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“En
pocas palabras, debemos reconocer que Venezuela, igual que Cuba, está en guerra y que la unión del pueblo con su
gobierno y sus fuerzas armadas
fue la que hasta ahora erigió una formidable
barrera a las pretensiones del imperio, dispuesto a cometer cualquier crimen con tal de apoderarse
de la mayor reserva comprobada de petróleo del mundo que se encuentra
en la patria de Bolívar y de Chávez y a poner fin a la Revolución Cubana, ese faro ejemplar que ha dado muestras de una resiliencia
absolutamente excepcional, sin precedentes
en la historia universal. Para lograr estos dos objetivos Trump y sus compinches son capaces de
hacer cualquier cosa. Y si hasta ahora no lo hicieron es porque todavía está muy fresca la memoria de las derrotas experimentadas en Corea, en Vietnam, el Líbano, en Afganistán y en
Playa Girón. O la “victoria”
conseguida en Irak que a poco andar
se convirtió en una derrota política,
al igual que la más reciente en Siria,
donde Washington causó estupor y repulsa universal porque
luego de urdir la “primavera de colores”
que acabó con el “régimen” de Bashar al Ásad ungió como presidente de ese país a Al-Sharaa, un criminal serial
sobre cuya cabeza reposaba una recompensa
de diez millones de dólares por ser
el líder del grupo terrorista
islámico Hayat Tahrir al-Sham (HTS). Y saben en la Casa Blanca que
si escalan la agresión en contra de Cuba
y Venezuela un tsunami antiestadounidense
recorrerá toda Latinoamérica y
probablemente también el Sur Global,
donde hay actores muy poderosos que
desean importar el petróleo venezolano.
Un nuevo tsunami que tal como ocurriera a comienzos de siglo culminó con la derrota del ALCA, el gran proyecto que los expertos
y analistas del imperio habían
elaborado para todo el siglo veintiuno.
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LAS
GUERRAS DEL IMPERIO EN LATINOAMÉRICA Y EL CARIBE.
*****
Por Atilio A. Boron | 18/09/2025 | América Latina y Caribe, EE.UU.
Atilio A. Boron. Politólogo y Dr. en Ciencias Sociales.
Maestro Universitario.
Fuentes.
Revista Rebelión jueves 18 de septiembre del 2025.
Fuentes: Página/12
El
título de esta nota puede inducir a creer que el objeto de estas breves líneas será recordar las
numerosas aventuras militares del imperialismo norteamericano en Nuestra América, sobre todo en Centroamérica y el Caribe, “la tercera
frontera imperial” como felizmente la definiera el profesor y ex presidente
de la República Dominicana Juan Bosch.
Pero no: nuestro propósito es examinar las guerras actuales del imperialismo,
las que al día de hoy se libran en contra de Cuba y Venezuela. Pese a que la Cumbre de la CELAC 2014 declaró a Nuestra América como Zona de Paz, lo cierto es que los países
arriba nombrados son víctimas de una guerra no declarada pero no por ello menos
perjudicial.
Los
cambios en “el arte de la guerra” a lo largo de las últimas décadas han tenido como una de sus consecuencias
invisibilizar el enorme daño que hoy se puede infligir a las poblaciones
agredidas y ocultar, al menos
parcialmente, la responsabilidad criminal que le cabe al país agresor. En
los casos que nos ocupan, Estados Unidos
es quien, sin mediar una declaración formal de guerra, que requeriría una ley del Congreso de ese país, lleva
más de sesenta años haciéndole la guerra a Cuba,
con total impunidad, y diez años a Venezuela.
El
caso venezolano se distingue del cubano porque existe una Orden Ejecutiva firmada el 9 de marzo del 2015 por el entonces presidente Barack Obama mediante la cual se declaraba la “emergencia nacional” ante la
“amenaza inusual y extraordinaria que
la situación de Venezuela suponía para la seguridad nacional y la política
exterior de Estados Unidos.” Es difícil al re-leer estas líneas no pensar en la soberana ridiculez de dicha
Orden Ejecutiva. ¡La “seguridad
nacional” de la mayor potencia militar y financiera del planeta amenazada
por la Venezuela bolivariana!
El
pretexto, porque para
todo el imperio tiene un pretexto, fue
sancionar a siete funcionarios de
los organismos de seguridad del estado
venezolano que habían participado en el combate a las sangrientas “guarimbas” que asolaron al país entre febrero y mayo del 2014
y a los cuales se les acusaba de haber
incurrido en prácticas violatorias de los derechos humanos.
En
el caso cubano las medidas coercitivas unilaterales comenzaron poco después del triunfo de la Revolución cuando el presidente Dwight Eisenhower en enero de 1960 prohibió la exportación de todo
producto a Cuba (excepto alimentos y
medicinas) y redujo la cuota de
azúcar que la isla exportaba a Estados Unidos, afectando seriamente la economía cubana. En marzo de ese año
había autorizado a la CIA que organizara,
entrenara y equipase a emigrados cubanos
y otros mercenarios para organizar una invasión a Cuba con
el objeto de derrocar a Castro, cosa que infructuosamente se intentó en Abril de 1961 en Playa Girón. Pocos meses antes, el 3 de enero de 1961, Eisenhower había roto las relaciones diplomáticas con Cuba. La perversa
progresión del bloqueo en contra de Cuba es harto conocida tanto como
los efectos devastadores sobre la vida
económica, social y política de la isla. No existe ninguna experiencia en la historia universal,
repito: en la historia universal, de
un país o región que hubiese estado sometida por una gran potencia dominante a una agresión económica, comercial,
financiera, diplomática, cultural, mediática, deportiva y migratoria como la
que Cuba, con una dignidad y heroísmo ejemplares, viene resistiendo desde hace 65 años. Los problemas de la economía cubana son incomprensibles al margen de
las devastadoras consecuencias de
una guerra que se extiende por tantas
décadas
Con
la aceleración del curso declinante del imperio americano y ante
su creciente pérdida de influencia en
Asia, cada vez más girando en torno a los dos gigantes regionales: China y la India; con su tenue presencia
en el continente africano; el
debilitamiento irreversible de los países
europeos, reducidos a la condición
de dóciles sirvientes del amo imperial y sin gravitación siquiera en su
entorno geopolítico inmediato como Oriente Medio a lo cual hay que añadir
el inesperado renacimiento de Rusia
como actor global, Washington reorganiza
las prioridades de su agenda de política
exterior y vuelve sus ojos hacia Latinoamérica
y el Caribe, esa “retaguardia
estratégica” del imperio como la denominaran Fidel y el Che. En efecto, nuestra región es un fenomenal emporio de recursos naturales como lo definiera un venezolano ilustre y gran secretario general de la UNASUR, Alí
Rodríguez Araque. Y ante el cambio en la correlación mundial de fuerzas, en detrimento de Estados Unidos, Donald Trump alentado
por sus halcones -entre ellos el fiel lobista del sionismo, Marco Rubio-
ordena a su flota de mar patrullar el
Caribe meridional, acosar a pescadores venezolanos en sus aguas territoriales,
agredirlos e intimidarlos y, según
confesión propia, en un par de casos
asesinarlos fríamente luego de acusarlos,
sin aportar prueba alguna, de ser
narcotraficantes. Estas supuestas
narcolanchas pretendían lograr una verdadera
proeza náutica en un mar protegido
por unas cuarenta bases militares
estadounidenses amén de una
decena de navíos de guerra que se hallaban
patrullando la región, pese a lo
cual desafiantemente se dirigían con sus
pequeñas embarcaciones supuestamente cargadas
de cocaína y fentanilo con destino en las costas estadounidenses. La mentira es tan flagrante que la única
conclusión posible es que en su desesperación
Trump apela a cualquier
expediente, mintiendo sin escrúpulos e inclusive ejecutando a sangre fría a pescadores de atún en abierta violación de la legalidad de su país
que exige la detención de los supuestos delincuentes para ser llevados a juicio
y la incautación de su cargamento
para confirmar su naturaleza.
Se
trata, entonces, de
actos de agresión militar en una guerra
no declarada, pero guerra al fin. Actos que se inscriben en una larga lista de agresiones no militares pero letales que
Venezuela ha sufrido en esta larga
guerra que comienza con la infame
Orden Ejecutiva de Obama del 2015. Si el objetivo de una guerra convencional es destruir mediante el empleo de la fuerza las instalaciones militares, la infraestructura y desestructurar por
completo la vida económica del país agredido, en la guerra de quinta generación esos
objetivos se logran por otros medios:
medidas coercitivas unilaterales
(vulgo: “sanciones”) que producen gravísimos
daños en la economía, perjudicando
las relaciones comerciales con terceros países, desalentando inversiones en Venezuela y destruyendo la normalidad
de la vida económica al interior del país; también con atentados
mediante ciberataques a represas,
puentes, refinerías, abastecimiento de agua
y energía eléctrica y el desplome de las redes sociales y la Internet; con campañas de desinformación, satanización de las autoridades del país agredido (por ejemplo, inventando
una organización criminal, el Cartel de
los Soles, y diciendo que su jefe es el presidente Nicolás Maduro Moros); o con la organización y financiamiento de grupos criminales como las tristemente célebres “guarimbas” de 2014 y 2017 (o, en Oriente Medio, la banda criminal de los degolladores seriales del ISIS, según confesión de Hilary Clinton) y la creación de climas de terror y temor en la población.
En
pocas palabras, debemos reconocer que Venezuela,
igual que Cuba, está en guerra y que la unión del pueblo con su gobierno y sus fuerzas armadas fue la que hasta ahora erigió una formidable barrera a las pretensiones del imperio,
dispuesto a cometer cualquier crimen
con tal de apoderarse de la mayor reserva comprobada de petróleo del mundo
que se encuentra en la patria de Bolívar
y de Chávez y a poner fin a la Revolución
Cubana, ese faro ejemplar que ha dado
muestras de una resiliencia absolutamente excepcional, sin precedentes en la historia universal.
Para lograr estos dos objetivos Trump y
sus compinches son capaces de hacer cualquier cosa. Y si hasta ahora no lo
hicieron es porque todavía está muy
fresca la memoria de las derrotas
experimentadas en Corea, en Vietnam,
el Líbano, en Afganistán y en Playa Girón. O la “victoria” conseguida en Irak
que a poco andar se convirtió en una derrota
política, al igual que la más reciente en Siria, donde Washington
causó estupor y repulsa universal
porque luego de urdir la “primavera de
colores” que acabó con el “régimen” de Bashar al Ásad ungió como presidente
de ese país a Al-Sharaa, un criminal
serial sobre cuya cabeza reposaba una
recompensa de diez millones de
dólares por ser el líder del grupo
terrorista islámico Hayat Tahrir
al-Sham (HTS). Y saben en la Casa
Blanca que si escalan la agresión en contra
de Cuba y Venezuela un tsunami antiestadounidense recorrerá toda Latinoamérica y probablemente también
el Sur Global, donde hay actores muy poderosos que desean importar el petróleo venezolano. Un nuevo tsunami que tal como ocurriera a comienzos de siglo culminó con la derrota del ALCA, el gran proyecto que los expertos y analistas del imperio habían elaborado para todo el
siglo veintiuno.
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