“El espectáculo mediático de actos de
corrupción que se pisan unos con otros oculta la corrupción inmensamente más grande que
domina la vida del mundo. Su causa principal es consecuencia del capitalismo del siglo XXI, global,
expoliador y depredador de toda vida en el planeta. Es verdad que en
cualquier sistema aparece corrupción. El
punto es otro. En el socialismo, comunismo, comunitarismo, cooperativismo,
populismo democrático o como se llame el acto corrupto atenta contra el
interés común y de cada individuo: la
solidaridad, el cuidado del otro y de todos es el centro vital social, es
el sistema. En el capitalismo la
corrupción es inherente a su práctica: el meollo creador es la apropiación
privada de la producción colectiva, el mayor valor surge de la parte no pagada
–apropiada– del trabajo vivo de los asalariados de cualquier calidad o especie.
Esta verdad era tan cierta cuando se la
desveló como hoy, cuando los patrones pugnan, con eufemismo por bajar
salarios, en “bajar costos”, para
aumentar ganancias particulares. Este origen cultiva egoísmo individualista,
categorías morales acordes y a partir de allí las variadas formas de corrupción
en el literal sentido de pervertido, vicioso, venal. Sin aquella fuente, con eje productivo en el gregarismo humano, la paz,
la solidaridad, el trabajo, el bien común, el favorecimiento de las
expresiones existenciales espirituales y el interés y amor al prójimo,
cualquier corrupción es fulminada por el sistema como anormal e inaceptable.
Pero además, es incapaz de engendrar una perversión de tamaño universal como la dominante. No es
lo mismo ser capitalista que no serlo”.
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CORRUPCIÓN, CRIMEN ORGANIZADO Y PARAÍSOS FISCALES VIAJAN EN EL MISMO TREN.
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Xavier Caño Tamayo*.
¡Por razones!
Jueves 30 de marzo del 2017.
Rosa Jensen, que fue vicepresidenta del tribunal de
Utrecht, aseguraba hace años que asistíamos al nacimiento de una enorme
corrupción supranacional. Y el investigador financiero Denis Robert asegura que
hablar hoy de corrupción sin ir más allá es quedarse corto, porque es el mismo
sistema económico, el capitalismo financiarizado, el que está viciado de raíz.
Prueba de la extensión de la corrupción es que
incluso corrompe su propia definición. La entidad más conocida contra la
corrupción, Transparency International, se queda corta al definirla. Corrupción
sería solo el abuso de un poder público con fines privados. Pero olvida (no de
modo inocente) que, además de funcionarios públicos y políticos al servicio del
Estado corruptos, los imprescindibles corruptores al otro lado de la ecuación
son privados. Si hay corrupción en África, sudeste asiático y América Latina,
por citar tres zonas con fama de gran corrupción, es porque en Estados Unidos,
Canadá y la Unión Europea hay grandes empresas, presidentes de consejos de
administración y consejeros delegados, grandes fortunas y corporaciones que
quieren corromper a funcionarios públicos para obtener beneficios ilícitos.
Para que haya corrompidos ha de haber corruptores.
Además, ¿quién osará negar que la supresión de
reglas y normas de los movimientos de capital ha hecho más fácil la corrupción?
Como asegura Rob Jenkins, profesor de la universidad de Londres, dicha
liberalización de las economías (con sus privatizaciones masivas de lo público)
ha hecho crecer el pago de comisiones ilícitas por empresas privadas que desean
hacerse con parte del pastel público privatizado. Y ahí han sido las empresas
privadas las que han tomado la iniciativa de corromper, de pagar comisiones
ilegales por concesiones públicas.
Por eso dictadores de toda calaña y políticos
profesionales de escasa credibilidad democrática abrieron cuentas y depósitos
seguros y secretos donde acumular lo obtenido por su corrompida actuación. Pero
para ello necesitaban la discreta y leal colaboración de honorables bancos
privados.
Apuntado el calado del verdadero problema de la
corrupción, recordemos conceptos básicos. Según el diccionario, corrupción es
cohecho, soborno. Pero corrupción también es no pagar impuestos que se deben
pagar. Como también es corrupción blanquear el dinero sucio que proporcionan
los delitos (tráfico de drogas, de personas, de armas…) Y también lo es
financiar ilegalmente partidos políticos a cambio de contratas de obra pública
o servicios del Estado otorgados a empresas privadas. Algo de lo que tenemos
amplio conocimiento en el Reino de España y en lo que parece estar
especializado el gobernante Partido Popular. Pero no es el único, por supuesto;
ahí está en Catalunya el caso de Convergencia Democrática que ha estado
chupando el 3% de comisiones durante más de treinta años. Presuntamente, claro.
Entre unas y otras corrupciones, solo del campo del
delito se blanquean al año de 600.000 millones de dólares a un billón. Así lo
consideran tanto el FMI como la ONU. Pero son delincuentes, diría un observador
ingenuo. Lo son, pero para blanquear tantísimo dinero, esos criminales
necesitan a respetables banqueros, prestigiosos gabinetes de abogados y
asesorías fiscales de campanillas, más los imprescindibles paraísos fiscales
sin los que no hay blanqueo.
El movimiento social ATTAC define los paraísos
fiscales como “países, islas o enclaves geográficos con regímenes jurídicos
opacos y reglamentaciones fiscales muy laxas que ofrecen exanciones y
beneficios tributarios muy atractivos para el capital financiero a extranjeros
no residentes y a sociedades domiciliadas legalmente en el lugar, aunque solo
sea con una dirección postal”. No ponen impuestos a los movimientos y
operaciones financieras, mantienen una hermética oscuridad sobre esas
operaciones y se niegan a facilitar información aunque la pida un ejército de
jueces y fiscales. Por lo que cabe deducir que los paraísos fiscales son
imprescindibles para blanquear y evadir. Pero no solo paraísos de palmeras y
aguas transparentes en el Caribe. También neblinosos lugares como Gibraltar,
isla de Man, city de Londres, Austria, Luxemburgo… que blanquean que es un
primor en el corazón de Europa.
Pero todo es posible por el intocable secreto
bancario y la oscuridad de las transacciones financieras. En fin, a pesar de la
complejidad de la cuestión, queda claro y cristalino que corrupción, crimen organizado y paraísos
fiscales viajan en el mismo tren.
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*Javier Caño Tamayo. Periodista, miembro de ATTAC.
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