Todo ocurre como si la dinámica
de la guerra se hubiera autonomizado pero empleando un discurso embrollado,
difícil de entender. Pero así como los superpoderes de los hombres de negocios
de los años 1990 no eran independientes sino compartidos al interior de una
compleja trama de poderes (políticos, mediáticos, militares, etc.) que en
términos generales suele denominarse como “clase dominante” también la aparente
autonomía de lo militar nos dificulta ver a las redes mafiosas de intereses
donde se desdibujan las fronteras entre sus componentes. Las elites de la era neoliberal han sufrido cambios decisivos, han
experimentado mutaciones que las han convertido en clases completamente
degeneradas que cada vez más sólo pueden acudir a la fuerza bruta, a la lógica de la guerra. No se trata entonces que la
componente militar se autonomiza sino más bien que las elites imperialistas se
militarizan, ya no seducen con ofertas de consumo más algunas dosis de violencia, ahora sólo
propagan el miedo, amenazan con sus armas o las utilizan.
Se estableció un forcejeo interminable entre gobiernos progresistas
que hacían gobernables a los capitalismos locales y derechas salvajes ansiosas por
realizar grandes robos y aplastar a los pobres. El progresismo confrontando
políticamente con esa derecha calificada
de “irresponsable”, cuyos fundamentos económicos respetaba, chantajeaba a
quienes desde la izquierda criticaban su sometimiento a las reglas de juego del
capitalismo utilizando al cuco reaccionario (“nosotros o la bestia”), acusándolos de hacerle el juego a la derecha.
En realidad el progresismo es un gran juego favorable al sistema y en
última instancia a la derecha siempre en condiciones de retornar al gobierno
gracias a la moderación, a la “astucia”
aparentemente estúpida de los progresistas que a veces consiguen cooptar
izquierdas claudicantes cuya obsesión por “no hacerle el juego a la derecha” (y
de paso integrarse al sistema) es completamente funcional a la reproducción del país burgués
y en consecuencia a esa detestable derecha.
/////
AMÉRICA LATINA EN LA DINÁMICA DE LA GUERRA
GLOBAL.
*****
Jorge
Beinstein
Guerra
global.
rcci.net /globalización.
Marzo del 2015.
Todo
al mismo tiempo: al promediar el mes de marzo de 2015 Estados Unidos acaba de
dar un salto cualitativo de claro perfil belicista en sus acciones contra
Venezuela, también desarrolla ejercicios militares en países limítrofes con
Rusia en la llamada operación “Atlantic Resolve”, algunas de esas operaciones
son realizadas a unos cien kilómetros de San Petersburgo, además se
intensifican las informaciones acerca de una nueva ofensiva del gobierno de
Kiev contra la región de Donbass, aumenta la circulación de naves de guerra de
la OTAN en el Mar Negro, continúan las viejas guerras imperiales en Irak y
Afganistán a las que se agregó luego la ofensiva contra Siria (pasando por
Libia)... y mucho más...
Evidentemente
el Imperio está lanzado en una catastrófica fuga militar hacia adelante
extendiendo sus operaciones hacia todos los continentes, nos encontramos en
plena guerra global. Ni los grandes medios de comunicación, ni los más
importantes dirigentes internacionales han registrado públicamente el hecho, todos
hablan como si viviéramos en tiempos de paz, sólo en unos pocos casos aparecen
algunos de ellos advirtiendo sobre el peligro de guerra mundial o regional. Una
excepción reciente es la del Papa Francisco cuando afirmó que actualmente nos
encontramos ante una “una tercera guerra mundial” que él describe como
desarrollándose “por partes” aunque sin señalar a los contendientes y haciendo
vagas referencias a “la codicia” y a “intereses espurios” con el lenguaje entre
confuso y jesuítico que lo caracteriza.
Cada
mes agrega algún indicador anunciando la proximidad de una nueva recesión
global mucho más fuerte y extendida que la de 2009.
El
capitalismo empezando por su polo imperialista se ha ido convirtiendo
velozmente en un sistema de saqueo donde la reproducción de fuerzas productivas
queda completamente subordinada a la lógica del parasitismo. Las elites
imperiales y sus lumpenburguesías satélites “necesitan” superexplotar hasta el
exterminio recursos naturales y mercados periféricos para sostener las tasas de
ganancia de su decadente sistema productivo-financiero.
Las
tendencias globales hacia la decadencia económica se expresan de múltiples
maneras en el día a día entre ellas la volatilidad de los precios de las
materias primas, por ejemplo el petróleo, llave maestra de la economía mundial,
cuyo estancamiento extractivo (que no ha conseguido ser superado por el show
mediático en torno del “milagroso” petróleo de esquisto) se combina con
desaceleraciones de la demanda internacional como ocurre actualmente sumadas a
golpes especulativos y geopolíticos que convierten a los mercados en espacios
inestables donde las maniobras de corto plazo imponen la incertidumbre.
El
cortoplacismo especulativo hegemónico engendra paquetes tecnológicos
depredadores como la minería a cielo abierto, la fractura hidráulica o la
agricultura en base a transgénicos acompañados por operaciones políticas y
comunicacionales que degradan, desarticulan sistemas sociales buscando
convertirlos en espacios indefensos ante los saqueos.
El
optimismo económico de la época del auge neoliberal ha dado paso al pesimismo
del “estancamiento secular” pregonado ahora por los grandes expertos del
sistema. Ellos indican que la salvación del capitalismo no llegará desde la
economía condenada a sufrir recesiones o crecimientos insignificantes, mejor no
hablar demasiado de esos tristes temas. Entonces la guerra asciende al primer
plano, las acciones militares ocupan el centro del terreno, cada día nos ofrece
alguna batalla, alguna masacre protagonizada por tropas regulares o
mercenarios, algún bombardeo, alguna amenaza de ataque en Europa del Este,
Asia, África o América Latina. Los medios de comunicación nos apabullan con
esas noticias sin embargo nadie habla de guerra global.
Todo
ocurre como si la dinámica de la guerra se hubiera autonomizado pero empleando
un discurso embrollado, difícil de entender. Pero así como los superpoderes de
los hombres de negocios de los años 1990 no eran independientes sino
compartidos al interior de una compleja trama de poderes (políticos,
mediáticos, militares, etc.) que en términos generales suele denominarse como
“clase dominante” también la aparente autonomía de lo militar nos dificulta ver
a las redes mafiosas de intereses donde se desdibujan las fronteras entre sus
componentes. Las elites de la era neoliberal han sufrido cambios decisivos, han
experimentado mutaciones que las han convertido en clases completamente
degeneradas que cada vez más sólo pueden acudir a la fuerza bruta, a la lógica
de la guerra. No se trata entonces que la componente militar se autonomiza sino
más bien que las elites imperialistas se militarizan, ya no seducen con ofertas
de consumo más algunas dosis de violencia, ahora sólo propagan el miedo,
amenazan con sus armas o las utilizan.
Progresismos
latinoamericanos.
Dentro
de ese contexto global debemos evaluar a los progresismos latinoamericanos que
se instalaron sobre la base de las crisis de gobernabilidad de los regímenes
neoliberales.
Los
buenos precios internacionales de las materias primas durante la década pasada
sumado a políticas de contención social de los pobres les permitieron
recomponer la gobernabilidad de los sistemas existentes. En algunos de esos
casos se desarrollaron ampliaciones o renovaciones de las elites capitalistas y
en casi todos ellos prosperaron las clases medias. Los gobiernos progresistas
se ilusionaron suponiendo que las mejoras económicas les permitirían ganar
políticamente a dichos sectores pero como era previsible ocurrió lo contrario,
las capas medias se derechizaban mientras ascendían, miraban con desprecio a
los de abajo y asumían como propios los delirios más reaccionarios de sus
burguesías. La explicación es sencilla, en la medida en que son preservados (y
aún fortalecidos) los fundamentos del sistema y en que sus núcleos decisivos
radicalizan su elitismo depredador siguiendo la ruta trazada por los Estados
Unidos (y “Occidente” en general) se produce un encadenamiento de subculturas
neofascistas que va desde arriba hacia abajo, desde el centro hacia las
burguesías periféricas y desde éstas hacia sus capas medias. En Venezuela,
Brasil o Argentina las clases medias mejoraban su nivel de vida y al mismo
tiempo volcaban sus votos hacia los candidatos de la derecha vieja o renovada.
Se estableció un forcejeo interminable entre gobiernos progresistas que hacían gobernables a los capitalismos locales y derechas salvajes ansiosas por realizar grandes robos y aplastar a los pobres. El progresismo confrontando políticamente con esa derecha calificada de “irresponsable”, cuyos fundamentos económicos respetaba, chantajeaba a quienes desde la izquierda criticaban su sometimiento a las reglas de juego del capitalismo utilizando al cuco reaccionario (“nosotros o la bestia”), acusándolos de hacerle el juego a la derecha. En realidad el progresismo es un gran juego favorable al sistema y en última instancia a la derecha siempre en condiciones de retornar al gobierno gracias a la moderación, a la “astucia” aparentemente estúpida de los progresistas que a veces consiguen cooptar izquierdas claudicantes cuya obsesión por “no hacerle el juego a la derecha” (y de paso integrarse al sistema) es completamente funcional a la reproducción del país burgués y en consecuencia a esa detestable derecha.
Se estableció un forcejeo interminable entre gobiernos progresistas que hacían gobernables a los capitalismos locales y derechas salvajes ansiosas por realizar grandes robos y aplastar a los pobres. El progresismo confrontando políticamente con esa derecha calificada de “irresponsable”, cuyos fundamentos económicos respetaba, chantajeaba a quienes desde la izquierda criticaban su sometimiento a las reglas de juego del capitalismo utilizando al cuco reaccionario (“nosotros o la bestia”), acusándolos de hacerle el juego a la derecha. En realidad el progresismo es un gran juego favorable al sistema y en última instancia a la derecha siempre en condiciones de retornar al gobierno gracias a la moderación, a la “astucia” aparentemente estúpida de los progresistas que a veces consiguen cooptar izquierdas claudicantes cuya obsesión por “no hacerle el juego a la derecha” (y de paso integrarse al sistema) es completamente funcional a la reproducción del país burgués y en consecuencia a esa detestable derecha.
Ahora
el juego se va agotando, los progresismos gobernantes con distintos ritmos y
variados discursos acosados por el enfriamiento económico global y por el
creciente intervencionismo de los Estados Unidos van perdiendo espacio
político, en varios casos sus dificultades fiscales los empujan a ajustar
gastos públicos (y de ninguna manera a reducir las súper ganancias de los
grupos económicos más concentrados), a aceptar las devastaciones de la
megaminería o a adoptar medidas que facilitan la concentración de ingresos. En
Brasil el segundo gobierno de Dilma puso a un neoliberal puro y duro al comando
de la política económica, acorralado por una derecha ascendente, una economía
oscilando entre el estancamiento y la recesión y una intervención
norteamericana cada vez más activa. En Uruguay el nuevo gobierno de Tabaré
Vázquez muestra un rostro claramente conservador y en Chile la presidencia
Bachelet no necesita correrse demasiado a la derecha, luego de su demagogia
rosada electoral se afirma como continuidad del gobierno anterior y en
consecuencia, pasada la confusión inicial, heredará también la hostilidad de
importantes franjas de izquierda y de los movimientos sociales.
En
Argentina el núcleo duro agro-minero exportador-financiero y los grupos
industriales exportadores más concentrados son más prósperos que nunca mientras
la injerencia norteamericana se amplifica conduciendo el juego de títeres
políticos hacia una ruptura ultraderechista. En Venezuela la eterna transición
hacia un socialismo que nunca termina de llegar no ha conseguido superar al
capitalismo aunque caotiza su funcionamiento forjando de ese modo el escenario
de una gran tragedia. Por el momento sólo Bolivia parece salvarse de la
avalancha, afirmándose en la mayor mutación social de su historia moderna sin
superar los marcos del subdesarrollo capitalista pero recomponiéndolo
integrando a las masas sumergidas, multiplicando por mil lo que había hecho el
peronismo en Argentina entre 1945 y 1955 (de todos modos ello no la libera del
cambio de contexto regional-global).
En
América Latina asistimos a un proceso de crisis muy profundo donde convergen
progresismos declinantes con neoliberalismos integralmente degradados como en
Colombia o México conformando un panorama común de pérdida de legitimidad del
poder político, avances de grupos económicos saqueadores y activismo
imperialista cada vez más fuerte.
A este panorama sombrío es
necesario incorporar elementos esperanzadores sin los cuales no podríamos
empezar a entender lo que está ocurriendo. Por debajo de las jugarretas
políticas, los negocios rápidos y las histerias fascistas aparecen las
protestas populares multitudinarias, la persistencia de izquierdas no cooptadas
por el sistema (más allá de sus perfiles más o menos moderados o radicales), la
presencia de insurgencias incipientes o poderosas (como en Colombia).
Ni
los cantos de sirena progresistas ni la represión neoliberal han podido hacer
desaparecer o marginalizar completamente a esos fantasmas. Realidad
latinoamericana que preocupa a los estrategas del Imperio que temen que lo que
ellos consideran como su inevitable arremetida contra la región pueda desatar
el infierno de la insurgencia continental, en ese caso el paraíso de los
grandes negocios podría convertirse en un tembladeral donde se hundiría el
conjunto del sistema.
UNASUR, CELAC, ALBA, son procesos políticos, autónomos y democráticos de Integración de Nuestra América, la Patria Grande.
***
Geopolítica del imperio,
integraciones y colonizaciones.
La
estrategia de los Estados Unidos aparece articulada en torno de tres grandes
ejes; el transatlántico y el transpacífico apuntando en una gigantesco juego de
pinzas contra la convergencia ruso-china centro motor de la integración
euroasiática. Y luego el latinoamericano destinado a la recolonización de la
región.
Los
Estados Unidos intentan convertir a la masa continental asiática y su
ampliación ruso-europea en un espacio desarticulado, con grandes zonas
caóticas, objeto de saqueo y superexplotación.
Los
recursos naturales pero también laborales de esos territorios conforman su
centro principal de atención, en la elipse estratégica que cubre el Golfo Pérsico
y la Cuenca del Mar Caspio extendiéndose hacia Rusia se encuentra el 80 % de
las reservas globales de gas y el 60 % de las de petróleo y en China habitan
algo más de 230 millones de obreros industriales (aproximadamente un tercio del
total mundial).
América
Latina aparece como el patio trasero a recolonizar, allí se encuentran por
ejemplo las reservas petroleras de Venezuela (las primeras del mundo, 20 % del
total global), cerca del 80 % de las reservas mundiales de litio (en un
triángulo territorial extendido por el norte de Chile y Argentina y el sur de
Bolivia) imprescindible en la futura industria del automóvil eléctrico, la
reservas de gas y petróleo de esquisto del sur argentino, las fabulosas
reservas de agua dulce del acuífero guaraní entre Brasil, Paraguay y Argentina.
Una de las ofensivas fuertes del Imperio en la década pasada fue la tentativa de conformación del ALCA, zona de libre comercio e inversiones que significaba la anexión económica de la región por parte de los Estados Unidos. El proyecto fracasó, el ascenso del progresismo latinoamericano sumado a la emergencia de potencias no occidentales, sobre todo China y al empantanamiento estadounidense en su guerra asiática fueron factores decisivos que en distinta medida debilitaron la arremetida imperial.
Una de las ofensivas fuertes del Imperio en la década pasada fue la tentativa de conformación del ALCA, zona de libre comercio e inversiones que significaba la anexión económica de la región por parte de los Estados Unidos. El proyecto fracasó, el ascenso del progresismo latinoamericano sumado a la emergencia de potencias no occidentales, sobre todo China y al empantanamiento estadounidense en su guerra asiática fueron factores decisivos que en distinta medida debilitaron la arremetida imperial.
Pero
a partir de la llegada de Obama a la presidencia los Estados Unidos desataron
una ofensiva flexible de reconquista de América Latina: se puso en marcha una
compleja mezcla de presiones, negociaciones, desestabilizaciones y golpes de estado.
Los golpes blandos exitosos en Honduras y Paraguay, las tentativas de
desestabilización en Ecuador, Argentina, Brasil y sobre todo en Venezuela
(donde se va perfilando una intervención militar), pero también la tentativa en
curso de extinción negociada de la guerrilla colombiana y la domesticación de
Cuba forman parte de esa estrategia de recolonización.
La misma es implementada a través de una sucesión de tanteos suaves y duros tendiente a desarticular las resistencias estatales y los procesos de integración regional (UNASUR, CELAC, ALBA) y extra-regionales periféricos (BRICS, acuerdos con China y Rusia, etc.) pero también a bloquear, corromper o disolver las resistencias sociales y las alternativas políticas más avanzadas en curso o potenciales. Intentando llevar adelante una dinámica de desarticulación pero buscando evitar que la misma genere rebeliones propagándose como un reguero de pólvora en una región actualmente muy interrelacionada.
La misma es implementada a través de una sucesión de tanteos suaves y duros tendiente a desarticular las resistencias estatales y los procesos de integración regional (UNASUR, CELAC, ALBA) y extra-regionales periféricos (BRICS, acuerdos con China y Rusia, etc.) pero también a bloquear, corromper o disolver las resistencias sociales y las alternativas políticas más avanzadas en curso o potenciales. Intentando llevar adelante una dinámica de desarticulación pero buscando evitar que la misma genere rebeliones propagándose como un reguero de pólvora en una región actualmente muy interrelacionada.
Saben
muy bien que en muchos países de la región el remplazo de gobiernos
”progresistas” por otros abiertamente proimperialistas significa el
encumbramiento de camarillas enloquecidas que a corto plazo causarían
situaciones de caos que podrían desatar insurgencias peligrosas. Algunos
estrategas del Imperio creen poder neutralizar ese peligro con el propio caos,
desarrollando “guerras de cuarta generación” instalando distintas formas de
violencia social desestructurante combinadas con destrucciones
mediático-culturales y represiones selectivas, en ese sentido el modelo
mexicano es para ellos (por ahora) un paradigma interesante.
Por
ejemplo temen que un escenario de caos fascista en Venezuela derive en una
guerra popular que les obligaría a intervenir directamente en un conflicto
prolongado que sumado a sus guerras asiáticas lo conduciría a una sobre
extensión estratégica ingobernable. Es por ello que consideran imprescindible
obtener el apaciguamiento de la guerrilla colombiana potencial aliada
estratégica de una posible resistencia popular venezolana.
El
panorama es completado con el proceso de integración colonial de los países de
la llamada Alianza del Pacífico (México, Colombia, Perú y Chile). A ello se
suman los tratados de libre comercio de manera individual con países de América
Central y otros como Chile o Colombia y el viejo tratado entre Estados Unidos,
Canadá y México.
Integración
colonial y desarticulación, manipulación del caos y fortalecimiento de polos
represivos, Capriles más Peña Nieto, Ollanta Humala más Santos más bandas
narco-mafiosas... todo ello dentro de un contexto global de decadencia
sistémica donde el viejo orden unipolar declina sin ser remplazado por un nuevo
orden multipolar. Tentativa de control imperialista de América Latina sumergida
en el desorden del capitalismo mundial.
El
cerebro del imperio no logra superar los achaques de su cuerpo envejecido y
enfermo, los delirios se reproducen, las fugas hacia adelante se multiplican, evidentemente nos
encontramos en un momento histórico decisivo.
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