lunes, 8 de septiembre de 2025

DEPENDEMOS DE NOSOTROS MISMOS, por Alberto Vergara.

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“DEPENDEMOS DE NOSOTROS MISMOS” expresa clara y taxativamente Alberto Vergara, en su presente artículo en el Diario la República. Losa procesos de elecciones democráticas a las que hace referencia en América latina. Guatemala, Brasil y en nuestro propio país, 2021,  constituyen acontecimientos políticos que nos presentan como esta la Democracia en América Latina y en estos tres casos particulares, como desde el exterior unas veces y otras en el interior de cada país, se presentaron los movimientos sociales y políticos que defendieron la Democracia, sin embargo, la propia debilidad del sistema y como va avanzando la CORRUPCIÓN en el proceso de demolición  y el propio envenenamiento de las Instituciones, al final NO encontramos un proceso que se mantenga con sus propia fortaleza Institucional, porque hoy “son miles de factores internos e internos” que van socavando las estructuras del sistema Democrático. Hasta el momento, se ha logrado mantener en “Vida Institucional” al sistema Democrático, pero “con miles” de problemas internos, que cada día lo van destruyendo y devorando, y llegar al punto de expresar: “Esto ya no es Democracia”.



Porque en el siguiente “proceso electoral del año 2026, se manifiesta clara y de manera contundente ¡QUE DEPENDEMOS DE NOSOTROS MISMOS”! Es lógico llegar a esa primera y gran conclusión. 43 “partidos políticos presentes en el siguiente proceso electoral, disputaran la presidencia, el Senado y Diputados. Modestamente para nosotros NO son Partidos Políticos. En nuestro país, hace más de 30 años NO hay Política. Lo que existe son, como se decía hace unos años “VIENTRES DE ALQUILER” y hoy tienen el “elegante” nombre de “QUIOSCOS de VENTA y SORTEO” de “ENTRADAS” para una “GRAN RIFA NACIONAL” Llamada “Elecciones Nacionales” Pero con 43 “partidos políticos”. Nunca se ha visto esta crisis y destrucción de la política. PRIMERO. Ninguno de los llamados partidos políticos hoy. “los viejos partidos políticos del siglo XX”, todos ellos “descansan en la paz eterna” victimas de la Corrupción, fueron sepultados, mediante el envenenamiento de sus dirigentes y de la propia clase política. SEGUNDO, ninguno de los 43 actuales tiene un PROGRAMA DE GOBIERNO PARA EL PERÚ EN EL SIGLO XXI. Solo palabras, más palabras, ofrecimientos, engaños, y todos cruzados en toda su estructura de que NO es POLÍTICA, sino es un GRAN NEGOCIO, para ello cada uno tiene SU Empresario, Propietario, Amo, Dueño, Inversionista. Todos los tenemos a la vista. Tos los días son denunciados como han hecho de la Política y del Perú un “GRAN NEGOCIO” LA CORRUPCIÓN es su Gran camino hacia la conquista del Gobierno y sus Instituciones.

Finalmente, por ahora, vemos como se ha destruido la DEMOCRACIA desde un Pacto CORRUPTO -. UNA MAFIA GOBERNANTE que solo piensa, trabaja y actúa en relación a como defiende y protege los “grandes intereses de sus patrones y amos, así como de los Grupos de Poder Económico, que, sin duda alguna, están profundamente relacionados con cada uno de estos NEGOCIOS de la POLÍTICA. Así como vamos, en próximo año en verdad dependemos de nosotros mismos. Si no reaccionamos a tiempo de lo que hoy esta sucediendo en nuestro país, y en verdad llamamos a las cosas con su Nombre Verdadero, definitivamente, seremos cómplices de entrar en “seudo proceso electoral”, que al final no es más que una GRAN RIFA NACIONAL” de como se van a repartir el Perú y como se irán entregando, vendiendo, negociando nuestros Recursos nacionales en un País de inmensa RIQUESA NATURAL, pero de una de la más más grandes y profundas POBRERAS Y HAMBRE A NIVEL DE NUESTRO CONTINENTE, y como siempre con una “Clase política más corrupta de América latina”.

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DEPENDEMOS DE NOSOTROS MISMOS,

por Alberto Vergara.

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Estábamos en casa de brazos cruzados viendo si los cavernarios se robaban la elección. No pudieron. Pero el próximo año la cancha estará rayada de otra manera. Dependemos de nosotros mismos. 

Por Alberto Vergara. Politólogo.

Fuente. La República domingo 7 de septiembre del 2025.

 

"Esta gran transformación no ha venido de un intervencionismo occidental que les da sermones sobre cómo vivir o gobernarse". Donald Trump en Arabia Saudita.

Seguramente han escuchado el lugar común de los futbolistas: dependemos de nosotros mismos. Con esto refieren a que, para campeonar, clasificar o conseguir algún logro, no importan los resultados que consigan sus rivales; si ellos suman los puntos que tienen a mano, lograrán el objetivo. Dependen de sí mismos.

En materia democrática los países latinoamericanos también hemos pasado a depender de nosotros mismos. Esto es, la influencia en favor de la democracia que solía ejercer la arena internacional –y, en especial, los Estados Unidosha languidecido hasta casi desparecer. De aquí en adelante, vamos a depender de nosotros mismos. Y si la frase en boca de los futbolistas convoca la posibilidad del optimismo, al enunciarla respecto de la democracia la expresión segrega incertidumbre y preocupación.

Desde hace alrededor de 4 décadas la influencia internacional fue hegemónicamente prodemocracia. A finales de los años setenta, tanto los Estados Unidos como el Vaticano viraron hacia posturas favorables a la democracia y los derechos humanos. La administración de Jimmy Carter y el pontificado de Juan Pablo II fueron clave para alentar la democratización de los países latinoamericanos y también los de la órbita comunista. Se inauguraba la breve edad de oro del liberalismo global que Fukuyama coronó con un argumento optimista que se volvería omnipresente: la democracia y la economía de mercado ya no tenían rivales ideológicos y ahora nos aguardaba su global expansión. (Por cierto, cuan crítica sería la situación peruana a inicios de los noventa, que Fukuyama se permitió advertir que había con países en condiciones tan críticas, como el Perú, que su argumento optimista no aplicaba para ellos).   



Ya entrados en los noventa, se hizo evidente que las democracias latinoamericanas tenían muchos problemas para proporcionar bienestar, construir clases medias o asegurar un acceso universal a derechos civiles y sociales. Si a inicios de los ochenta el presidente argentino Raúl Alfonsín había dicho para la posteridad que con la democracia se come, se educa y se cura, para los años 2000 el continente ajustó sus expectativas y lo que resultaba digno de celebrar era que, con la democracia, al menos, se vota.

Y cada vez se hizo más evidente que la democracia no seguía a flote por el compromiso democrático de nuestros políticos, por la profundización de la participación ciudadana ni tampoco por ser un sistema capaz de entregar resultados materiales. Más bien, los países incubaban sus propios impulsos antidemocráticos, muchas veces en forma de populismos.

Así, se hizo consenso entre los politólogos que si las democracias sobrevivían era en gran medida porque las fuerzas internacionales imponían costos muy altos a cualquier aventura autocrática. Y, a su vez, toda una red de actores e instituciones transnacionales, tendían a fortalecer a los actores democráticos locales, muchas veces bastante más allá de sus fortalezas electorales. Solo basta recordar que el Lugar de la memoria en el Perú se hizo gracias a una donación alemana y a que una carta de Mario Vargas Llosa torció la resistencia del gobierno de García.

Las ventajas democráticas de las conexiones internacionales también se hacían evidentes al indagar por qué algunos regímenes semi-autoritarios a veces se democratizaban y otras veces se convertían en plenamente autoritarios. En el análisis clásico sobre la cuestión, Steven Levitsky y Lucan Way establecieron que la diferencia estribaba, sobre todo, en la densidad de los vínculos que poseyeran los países con occidente. En términos generales, quienes tenían más relaciones económicas y políticas, sociales y fronterizas, con Estados Unidos y Europa contaban con más probabilidades de regresar a la democracia.



Ahora bien, no hay que engañarnos inventando una era de homogénea libertad y democracia. En América Latina, se construyeron regímenes autoritarios aun contra las presiones internacionales más vastas. Juan Guaidó, fue reconocido como presidente de Venezuela por sesenta países, se impusieron sanciones de todo tipo contra el régimen de Chávez y Maduro y, sin embargo, una vez que este decidió pagar el precio internacional del ostracismo (retirándose de la corte de San José, por ejemplo) así como el de reprimir indiscriminadamente, no hubo quien los hiciera tambalear.  

Y lo mismo ocurrió con el régimen autocrático de Daniel Ortega y Rosario Murillo. Abrazaron los costos de aislarse internacionalmente y de masacrar localmente (alrededor de 300 personas fueron asesinadas en 2018 por fuerzas asociadas al gobierno) y no hubo comunicado ni sanción internacional que los hiciera retroceder.

Entonces, no se trata de decir que el orden liberal estableció el liberalismo urbi et orbi. Aun así, en términos generales, las presiones internacionales fueron clave para sostener la democracia en muchos países. Al menos tres casos recientes son importantes de reseñar.

En primer lugar, el Brasil. El presidente Jair Bolsonaro había comenzado una campaña para eventualmente desconocer los resultados electorales si es que perdía las elecciones de 2022. Atacó a las instituciones electorales, aseguró que el voto electrónico no era de fiar y hasta organizó una reunión en Brasilia con 70 embajadores y repitió un guion que todo el mundo decodificó correctamente como el inicio del camino hacia la subversión del orden constitucional. De hecho, Bolsonaro solía repetir a sus partidarios que no se preocuparan, que los militares estaban con ellos.

El gobierno de Joe Biden armó una campaña de influencia sobre actores clave del Brasil. En un mismo año visitaron el Brasil el secretario de defensa, el director de la CIA y el asesor de seguridad nacional para la presidencia. El objetivo principal fue asustar a los militares y amenazarlos con sanciones sin decidían seguir la vía golpista. A la postre, Bolsonaro debió conceder su derrota frente a Lula.  Fue clave que las instituciones brasileñas fuesen sólidas, pero también que EE. UU disuadiera a los actores que coqueteaban con el golpismo.

Un segundo caso relevante es el de Guatemala y las elecciones presidenciales en 2023. Eran unas elecciones que no cumplían con los estándares democráticos. El pacto en el poder (que los guatemaltecos llamaban el pacto de corruptos) eliminó a varios candidatos presidenciales. Sin embargo, en un escenario fragmentado y volátil, no anularon la candidatura de Bernardo Arévalo y acabó sorpresivamente en segunda vuelta. Desde ese momento, la fiscalía y los grupos en el congreso trataron de descalificar a Arévalo y a su partido. La Corte Constitucional ordenó al Tribunal Supremo Electoral suspender la oficialización de los resultados, e incluso se intentó descarrilar la juramentación de Arévalo debía el día que asumió la presidencia.



Al final, sin embargo, dos fuerzas fueron cruciales para impedir que el pacto se cargase a la democracia. De un lado, el movimiento indígena guatemalteco acampó por semanas en la capital defendiendo el resultado electoral. De otro lado, la OEA, la Unión Europea y, sobre todo, el gobierno de Joe Biden, fueron efectivos en disuadir el zarpazo final por parte del pacto. 

El tercer caso es el Perú en 2021. Cuando la derecha intentó robarse las elecciones con el embuste del fraude los respaldos más contundentes a las instituciones electorales peruanas no vinieron de la sociedad civil, empresarios, políticos, de los medios de comunicación y ni siquiera de la ciudadanía en términos generales. La única respuesta firme al fraudismo vino de la arena internacional. La Unión Europea, Canadá, el Reino Unido y el sistema de Naciones Unidas se alinearon con las declaraciones del departamento de Estado norteamericano según las cuales las elecciones habían sido "un modelo de democracia en la región, libres, justas, accesibles y pacíficas”. Y este respaldo fue vital para que el JNE rechace las impugnaciones truchas que presentó Fuerza Popular.

Pero ahora los tiempos cambiaron. Trump y su gobierno oscilarán entre el desinterés y el apoyo a los proyectos autoritarios. En las últimas semanas se ha inmiscuido directamente en el proceso político brasileño imponiendo sanciones económicas en defensa de su “amigo Bolsonaro”. Otro caso de cambio importante es El Salvador: el nuevo reporte del departamento de Estado de los EE. UU sobre este país ya no encuentra problemas en materia de democracia o derechos humanos (que, en cambio, sí encuentra en Alemania).

No solo ya no habrá apoyo a sectores democráticos, se viene el empujón a los autoritarios. Y a todo esto podemos agregar la influencia creciente de China, un país sin ningún interés en promover la democracia o los derechos humanos.

En resumen, la democracia en la región ha regresado a depender casi enteramente de factores nacionales, como la legitimidad del régimen, la autonomía de las instituciones, la responsabilidad democrática de los liderazgos políticos, empresariales y sociales; dependerá de que los países no caigan en polarizaciones tóxicas, del compromiso con la democracia de parte de la ciudadanía y también de factores económicos que, se sabe, ayudan o complican a las democracias como la diversificación de su economía o su PBI per cápita.

Si contrastamos los casos de Guatemala y Brasil con el Perú, está claro que nuestro país fue aquel en que la democracia dependió en mayor medida de la presión internacional. En el momento crítico del fraudismo, no tuvimos ni un movimiento indígena como en Guatemala, ni instituciones como las brasileñas. Estábamos en casa de brazos cruzados viendo si los cavernarios se robaban la elección. No pudieron. Pero el próximo año la cancha estará rayada de otra manera. Dependemos de nosotros mismos.

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