionarios públicos del Sur… La lista de tropelías de demasiado larga: y
no se trata de procedencias geográficas. ¡Los humanos somos capaces de eso!, en
cualquier punto del globo. Junto a un
Hitler (¿raza superior?) hay un Idi
Amín, junto a la Coca-Cola o las
petroleras anglosajonas están las maquilas en condición de semi-esclavitud, o
los niños-soldados del África extrayendo
coltán. ¿Quién es el corrupto ahí? ¿Son honradas y justas las decisiones
del Fondo Monetario Internacional?
¿Son moralmente encomiables la explotación inmisericorde de la mano de obra
barata de las empresas deslocalizadas
del Norte, o los paraísos fiscales? ¿Para qué se dona dinero para la reconstrucción
de Notre Dame: por bondadosos o para blanquear capitales (evadir
impuestos)?
Todas estas
aberraciones (injusticias e inmoralidades) son parte de la
estructura “normalizada” del mundo, debidamente justificada. Se entiende ahora
por qué las sociedades de clase están basadas en una deleznable mentira. No hay ni honradez ni moralidad a la vista.
Hay mentira y más mentira. Y el discurso oficial se llena la boca con esas
altisonantes palabras de libertad, honradez, democracia, justicia.
¿Cómo pueden unos cuantos ancianos misóginos viviendo en Roma decidir sobre la
conducta sexual de las mujeres del mundo? ¿Por qué se mantienen muchas veces
los matrimonios pese a que desde años duermen en camas separadas? Hay demasiada
mentira en juego, demasiada hipocresía.
Mario Estrada es un delincuente apresado por la
DEA; pero ¿por qué la DEA solo
incinera un 5% de la droga decomisada? ¿Dónde va a parar el resto? El corrupto panameño Arnoldo Noriega
ahora purga prisión en Estados Unidos por narcotraficante. ¿Era “moralmente virtuoso” cuando era agente de la CIA? En Nüremberg
se juzgó a los asesinos jerarcas nazis (perdedores de la guerra); ¿por qué no
se juzgó a quienes lanzaron armas nucleares sobre población civil no
combatiente en Japón?, ¿porque fueron ellos los ganadores? El empresario no
explota al trabajador sino que le da oportunidades de trabajo. ¿Tendremos que seguir creyéndonos todo
esto? Hay demasiada mentira en juego, demasiada hipocresía.
Esto lleva a
las dos ideas finales: ¿es esta
“malicia” una característica de la humano? La explotación, la injusticia,
el afán de poder, la soberbia, ¿son características inmanentes a nuestra
especie? Si lo fueran, no podría existir la esperanza de un mundo de justicia como es el socialismo (pero
donde también hay corrupción, “la principal amenaza a la revolución”,
según reconociera Fidel Castro). Si nos
quedáramos con que nuestro destino está marcado por este “fatalidad biológica, natural”, de la búsqueda de supremacía sobre
el otro, de esta instintiva “malicia”,
¿para qué intentar cambiar el curso de la historia? Nada demuestra que esto sea
natural ni imperecedero. Con lo que llegamos a la última idea, la conclusión
final: el mundo no es ni, seguramente, podrá ser nunca un paraíso (el único
paraíso es el perdido). Pero el capitalismo, al menos para el 85% de la población
planetaria, acerca más que nadie al infierno.
Blog del
autor: https://mcolussi.blogspot.com/
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