POR QUÉ LA ECONOMÍA COLABORATIVA NO ES
SOLIDARIA
El
desarrollo de plataformas como Airbnb
o Uber tiene fuertes implicaciones sociales, principalmente sobre la
desigualdad y la precarización. La economía colaborativa centra el especial del
último número de la Revista
PAPELES, editado por FUHEM Ecosocial.
La economía
colaborativa es una economía cargada de valores: la cooperación
y la disposición a compartir
recursos infrautilizados, tiempos y habilidades así como mejorar la
sostenibilidad de nuestras sociedades.
“El número total de bienes en la
economía se puede reducir drásticamente sin renunciar al bienestar del
consumidor. Si se necesitan menos bienes, las sociedades pueden lograr una
reducción en el uso de la energía y las emisiones de gases de efecto
invernadero asociadas con la producción y demolición de bienes”, señala Koen Frenken, profesor de Estudios
de Innovación en la Universidad de
Utrecht, uno de los autores incluido en el Especial del número.
No obstante el desarrollo e implantación de
plataformas como AirBnb (4 millones de
alojamientos – 245.000 de ellos, en España-) o Uber (8 millones de usuarios en todo el mundo),
están siguiendo el modelo de la economía tradicional hasta ser conocido como
capitalismo de plataforma.
“Aplicando las lógicas de la sociedad industrial, al aparición de nuevos bienes, de por sí, va a
desencadenar una lucha por su control y su explotación, como cuando se halla un
nuevo pozo de petróleo o se descubre un nuevo virus”, asegura Margarita Padilla García, programadora
y precursora de los procomunes digitales.
“Las
plataformas lo comparten todo excepto la propiedad de las estructuras que hacen
posible el intercambio entre los usuarios. La herramienta lo descentraliza todo
excepto el control de la propia red compartida”, apunta Santiago Álvarez Cantalapiedra
director de FUHEM Ecosocial.
El
capitalismo de plataforma es hija del neoliberalismo y de la gran recesión. Externaliza trabajo, los costes y riesgos y da un
paso más: la externalización de la
totalidad de la prestación del servicio. La lógica corporativa se repite: a medida que se iba afianzando Uber el dinero empezó a llegar de
instituciones como Fidelity Investments, Goldman Sachs y Morgan Stanley. TaskRabbit fue
una importante empresa pionera surgida con la promesa de que promover la ayuda
entre vecinos, si alguien tiene una tarea doméstica como ir a la compra o
montar un mueble, y si otra persona necesita un poco de dinero, el sitio web les pone en contacto y se
realiza el trabajo.
Resultado: TaskRabbit fue comprado por Ikea en septiembre de 2017.
“El principal problema es que gran parte de la
actividad denominada como economía colaborativa no cumple con los principios de las economías
colaborativas, pero sí que busca legitimar su actividad bajo estos principios”,
denuncia Tom Slee, uno de los
principales críticos de la economía colaborativa.
Economía colaborativa, desigualdad y precariedad: el efecto Picketty
Las
facilidades ofrecidas por las nuevas tecnologías provocan que particulares
accedan a mercados a los que tradicionalmente no tenían acceso a
través de las plataformas como AirBNb o Uber. Al convertir los consumidores sus bienes de consumo en activos de capital sobre los que se
logran retornos importantes, los propietarios de capital se benefician más con
el más que previsible aumento de la
desigualdad. Es lo que algunos autores denominan “efecto Picketty” de la economía colaborativa, donde los rendimientos
del capital son mucho más altos que los del trabajo.
Dentro de la
economía de plataforma, estas tratan mejor a sus proveedores cuando son
propietarios que cuando solo ofrecen fuerza de trabajo, como los falsos autónomos de Deliveroo. Son empleos sin
derechos y sin capacidad de negociación colectiva.
“Se está
extendiendo cada vez más el uso del concepto
capitalismo de plataforma en referencia a cómo las plataformas de economía colaborativa son un mecanismo para extender
la lógica neoliberal hacia nuevos ámbitos
y representan formas de capitalismo
reimaginado”, denuncia
Slee, ante el crecimiento de este tipo de plataformas.
Cooperativismo
de plataforma
Una
alternativa que cuestiona el funcionamiento de este tipo de plataformas
colaborativas es lo que muchos autores han denominado
cooperativismo de plataforma, un movimiento reciente que experimenta con formas
alternativas de propiedad y gobernanza de las plataformas,
que pertenecen a los usuarios y son ellos quienes deciden sobre el gobierno y
evolución de la plataforma. Cuenta ya con
ejemplos que cuestionan y proponen cambios estructurales en la manera de
entender este fenómeno de la economía colaborativa
/////
¿DE QUIÉN ES LA ECONOMÍA COLABORATIVA?.
"El Capitalismo de Plataforma". Uber, Airbnb y Lyft.
*****
Genoveva López.
El Salto Diario.
Miércoles 24 de abril del 2019.
Uber espera salir a bolsa en los próximos días.
Según datos de la prensa de Estados Unidos, el coloso espera conseguir una
valoración bursátil en torno a los 80.000 millones de euros. Las cifras de su
valor en el mercado son astronómicas. ¿En manos de quién están las empresas de
la mal llamada economía colaborativa?
En menos de una década, las empresas más
representativas de la economía colaborativa, como Uber, Airbnb o Lyft, han alcanzado
cifras estratosféricas en inversiones y en valor de mercado. Además de sus
cifras, llama la atención los conflictos sociales que han despertado.
En este escenario encontramos posiciones a favor y
en contra de las mismas. Las primeras, representadas por las organizaciones
empresariales que aglutinan a las principales compañías de economía
colaborativa, la defienden por suponer una disrupción en mercados obsoletos que
necesitan renovación, lo que Schumpeter,
el economista austriaco que encontró su esplendor en los años 30 del siglo
pasado, definió como destrucción creativa, el proceso de transformación social
que acompaña a la innovación para introducir una nueva función de producción.
Las segundas la critican por ser, en la actualidad, uno de los peores ejemplos
de la extracción de valor —de trabajo y de capital— que está dejando un reguero
de personas perjudicadas tras de sí.
¿Qué dicen
que es la economía colaborativa? Según Sharing
España, la organización que representa al conglomerado de empresas que se
agrupan bajo esta etiqueta, y Adigital
—la Asociación Española de Economía Digital—, hay tres elementos fundamentales
para definir la economía colaborativa: que exista una plataforma digital,
relaciones entre iguales y la intermediación de la oferta y la demanda para
aprovechar recursos de manera eficiente. Pasemos a analizar si, efectivamente,
la economía colaborativa cumple los criterios que establecen aquellas
organizaciones que la representan.
Las plataformas digitales, efectivamente, juegan un
papel muy importante. Mayo Fuster
Morell, investigadora de economía colaborativa, movimientos sociales y
comunidades digitales de la Universidad
de Harvard y del MIT Center for Civic Media, afirma que la “economía
colaborativa es un tipo de economía de plataforma con características
colaborativas”. Nadie pone en duda el papel fundamental que ha tenido
la tecnología en el lanzamiento de esta nueva forma de relacionarnos social y
económicamente. Sin embargo, cuando hablamos de “las relaciones entre iguales y
los recursos infrautilizados” como características fundamentales, los sectores críticos levantan la voz.
Samer
Hassan, investigador en colaboración descentralizada, investigador
principal del proyecto P2P Models, colaborador de la Universidad de Harvard y profesor titular de la Universidad
Complutense, estudia desde hace más de diez años la economía colaborativa en sus distintas vertientes, así como
alternativas a la misma. Hassan
plantea, además, tres propiedades: su infraestructura está centralizada en
núcleos de control de datos, sus
comunidades no tienen ninguna influencia en la toma de decisiones de las
plataformas y, finalmente, se ha producido una importante concentración de beneficios en
unas pocas manos que no redistribuyen los réditos de manera proporcional
entre las personas que comparten sus recursos.
“El gran reto de la economía colaborativa es que
nos puede traer un capitalismo mucho más salvaje y
una agudización de sus prácticas extraccionistas”
De hecho, cuando Sharing España habla de relaciones entre iguales, hace referencia a una parte muy pequeña del
pastel, que son los usuarios que se intercambian recursos. Sin embargo, tras la tecnología, existen grandes
grupos empresariales de capital privado. Es por este motivo que Fuster
advierte de que “el gran reto de la economía colaborativa es que nos puede traer un
capitalismo mucho más salvaje y una agudización de sus prácticas
extraccionistas”.
Si consultamos las manos que están detrás de las
principales empresas de la llamada economía
colaborativa, se hace evidente la concentración
de capital. Veamos los ejemplos de las más grandes:
Quizás lo que más evidencian estos datos es que la economía colaborativa es economía
financiera pura y dura. Hay poco de colaboración y de reparto de recursos
entre iguales.
Según el
autor Nick Srnicek en su obra Capitalismo de Plataforma, el modelo financiero
y de crecimiento de la economía colaborativa se asemeja mucho a la burbuja de
las punto-com de los años 90:
“Muchos de
estos negocios no contaban con ningún tipo de ganancia, la esperanza era
que mediante un rápido crecimiento iban a ser capaces con una parte del mercado
y eventualmente dominar lo que se asumió sería una gran nueva industria. [...] Fue una época alentada por la especulación
financiera, que estaba a su vez alimentada por grandes cantidades de capital
riesgo”.
Detrás de
las tres firmas más grandes de economía colaborativa —Uber,
Airbnb y Lyft— efectivamente hay un porcentaje altísimo de fondos de capital riesgo —empresas que
invierten en negocios de alto riesgo, muy disruptivas, y que buscan un
enriquecimiento inmediato asumiendo también posibles pérdidas—, fondos
de inversión, fondos soberanos y hombres muy ricos. No es sorprendente.
Las tres
grandes: Uber, Airbnb y Lyft.
El gigante de la movilidad Uber, situada en San Francisco, que se encuentra
presente en 600 ciudades alrededor del
mundo, empezó su andadura con un capital semilla de 200.000 dólares, allá por 2009. A lo largo de los años ha recibido
inversiones por valor de 25.000 millones
de dólares y cuenta con un valor de mercado de más de 120.000 millones. A pesar de estas cifras exorbitantes, la
empresa no ha hecho más que dar pérdidas. El último dato presentado por
la empresa en sus informes internos arrojaba unas pérdidas de 1.100 millones de dólares y tan solo el año pasado consiguió ganancias por circunstancias
atípicas —desinversiones en China,
por ejemplo—. En pocos días saldrá a bolsa y, por ahora, parece que solo se
mantiene debido a las mil millonarias
inyecciones de dinero que recibe por parte de empresas de capital riesgo como
Founder Colletive y Crunch Fund, bancos como Goldman
Sachs, Morgan Stanley o Citigroup, gigantes de la tecnología como Google o Baidu, o grandes inversores como Jeff Bezos —el
fundador y director ejecutivo de Amazon—,
Troy Carter —de Spotify— o Scott Banister —de Paypal—. También
aparecen fondos públicos de inversión como el de Arabia Saudí, que invirtió a través de su capital riesgo SBT más de 3.500
millones de dólares, o Qatar, que, a través
de su Qatar Investment Authority,
invirtió más de 1.200 millones. El
pasado 26 de marzo, Uber compró Careem por 3.100 millones de dólares,
su análogo en Dubai, que cuenta con
el mercado de Oriente Medio, en un intento de copar el servicio en la
zona.
En
el caso de Airbnb, (Mercado Hotelero del Mundo) radicada también en San Francisco, el patrón es el mismo. La empresa oferta 5 millones de habitaciones en 81 mil
ciudades del mundo. Empezó con
un capital semilla de 20.000 dólares
y su valor de mercado está en torno a los 31.000
millones hoy en día. Ha recibido financiación por valor de 4.500 millones desde su fundación en
2009. Entre sus inversores se repiten muchos con el gigante anterior, aunque
encontramos también nombres nuevos, como los de Citigroup, JP Morgan Chase o
American Express, todos ellos gigantes de las finanzas a nivel mundial.
El
Gobierno chino invirtió 100.000 millones de dólares en 2017.
Lyft
es menos conocida en nuestro país. Nació también en San Francisco y tiene un modelo de negocio similar al de Uber. (Su “rival” o competencia global) en
Se fundó en 2012 con un capital
semilla de 300.000 dólares y en la
actualidad ha recibido inversiones por valor de casi 6.000 millones de dólares por parte de inversores privados como Jaguar, Land Rover, diversos fondos de
inversión o el fondo de inversión público de pensiones de Canadá. Su salida a bolsa se realizó el pasado 28 de marzo
y ha alcanzó inversiones por valor de 2.200
millones de dólares. Su valor actual en el mercado es de 23.000 millones.
De todas las inversiones recibidas por las tres
empresas, tan solo aparece el nombre de una mujer como
inversora individual, Cyan Banister, inversora en Uber. El resto de los
millonarios, son hombres.
El uso
eficiente de los recursos No podemos obviar, tal y como afirma Hassan, la acumulación de capital, datos y cuota de mercado que se está
llevando por delante la economía de plataforma y
mal llamada economía colaborativa.
Silvia
Díaz-Molina investiga en la Universidad Complutense de Madrid la economía de
plataforma y sus alternativas desde la
antropología y el feminismo. La
investigadora afirma que
“difícilmente la economía colaborativa puede
conseguir un cambio de modelo cuando está inmersa en la economía de mercado.
Juega sus mismas reglas y lenguaje y acaba reproduciendo la desigualdad constitutiva
del sistema neoliberal-capitalista”.
“El proceder de Airbnb encaja perfectamente con las lógicas financieras
dislocadas y refinadas, que son las que están detrás de efectivamente, las
expulsiones que se dan en las ciudades globales", advierte la
investigadora.
Lo que nos
contaban que iba a ser una nueva forma amable de compartir recursos es, hoy en
día, una
forma más de extracción de valor del trabajo de muchas personas, con el
agravante de la prácticamente nula aportación a las arcas públicas.
“Hay muchos efectos derivados. Este tipo de plataformas
de corte extraccionista capitalista tienen modelos económicos de evasión fiscal y no contribuyen allá
donde actúan. Pensamos que Uber
cuestiona los derechos laborales, pero no es solo eso, este modelo económico cuestiona el Estado de
bienestar en su conjunto”, advierte Fuster.
Es necesario llevar a cabo acciones que planteen
alternativas al modelo de plataforma
a través de la propiedad colectiva, modelos de gobernanza
democráticos, la propiedad de las infraestructuras y los
servidores y los intercambios, esta vez sí, entre iguales. La
investigadora ve posibilidades si las cosas se dieran de otra manera.
“Lo que me parece más esperanzador es que se puede abrir un horizonte de democratización económica que hasta
ahora no teníamos. La economía
colaborativa puede apuntar a una escalabilidad de la economía social y solidaria, del cooperativismo” afirma.
Según la experta, la fuerza está en la organización de las ciudades de manera conjunta
para luchar contra las grandes corporaciones.
La economía
colaborativa “pone sobre el tablero
el rol de las ciudades porque estas
empresas se concentran en las mismas, pero las competencias de regulación de
las plataformas no están en las ciudades, sino en la Unión Europea en nuestro caso. Hace falta revisar un sistema de multigobierno para darle más peso a
las ciudades”.
Asimismo,
apuesta por una plataformización de las administraciones locales “en el sentido
colaborativo”.
“Podrían adoptar dinámicas colaborativas dentro de las instituciones
apoyados por plataformas digitales, por ejemplo, es el caso de Decidim que es una plataforma
digital que se utiliza para decidir las políticas en el entorno de Barcelona y es un buen caso de cómo la economía de plataforma puede dotar de recursos para mejorar la
innovación pública y democratizar las instituciones”.
Srnicek no ve tan
claro que exista una alternativa
cooperativista al modelo, pero sí coincide en que los Estados
“deberían
invertir enormes recursos en la tecnología necesaria para apoyar estas
plataformas y ofrecerlas como servicios públicos, para distribuir recursos,
posibilitar la participación democrática. Quizás hoy tenemos que colectivizar
las plataformas”, propone el autor.
*****
No hay comentarios:
Publicar un comentario