DÍA TRISTE
PARA LOS LATINOAMERICANOS.
Ha muerto Eduardo
Galeano.
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Presidentes
latinoamericanos y dirigentes políticos de toda América latina y representantes
de organismos de derechos humanos despidieron con afecto a Eduardo Galeano y
reconocieron la influencia de su obra en la literatura de la región. “Eduardo
Galeano, pensador clave de la Patria Grande, falleció hoy en Montevideo
#lasvenasabiertasdeamericalatina”, escribió la cuenta oficial de la Casa Rosada
en la red social Twitter para despedir al periodista y escritor. El gobierno
uruguayo de Tabaré Vázquez expresó “tristeza y dolor” por la muerte de su
compatriota y recordó a Galeano como “una personalidad que trascendió su
actividad, con una dimensión nacional e internacional”. El presidente
boliviano, Evo Morales, dijo a la prensa que con la muerte de Galeano, a quien
consideró un “hermano”, el mundo pierde “a un maestro de la descolonización y
la liberación de nuestros pueblos”.
Dilma Rousseff, presidenta
de Brasil, escribió en un comunicado que hoy “es un día triste para nosotros
los latinoamericanos” y consideró que la muerte de Galeano “es una gran pérdida
para todos los que luchamos por una América latina más inclusiva, justa y
solidaria”. “Hoy fallece un gran maestro de la Patria Grande: Eduardo Galeano,
escritor uruguayo y querido amigo. Las venas de América latina están abiertas
por tu partida, querido Eduardo!”, escribió en Twitter el presidente
ecuatoriano, Rafael Correa. El vicepresidente de Venezuela, Jorge Arreaza,
sostuvo que Galeano fue “digno, valiente, genial, escritor de los pueblos,
creador de conciencias, reescribidor de la historia”.
El ex presidente de
Uruguay José “Pepe” Mujica dijo que Galeano fue un hombre “intelectualmente
brillante” que se hizo a sí mismo y que va a reverdecer “en el canto
protestador de las nuevas generaciones cada vez que reclamen ante la injusticia
y el dolor”. “Va a seguir viviendo entre nosotros, en su literatura, en su
enfoque, en nuestra formación cultural y en lo que van a recoger las nuevas
generaciones que seguramente no lo conocieron”, explicó el veterano político.
Asimismo, recordó que el autor, un “amplísimo conocedor de la historia
latinoamericana”, era un autodidacta “que se fue puliendo a sí mismo” y
masificó una cultura de carácter social, histórico y una profundidad “difícil
de encontrar en un universitario formado con todos los títulos”.
El ex presidente
brasileño Luiz Inácio Lula da Silva lamentó la muerte de Galeano y expresó su
deseo de que la obra y el ejemplo del autor inspiren un futuro mejor para
América latina. “Que su obra y su ejemplo de lucha permanezcan como inspiración
para que podamos construir cada día un futuro mejor para América latina”, dijo
Lula en un comunicado. Quien fue el primer presidente de izquierda de Brasil
consideró que la obra de Galeano es “una referencia para todos aquellos que
luchan por una América latina más desarrollada, justa e integrada”.
En el ámbito local, el
Ministerio de Cultura expresó su profundo pesar por el fallecimiento de Galeano
y afirmó que el autor uruguayo será recordado como “un intelectual de la Patria
Grande comprometido con las causas de los olvidados y los desposeídos”. El
ministro de Defensa, Agustín Rossi, manifestó su “enorme tristeza por el
fallecimiento de Eduardo Galeano” y destacó que “sus palabras fueron
fundamentales para nuestra generación”. En tanto, el secretario general de la
Presidencia, Eduardo “Wado” de Pedro, expresó su “gran tristeza por la muerte
de Galeano” y agregó que “su gran obra, Las venas abiertas de América Latina,
seguirá inspirando a las generaciones futuras”.
El senador nacional Juan
Abal Medina consideró que Galeano fue “uno de los grandes pensadores de nuestra
América”, por lo que remarcó que “su palabra nos acompañará por siempre”. El
gobernador de Entre Ríos, Sergio Urribarri, escribió: “Eterno homenaje al
escritor que entró en las venas de nuestra América latina y luchó por el sueño
de la patria grande”. “Enorme tristeza por la muerte de Eduardo Galeano. Se nos
fue un imprescindible, que nos ayudó a entender la historia y el presente de
América latina”, fueron las palabras con las que lo despidió el secretario de
Asuntos Relativos a las Islas Malvinas, Daniel Filmus.
La
presidenta de Madres de Plaza de Mayo, Hebe de Bonafini, aseguró en una carta
dedicada al escritor: “Esta mañana me desperté con la noticia que, como nos
pasó a todos, nos deja sin respiración”. “Sólo quiero decirte –continúa el
texto– que ojalá que en todos los últimos momentos de tu vida te haya
acompañado ese pañuelo de las Madres, con la ternura con la que siempre lo
trataste, con las bellas cosas que vos dijiste de él. Ojalá te haya acompañado porque
seguro que te habrá dado fuerzas.” La emotiva carta de despedida finaliza:
“Como todo hombre que hace lo que vos hiciste, rescatar a los más pobres y a
los más desposeídos, no vas morir nunca. Te aseguro que vas a estar en la Plaza
(de Mayo) junto a todos los que allí nos acompañan cada jueves. ¡Hasta siempre,
Eduardo!”
EDUARDO
GALEANO: LA PLUMA Y LA VOZ DE AMÉRICA LATINA.
“El hijo de sus días”. A los 74 años,
murió ayer el escritor y periodista uruguayo.
*****
Sus libros acompañaron las pasiones políticas y
literarias de varias generaciones. Periodista de Página/12 desde sus comienzos,
el autor de Las venas abiertas de América Latina, Memoria del fuego y Los hijos
de los días fue un ejemplo de coherencia y militancia.
Silvina Friera.
Página /12 martes 14 de abril del 2015.
La
tristeza gotea finito en el Río de la Plata, como la lluvia sobre los corazones
de sus lectores que lo lloran y ya lo extrañan. Su voz inolvidable, modulada y
cautivante, tan latinoamericana como universal, fue la compañera de las
pasiones políticas y literarias de muchas generaciones. El escritor y
periodista uruguayo Eduardo Galeano, el hombre que escribía y hablaba como si
pintara las palabras, convencido de que cada sustantivo, adjetivo y verbo que utilizaba
podían acariciar el alma del otro, murió ayer a los 74 años en Montevideo, a
causa de un cáncer de pulmón. El duelo se extiende a lo largo y ancho del
mundo, comenzando por el mítico Café Brasilero, un boliche ubicado en la Ciudad
Vieja que era como el segundo hogar del autor de Las venas abiertas de América
latina, donde cada tarde se tomaba un café con Dios, el apellido de una
radiante andaluza de nombre Alba Marina que suele atender las mesas del bar.
“Cuando sea incapaz de pensar, sólo quiero que me ayuden a morir con dignidad
–expresó hace dos años en una entrevista–. ¿Qué es lo que yo le pediría al
tiempo? Eso, que me permita morir con dignidad.” El único consuelo que asoma en
el horizonte próximo son dos libros póstumos: Mujeres, una antología de sus
relatos, seleccionada por el propio Galeano, dedicados a personajes femeninos
–Sherezade, Teresa de Avila, Rigoberta Menchú, Marilyn Monroe y protagonistas
anónimas como las guerreras de la revolución mexicana o las luchadoras de la
Comuna de París–, que se publicará el 1° de mayo. El otro libro, aún sin fecha
de edición, lo llamó El cazador de historias, pero luego propuso otro título,
comenta Carlos Díaz de la editorial Siglo XXI a Página/12.
El peor pecado es
encasillar a un eximio narrador y cronista tan esquivo a los muros genéricos
como a las etiquetas. El mismo solía aclarar cómo se hizo escritor: “Había
nacido gritando gol, como todos los bebés uruguayos, y quiso jugar al fútbol.
Fue un mamarracho. / Después, quiso ser santo. Peor. / Intentó dibujar, y
pintar, pero nunca consiguió nada digno de ser mirado. / Cuando se convenció de
que era un inútil total, se hizo escritor. / Cada día camina por la costa de
Montevideo, donde nació y creció, y ella, la costa, lo camina, caminante
caminado, y en esos lentos ires y venires van y vienen las palabras que le
caminan adentro. / Lo grave es que las deja salir”. Su escritura periodística y
literaria, difíciles de escindir, están impregnadas de una profunda fe en la
condición humana. Eduardo Germán Hughes Galeano nació en Montevideo el 3 de
septiembre de 1940 en el seno de una familia de clase alta y católica de
ascendencia italiana, española, galesa y alemana. De su madre Licia Ester
Galeano Muñoz tomó prestado el apellido para firmar como periodista y escritor.
Cuando era chico fue muy creyente, muy místico. “Eso es como la borra en el
fondo del vaso del vino, te queda para siempre. No es una cosa que se va; se
transfigura, cambia de nombre. En el fondo, uno busca a Dios en los demás. O en
la naturaleza, entendida como una bella energía del mundo, que es a la vez
terrible y hermosa. ¿Dónde está aquel Dios que tuve de chico y un día se me
cayó por un agujerito del bolsillo y nunca más lo encontré? Después supe que lo
estaba llamando por otros nombres.” Superado el trance místico de la infancia,
irrumpió el adolescente que garabateaba dibujos y aspiraba a convertirse en una
suerte de Picasso rioplatense. Publicó sus primeras caricaturas para El Sol, un
semanario socialista de Uruguay, con el seudónimo de Gius. Su itinerario
periodístico empezó a principios de 1960 como editor del semanario Marcha y
luego como director del diario Época. Estuvo en Puerta de Hierro y conoció a
Juan Domingo Perón. Cuando el uruguayo le preguntó por qué no se mostraba en
público más seguido, Perón le contestó con una definición típica de la
picaresca peronista: “El prestigio de Dios está en que se hace ver muy poco”.
Al final de su exilio se sumó a la aventura de Página/12 desde el comienzo y la
acompañó hasta ayer, a lo largo de casi 28 años.
Tenía 31 años cuando
publicó su obra más famosa, Las venas abiertas de América Latina, en 1971, que
sería prohibida por las dictaduras militares de Uruguay, Brasil, Chile y
Argentina. “Uno siempre siente orgullo de sus hijos pero a veces los querés
agarrar del cuello –reflexionaba el autor uruguayo–. Para mí es una
satisfacción enorme haber escrito un libro que sobrevivió a más de una
generación y que sigue estando vigente, pero a la vez me genera una enorme
tristeza porque el mundo no ha cambiado nada. Para mí sería mejor que ese libro
estuviera en un museo de antropología junto a las momias egipcias, pero no es
así. La gente, no toda pero mucha, me identifica con ese libro y eso es como si
me invitaran a morir. Es como si no hubiese escrito nada más desde la década de
1970. Y no es así, después de eso escribí mucho y cambié mucho. Pero, bueno, es
un libro que corrió con distintas suertes: perdió el concurso de Casa de las
Américas, la primera edición nadie la compraba y así anduvo más de un año. Todo
hasta que la dictadura militar me hizo el inmenso favor de prohibirlo, y no hay
mejor publicidad que la prohibición.”
Muchos no olvidarán
cuando en la Cumbre de las Américas, en 2009, el entonces presidente venezolano
Hugo Chávez le regaló al presidente de Estados Unidos, Barack Obama, un
ejemplar de Las venas... Hay gestos que se traducen en una estampida
extraordinaria de ventas. En un solo día el libro saltó de la posición 60.280
de la lista de los títulos más vendidos en Amazon al décimo lugar. “Ni Obama ni
Chávez entenderían el texto –afirmó Galeano en la Segunda Bienal del Libro en
Brasilia, en abril del año pasado–. El (Chávez) se lo entregó a Obama con la
mejor intención del mundo, pero le regaló a Obama un libro en un idioma que él
no conoce. Entonces, fue un gesto generoso, pero un poco cruel.” Para asombro
de muchos de los periodistas que lo escuchaban, agregó que no sería capaz de
leer de nuevo su libro más emblemático. “Caería desmayado –confesó–. Para mí,
esa prosa de la izquierda tradicional es aburridísima. Mi físico no aguantaría.
Sería ingresado al hospital.”
El autor de la
monumental trilogía Memoria del fuego abrazaba con su mirada cristalina. “Tuve
la sensación, y además sentí, que las palabras pueden tener dedos, es decir,
que tocan a quien las lee y que esa relación casi física de la palabra con el
lector vibra con mucha intensidad. Esto lo siento cada vez que cruzo el charco
y me reencuentro con ese país que también siento que es mío”, dijo el escritor
sobre su relación con Argentina, un vínculo preludiado por la dictadura
uruguaya, que encarceló primero a Galeano y después lo obligó a exiliarse en
Buenos Aires, donde dirigió Crisis, una emblemática revista cultural y política
que llegó a vender 35 mil ejemplares. “Nosotros no sólo escribíamos para ser
leídos, también tratábamos de recoger las voces de la calle y de la realidad.
Mientras la revista duró sus 40 números, que por cierto dejaron una huella
dentro y fuera del país, lo logramos. Fue una experiencia exitosa porque
pudimos darles su espacio a las voces jamás escuchadas o rara vez escuchadas.
Por eso siempre digo que discrepo con mis buenos amigos de la Teología de la
Liberación cuando dicen que quieren ser la voz de los que no tienen voz. Eso no
es así. Todos tenemos voz y algo que decir, algo que merece ser escuchado,
celebrado o perdonado por los demás”, planteaba el escritor lo que significó la
experiencia de dirigir esa revista, entre mayo de 1973 y agosto de 1976, con un
equipo integrado por Juan Gelman y un listado de colaboradores de primerísima
línea: Haroldo Conti –”mi hermano del alma”, lo llamaba Galeano–, Raúl González
Tuñón, Jorge Luis Borges, Ernesto Sabato, Mario Benedetti, Ernesto Cardenal,
Julio Cortázar, Roberto Fernández Retamar y Miguel Briante, entre otros.
El terror de la
dictadura cívico-militar le pisó los talones en la Argentina. Su nombre
figuraba en las listas negras y decidió exiliarse en Cataluña, donde escribió
Días y noches de amor y de guerra, una crónica sobrecogedora del horror
político de mayo de 1975 a julio de 1977, Premio Casa de las Américas 1978. “A
veces, se me da por sentir que la alegría es un delito de alta traición, y que
soy culpable del privilegio de seguir vivo y libre –se lee en una parte de este
libro–. Entonces me hace bien recordar lo que dijo el cacique Huillca, en el
Perú, hablando ante las ruinas: ‘Aquí llegaron. Rompieron hasta las piedras.
Querían hacernos desaparecer. Pero no lo han conseguido, porque estamos vivos’.
Y pienso que Huillca tenía razón. Estar vivos: una pequeña victoria. Estar
vivos, o sea: capaces de alegría, a pesar de los adioses y los crímenes.”
Diez años de trabajo y
un total de mil páginas que abarcan toda la historia de América latina vista
desde el ojo de la cerradura. Esta podría ser una síntesis de la trilogía
Memoria del fuego, un audaz híbrido que mixtura elementos de la poesía, la
historia y el cuento, conformado por Los nacimientos (1982), Las caras y las
máscaras (1984) y El siglo del viento (1986), que recibiría el American Book
Award de la Universidad de Washington, además del premio otorgado por el
Ministerio de Cultura de Uruguay. Una obra indispensable que vale por el oro
que Colón no encontró en América. Esta trilogía funda lo que se podría
denominar un estilo “galeanesco” que se aceitaría en sus siguientes libros:
Patas arriba, Bocas del tiempo y Espejos. A Galeano se lo lee con pasión. No
hay otro modo de respirar esa prosa pulida, esa bellísima desnudez de sus
textos que cabalgan a rienda corta. Cada palabra tiene su peso, su sabor, su aroma
y su música. Volvió a Montevideo en 1985 y en octubre de ese año fundó la
revista Brecha.
El fútbol fue otra de
sus grandes pasiones. Se declaró “messiánico”, es decir, ferviente admirador y
fanático de Lionel Messi. Cuando era un botija, quería ser jugador de fútbol,
pero pronto descubrió que jugaba “muy bien mientras dormía”. En la mochila o la
biblioteca de un futbolero de estirpe no puede faltar El fútbol a sol y sombra,
publicado en 1995 y reeditado y actualizado hasta 2010, en una edición que incluye
el Mundial de Sudáfrica visto por el narrador uruguayo. En ese libro hay un
texto de Osvaldo Soriano que Galeano consideraba “la mejor página del libro”,
una carta que Soriano le escribió contándole un gol imaginario de José
Sanfilippo. “Ver jugar a (Lionel) Messi da placer”, subrayó Galeano. “Así como
(Diego) Maradona lleva la pelota atada al pie, Messi lleva la pelota dentro del
pie. Lo cual es un fenómeno físico inverosímil”. Parece que esta hipótesis
llegó hasta el jugador del Barcelona, que le mandó una camiseta de regalo.
Su obra, traducida a más
de veinte idiomas y publicada por Siglo XXI, está enhebrada a partir de un
puñado de obsesiones o “manchas temáticas”: el militarismo, el racismo, el
machismo y otros ismos. “Ignoramos la plenitud de la belleza que nos rodea
–alertó en una entrevista en 2012 cuando se publicó Los hijos de los días y se
presentó en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires–. Tenemos que
recuperar el arcoíris terrestre, que para mí es lo más importante de todo,
porque tiene muchos más fulgores y colores que el arcoíris celeste. El arcoíris
terrestre somos todos nosotros, los humanitos, un arcoíris mutilado por el
machismo, el elitismo o el militarismo, que hoy por hoy se refleja en un hecho
muy concreto: el mundo está destinando tres millones de dólares por minuto a la
industria militar, que es el nombre artístico de la industria de la muerte,
mientras que al mismo tiempo, por minuto, mueren de hambre o de alguna
enfermedad curable quince niños.”
En 2013 recibió tres
distinciones: el premio A. E. Havens Center Lifetime Contribution to Critical
Scholarship, de la Universidad de Wisconsin, Estados Unidos; fue condecorado
con la medalla Juana Azurduy de Padilla, la máxima distinción que otorga la
Universidad Andina Simón Bolívar, de Bolivia; y el Premio Alba de las Letras,
un reconocimiento que al escritor le confirmó que “lo que uno escribe puede ser
algo más que un desahogo solitario: palabras que se unen a otras escritas o
dichas por otras manos y otras bocas, en lugares muy diversos”. Además, le
otorgaron el premio José María Arguedas (Casa de las Américas de Cuba), la
medalla mexicana del Bicentenario de la Independencia; los premios italianos
Mare Nostrum, Pellegrino Artusi y Grinzane Cavour; el premio Stig Dagerman, de Suecia;
la medalla de oro del Círculo de Bellas Artes de Madrid. Fue elegido primer
Ciudadano Ilustre de los países del Mercosur y fue también el primer
galardonado con el premio Aloa, de los editores de Dinamarca, y el primero en
recibir el Cultural Freedom Prize, otorgado por la Fundación Lannan, en Estados
Unidos, entre otros. “Todos tenemos algún vidrio roto en el alma, que lastima y
hace sangrar, aunque sea un poquito. Entonces, al escribir, siento que puedo
sacar un poco de esos vidrios fuera de mí. Al ponerlos en un papel, ya no me
dañan. Ya no me hacen la vida imposible, sino que la multiplican, porque me
permiten entenderme mejor con los demás”, explicaba Galeano. “Creo que la
literatura es comunicación o no es nada. No escribo para mí, escribo para comunicarme
con otros, para llegar a otros que van a ser mis amigos, aunque no los conozca
todavía.”
El escritor uruguayo se
nutrió con los libros de aventuras de Emilio Salgari, se formó con la
literatura de Juan Carlos Onetti y en los cafés de Montevideo, donde había
narradores orales que eran “verdaderos maestros en el arte de contar una
historia, de tal manera que lo que se contaba volviera a ocurrir cuando era
narrado. Esta era una victoria sobre la muerte: el arte de la resurrección”.
Aunque Onetti tenía “fama de erizo”, de ser un tipo insoportable, fue
“cariñoso” con Galeano. “Quizá porque yo le aguantaba el vino: bebía unos vinos
de cirrosis instantánea, y yo era de los pocos que se lo aguantaba, aunque mi
hígado protestara a viva voz”, comentó en una de las entrevistas incluida en
Los días de Galeano, el programa que se emitió por canal Encuentro basado en su
libro Los hijos de los días y que Página/12 ofreció en dos DVD. “La Revolución
Cubana nació para ser diferente. Sometida a un acoso imperial incesante,
sobrevivió como pudo y no como quiso. Mucho se sacrificó ese pueblo, valiente y
generoso, para seguir estando de pie en un mundo lleno de agachados. Pero en el
duro camino que recorrió en tantos años, la revolución ha ido perdiendo el
viento de espontaneidad y de frescura que desde el principio la empujó. Lo digo
con dolor. Cuba duele”, escribió en la contratapa de este diario el 20 de abril
de 2003, un texto crítico que produjo un vendaval de opiniones cruzadas sobre
el fusilamiento de tres cubanos que intentaron secuestrar una lancha de
pasajeros que brindaba servicios en la bahía de La Habana. “No me arrepiento ni
de una coma de ese artículo –aseguró el uruguayo en una entrevista a la revista
Sudestada–. Yo creo en la solidaridad con la Revolución Cubana desde la
libertad de conciencia, no desde el deber de obediencia. O sea, yo no creo que
la solidaridad con un país, con una revolución, con una persona, se practique
desde la obligación de decir que sí. Desde el papagayismo, como diría don Simón
Rodríguez. Creo en la libertad de conciencia, creo que uno tiene no solamente
el derecho, también el deber de contradecir, de criticar, de dudar, de
coincidir con lo que se coincida pero también de decir no (...). La
profundización de la democracia en Cuba es un asunto de los cubanos y sólo de
los cubanos. Desde siempre creo que la autodeterminación de los pueblos es
sagrada. Buenas lluvias de piedras recibí, hace años, por defender la
autodeterminación en Hungría, Checoslovaquia, Polonia y Afganistán, cuando ese
sagrado derecho era avasallado en nombre del socialismo. Soy un hereje de larga
data. Siempre tuve líos. Son precios que se pagan. Es normal ¿no? Gracias a
eso, no me avergüenza la cara que cada mañana afeito ante el espejo.”
El último libro que
publicó en vida, Los hijos de los días, es una suerte de almanaque literario
con 366 historias breves, una para cada día del año, de un extremo a otro de
los siglos y del planeta. “Todos los días tienen alguna historia que contar,
que vale la pena escuchar. Yo creo, como los mayas, que somos hijos de los
días, y por lo tanto estamos hechos de átomos pero también de historias”,
señaló en una entrevista a Radar. En la entrada correspondiente al 27 de
febrero, llamada “También los bancos son mortales”, se lee: “En 1995 el Banco
Barings, el más antiguo de Inglaterra, cayó en bancarrota, este banco había
sido el brazo financiero del imperio británico. La independencia y la deuda
externa nacieron juntas en América latina. Todos nacimos debiendo”. En el
relato correspondiente al 9 de abril escribió: “En el año 2011, por segunda vez
la población de Islandia dijo no a las órdenes del Fondo Monetario
Internacional. El Fondo y la Unión Europea habían resuelto que los trescientos
veinte mil habitantes de Islandia debían hacerse cargo de la bancarrota de los
banqueros, y pagar sus deudas internacionales a doce mil euros por cabeza. Esta
socialización al revés fue rechazada en dos plebiscitos. –Esa deuda no es
nuestra deuda. ¿Por qué vamos a pagarla nosotros? En un mundo enloquecido por
la crisis financiera, la pequeña isla perdida en las aguas del norte nos dio, a
todos, una saludable lección de sentido común”. Una de las historias que más lo
impresionó, según reveló, fue una que le contó Marta Platía en Córdoba sobre un
muchacho asesinado por la dictadura militar que murió sin haber hecho nunca el
amor. “La escribí en siete líneas, pero fue fuerte la tentación de
palabrearla”, reconoció el escritor uruguayo emparentado con Gelman en su
flirteo con los neologismos.
“El compromiso social no
tiene nada que ver con las buenas intenciones. Toda obra de arte, toda
literatura que nos ayude a ver y a vernos tiene proyección social y está
comprometida aunque no lo sepa –declaró Galeano–. Se puede hablar en prosa sin
saberlo, como el personaje de Molière, y muchas veces ocurre que la literatura
nacida del compromiso político, que quiere dirigirse a los oprimidos del mundo,
no hace más que conversar con el espejo. Franz Kafka fue el escritor que más
profundamente retrató la tragedia del siglo XX, y él se hubiera reído si
alguien le hubiera hablado del compromiso político. En el fondo, yo creo que
ese compromiso, cuando es verdadero, no es más que un homenaje al mundito que
quiere nacer desde la barriga del mundo que padecemos.” Sus palabras tocaron el
cuerpo de miles de lectores. “No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y
fuegos chicos y fuegos de todos los colores –rubricó en uno de los textos de El
libro de los abrazos–. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento,
y gente de fuego loco que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos
bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tanta pasión que no
se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca se enciende.” Las palabras de
Galeano permanecerán en las playas de nuestra memoria como la espuma blanca que
queda en la orilla cuando el agua se retira.
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Producción: Oscar Ranzani, María Daniela
Yaccar y Emanuel Respighi.
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“Va a seguir viviendo en su literatura, en su
enfoque, en nuestra formación cultural”, dijo Pepe Mujica
EL
HIJO DE SUS DÍAS. ESOS PAPELITOS.
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Eduardo Aliverti
Galeano era un tipo tan
enormemente sencillo como lo que escribía. No sé por qué algunos le habían
hecho cierta fama de persona complicada, presa de su ego, algo despectivo.
Supongo que por envidia, como en tantos casos respecto de los grandes. Rescato
esa faceta de su personalidad, la sencillez, porque justamente no se encuentra
todos los días la coherencia entre cómo se piensa, cómo se dice y cómo se vive.
Tenía el raro mérito de hablar como se escribe, además. Hacerle una nota a
Galeano significaba que después no había que preocuparse por el tiempo que
llevaría la desgrabación. Su sintaxis oral era perfecta, sin una sola
muletilla, sin un solo cliché, y eso es un símbolo de convicciones muy
profundas, además del placer inconmensurable que es charlar con alguien que
habla así. Llevaba esos papelitos donde anotaba todo cuanto le era de interés.
Los tenía en los bolsillos del pantalón, arrugados. Papelitos de servilleta de
bar, de libretas, de cualquier cosa. Estaban transcriptos signos, palabras y
oraciones, que podían provenir de algo que acababa de ver desde el taxi, de un
dato tras encontrarse con una indígena a la orilla de un lago centroamericano,
de lo que se le ocurrió en el almuerzo. En esos papelitos, no me cabe la menor
duda, estaba el resumen de la sensibilidad social de Galeano. Y entre eso, su
capacidad de observación y el talento para transcribir, se encuentra el secreto
obvio de una obra monumental. No tenía una técnica específica para escribir,
quizá con la única excepción de las frases cortas. Una vez escuché decir que
sus palabras eran como cuchillos, porque siempre –siempre– tenían la propiedad
de atravesar al lector. Tal vez sea una definición algo cursi, pero es
indesmentible. Uno no encuentra oraciones de Galeano que lo dejen indiferente,
porque son todas de una precisión asombrosa en el logro del objetivo. Es el
escritor de las imágenes y los sonidos. Sus textos se ven y se oyen como pocos
o ninguno.
El
hijo de sus días. La ternura y la fuerza de las cosas.
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Horacio González *
Siempre
hemos leído a Galeano. Su lectura de fines de los sesenta en el Río de la
Plata, en Montevideo primero y después en Buenos Aires, generó un ámbito de
lectores muy vasto, que se caracterizaba por buscar en él explicaciones
asequibles y espectaculares de la sumisión o de la pobreza en América latina.
Tenía una escritura de divulgación muy contundente, llena de transparencias
ingeniosas, con alegorías que tenían un fuerte impacto juvenil y popular. Esto
originó una gran discusión literario-política respecto de cómo escribir los
asuntos vinculados con la emancipación latinoamericana. El dio una respuesta no
sólo en Las venas... sino también en los libros que le siguieron, a través de
microhistorias con un fuerte registro anecdótico, que no seguían pautas establecidas
de investigación –como se desarrollaban en ese momento en las ciencias
sociales–, pero que tenían asegurado el modo en que cierto público, en aquellos
años, recibía lo que podemos llamar un latinoamericanismo basado en la
parábola, en grandes y pequeñas anécdotas.
Tenía una fuerte
presencia en la lectura del momento. Al mismo tiempo, presentaba la Historia
como una mixtura permanente entre la fuerza de las cosas y la ternura con la
que había que encarar todo cambio social. En ese sentido, su escritura fue un
eco de la idea de ternura que tenía Guevara, conjugándola con la idea de la
lucha irreversible y contundente. Pero en su caso con una apuesta a un tipo de
vida intelectual donde muchas veces no se privó de criticar textos más
exigentes de la propia vida intelectual. Nunca cesó la polémica, ni cuando
escribió en Crisis, que fue una de sus grandes obras, en los años setenta en
Buenos Aires. Es la misma polémica que existe ahora: cómo escribir sobre los
asuntos públicos y cómo entusiasmar a los lectores en relación con las
carencias de nuestras sociedades. Encontró una forma alquímica muy efectiva.
Llegó, siempre, a grandes públicos, al tiempo que generaba cierto recelo en una
capa de intelectuales que veía la necesidad de escribir sin su orfebrería encantatoria.
Pertenece, dentro de la cultura rioplatense y específicamente dentro de la
uruguaya, a una enorme saga de la que también participó Benedetti, escritores
públicos con capacidad de generar una voz que fusiona con la vida popular al
mismo tiempo que transmite de una forma muy directa la necesidad de grandes
transformaciones y permite discernir el mundo de los enemigos, como el
imperialismo norteamericano. Fue muy habilidoso en contar la historia de
América latina, desde la conquista española hasta las multinacionales
norteamericanas. Todos debemos respetar su gran aventura intelectual. Esa veta
uruguaya, que representan escritores de vasto alcance popular, es la
contrapartida de lo que pueden haber sido Felisberto Hernández y Onetti.
Galeano representó el ala de los escritores rioplatenses, uruguayos, que
expulsaba de su escritura toda fórmula de misterio y enigma, mientras que
Hernández y Onetti eran los escritores de la metafísica rioplatense. Eso hace
de Uruguay un país muy interesante, literario, porque acoge esas dos alas, el
ala enigmática de la escritura y la de la transparencia militante. No diría, en
realidad, transparencia militante: diría que el mundo militante se esclarece a
través de escritores que gozan de facilidad comunicativa, como Galeano. Pero
muchas veces reclaman también a los grandes cultores de enigmas. Ante su muerte
todos tenemos que tener el tino de guardar estas polémicas que siguen
existiendo. Al mismo tiempo, tenemos que tener un profundo respeto. Porque él
hizo de su vida una cosechadora política y lírica de lectores.
*****
*
Sociólogo, ensayista, docente y director de la Biblioteca Nacional.
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