“Pese
a una sensación bastante extendida de que lo social no es tan importante en el
mandato de Xi –que atribuye más transcendencia a otros factores
de proyección de poder- como lo fue en el de su antecesor Hu Jintao (la
“sociedad armoniosa”), la construcción de una sociedad acomodada se ha
convertido en palabra de orden con el objetivo 2020: duplicar el PIB per cápita en relación a 2010. Esto se presentó en
su día como una novedad radical en la planificación macroeconómica de China ya
que, por primera vez en décadas, la cuestión de los ingresos y su relación con
el crecimiento se ponían sobre el tapete. La tarea no es pequeña. En 2010, en
términos de PNB per cápita, China se hallaba en la posición 120 en el mundo. El
36% de la población vivía con menos de dos dólares diarios. China necesitará
unos 35 años para alcanzar el PIB per cápita de Japón (rondando los 40.000
dólares)”.
“Xi dirigió
su atención a la erradicación de la pobreza, la reducción de las desigualdades,
la situación ambiental, la reforma de las pensiones y la edad de jubilación,
etc. Pero el asunto mayor es la gestión de la nueva ola urbanizadora y la
reforma del registro de residencia o hukou. En 2011, el 50% de la población
urbana del país era flotante, unos 230 millones de personas que residían en las
ciudades sin apenas derechos, titulares de un hukou rural. Ese año, por primera
vez en su historia, la población urbana superó a la rural. En 2015 la tasa de
residentes urbanos permanentes registrados era del 39,9 por ciento; a finales
de 2016 subió al 41,2. En 2020 debe llegar al 45 por ciento. La integración de ese segmento demográfico no
será barata: 7.000 euros por persona, dice la Academia de Ciencias Sociales de
China”.
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Presidente chino Xi Jinping, su informe Político - de crítica y autocrítica - en el Congreso del "Partido Comunista Chino" en relación a las políticas del crecimiento económico y el desarrollo económico social, "hacia adentro", con la finalidad de abordar la realidad del más del 60% de la población china, fuera y al margen del mercado mundial capitalista, en condiciones de pobreza y en sistemas incluso pre-capítalistas. Se viene una estraordinaria oportunidad política en el mundo de la República Popular China, cuando en el presente año - con pequeñas críticas - se han presentado como los abanderados y defensores del libre mercado mundial y de la economía única en el sistema mundo.
***
CHINA: XI JINPING Y LA
REALIDAD AL DICTADO.
*****
Xulio Ríos.
Rebelión jueves 2 de marzo del 2017.
El líder chino Xi Jinping afronta ahora el ecuador
de su mandato si, como es habitual y se espera, renueva jefatura hasta 2022.
Así pues, este será un año de inevitable balance. En otoño, en el XIX Congreso
del Partido Comunista de China (PCCh), debe consolidar lo alcanzado pero antes,
en las “dos sesiones” que las cámaras parlamentarias chinas celebrarán a partir
de la próxima semana, se calibrarán sus expectativas.
Los transcurridos han sido casi cinco años de
innumerables directrices en los más vastos y variados campos plasmadas en el
lanzamiento público de la actual oleada de reformas concebida como un proyecto
global y complementario administrado por un equipo ad hoc presidido
por el propio Xi. Los “60 puntos” (2013) abarcan seis sectores diferentes: economía,
sistema político, medio ambiente, cultura, asuntos sociales y gobernanza. El
balance inicial de su implementación es flojo. Pese a ello, el discurso oficial
sigue siendo predominantemente optimista, señalando que casi todo va viento en
popa. Este contraste entre el discurso y la realidad se adoba no ya con el
silenciamiento de toda crítica, sea o no constructiva, externa o interna, sino
multiplicándose las certezas adulatorias de todo signo.
A trancas y barrancas.
A lo largo del ejercicio recién concluido (2016),
el PCCh logró en cierta medida transmitir a la opinión pública la convicción de
haber consumado la estabilización general de la economía después de las crisis
de la Bolsa de 2015 y 2016 con los retos añadidos, en escala de dificultades,
alusivos a la reducción de la evasión de capitales y la caída del yuan.
El elemento central de la agenda de Xi en este
periodo fue la construcción de un nuevo modelo de desarrollo. ¿Está funcionando
esa transición? Veamos algunos datos. Según cifras oficiales, en 2014, el
sector servicios representaba el 48,2 por ciento del PIB frente al 51,6% de
2016. Otro dato: la aportación del consumo al crecimiento del PIB pasó del
51,2% en 2014 al 64,6% a finales de 2016. Avanza –y no es fácil- pero a menor
ritmo de lo deseado.
El segundo referente a tener en cuenta es la “nueva
normalidad”: ciertamente, cambiar de carril en el modelo de desarrollo exige
bajar la velocidad del crecimiento para facilitar la transición. El ritmo de
crecimiento en 2016 fue del 6,7%, el más bajo en 30 años. Para 2020, el
objetivo establecido en el XIII Plan Quinquenal consiste en duplicar el PIB con
respecto a 2010. Esto significa que el PCCh hará lo necesario –y hasta lo
imposible- por alcanzar en los próximos años un objetivo mínimo de crecimiento
del 6,5%.
Más allá de la expansión del mercado o la propiedad
privada, de la reducción de los excesos de capacidad o la burbuja inmobiliaria,
uno de los principales caballos de batalla siguen siendo las empresas
estatales. Por el momento, Xi se ha centrado en la renovación de los consejos
de administración y del estilo de dirección procurando una mayor eficiencia y
transparencia. Por otra parte, se experimenta tímidamente con el aporte de
capitales privados afectando una pequeña parte de los activos industriales a la
participación en Bolsa. Esta será la clave en los próximos años y se probará en
algunas provincias al igual que con la distribución a los empleados de hasta un
máximo del 30 % del capital.
La probabilidad de que las reformas desemboquen en una
privatización parcial sustantiva del tejido industrial público es débil a día
de hoy. Es más, el proceso discurre en paralelo a una invocación persistente de
la recuperación activa del control del Partido por la vía del reforzamiento de
la dependencia de la Comisión de Activos del Estado que ha multiplicado sus
efectivos y mecanismos de control, principalmente a través de la creación de
nuevos departamentos y un más directo seguimiento. Y una medida importante que
refleja el tono principal: el presidente del Consejo de Administración será
siempre el jefe del partido de la empresa.
En términos generales, la percepción cívica es que
la economía no marcha tan bien como en periodos anteriores, ya sea por las
circunstancias internacionales y los retos del comercio exterior o por lo
delicado de los desafíos estructurales internos. No obstante, el discurso
oficial abunda en tres ideas: el crecimiento permanece estable, las reformas
progresan y China desempeña un papel internacional cada día mayor.
¿Los datos lo corroboran? De las dudas acerca de la
veracidad de las informaciones económicas se han hecho eco hasta las propias
autoridades y de forma pública. La provincia norteña de Liaoning, por ejemplo,
admitió en enero último que entre 2011 y 2014, los datos facilitados por la
provincia eran falsos.
La catástrofe ambiental es uno - sino el principal - problema interno presente en la princiales ciudades, al haber convertido China en la "primera nación" que soporta dos tipos de conflictos sociales internos: Los conflictos ambientales - principalmente en la grandes ciudades y los conflictos culturales que vienen desde una realidad del cojunto de las "minorías culturales chinas", teniendo como eje central la lucha del Tibet. La lucha de los campesinos - presentes en una extrema pobreza - es otro de los grandes probleas estructurales que hoy deben ser abordados en el próximno Congreso Político de la República Popular China.
***
De la sociedad armoniosa a la sociedad
acomodada.
Pese a una sensación bastante extendida de que lo
social no es tan importante en el mandato de Xi –que atribuye más
transcendencia a otros factores de proyección de poder- como lo fue en el de su
antecesor Hu Jintao (la “sociedad armoniosa”), la construcción de una sociedad
acomodada se ha convertido en palabra de orden con el objetivo 2020: duplicar
el PIB per cápita en relación a 2010. Esto se presentó en su día como una
novedad radical en la planificación macroeconómica de China ya que, por primera
vez en décadas, la cuestión de los ingresos y su relación con el crecimiento se
ponían sobre el tapete.
La tarea no es pequeña. En 2010, en términos de PNB
per cápita, China se hallaba en la posición 120 en el mundo. El 36% de la
población vivía con menos de dos dólares diarios. China necesitará unos 35 años
para alcanzar el PIB per cápita de Japón (rondando los 40.000 dólares).
Xi dirigió su atención a la erradicación de la pobreza,
la reducción de las desigualdades, la situación ambiental, la reforma de las
pensiones y la edad de jubilación, etc. Pero el asunto mayor es la gestión de
la nueva ola urbanizadora y la reforma del registro de residencia o hukou. En
2011, el 50% de la población urbana del país era flotante, unos 230 millones de
personas que residían en las ciudades sin apenas derechos, titulares de un
hukou rural. Ese año, por primera vez en su historia, la población urbana
superó a la rural. En 2015 la tasa de residentes urbanos permanentes
registrados era del 39,9 por ciento; a finales de 2016 subió al 41,2. En 2020
debe llegar al 45 por ciento. La integración de ese segmento demográfico no
será barata: 7.000 euros por persona, dice la Academia de Ciencias Sociales de
China.
Como Xi, ningún otro.
En el congreso de otoño, Xi Jinping debe ser
plenamente instituido como “núcleo” del liderazgo, lo cual le situará como primus
supra pares y no solo como primus inter pares. La sexta
sesión plenaria (2016) celebró la existencia de un amplio consenso –que no
unanimidad- en torno a este asunto culminando un recorrido de cuatro años en
los que Xi llevó a cabo ingentes esfuerzos para acumular poder y desprenderse
de los corsés que podrían limitar su acción.
Puede que ello responda a una tradición
político-cultural que hunde sus raíces en la China milenaria asociada al
ejercicio imperial del poder; o que explicite una simple voluntad de
homologación mayor con sus pares del mundo occidental ante quienes comparecería
lastrado y débil por esa singularidad del sistema político chino. Sea como
fuere, la evolución manifestada en estos años abre incógnitas en relación a
aspectos clave de esta otra normalidad: liderazgo colectivo, consenso, doble
mandato, etc., cuestiones no menores que se derivan de lecciones del pasado
reciente y cuyo trastoque quizá debiera meditarse dos veces.
Podemos esperar para los próximos meses una ardua
lucha entre bambalinas para asegurar el perfil del nuevo Comité Permanente del
Buró Político. En él deberían permanecer Xi y Li Keqiang y ascender Hu Chunhua
y Sun Zengcai. Fuera de ello, todo son conjeturas y numerosos nombres se
barajan, al igual que el número de miembros de dicho sanedrín, que podría
ampliarse o reducirse en función de la capacidad del propio Xi para contener
los intentos de frustrar sus ambiciones.
La lucha contra la corrupción proseguirá, al igual
que las reformas en lo político para preservar la estabilidad y garantizar el
papel hegemónico del PCCh.
El mundo de Xi.
Xi Jinping ha dado muestras claras de una
diplomacia más incisiva y un creciente afán de notoriedad. Buena parte de la
sociedad china exige más atención a la agenda interna y se muestra escéptica
con respecto a los grandes proyectos que promueve el PCCh. Lo cierto es que
China necesita más que nunca en toda su historia del mundo exterior. Sin
embargo, frente a un discurso interno que alardea de una posición creciente en
el orden global, esta ofrece aun numerosos déficits y carencias si abandonamos
el terreno de lo estrictamente económico. Y aun en este, en el orden de las
decisiones, su posición no se corresponde con su relevancia.
Muy viajero, Xi precisa acreditar ahora sus dotes
para evitar un agrio deterioro de las relaciones con EEUU, mejorar el
entendimiento que evolucionó a la baja con la UE, consolidar la asociación con
Rusia o reorientar el desencuentro con Japón. A los acrónimos que apadrina
(desde los BRICS a la OCS e instrumentos con el BAII) les ha llegado su hora.
Los desafíos en materia de seguridad no solo se
encaran con una reforma militar como la impulsada en 2015 sino, sobre todo, con
una diplomacia de vecindad que haga creíble la reiterada benevolencia de sus
intenciones (Mar de China meridional y oriental).
Con los pies en la tierra.
El balance del primer mandato de Xi abunda en la
voluntad de un aceleramiento del paso en la transformación de China, atajando
los déficits y problemas identificados a fin de evitar su conversión en males
estructurales que impidan la modernización. China es consciente de que tiene
ante sí una gran oportunidad estratégica e intentará aprovecharla. La agenda
del momento es enormemente compleja y las amplias imbricaciones entre lo
interno y lo externo obligan a su gestión simultánea. Esto añade dificultad a la
tarea.
En dicho contexto, en torno a Xi se ha gestado en
estos años una atmosfera equívoca. La ciega exaltación de lo positivo y la marginación de la
crítica sugieren una distorsión de alcance que podría llegar a jugarle una mala
pasada.
Xulio Ríos es director del Observatorio de la Política China.
Acaba de publicar “China Moderna” (Tibidabo ediciones).
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