“Como consecuencia de mantener un modelo
económico y social que además de impagable es cada
vez más insuficiente, Argentina se ve
sumida en una grave situación que no ha de mejorar por lo menos en el plazo
de muchos meses, desde luego no antes de las próximas elecciones. El
presidente Macri, acusado de no haber hecho las reformas estructurales que
prometió, ha declarado repetidas veces que hay que dar tiempo al tiempo pues
los problemas del país duran ya más de
setenta años y no han de resolverse en una legislatura. Desde fecha tan
lejana el ensoñamiento peronista, fruto de un ideario típicamente
neofascista, ha sido el principal obstáculo para la modernización del país. En esto apenas se diferencia del
franquismo y su Movimiento Nacional Sindicalista. Con el transcurso del
tiempo, sus líderes han procurado
mantener una cierta unidad de acción en medio de la fragmentación casi esquizofrénica del partido, potenciada por
ambiciones personales y divisiones ideológicas entre las que reluce la arrogancia injustificada de nuevos intérpretes del
pensamiento marxista”. Juan Luis Cebrian. El País.
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Argentina, el gobierno del sr. Macri - la burguesía político-financiera neoliberal - es hoy un completo fracaso - económico.social, político - al igual también fracasaron las políticas impuestas por el FMI, y su "Madrina" la sra. Christine Legarde, como directora del FMI: Ni los miles de millones de dólares, de su "programa" de "Reajuste y Austeridad", pudieron salvar el desastre del "macrismo" y su "Democracia de mercado".
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NO LLORES POR TI, ARGENTINA.
Los problemas históricos del país sudamericano tienen mucho que ver con
políticas populistas como las que hoy están en boga o pretenden estarlo en
tantos lugares
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Juan Luis Cebrián.
El País.
España.
Lunes 1 de
abril del 2019.
Aníbal Troilo es el bandoneonista más notable de la
historia del tango. Hablo del tanto milonguero, a un tiempo popular y
sinfónico, ajeno a los excesos gimnásticos que se exhiben para el turismo.
Aproveché un viaje a Río de la Plata, antes de asistir al Congreso
Internacional de la Lengua, para hacer escala en el Marabú, un viejo cabaret
donde Troilo triunfó durante años, reabierto ahora gracias a la iniciativa de
Joe Fish, mecenas dedicado a mantener viva la tradición de esa danza
emblemática del mestizaje cultural. Proyectaron en la antigua sala de baile un
documental sobre su historia y al mostrar algunas imágenes del general Perón
gran parte de la audiencia prorrumpió en aplausos. No eran antiguos montoneros
ni militantes justicialistas sino ciudadanos más bien provectos, cantantes,
músicos y bailarines que un día brillaron bajo los focos del local. Celebraban
con nostalgia los días de una Argentina que recordaban mejor frente a la depresión
económica y anímica que el país padece hoy.
Conocí a Perón cuando vivía exiliado en el
Madrid de los años sesenta. Cuantas veces conversé con él me pareció un
pragmático sin principios ni ideología, con un instinto casi animal sobre los
requerimientos del poder, pero también una persona amable y hasta cálida en su
relación con los demás. Hablaba sin premura y escuchaba con atención. Nada
denotaba en él la violenta pasión que le había llevado a dirigir los destinos
de su país y a fundar un movimiento que ha condicionado durante décadas toda la
política del mismo.
En medio de la plaga populista que amenaza la
continuidad de la democracia en tantas latitudes, el reencuentro con el
fantasma del peronismo permite analizar los efectos a largo plazo de las
políticas basadas en la demagogia y el despilfarro del dinero público. Este se
produce bajo la suposición de que puede gastarse impunemente porque al fin y al
cabo no es de nadie, según dijo en su día nada menos que nuestra vicepresidenta
del Gobierno.
Como consecuencia de mantener un modelo
económico y social que además de impagable es cada vez más insuficiente,
Argentina se ve sumida en una grave situación que no ha de mejorar por lo menos
en el plazo de muchos meses, desde luego no antes de las próximas elecciones.
El presidente Macri, acusado de no haber hecho las reformas estructurales que
prometió, ha declarado repetidas veces que hay que dar tiempo al tiempo pues
los problemas del país duran ya más de setenta años y no han de resolverse en
una legislatura. Desde fecha tan lejana el ensoñamiento peronista, fruto de un
ideario típicamente neofascista, ha sido el principal obstáculo para la
modernización del país. En esto apenas se diferencia del franquismo y su Movimiento
Nacional Sindicalista. Con el transcurso del tiempo, sus líderes han procurado
mantener una cierta unidad de acción en medio de la fragmentación casi
esquizofrénica del partido, potenciada por ambiciones personales y divisiones
ideológicas entre las que reluce la arrogancia injustificada de nuevos
intérpretes del pensamiento marxista.
Si Macri no ha sido capaz de implementar sus
promesas se debe en gran medida a su endeblez parlamentaria pues no controla la
mayoría del Congreso. Pero también a sus deseos de aplicarlas de una forma
gradual, método que no logra complacer a nadie. En su haber cuenta empero con
contribuciones notables al proceso de institucionalización de la democracia: ha
promovido la independencia de los tribunales y amparado la lucha contra la
corrupción; ha abierto la Argentina al mundo tras un largo periodo de sueños de
autosuficiencia y pretende encabezar una alianza regional, bajo el nombre de
Prosur, que evite el contagio de las políticas bolivarianas. Pero su política
económica no ha logrado detener la inflación ni generar confianza en los
inversores. Sus intentos de modernización chocan por eso no solo con la presión
del justicialismo. La población en general se muestra desencantada tras el
descenso del producto nacional y el aumento de la pobreza. La inflación se ha
disparado y la devaluación de la moneda respecto al dólar es ya del cien por
cien respecto a la cotización de hace un año. Una política gradualista del
Gobierno a la hora de implementar los cambios que afecten al sistema de
protección social ha generado tanto la animadversión de los peronistas,
opuestos a cualquier recorte que afecte a los subsidios, como de importantes
sectores del empresariado, prisioneros de un sentimiento corporativista y con
lazos de adhesión al poder solo en tanto este les favorezca. Piensan que un
peronismo suave, como el que podría representar el casi octogenario Roberto
Lavagna, ex-ministro de Economía con Néstor Kirchner, serviría para obtener
cierta estabilidad manteniendo los privilegios de los que disfrutan.
Pero se equivocan. No puede haber suavidad ni
moderación entre quienes juzgan que el fin justifica los medios o quienes
reclaman justicia contra lo que consideran la opresión del Estado de derecho.
Los problemas históricos de Argentina tienen mucho que ver con políticas
populistas como las que hoy están en boga o pretenden estarlo en tantos
lugares. Se trata de un país con enormes desigualdades, y sus inmensas riquezas
naturales no parecen suficientes para contrarrestar el clientelismo de la clase
política, cuya rapiña rara vez ha sido perseguida. Los repetidos intentos de
modernización protagonizados por la Unión Cívica Radical, quizás el partido más
respetable desde el punto de vista de la defensa de la institucionalidad
democrática y las libertades individuales, se estrellaron contra el fenómeno de
la hiperinflación que ha acabado casi por ser rutina. La resistencia a las
políticas de ajuste que permitan una estabilidad cambiaria no han hecho sino
empeorar las consecuencias de que el ajuste, al no ser controlado por el poder
político, llegue al fin brutalmente de la mano de la inflación y la devaluación
cambiaria.
Un paseo por las calles de Buenos Aires, fuera
del entorno privilegiado de los barrios pudientes, es suficiente para
comprender el drama humano que la fría narración de este fenómeno esconde. El
drama se acentúa aún más en las ciudades del interior y conmueve las
conciencias, incluidas las más impermeables al dolor ajeno. También, claro
está, la del sucesor de la silla de Pedro, el papa Francisco, antiguo arzobispo
de Buenos Aires y motejado de peronista no sin motivo.
En resumen, pese a sus grandes proclamas
demagógicas, el populismo, a lo largo ya de décadas, ha logrado convertir uno
de los países más ricos de América, con altos niveles de educación y una
capacidad creativa de sus ciudadanos fuera de lo normal, en uno de los más
atrasados y antiguos desde el punto de vista de sus estructuras sociales. En
ocasiones oí al expresidente de Uruguay, Julio María Sanguinetti, que en el mundo
hay países desarrollados y subdesarrollados, y que luego están Japón, que nadie
sabe por qué es un país desarrollado, y la Argentina, que nadie sabe por qué es
subdesarrollado. No es justo este calificativo, sino en todo caso el de país en
vías de desarrollo. Y tampoco resulta difícil describir las causas de su
penuria: se llaman populismo justicialista, es decir, peronismo. La suposición
de que una cosa así pertenece por derecho propio a las señas de identidad de un
pueblo es simplemente una falacia.
Desde la crisis de los años treinta y el famoso Cambalache, el mundo del tango no cesó de
protestar por la situación. Y entre las muchas canciones que Troilo no pudo
interpretar por culpa de la censura de los militares se encuentra una firmada
por Roberto Díaz cuya estrofa final parece escrita para este momento: País, es hora de entender que un pueblo sin crecer no puede ser feliz. Argentina tiene derecho y necesidad de
seguir abriéndose al mundo y el mundo debe aprender a confiar en el futuro de
Argentina. De otro modo, en la patria de Sarmiento y Jorge Luis Borges, la de
Ernesto Sábato y Julio Cortázar, la retórica pueril del elogio a Evita y a sus
descamisados, tan
refulgente para los espectáculos musicales, acabará por corroer de nuevo las
instituciones democráticas y la limpieza de la Administración.
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