"El
cambio de modelo productivo choca con el veto de la UE a
las inversiones públicas para la
reindustrialización. Los servicios
públicos locales, autonómicos y los transportes nacionales, son el último
reducto que queda de inversión pública. Su defensa implica la mejora de su
eficiencia y eficacia: las acciones
públicas deben priorizar estas líneas estratégicas, si quieren
conservarlos. Este capítulo puede ser el
proyecto piloto para una de las innovaciones más revolucionarias en el Estado del Bienestar hispánico: la generalización de la calidad total, sistemas
de organización participativa de la eficiencia y eficacia de la provisión de
servicios y actividades, industriales y profesionales, suficientemente probados
en las industrias innovadoras del oriente asiático. A medio camino del
servicio público, como tercer sector,
se encuentran los Servicios sociales;
hasta el parón provocado por la gestión del segundo mandato de Aznar, fueron un vivero de Economía Social. Recuperar la gestión cooperativa significa financiación y calidad total, para
que la eficacia del servicio sea mantenida, dentro de unos criterios económicos
razonables".
LA LUCHA DE CLASES EN EUROPA Y LA
GLOBALIZACIÓN.
*****
José Candela.
Economistas frente a la crisis.
Rebelión martes 30 de abril del 2019.
El
Estado democrático europeo moderno, tal y como lo conocemos desde 1945,
es el resultado de varias secuencias encadenadas de una larga guerra civil, que se extendió desde 1914 a 1945, y su
inspiración cultural corresponde a la revolución
de 1848. Culminó en la victoria contra el fascismo, con un compromiso entre
las fuerzas que apoyaron, libraron y
ganaron la II Guerra Mundial: en primer lugar, dos imperios que pronto entrarían en
conflicto, pero también una amplia
coalición de clases sociales europeas, de la que salió la mayor extensión
del Estado
liberal que se ha dado en la historia
contemporánea: la soberanía popular, el
sufragio universal y el Estado del Bienestar. Durante treinta y cinco años,
Europa contempló la emancipación de las colonias, el desarrollo de los
derechos ciudadanos para integrar el voto y la ciudadanía femenina, el reconocimiento legal de la seguridad laboral de
las clases trabajadoras; unos compromisos que se plasmaron en las
instituciones políticas y económicas del Estado
del Bienestar, y también en los acuerdos
entre estados europeos para crear un área económica común, como camino para
la cooperación política y la prevención de conflictos. Todas esas instituciones democráticas consolidaron las
instituciones culturales de la democracia europea, ámbito del aprendizaje
ciudadano y político de la actual Europa.
La
culminación del compromiso de posguerra (máximo empleo, seguridad
laboral y bienestar), coincidió con el inicio de su declive en la llamada
crisis del petróleo y con el primer tropiezo del dominio imperial de EE.UU; el cual, minado por las deudas
acumuladas por la Guerra de Viet-Nam, tuvo
que devaluar el dólar y eliminar el patrón oro. Esta misma crisis, inició del desmoronamiento del Imperio soviético,
arruinado por la ineficiencia de su economía y la carrera de armamentos, y
aceleró la caída de las dictaduras
de Grecia, Portugal y España. La derecha liberal empezó una contraofensiva contra las conquistas
sociales, que liberó las fuerzas del capital para su extensión al conjunto del
planeta. Esta nueva fase de expansión del capitalismo tuvo un prólogo político
en el pacto Nixon-Chu-en-Lai, y se
apoyó organizativamente en las nuevas tecnologías de la información y en el
abaratamiento del comercio transoceánico, financieramente en la libre
circulación de capitales y la liberalización bancaria, e industrialmente en la
revolución logística, que convirtió la producción
en trasnacional. El conjunto iniciaba una tercera revolución industrial capitalista que abrió el pacífico y Asia al gran esfuerzo inversor
que conocemos como Globalización. Este proceso ha puesto en crisis el propio Estado del Bienestar y sus instituciones, por lo
que es imposible pensar la lucha de clases actual
al margen del escenario global.
Entre las fuerzas primarias que dan forma a la economía global, el elemento central es
la tecnología informática. Las nuevas
tecnologías confrontan al
“Mundo,
ya desde fines del siglo pasado,
a una creciente serie de desafíos y problemas que las instituciones actuales se
muestran incapaces de afrontar y resolver; entre ellas la centralidad de la
Corporación en el gobierno de la economía, porque es el ámbito de la creación, acumulación y gestión del capital
intelectual: el conocimiento experto y la capacidad de organización
productiva que coordina la cadena mundial de creación de valor. Las Corporaciones crean y se crean
sobre nuevas formas de organización del trabajo, que han desplazado del lugar
central en la producción al obrero-operador, sustituido primero por el
supervisor (Richta, 1971; Bell, 1976),
y ambos por el experto y el organizador (Drucker,
1998). Según Piketty, emerge un
nuevo componente social de la oligarquías capitalista, que marca de forma clara
los nuevos rasgos de la desigualdad neoliberal, tanto en
Occidente como en las nuevas potencias industriales asiáticas; éstas
últimas emergidas de una nueva forma de nacionalismo no liberal, donde se
replican las configuraciones de la oligarquía de los países del viejo
capitalismo, en cuyo centro ya no están los rentistas del Mundo de ayer, sino los altos ejecutivos. Estos
influyen directamente en los gobiernos, como ha sido el papel jugado por Goldman Sachs en el enfoque de la gestión de la crisis de 2008. O en China gobiernan directamente, el
Comité Central del Partido Comunista Chino reúne la mayor concentración mundial
de multimillonarios.
La respuesta europea a este proceso, ha sido el intento
de convertir el Mercado Común en una
Unión Europea, que superase los estados-nación; pero la fuerte presión neoliberal de la globalización
ha boicoteado la construcción de las
nuevas instituciones liberal-democráticas: la UE se ha quedado a medio camino
entre Unión política y Área de libre comercio, hipotecando
fuertemente sus facultades como actor global.
EL ESTADO NACIONAL EN LA
ERA GLOBAL
El
contexto histórico y global implica que un estado concreto, el español,
está limitado funcionalmente para trazar políticas sociales y económicas, tanto
por la extensión y potencia alcanzada por la globalización, como por su pertenencia a la Unión Europea; por
otra parte, hay que ser conscientes de que la no pertenencia al bloque
regional, la UE, supondría el
suicidio como nación. Las fantasías de independencia nacional en
el mundo globalizado, pueden llevar a la ruina de los estados, como
ocurrió con la Cuba
socialista o con el fracaso del primer proyecto de gobierno griego de Tsyriza. Por
lo tanto, en la dialéctica de incertidumbres crecientes de la globalización, la
acción democrática en el siglo XXI sobre las instituciones económicas, y sobre las instituciones culturales, que orientan y realizan la difusión de la
cultura y el conocimiento, solo
tendrá eficacia si combina adecuadamente los dos ámbitos de decisión que
configuran el futuro: la nación-estado y la Unión Europea. Siendo la primera un ámbito de decisión muy limitado
y subordinado a la segunda. Y la segunda,
un ámbito siempre amenazado por su carácter
plurinacional, pero potencialmente determinante en el ámbito global. Por lo tanto, el camino necesario para
recuperar la democracia perdida frente al capitalismo global.
Por lo tanto, una estrategia de cambio profundo debe
combinar la perspectiva del estado nación,
ámbito de la política democrática tradicional, con las estrategias de cara
a Europa, ámbito donde se ha trasladado el poder
de las instituciones económicas y, dado el carácter confederal de Europa, a las alianzas entre estados,
forma principal en que se instrumentan las políticas en la UE. Aunque existe un Parlamento Europeo, que se manifiesta en el
Gobierno de la Comisión; el Consejo
seguirá jugando un papel de segunda cámara y las alianzas intergubernamentales
seguirán siendo decisivas en la UE. Los problemas sociales, culturales y políticos comunes a la Europa actual,
aconsejan una coalición parlamentaria
entre el amplio espectro
socialista, como bloque trasformador
en el sur, con los verdes del norte y el
centro. Solo así puede ser pensada Europa,
la complejidad y diversidad cultural lo aconsejan; pero las diferencias entre
las diferentes sociedades estatales implica que esa doble estrategia, aún esté
lejos de ser asumida por ambas fuerzas.
Como las alianzas tienen un doble componente, geográfico y de
clase, no habrá real representación europea sin partidos y sindicatos,
continentalmente confederados. A partir de esa premisa, se necesita, en primer lugar, clarificar qué políticas
tiene que defender el Parlamento europeo, la Comisión y el Consejo, para
conseguir la ampliación de la capacidad de actuación nacional, ámbito de la
acción democrática. En primer lugar, de
las finanzas públicas, hoy en día el emblema máximo de la soberanía, porque lo es de la solidaridad. Solo la UE puede
eliminar los refugios paralegales de evasión y blanqueo de capitales, así como
la competencia desleal entre estados miembro para captar financiación. Hacer factible el control de los capitales
es una tarea imprescindibles para afrontar las necesidades de la acción
social del estado. La alternativa es el
déficit presupuestario, algo que la globalización y la
Unión Europea hacen muy
peligroso, pues el endeudamiento suele terminar, como en la época del PP de Aznar, en la venta del
patrimonio público, bancos, energéticas, incluso suelo… Solo la autonomía
financiera, permite obtener soberanía suficiente para definir el “Bien
Común” de cada comunidad nacional de la UE.
En
cuanto a las políticas nacionales concretas que la actual
estructura del poder global permite a un estado como el español, existen cuatro
áreas donde la acción socioeconómica es necesaria: Financiera, Empleo, impulsar un
nuevo modelo de desarrollo, y encontrar formas de gestión más participativas,
dando entrada a la democracia en la producción. Conseguir holgura
financiera para las políticas sociales implica nueva tributación; aunque los tipos y bases deban situarse dentro
de los límites que impone la libre
circulación de capitales, las necesidades del comercio y la inversión
global, hay un margen de 6 puntos del
PIB, marcado por la diferencia comparativa respecto a la media del tamaño del
sector público en Europa.
En relación con el empleo, la
construcción sigue siendo el vehículo más eficiente y eficaz, que habrá que
adaptar a la estrategia de lucha contra el cambio climático y la pacificación del
tráfico urbano, ambas entrelazadas, y a la de la municipalización de la vida
democrática. En esa línea se debería desarrollar una línea de
inversiones municipales en vivienda
social de alquiler para cubrir el déficit actual, calculado en dos millones
de viviendas. Aunque el pago de la
financiación se cubriría con los alquileres, se necesitaría dotar la
inversión inicial con deuda finalista; cualquier gobierno con voluntad de
hacerlo, podría fácilmente presentar un plan
a Bruselas, que sería aprobado, porque iría inscrito en la hoja de ruta de
la lucha contra el cambio climático:
reforma de viviendas para adaptarlas a una mayor eficiencia energética y
bloques autosuficientes de energía renovable. El principal problema para la viabilidad de un plan ambicioso de
vivienda social, sería dotarlo de suelo urbano. La delimitación del suelo
urbano es una herramienta que la actual correlación en la UE permite utilizar para políticas sociales; pero para ello se necesita desarrollar el capítulo de la Constitución
que cubre el “bien común”.
El
cambio de modelo productivo choca con el veto de la UE a
las inversiones públicas para la
reindustrialización. Los servicios
públicos locales, autonómicos y los transportes nacionales, son el último
reducto que queda de inversión pública. Su defensa implica la mejora de su
eficiencia y eficacia: las acciones
públicas deben priorizar estas líneas estratégicas, si quieren
conservarlos. Este capítulo puede ser el
proyecto piloto para una de las innovaciones más revolucionarias en el Estado del Bienestar hispánico: la generalización de la calidad total, sistemas
de organización participativa de la eficiencia y eficacia de la provisión de
servicios y actividades, industriales y profesionales, suficientemente probados
en las industrias innovadoras del oriente asiático. A medio camino del
servicio público, como tercer sector,
se encuentran los Servicios sociales;
hasta el parón provocado por la gestión del segundo mandato de Aznar, fueron un vivero de Economía Social. Recuperar la gestión cooperativa significa financiación y calidad total, para
que la eficacia del servicio sea mantenida, dentro de unos criterios económicos
razonables.
Conectado
con los dos programas de empleo y servicios públicos y sociales, existe un
terreno inexplorado y con un gran potencial para la acción pública en la economía, que es
la trasformación
hacia una economía verde; lo que se conoce en los países anglosajones como New Green Deal,
y que es el programa de los Verdes
europeos. Como el veto de la UE no
es extensivo a las ayudas dirigidas a iniciativas cooperativas y
empresariales (PYME), la conversión verde de amplios sectores
económicos es un arma magnífica para desarrollar nuevas actividades económicas,
con base cooperativa, o incorporando PYMES a conglomerados de desarrollo del capital
intelectual local; ambos terrenos donde es necesario implicar a los
actores sociales en el control de las inversiones públicas.
Cualquiera
de estas políticas necesita una trasformación radical del
sistema educativo, hacerlo más igualitario, en primer lugar, y eficaz socialmente: inyectando dinero en la
investigación universitaria, aprovechando las sinergias con los sistemas públicos del bienestar, y una reforma radical de la FP, para
adaptarla a las capacidades culturales de los jóvenes que no desean una educación
clásica, para familiarizarlos con las nuevas tecnologías y adaptar las
habilidades a las necesidades prácticas de la sociedad. Por último, toda trasformación
radical tiene perdedores por inadaptación o por edad y falta de base cultural;
sería necesario paliar los efectos de la trasformación económica mediante una
renta mínima.
Todo
lo anterior, necesita valentía para evitar la privatización del poco patrimonio
empresarial público que existe y acercar los estándares
del sector público a la media europea. Significa emprender una Reforma
Fiscal que recupere el espíritu
de la que se llevó a cabo tras la Transición
Democrática, adaptada a las nuevas realidades empresariales, sociales y
tecnológicas del siglo XXI: Impuestos sobre las fortunas y sucesiones;
gravamen específico para grandes rentas, particulares y corporativas,
por supuesto, pero sin superar los estándares europeos, para evitar la evasión
legal; impuestos verdes y tecnológicos, y el Impuesto sobre Transacciones
Financieras, único medio de
controlar los movimientos de capitales, y reducir la velocidad de las mismas,
haciendo más viable su inspección… Otras propuestas que circulan por ahí son más bonitas, pero
su implantación en el contexto de la UE resulta fantasiosa.
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