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“DEPENDEMOS DE NOSOTROS MISMOS” expresa clara y taxativamente Alberto Vergara, en su presente artículo en el Diario la República. Losa procesos de elecciones democráticas a las que hace referencia en América latina. Guatemala, Brasil y en nuestro propio país, 2021, constituyen acontecimientos políticos que nos presentan como esta la Democracia en América Latina y en estos tres casos particulares, como desde el exterior unas veces y otras en el interior de cada país, se presentaron los movimientos sociales y políticos que defendieron la Democracia, sin embargo, la propia debilidad del sistema y como va avanzando la CORRUPCIÓN en el proceso de demolición y el propio envenenamiento de las Instituciones, al final NO encontramos un proceso que se mantenga con sus propia fortaleza Institucional, porque hoy “son miles de factores internos e internos” que van socavando las estructuras del sistema Democrático. Hasta el momento, se ha logrado mantener en “Vida Institucional” al sistema Democrático, pero “con miles” de problemas internos, que cada día lo van destruyendo y devorando, y llegar al punto de expresar: “Esto ya no es Democracia”.
Porque en
el siguiente “proceso electoral del año 2026, se manifiesta clara y de manera contundente ¡QUE DEPENDEMOS DE NOSOTROS MISMOS”! Es
lógico llegar a esa primera y gran conclusión. 43 “partidos políticos presentes en el siguiente proceso electoral,
disputaran la presidencia, el Senado y Diputados. Modestamente para nosotros NO son Partidos Políticos. En
nuestro país, hace más de 30 años NO hay
Política. Lo que existe son,
como se decía hace unos años “VIENTRES
DE ALQUILER” y hoy tienen el “elegante”
nombre de “QUIOSCOS de VENTA y SORTEO” de “ENTRADAS” para una “GRAN RIFA NACIONAL” Llamada “Elecciones Nacionales” Pero con 43 “partidos
políticos”. Nunca se ha visto
esta crisis y destrucción de la
política. PRIMERO. Ninguno de los llamados partidos políticos
hoy. “los viejos partidos políticos del
siglo XX”, todos ellos “descansan en
la paz eterna” victimas de la Corrupción,
fueron sepultados, mediante el envenenamiento de sus
dirigentes y de la propia clase
política. SEGUNDO, ninguno de
los 43 actuales tiene un PROGRAMA DE GOBIERNO PARA EL PERÚ EN EL
SIGLO XXI. Solo palabras, más
palabras, ofrecimientos, engaños, y
todos cruzados en toda su estructura
de que NO es POLÍTICA, sino es
un GRAN NEGOCIO, para ello cada uno
tiene SU Empresario, Propietario, Amo,
Dueño, Inversionista. Todos los tenemos a la vista. Tos los días son denunciados como han hecho de la Política y del Perú un “GRAN NEGOCIO” LA CORRUPCIÓN es su Gran camino hacia la conquista del Gobierno
y sus Instituciones.
Finalmente,
por ahora, vemos como se ha
destruido la DEMOCRACIA desde un Pacto
CORRUPTO -. UNA MAFIA GOBERNANTE que
solo piensa, trabaja y actúa en relación a como defiende y protege los “grandes intereses de sus patrones y amos,
así como de los Grupos de Poder Económico, que, sin duda alguna, están profundamente relacionados con cada uno de
estos NEGOCIOS de la POLÍTICA. Así como vamos, en próximo año en verdad dependemos
de nosotros mismos. Si no reaccionamos a
tiempo de lo que hoy esta sucediendo en nuestro país, y en verdad llamamos a las cosas con su Nombre
Verdadero, definitivamente, seremos
cómplices de entrar en “seudo proceso electoral”, que al final no es más
que una GRAN RIFA NACIONAL” de como
se van a repartir el Perú y como se
irán entregando, vendiendo, negociando nuestros
Recursos nacionales en un País de
inmensa RIQUESA NATURAL, pero de una de la más más grandes y profundas POBRERAS Y HAMBRE A NIVEL DE NUESTRO CONTINENTE, y como siempre con una “Clase
política más corrupta de América latina”.
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DEPENDEMOS DE NOSOTROS MISMOS,
por
Alberto Vergara.
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Estábamos en casa de brazos cruzados viendo si los
cavernarios se robaban la elección. No pudieron. Pero el próximo año la cancha estará rayada
de otra manera. Dependemos de nosotros mismos.
Por Alberto Vergara. Politólogo.
Fuente. La República domingo 7 de septiembre del
2025.
"Esta gran transformación no ha
venido de un intervencionismo occidental que les da sermones sobre cómo
vivir o gobernarse". Donald
Trump en Arabia Saudita.
Seguramente han escuchado el lugar común de los
futbolistas: dependemos de nosotros mismos. Con esto refieren a que, para campeonar, clasificar o conseguir algún logro, no importan los resultados que
consigan sus rivales; si ellos suman los puntos que tienen a mano, lograrán el
objetivo. Dependen de sí mismos.
En materia democrática los
países latinoamericanos también
hemos pasado a depender de nosotros
mismos. Esto es, la influencia en
favor de la democracia que solía ejercer la arena internacional
–y, en especial, los Estados Unidos—
ha languidecido hasta casi desparecer. De
aquí en adelante, vamos a depender de nosotros mismos. Y si la frase en boca de los futbolistas convoca la posibilidad del
optimismo, al enunciarla
respecto de la democracia la expresión
segrega incertidumbre y preocupación.
Desde hace alrededor de 4 décadas la influencia internacional fue hegemónicamente prodemocracia. A finales de los años setenta, tanto los Estados Unidos como el Vaticano viraron hacia posturas favorables a la democracia y los derechos humanos. La administración de Jimmy Carter y el pontificado de Juan Pablo II fueron clave para alentar la democratización de los países latinoamericanos y también los de la órbita comunista. Se inauguraba la breve edad de oro del liberalismo global que Fukuyama coronó con un argumento optimista que se volvería omnipresente: la democracia y la economía de mercado ya no tenían rivales ideológicos y ahora nos aguardaba su global expansión. (Por cierto, cuan crítica sería la situación peruana a inicios de los noventa, que Fukuyama se permitió advertir que había con países en condiciones tan críticas, como el Perú, que su argumento optimista no aplicaba para ellos).
Ya
entrados en los noventa,
se hizo evidente que las democracias latinoamericanas tenían muchos problemas para proporcionar
bienestar, construir clases medias o asegurar un acceso universal a derechos civiles y
sociales. Si a inicios de los
ochenta el presidente argentino Raúl
Alfonsín había dicho para la posteridad que con la democracia se come, se educa y se cura,
para los años 2000 el continente
ajustó sus expectativas y lo que resultaba digno de celebrar era que,
con la democracia, al menos, se vota.
Y
cada vez se hizo más evidente que la democracia no
seguía a flote por el compromiso
democrático de nuestros políticos,
por la profundización de la participación ciudadana ni tampoco por ser un sistema capaz de entregar resultados materiales. Más
bien, los países incubaban sus
propios impulsos antidemocráticos,
muchas veces en forma de populismos.
Así, se hizo consenso entre los politólogos que si las democracias sobrevivían era
en gran medida porque las fuerzas
internacionales imponían costos muy
altos a cualquier aventura
autocrática. Y, a su vez, toda una
red de actores e instituciones transnacionales, tendían a fortalecer a los actores democráticos
locales, muchas veces bastante más
allá de sus fortalezas electorales.
Solo basta recordar que el Lugar de la memoria en el Perú se hizo gracias
a una donación alemana y a que una carta de Mario Vargas Llosa torció la
resistencia del gobierno de García.
Las
ventajas democráticas de
las conexiones internacionales también se hacían evidentes al indagar
por qué algunos regímenes semi-autoritarios
a veces se democratizaban y
otras veces se convertían en
plenamente autoritarios. En
el análisis clásico sobre la cuestión, Steven
Levitsky y Lucan Way establecieron que la diferencia estribaba, sobre todo, en la densidad de los vínculos que poseyeran los países con occidente. En términos
generales, quienes tenían más
relaciones económicas y políticas, sociales y fronterizas, con Estados Unidos y Europa contaban con
más probabilidades de regresar a la
democracia.
Ahora
bien, no
hay que engañarnos inventando una era de homogénea libertad y democracia. En América Latina, se construyeron regímenes autoritarios aun contra las presiones internacionales más vastas. Juan Guaidó, fue reconocido
como presidente de Venezuela por sesenta países, se impusieron sanciones de todo tipo contra el régimen
de Chávez y Maduro y, sin embargo, una vez que este decidió pagar el precio internacional del ostracismo (retirándose de la corte de San José, por
ejemplo) así como el de reprimir
indiscriminadamente, no hubo quien
los hiciera tambalear.
Y
lo mismo ocurrió con
el régimen autocrático de Daniel Ortega y Rosario Murillo. Abrazaron
los costos de aislarse internacionalmente y de masacrar localmente (alrededor de 300 personas fueron asesinadas en 2018 por fuerzas asociadas al
gobierno) y no hubo comunicado ni sanción internacional que los hiciera
retroceder.
Entonces, no
se trata de decir que el orden
liberal estableció el liberalismo
urbi et orbi. Aun así, en términos
generales, las presiones
internacionales fueron clave para
sostener la democracia en
muchos países. Al menos tres casos
recientes son importantes de reseñar.
En
primer lugar, el Brasil.
El presidente Jair Bolsonaro había
comenzado una campaña para eventualmente desconocer los resultados electorales si es que perdía las elecciones de 2022. Atacó a las instituciones electorales, aseguró que el voto electrónico no era de fiar y hasta organizó una reunión en Brasilia con 70 embajadores y repitió un guion que todo el mundo decodificó
correctamente como el inicio del
camino hacia la subversión del orden
constitucional. De hecho, Bolsonaro
solía repetir a sus partidarios que
no se preocuparan, que los militares
estaban con ellos.
El
gobierno de Joe Biden armó una campaña de influencia sobre actores
clave del Brasil. En un mismo año
visitaron el Brasil el secretario de defensa, el director de la CIA y el asesor de seguridad nacional para la presidencia.
El objetivo principal fue asustar a
los militares y amenazarlos con sanciones sin decidían seguir la vía golpista.
A la postre, Bolsonaro debió conceder su derrota frente a Lula. Fue clave que las instituciones
brasileñas fuesen sólidas, pero también que EE. UU disuadiera a los actores que coqueteaban con el golpismo.
Un
segundo caso relevante
es el de Guatemala y las elecciones
presidenciales en 2023. Eran unas elecciones
que no cumplían con los estándares
democráticos. El pacto en el poder
(que los guatemaltecos llamaban el
pacto de corruptos) eliminó a varios candidatos presidenciales.
Sin embargo, en un escenario
fragmentado y volátil, no
anularon la candidatura de Bernardo Arévalo y acabó sorpresivamente en segunda vuelta. Desde ese momento,
la fiscalía y los grupos en el
congreso trataron de descalificar a
Arévalo y a su partido. La Corte
Constitucional ordenó al Tribunal
Supremo Electoral suspender la
oficialización de los resultados, e incluso se intentó descarrilar la juramentación de Arévalo debía el día que asumió la presidencia.
Al
final, sin embargo, dos fuerzas fueron cruciales para
impedir que el pacto se cargase a la
democracia. De un lado, el
movimiento indígena guatemalteco acampó por
semanas en la capital
defendiendo el resultado electoral. De otro lado, la OEA, la Unión Europea y,
sobre todo, el gobierno de Joe Biden,
fueron efectivos en disuadir el zarpazo final por parte del pacto.
El
tercer caso es el Perú en 2021. Cuando la derecha
intentó robarse las elecciones con el embuste del fraude los respaldos más contundentes a las
instituciones electorales peruanas
no vinieron de la sociedad civil,
empresarios, políticos, de los medios
de comunicación y ni siquiera de la
ciudadanía en términos generales. La única
respuesta firme al fraudismo vino de
la arena internacional.
La Unión Europea, Canadá, el Reino Unido
y el sistema de Naciones Unidas se alinearon con las declaraciones del departamento de Estado norteamericano según las
cuales las elecciones habían sido "un modelo de democracia en la región,
libres, justas, accesibles y pacíficas”. Y este respaldo fue vital para que el JNE rechace las impugnaciones truchas
que presentó Fuerza Popular.
Pero
ahora los tiempos cambiaron. Trump y su gobierno oscilarán
entre el desinterés y el apoyo a los proyectos autoritarios. En
las últimas semanas se ha inmiscuido
directamente en el proceso político
brasileño imponiendo sanciones
económicas en defensa de su “amigo
Bolsonaro”. Otro caso de cambio
importante es El Salvador: el nuevo reporte del departamento de
Estado de los EE. UU sobre este país ya no encuentra problemas en
materia de democracia o derechos humanos (que, en cambio, sí encuentra en Alemania).
No
solo ya no habrá apoyo
a sectores democráticos, se viene el
empujón a los autoritarios. Y a todo
esto podemos agregar la influencia creciente de China, un país sin ningún interés en promover la democracia o los derechos
humanos.
En
resumen, la democracia en la región ha regresado a
depender casi enteramente de factores
nacionales, como la legitimidad del
régimen, la autonomía de las
instituciones, la responsabilidad
democrática de los liderazgos
políticos, empresariales y sociales;
dependerá de que los países no caigan
en polarizaciones tóxicas, del compromiso con la democracia de parte de la ciudadanía y también de factores económicos que, se sabe, ayudan o complican a las democracias como la diversificación de su economía o su PBI per cápita.
Si
contrastamos los
casos de Guatemala y Brasil con el Perú,
está claro que nuestro país fue aquel
en que la democracia dependió
en mayor medida de la presión internacional. En el momento crítico del fraudismo, no tuvimos ni
un movimiento indígena como
en Guatemala, ni instituciones como las
brasileñas. Estábamos en casa de brazos cruzados viendo si los cavernarios
se robaban la elección. No pudieron.
Pero
el próximo año la cancha estará rayada de otra manera. Dependemos de
nosotros mismos.
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