Los jóvenes de los barrios populares han recuperado
el término árabe “hogra” para dar cuenta de esta experiencia de
humillación con la institución policial, pero también con muchas otras
instituciones. El término estaba presente en los corrillos a la entrada de los
edificios antes de figurar en los panfletos y en los carteles asociativos y
políticos. Ya en un artículo publicado en 2000 llamábamos la atención sobre la
reinversión de este término que definíamos de la siguiente manera: “Significa a la vez desprecio,
humillación, injusticia y abuso de poder”.
Las consecuencias de la hogra sobre el
sujeto que la sufre no son anodinas. No estamos ante una prueba que se pueda
superar fácilmente. La hogra en general y la humillación en particular
atentan contra la integridad y la intimidad del sujeto, y contra la imagen que
este tiene de sí mismo. Al cosificarme, la hogra y la humillación
atentan contra las propias ganas de vivir. Al negarme como sujeto portador de
derechos imprescriptibles, me orientan hacia una muerte social que puede
adoptar multitud de formas en un espectro que va desde la interiorización total
a la canalización de la energía hacia una acción colectiva.
Los comportamientos de autodestrucción
individuales, el aumento de la violencia sobre los míos y mi entorno, las
revueltas de los barrios populares y la organización colectiva son otras tantas
formas de expresión de la reacción a la hogra y a la humillación. La
orientación hacia tal o cual forma depende de los canales de reconocimiento y
de expresión de la cólera legítima por una parte, del estado de aislamiento por
otra y del estado del sentimiento de influir en la transformación de lo real
por una tercera parte. Era necesaria esta breve descripción de las
consecuencias de la humillación sufrida para calibrar la inanidad de muchos
discursos y advertencias dirigidos a los militantes de los barrios populares.
Destaquemos dos que están particularmente presentes en la actualidad.
/////
EUROPA UNA HUMILLACIÓN
RACISTA Y SEXISTA ATMOSFÉRICA.
Francia: Barrios populares e Institución
policial.
*****
Said Bouamama.
Investig’Action lunes 6 de marzo del
2017.
Traducido del francés para Rebelión por Beatriz
Morales Bastos
|
Tras la
muerte de Adama Traoré el pasado mes de julio durante un “control de identidad”
de los gendarmes, la violencia, los insultos racistas y la violación de Théo el
2 de febrero por parte de cuatro policías han vuelto a suscitar la cólera de
los barrios populares en general y en particular de sus habitantes surgidos de
la inmigración. Cuando todavía estábamos impactados por la emoción y la cólera,
los senadores y diputados adoptaban definitivamente el proyecto de ley que
suaviza las reglas de legítima defensa de los policía.
La última ley del mandato de cinco años de Hollande autoriza a los policías a
disparar después de dos avisos en cinco situaciones que se enumeran en el texto
de la ley. El texto prevé además que se dupliquen las penas por el delito de
“desacato a un agente” con lo que la pena posible pasa a un año de cárcel y
15.000 euros de multa. La nueva ley instaura también el anonimato de los
policías en los procedimientos judiciales, una práctica que hasta ahora estaba
reservada únicamente a los investigadores de casos de terrorismo.
Un sentimiento de impunidad para unos linda ahora un poco que antes con un sentimiento de negación para los otros. Las dos vertientes de la relación social entre la institución policial y los barrios populares se exacerban en el sentido de un reforzamiento de la creación de una humillación racista y sexista atmosférica.
Un sentimiento de impunidad para unos linda ahora un poco que antes con un sentimiento de negación para los otros. Las dos vertientes de la relación social entre la institución policial y los barrios populares se exacerban en el sentido de un reforzamiento de la creación de una humillación racista y sexista atmosférica.
Como ocurre siempre que se trata de los barrios
populares han emergido rápidamente una serie de contrafuegos cuya función es
ocultar la primera cuestión que plantean los hechos: la de la relación social
entre la institución policial por una parte y los “negros y árabes” de los
barrios populares por otra. Abordemos tres de estos debates que sirven de
pantalla: la excepcionalidad de los actores policiales en forma de la
afirmación ofendida “no toda la policía es racista”, la excepcionalidad de la
víctima en forma de la afirmación “Théo es un buen chico” y la excepcionalidad
de los hechos en forma de la focalización sobre la violación.
La excepcionalidad de los actores policiales.
Antes de abordar estos tres discursos recordemos
que “el establecimiento de la excepcionalidad” es un proceso clásico de los
procesos y discursos de dominación cuando un hecho o una actitud impide la
legitimación habitual de la relación no igualitaria. Permite preservar una
estructura denunciando un “abuso”, salvar un sistema eliminando una de sus
consecuencias que se han vuelto ilegítimas, reproducir los mecanismos
esenciales suprimiendo un efecto visible demasiado escandaloso a ojos de la
opinión pública y/o de un espacio geográfico.
Hay multitud de ejemplos de este tipo de procesos:
desde la denuncia de los “abusos coloniales” para defender una “colonización
humana” a la promoción de algunos hijos de obreros o de inmigrados para
justificar un sistema no igualitario insistiendo en sus esfuerzos e
inteligencias excepcionales, pasando por las famosas que ya hemos oído del tipo
“sí, pero tú no eres lo mismo” para hacer una afirmación racista.
La excepcionalidad de los policías adquiere
clásicamente dos formas: el discurso negativo sobre el abuso policial y el
discurso positivo sobre la gran mayoría de policías “republicanos” que no son
“racistas”.
En ambos casos el resultado es que la institución
policial desaparece del debate y del intento de comprender. La noción
desvirtuada y recurrente del “abuso” cuando ya no se pueden negar los hechos
oculta el conjunto de los factores constitutivos de la relación social entre
“negros y árabes” e institución policial, cuya consecuencia lógica es,
precisamente, estos famosos “abusos”: naturaleza de las misiones confiadas a la
policía, opción de establecer algunos cuerpos policiales especiales (Brigades
Anti-Criminalité (BAC), Brigades Spécialisés de Terrain (BST)*), tipo de
armamento (por ejemplo, las BST están equipadas con porras telescópicas y
lanzadores de balas de defensa** con un alcance de 40 metros), discursos
políticos sobre los “territorios de la república que hay que reconquistar”,
continuos controles según la apariencia de la persona, número de víctimas tras
una confrontación con la policía y número de condenas, etc.
Como pone de relieve un eslogan aparecido en las
redes sociales, el simple hecho de que muchos jóvenes decidan huir es
significativo del sentimiento de inseguridad generalizado que sienten ante los
policías: “Théo y Adama nos recuerdan por qué corrían Zyed y Bouna”. De la
misma manera un eslogan utilizado hasta entonces por los “sin papeles” reaparece
espontáneamente en las manifestaciones de estos días: “Nosotros no somos
peligrosos, estamos en peligro”.
Como en el caso de Zyed y Bouna, los jóvenes negros
y árabes del conjunto del hexágono se pueden identificar con Théo por
experiencia (sufrida o vista). Este simple hecho invalida la noción de “abuso”
que en sí misma orienta hacia la excepcionalidad y la escasa recurrencia.
El discurso sobre la “policía republicana”, por su
parte, desplaza el debate. Se trata aquí de remitir a una postura moral binaria
del tipo “¿dice usted que todos los policías son racistas?”. Se trata de poner
a la defensiva a quienes osen poner en tela de juicio el funcionamiento de la
institución policial. Así, demasiadas declaraciones concernientes a las
violencias que ha sufrido Théo empiezan con un “elogio a la policía
republicana” que no hay que confundir con alguna “manzanas podridas” que hay en
su seno.
Sin embargo, la cuestión que se nos plantea
dramática y regularmente no es la de la moralidad de tal o cual porcentaje de
policías, sino la de las misiones que se confían a la “policía republicana”, de
los objetivos que se le designan, de los pasos al acto que se le autorizan, de
las impunidades que se les garantizan, de los armamentos de los que se les
dota, etc. La cuestión que se plantea no es moral sino política. Es, ni más ni
menos, la de la institución policial.
Plantear
esta dimensión sistémica no significa que los agentes no intervengan en el
desarrollo de los hechos. Sin duda la violencia sistémica se encarna en unos
comportamientos que variarán de un agente a otro, pero sigue estando
determinada por el contexto global de la institución policial. Tampoco hay que
subestimar la influencia de las ideologías de extrema derecha que desde hace
varias décadas se desarrollan en la policía. Testimonio de ello es el estudio
del Centre de recherches politiques de Sciences Po ( CEVIPOF) que constata que
el 51. 5 % de los policías y militares votaron al Frente Nacional en 2015, frente
a un 30 % en 2012. También es testimonio de ello las manifestaciones ilegales
de policías legitimadas a posteriori por la adopción de la ley que
suaviza las reglas de la legítima defensa [de los policías]
Por último, seguimos esperando las denuncias por
parte de los “policías republicanos” de las prácticas violentas de sus
“colegas”. No solo son raras, sino que cuando todavía eran recientes los gritos
de Théo hemos podido oír a un responsable policial decir en una radio que “negrata***
sigue siendo bastante aceptable”.
La excepcionalidad de la víctima.
El alcalde (del partido Les Républicains) de
Aulnay-sous-Bois**** denunció por una vez un “desvío de la verdad” una vez que
la acusación de violación se recalificó de “violencias voluntarias”. Sin duda
uno se podría preguntar por la coherencia de este cargo electo que no cuestiona
la responsabilidad de su partido en las recientes evoluciones de la institución
policial, pero semejantes tomas de postura son lo suficientemente raras como
para no “morder la mano que te da de comer”. En cambio, en varias ocasiones el
alcalde ha insistido en el hecho de que Théo era un “buen tipo”, uniéndose así
a las muchas declaraciones y tomas de postura que recordaban que no tenía
antecedentes penales, que era un “educador”, que participaba en varias
asociaciones de su barrio.
Esta excepcionalidad en apariencia positiva
comporta implícitamente la posible aceptabilidad de estas violencias en el caso
de jóvenes que tengan antecedentes penales o sean “conocidos de los servicios
de policía”, por retomar la expresión consagrada en cada “abuso policial”. Como
ponen de relieve Frantz Durupt y Balla Fofana en el artículo de Libération
del 8 febrero:
“A base
de destacar demasiado las “cualidades” de Théo
se corre el riesgo de hacerlo pasar por una excepción, el negro bueno, y de
presentar su caso como un acto aislado. Insistir en su “bondad” es poner una
máscara sobre el ojo amoratado de una realidad francesa, la de la violencia
policial. Estas agresiones ciegas, basadas en prejuicios racistas, no se
molestan en saber si un individuo es un premio Nobel de la Paz o no. Théo no necesita circunstancias
atenuantes y menos aún que lo encierre en el cliché colonial del buen negro
sensato, culpable únicamente de no haber nacido con buena estrella. Sí, Théo es un buen tipo, pero, ¡esa no es
la cuestión!”.
Otra versión de la excepcionalidad de Théo adopta la forma del elogio de su reacción, “digna” y “responsable”. También aquí lo importante es lo que se dice implícitamente, lo que se sugiere, lo que se transmite implícitamente: la invalidación de la cólera ante una injusticia. Una simple comparación con los discursos y prácticas mantenidos a propósito de las reacciones de la familia de Adama Traoré (denuncia por difamación de la alcalde de Beaumont-sur-Oise, denuncia por difamación de una de los gendarmes, detención provisional de dos hermanos de Adama, etc.) permite entender la función de esta excepcionalidad: prohibir la expresión de una cólera legítima. El mensaje que conlleva implícitamente el elogio de “buenos comportamientos” es que “la violencia no es igual según quién la practique”.
Otra versión de la excepcionalidad de Théo adopta la forma del elogio de su reacción, “digna” y “responsable”. También aquí lo importante es lo que se dice implícitamente, lo que se sugiere, lo que se transmite implícitamente: la invalidación de la cólera ante una injusticia. Una simple comparación con los discursos y prácticas mantenidos a propósito de las reacciones de la familia de Adama Traoré (denuncia por difamación de la alcalde de Beaumont-sur-Oise, denuncia por difamación de una de los gendarmes, detención provisional de dos hermanos de Adama, etc.) permite entender la función de esta excepcionalidad: prohibir la expresión de una cólera legítima. El mensaje que conlleva implícitamente el elogio de “buenos comportamientos” es que “la violencia no es igual según quién la practique”.
La excepcionalidad de la víctima contribuye así a
silenciar a las víctimas y a sus allegados, y por ello participa en la
reproducción de la violencia policial. También contribuye a separar las
manifestaciones de protesta y los enfrentamientos con la policía de las últimas
semanas de los hechos dramáticos sufridos por Théo. Se trata de negar cualquier relación entre las violencias
policiales banalizadas e impunes por una parte y la cólera de una juventud
silenciada por otra.
El comportamiento de Théo se
opone al de los manifestantes para negar las razones incluso de la cólera. Por
lo tanto, la negación de la verdadera causa de los enfrentamientos con las
fuerzas del orden permite presentar otras causas que, en esta ocasión,
estigmatizan a los habitantes de los barrios populares. Así Marion Maréchal Le
Pen puede declarar en France 2
el martes 14 de febrero que a los jóvenes que se enfrentaron a la policía “no
les importa absolutamente nada Théo” para presentar a continuación
su explicación: “un odio latente hacia Francia en estos barrios que posiblemente está
vinculado al comunitarismo”.
Este discurso no es nuevo. Es el mismo que el que
se oyó en 2005 a propósito de la revuelta de 400 barrios populares durante 21
días tras la muerte de Zyed y Bouna.
Una vez más consiste en silenciar el proceso de identificación con Théo que sienten muchos jóvenes tras su
“experiencia y competencia de uso” de los controles de policía. Por supuesto,
existen otras causas para explicar las explosiones de estas últimas semanas,
entre otras las prácticas de provocación de algunos policías. Está claro que
algunos jóvenes querrían plantar cara a una institución que les parece injusta
e impune. Si la causa de las explosiones no es la violación de Théo, sin duda
es un desencadenante que revela la magnitud del pasivo entre la institución
policial y la juventud de los barrios populares.
La excepcionalidad de los hechos.
Indudablemente hay un umbral cualitativo de pasado
en la magnitud y tipo de violencias que se permiten algunos policías. Sin
embargo, nos equivocaríamos si las consideráramos totalmente nuevas, como
atestiguan las declaraciones que aparecen desde la mediatización de los hechos.
En el pasado ha habido otras violencias de tipo sexual, simplemente se
ocultaban y/o no lograron traspasar la frontera de los medios de comunicación.
Este es otro aspecto del proceso de silenciamiento de las víctimas de las
violencias policiales. No es fácil dar testimonio de los ataques a la
integridad física y a la intimidad de una persona. No es fácil presentar ante
otros policías la denuncia de estas violencias. Con razón o sin ella hay muchas
personas que tratan de “apañárselas” con la esperanza de olvidar o, cuanto
menos, de seguir “viviendo”.
La insistencia, rayana a veces con lo obsceno, en
los detalles de la violación (cantidad de centímetros de la penetración,
detalle de las heridas, etc.) además de no tener en cuenta el efecto que puede
tener en Théo, contribuye también al proceso de excepcionalidad e incluso de
una doble excepcionalidad: respecto a la cultura de la violación en el seno de
la policía y de los pasos al acto que suscita por una parte y respecto a los
procesos de humillación de los que la violación no es sino una de las formas
por otra.
Por lo que se refiere a la violencia sexual de la
policía, recordemos algunos “casos” que lograron figurar en los medios. En 1991
en Bobigny un hombre de 49 recibió una paliza durante su detención por tráfico
de estupefacientes y puso una denuncia por violencia y violación. Los cinco
policías serán condenados a entre 3 y 4 años de cárcel, pero esta pena se
reduce a 12 y 15 meses de suspensión con 3 meses de cárcel para el jefe.
El Tribunal Europeo de Derechos Humanos condena a
Francia en su sentencia del 28 de julio de 1999 precisando que “hay que
considerar estas maniobras actos de tortura”. En 2001 un joven de 16 años es
detenido en un control de identidad en Asnières-sur-Seine. Se le lleva a la
comisaría y recibe una paliza. Dos horas después los médicos del hospital
constatan contusiones múltiples y “una fractura del testículo derecho con
contusiones y hematomas”.
El Tribunal Europeo de Derechos Humanos vuelve a
condenar a Francia en su sentencia del 14 de marzo de 2011. A finales de 2015
un joven de 29 años es controlado en estado de embriaguez y es violado con una
porra. El policía reconoce los hechos y destaca que el hecho fue involuntario.
Estos pocos hechos concernientes a tres hombres
(“un negro y dos árabes”) no deben ocultar las violaciones de mujeres por parte
de agentes de la institución policial. Demos también algunos ejemplos. En mayo
de 2012 una mujer que estaba en una celda de desintoxicación en [la localidad
de] Mantes la jolie es violada por un agente. Este afirma en su defensa que la
víctima consintió y que se trató de un “malentendido sexual”. En abril de 2014
una turista canadiense de 34 años es violada en [la sede de la Prefectura de
Policía de París situada el] el número 36 del Quais des Orfèvres. Los tres
policías afirman que la “relación sexual fue consentida”. El caso es
sobreseído.
En diciembre de 2015 dieciocho adolescentes de
edades comprendidas entre los 14 y 18 años presentan una denuncia contra una
decena de policías por “violencia voluntaria, agresión sexual, secuestro y
abuso de autoridad”. Como en el caso de la violencia sexual concerniente a los
hombres, aquí se trata solamente de unos actos de violencia en los que las
víctimas han logrado superar los múltiples obstáculos y presentar una denuncia.
Estos hechos escandalosos solo son posibles porque la cultura de la
violación es una realidad que se impone en la institución policial. Testimonio
de ello son los múltiples relatos que figuran el página de Facebook titulada
“Testimonios de sexismo, cultura de la violación y culpabilización de las
víctimas por parte de la policía o en su seno”. La excesiva excepcionalidad de
la violencia sufrida por Théo contribuye,
voluntariamente o no, a ocultar esta cultura de la violación y los pasos al
acto que autoriza.
La excepcionalidad de los hechos también contribuye
a subestimar unas prácticas de humillación que están lejos de limitarse
únicamente a la violencia sexual en la relación de la policía con los barrios
populares. Desde el tuteo***** generalizado a los controles que son
voluntariamente repetitivos de los mismos jóvenes, pasando por las injurias de
connotación racista y sexista, los tocamientos, etc., la humillación tiende a
banalizarse en algunos barrios populares. Ahora bien, la humillación nunca está
libre de consecuencias. No es casual que el término “dignidad” aparezca cada
vez más en los testimonios y en las convocatorias de movilización contra las
violencias policiales. En efecto, la humillación es lo que atenta contra la
dignidad del ser humano.
De la humillación a la dignidad.
Los jóvenes de los barrios populares han recuperado
el término árabe “hogra” para dar cuenta de esta experiencia de
humillación con la institución policial, pero también con muchas otras
instituciones. El término estaba presente en los corrillos a la entrada de los
edificios antes de figurar en los panfletos y en los carteles asociativos y
políticos. Ya en un artículo publicado en 2000 llamábamos la atención sobre la
reinversión de este término que definíamos de la siguiente manera: “Significa a la vez desprecio,
humillación, injusticia y abuso de poder”.
Las consecuencias de la hogra sobre el
sujeto que la sufre no son anodinas. No estamos ante una prueba que se pueda
superar fácilmente. La hogra en general y la humillación en particular
atentan contra la integridad y la intimidad del sujeto, y contra la imagen que
este tiene de sí mismo. Al cosificarme, la hogra y la humillación
atentan contra las propias ganas de vivir. Al negarme como sujeto portador de
derechos imprescriptibles, me orientan hacia una muerte social que puede
adoptar multitud de formas en un espectro que va desde la interiorización total
a la canalización de la energía hacia una acción colectiva.
Los comportamientos de autodestrucción
individuales, el aumento de la violencia sobre los míos y mi entorno, las
revueltas de los barrios populares y la organización colectiva son otras tantas
formas de expresión de la reacción a la hogra y a la humillación. La
orientación hacia tal o cual forma depende de los canales de reconocimiento y
de expresión de la cólera legítima por una parte, del estado de aislamiento por
otra y del estado del sentimiento de influir en la transformación de lo real
por una tercera parte. Era necesaria esta breve descripción de las
consecuencias de la humillación sufrida para calibrar la inanidad de muchos
discursos y advertencias dirigidos a los militantes de los barrios populares.
Destaquemos dos que están particularmente presentes en la actualidad.
La primera advertencia inconsistente es la
exigencia de una condena de las revueltas violentas de los barrios populares o
de los enfrentamientos con la policía. Apelamos a todos los militantes y
colectivos a rechazar esta conminación, sea cual sea su postura respecto a la
violencia como forma de acción política. Esta condena no solo es ineficaz sino
que contribuye a aislar aún más a aquellas personas para las que la violencia
realizada no es más que una respuesta a la humillación y a la violencia sufridas.
La sumisión a esta advertencia sea cual sea su
intención contribuye a negar la búsqueda de dignidad que hay en estos arranques
de vida y de dignidad. Otra cuestión es que se considere que estos arranques
deben tomar otros caminos. Los deseos de vida y de dignidad adoptan las formas
que pueden adoptar en un momento dado y en un contexto determinado.
La segunda advertencia inconsistente es la de la
defensa de la “policía republicana” que sería globalmente sana a excepción de
algunos corruptos. Ceder a esta conminación es renunciar a entender el carácter
sistémico de la relación entre barrios populares y violencia policial.
Es remitir a los individuos policías lo que no es
sino el resultado de opciones de seguridad globales. Si el individuo policía
puede tratar de salvaguardar su integridad moral es entrando en contradicción
con los principales determinantes de las opciones de seguridad contra los
barrios populares desde hace varias décadas. Y es que la humillación es una
relación social que no solo tiene efectos sobre la persona humillada, los tiene
también sobre la que humilla.
Cuando se es el actor de la
humillación de otra persona no solo se la deshumaniza sino que también se
deshumaniza uno mismo. Esto es lo que decía Frantz Fanon a propósito de un inspector europeo que practicaba la
tortura durante la guerra de Argelia:
“Como no tenía pensado (sería un disparate) dejar de torturar (entonces
tendría que dimitir), me pedía sin ambages que le ayudara a torturar a los
patriotas argelinos sin remordimientos de conciencia, sin problemas de
comportamiento, con serenidad”.
Anticipémonos a la crítica: no afirmamos que la
situación de los barrios populares sea la misma que la de la colonización, sino
que los procesos que se producen en ellos siguen la misma lógica de humillación
con unas consecuencias de la misma naturaleza sobre la deshumanización de los
demás y de uno mismo. Si la colonización es un estado y unas prácticas de
excepción generalizadas, cada situación de excepcionalidad tomará o recuperará
el camino de las prácticas coloniales.
La herencia está muy presente y los procesos son
muy similares. Como pone de relieve pertinentemente Olivier Le Cour
Grandmaison, “los orígenes coloniales de las prácticas actuales de las
fuerzas de orden público son indudables y las personas a quienes les parece que
“ negrata ”*** es una expresión aceptable son la demostración
ejemplar de ello”.
No equivocarse de secuencia histórica.
Con las violencias que sufrió Théo estamos a la vez ante una invariancia y una mutación. La
invariancia es la de la instauración de una humillación “atmosférica”, por
parafrasear a Frantz Fanon, en las
relaciones entre la institución policial y los barrios populares desde hace
muchas décadas. La “muerte de los hermanos” y la hogra “atmosféricas” se
inscriben en la historia de muchos barrios populares y en la vida de muchos de
sus habitantes. Todos los enfoques, discursos o programas que no partan de esta
experiencia en la relación con la policía están condenados a la incomprensión
en el mejor de los casos y en el peor al rechazo brutal por parte de los
habitantes de los barrios populares.
Esta invariancia no significa que no se mueva nada.
Al contrario, todo está en movimiento, tanto los “humilladores como los humillados”. Del lado de los humilladores se
franqueó un umbral importante en las manifestaciones policiales de finales del
año pasado y en las respuestas estatales a ellas. Estas manifestaciones son a
la vez una expresión de una fascistización
explícita de una parte del cuerpo policial y un medio de desarrollar esta fascistización. De hecho, las
respuestas estatales son un reconocimiento público de la legitimidad de
situarse “fuera de la ley”. La aprobación de la ley sobre la legítima defensa
policial fomenta el paso al acto, autoriza las prácticas humillantes y refuerza
el sentimiento de impunidad.
Por parte de los “humillados” también se pueden
constatar unos cambios notables. En
primer lugar estos cambios se reflejan en las posturas cotidianas de
rechazo de la indignidad a riesgo de sufrir violencia en las interacciones con
la policía. Lo que unos viven como arrogancia, insolencia, ponerse en peligro,
ausencia de consideración de la relación de fuerzas, irracionalidad, etc., bien
podría ser simplemente el rechazo del lugar asignado, la exigencia del respeto
a una dignidad, la afirmación de una humanidad que rechaza a ser negada.
¿Por qué este joven controlado por una decena de policías insiste tanto
y tan firmemente en negarse a ser tuteado a riesgo de ver degenerar la
situación? Este tipo de situación es ahora cotidiana en nuestros barrios.
Expresa lo que Martin Luther King
ponía de relieve en otro contexto: “Más vale sufrir con dignidad que aceptar la
segregación con humillación”.
Pero los cambios no solo son individuales y
reactivos. Desde la revuelta de los barrios populares de 2005 se han desplegado
una multitud de experiencias colectivas. Frágiles, dispersas, con
contradicciones, no son menos una búsqueda de alternativas al cara a cara
individual con la policía.
Desde los colectivos de familias de víctimas de las
violencias policiales a las múltiples agrupaciones que afirman una voluntad de
autonomía y de autorganización, pasando por la multiplicación de espacios de
debate o de educación popular, la dignidad trata de otorgarse una forma de
expresión pública organizada.
De forma significativa, los análisis y discursos
presentes en estas experimentaciones están marcados por la radicalidad, la
articulación con la herencia colonial, la voluntad de rechazar los enfoques
individuales y morales en beneficio de los enfoques políticos y sistémicos,
etc. En verdad estamos en presencia de algo “nuevo” que trata de emerger.
La
actual secuencia histórica es efectivamente la de la paradoja y la de una
carrera de velocidad entre el proceso de fascistización y el proceso de
reconquista de la dignidad.
Notas:
* Son respectivamente las Brigadas
Anticriminalidad, especializadas en intervenciones en “medios sensibles”, sobre
todo los barrios populares, y las Brigadas Especializadas de Terreno, una nueva
versión de la policía de proximidad. (N. de la t.)
** Los “Lanceurs de Balle de Défense” son armas
denominadas “subletales” que utilizan un proyectil que se deforma al impactar
lo que supuestamente limita el riesgo de penetración en un cuerpo. Aún así ya
hay provocado daños irreparables en Francia: desde 2004 ha muerto una persona y
al menos otras 23 han perdido el uso de un ojo a consecuencia del uso de estas
armas. (N. de la t.)
*** El término utilizado en francés es “bamboula”,
un término despectivo para las personas negras, del mismo modo que “bougnole”
lo es para las árabes. (N. de la t.)
**** Aulnay-sous-Bois es la banlieue
parisina donde se produjo la violación de Théo. (N. de la t.)
*****
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