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“A
los electores de Roy Gilchrist se les cumplió el proverbio: una cosa es invocar al diablo y otra tenerlo al frente. Podría parecer
una malhumorada sentencia, pero no es así. Este jazzman apenas
indica significado y significante de esta cuestionada elección presidencial. Por qué no, es solo un episodio más de las narrativas cotidianas de barrio adentro,
mientras se acumula energía comunitaria
para reponer la consumida en episodios colectivos, familiares e
individuales. El poder popular parecería que es más simbólico que real, por la pasividad frente a los devastadores impactos
de negación de derechos constitucionales.
Mejor explicado y precisado:
la pérdida continua de la república.
O res-publica. Aquello que es público o del pueblo. El grupo plutocrático mandante está instalando una falsa república
mediante un crudo invierno de mentiras.
O solo es una irrealidad política
para empobrecer aquello que si es real: la verdad social trágica de las barriadas. Pero las angustias populares son colosales
plusvalías para la plutocracia y
por ahí mismo se va a las bodegas de
por allá. La geografía de
las guaridas monetarias. Así las llaman.
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ECUADOR. Dos solos de tambor.
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Por Juan Montaño Escobar | 18/09/2025 | Ecuador.
Fuentes
Revista Rebelión jueves 18 de septiembre del 2025.
Vengo
de andar
de
largo a largo,
más
de mis propios días,
porque
para llegar,
si
no me alcanzan,
voy
tomando prestadas las semanas.
(Dos
solos de tambor de Cuamé Baba), Antonio Preciado Bedoya
Primer solo de tambor
Por alguna vorágine de tiempo, ocurrió en Ecuador este descalabro político, este trastocamiento semántico, esta burundanga sentimental o quizás esta sublime pasión autodestructiva de una mayoría ciudadana. O es apoliticismo de noche mala. ¿Funcionó, acaso, la aversión a la política como indecible maldad divina? Hay un ‘sí’ blando. Blandito y culposo, porque en el reconcomio popular la verdad es una dolorosa estaca. Se explica el swing: se invirtió el deseo de la política habitual como concepto factual, antes como mejora gradual de las condiciones económicas y ahora mismo la ciudadanía ecuatoriana viviendo a la maldita sea. De moderado optimismo a desaforado pesimismo, volví a escuchar aquella frase dicha para nadie: “¡a esta pendejada no la salva nadie!” Mayoría absoluta en ciudades y poblaciones rurales son quienes esperan un día peor que el anterior.
Así está la caída anímica
popular. A los predicadores pentecostales del próximo fin del mundo te los
tropiezas en las esquinas, enarbolando
la biblia y seriedad en el rostro te dicen que ya fuimos advertidos en sus
páginas. O sea, están en su papayal de inconsciencia religiosa. Desacreditar la actividad política es
ejercicio de irracional desquite colectivo y cotidiano. Nihilismo puro y duro,
bien templado como los tambores de Kwame
Bamba. Cuando los derechos de la ciudadanía a la salud, al empleo o a la
tranquilidad social son perennes
calvarios, a pesar del dinero de la ecuatorianidad
acumulado en donde sea, sobran las palabras
precisas, del calibre grosero que sean, para formular preguntas necesarias
al gobernante. El Gobierno de Roy
Gilchrist diría que son disparates inaceptables en el “nuevo Ecuador”, mientras en las
calles de Guayaquil, Durán, Manta o Esmeraldas son disparos de los malhechores. Mejor dicho,
los disparos no son disparatados. Y causan víctimas fatales. Aquello no es
disparate. Suena a una fusión de alabao y blues.
Quizás
por eso hablar de producir bienestar social por la gestión política del Ejecutivo noboísta perturba hasta la excepcionalidad emocional. Hay
escasa credulidad, si acaso un alicaído “amanecerá
y veremos”. Barrio adentro, entre los cachimbeos
reales y simbólicos, la desesperanza
es espesa y pegajosa. Y hasta la izquierda
cimarrona pasa por horas bajas. O esa estúpida polarización le tiene
alelada el ánima respondona, que hace
unos años, llevó por calles, veredas, selvas y entidades gubernamentales
aquella importación semántica cojonuda
de seamos realistas: pidamos lo
imposible. Ahora es más imposible que antes, porque los combates sociales y políticos son cognitivos,
la ofensiva despótica es cultural (o semiótica) y la conflictividad es por la semántica de las clases sociales. En Ecuador, la plutocracia gobernante
logró imponer esa burundanga
sentimental paralizante. Una parte de la
ciudadanía está enfrascada discutiendo cuál es el sexo de los
ángeles y no el altísimo
desempleo o el vertiginoso empobrecimiento de las barriadas y parroquia rurales. Muy
válida la analogía.
La
izquierda consume neuronas
para rebajar o darle la vuelta a la polarización
mentecata, pero los resultados aún son magros. ¿Desconocimientos de tiempos y modos políticos y por aquello son
equivocadas estrategias para las contiendas? Sí, así es. No es posible
vencer ese torrente mediático ultra reaccionario
de intensa irreflexión social que reduce
la amplitud política a una sola
persona. Y se responde con respuestas
parecidas que para la subjetividad
popular ecuatoriana son mal
entendidas. Cuando no,
equivocadas. (De acuerdo, gente
de la RC[1], es más fácil odiar a uno en nombre de todas y todos. Y hasta facilita apedrear a una ideología híper personalizada).
La verdad verdadera (pleonasmo
imprescindible) de esta polarización,
en nuestro país, es entre progresismo y
conservadurismo, avances sociales o retrasos antisociales, empobrecimiento sin límites de una mayoría ciudadana o enriquecimiento desmedido de los grupos plutocráticos. O valga el convencionalismo, sin querer aportar a
la pretendida confusión actual, es
entre izquierda y derecha. ¿Cuál
izquierda? Sería una buena pregunta.
Para
la derecha ultra, a
la cual se aproxima jubilosa la
ecuatoriana, ya no hay rivalidad
política al estilo clásico, eso es el pasado, hoy la gozosa finalidad es conseguir la desaparición de la izquierda, así sea tibia, radical, romántica, palabrera o dialoguista. El ‘zurdos de m…’ de Javier Milei,
comunica en voz alta sentimientos
grupales asumidos de raíz. Valga la insistencia: la izquierda progresista y aliados no
tienen hasta ahora una estrategia
efectiva, para enfrentar las arremetidas
legales, propagandísticas y
cognitivas; pero es solo duda
aparente. La mía, por favor. En los
Estados Unidos hay aquello que llaman
deep state, acá parecería que hay
algo parecido, aunque funciona como capitalismo angurriento. A falta de un adjetivo más preciso este lo vale
y con algo adicional, para apresurar la acumulación económica
piden, por favor, que EE
UU colonice nuestros países. Diablos,
en esta jam session no exageramos. Nunca
jamás. (Aquí yace Ecuador 1830-2030. ¿Está escrito este
epitafio?). ¡Ja!
Segundo solo de tambor
Exacto,
en este momento, Ecuador
es una tragicomedia política
malinterpretada, con la peor puesta
en escena que ha sido posible, más
que por el libreto es por la gavilla
actoral derechosa ultra.
A veces la risa es mueca de amargura o
el disgusto se disimula con un chiste
agrio. (Esta idea proviene de un
taxista que escuchaba el tango Cambalache,
por su rostro malhumorado este
pasajero curioso no hizo esta pregunta obligatoria y definitoria: ¿escucha usted un análisis de la realidad
ecuatoriana?) Se viven episodios políticos
como chistes desangelados, unas malintencionadas acciones gubernamentales cambalachadas como beneficios populares, la desviación de la atención de la
ciudadanía con malvadas
consultas para establecer el sexo de los ángeles. Stop.
A qué seguir, si el caradurismo más soez
de esta derecha ultra es
aceptado con resignación religiosa
por amplios sectores de la ciudadanía.
El pesimismo, en este tiempo del nunca
jamás, es un componente falaz de
la ¿democracia? ecuatoriana. Y malea
la subjetividad popular. ¿Por cuánto tiempo? La respuesta les
corresponde a las izquierdas, sobre todo
aquella que come candela. El radicalismo es inevitable e
indispensable.
Este último capítulo de la historia política ecuatoriana (de la peor, no olvidar) no comenzó porque las matemáticas afectivas desfavorecieron a Guillermo Lasso. Estas verdades son narrativas de otros tiempos y parecía que no se volverían repetir. Precisión literaria inevitable: este tiempo político es realismo sucio del siglo XXI. Aquellos desesperados anhelos del banquero por colocar su retrato en la Casona del Barón de Carondelet fueron una broma pesadísima para el Ecuador. Ocurrió el asesinato de Fernando Villavicencio y el desequilibrio emocional de una parte del electorado favoreció la anticipación de D. Roy Gilchrist Noboa. Su primer deseo: Ahora Dejamos Nada (ADN), es un chiste, pero quién sabe, en estos días ya no lo parece.
A
los electores de Roy Gilchrist se les cumplió el
proverbio: una cosa es invocar al
diablo y otra tenerlo al frente. Podría parecer una malhumorada sentencia, pero no es así. Este jazzman apenas
indica significado y significante de esta cuestionada elección presidencial. Por qué no, es solo un episodio más de las narrativas cotidianas de barrio adentro,
mientras se acumula energía comunitaria
para reponer la consumida en episodios colectivos, familiares e
individuales. El poder popular parecería que es más simbólico que real, por la pasividad frente a los devastadores impactos
de negación de derechos constitucionales.
Mejor explicado y precisado:
la pérdida continua de la república.
O res-publica. Aquello que es público o del pueblo. El grupo plutocrático mandante está instalando una falsa república
mediante un crudo invierno de mentiras.
O solo es una irrealidad política
para empobrecer aquello que si es real: la verdad social trágica de las barriadas. Pero las angustias populares son colosales
plusvalías para la plutocracia y
por ahí mismo se va a las bodegas de
por allá. La geografía de
las guaridas monetarias. Así las llaman.
Este
laberinto temporal de las izquierdas ecuatorianas está llegando a su final. Redundancia necesaria: la salida es por izquierda. Y no solo como bien mayor. Más que los años de duración del mal son los cuerpos de millones de empobrecidos que ya no resisten pesadez y pesadilla. La
estrategia mayor y puntual es inventar
otra narrativa con los contenidos
emocionales favorables al posible vuelco impresionante. Están ahí los temas de las narrativas:
dificultades para satisfacer el
estómago, angustias por el familiar
enfermo, el desempleo sin esperanza porque las posibilidades dejan de serlo por el mangoneo del Gobierno y
de los bandidos. O sea, el infiernillo emocional. Mejor dicho, en la química del cabreo: catalizar el sentido común para rebeldizar
a la gente inconforme. Este sentido
común es la gestión del cimarronismo
individual a procesos colectivos revolucionarios. Amén.
Notas:
[1] Partido
de la Revolución Ciudadana. A mi juicio, odiosamente llamado correísmo.
No por reconocer cualquier mérito a Rafael
Correa Delgado y sí para sostener sus narrativas de odiosidades.
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