EUROPA Y OCCIDENTE.-
EL POPULISMO ARRASA.- El populismo
arrasa en las potencias occidentales. De
la extrema derecha, pasando por las derechas liberales y hasta la extrema
izquierda, la respuesta populista a las grandes crisis contemporáneas es el
formato por excelencia de la narrativa política contemporánea. De Roma a Londres, de Berlín a Bruselas, de
París a Washington con el ex presidente Nicolas Sarkozy y el candidato
republicano Donald Trump como reyes
del populismo occidental, ese condimento retórico se ha impuesto como una
matriz de la conquista del poder en cuyo espíritu late otra tendencia de la
modernidad:
el
populismo de
la identidad, es decir, la construcción de un discurso político en torno a la
identidad nacional amenazada por las migraciones, el liberalismo cultural, el
multiculturalismo, las mutaciones tecnológicas y, desde luego, los musulmanes.
El
director de la Fundación para la Innovación
Política, Dominique Reynié, comenta que en nuestras sociedades
contemporáneas el populismo se alimenta con
“la sensación dominante según
la cual los ciudadanos pierden su calidad de vida, de que su estilo de vida se
ha transformado y que ya no son más los actores de la transformación de la
sociedad, sino que son víctimas de ella”.
Periodistas,
polemistas, editorialistas e intelectuales de Occidente llevan varios años fustigando
lo que las derechas latinoamericanas, con
su histórico lacayismo intelectual, han copiado al pie de la letra: “los populismos de
izquierda”. El difunto Hugo
Chávez en Venezuela, el desaparecido Néstor
Kirchner y la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner en la Argentina,
Rafael Correa en Ecuador o Evo Morales en Bolivia han sido objeto
de una construcción casi demoníaca sancionada con el adjetivo de “populistas”. El término se convirtió
en un parámetro al que recurrieron tanto las derechas liberales como el
pensamiento socialdemócrata. Ese populismo, sin embargo, es hoy la línea
dominante en la política europea, sobre todo en Francia donde la campaña electoral de cara a las elecciones
presidenciales de 2017 se va
convirtiendo en un concurso de despropósitos populistas. Nadie parece capaz de
proyectar una propuesta de futuro ante las polifónicas problemáticas de la
realidad: los estragos de la
globalización, las desigualdades patentes que provoca el liberalismo
mundial, la globalización, la crisis migratoria, el terrorismo o la
coexistencia en un mismo espacio de comunidades confesionales distintas se
sintetizan en propuestas populistas donde la identidad es la proa del navío.
Una de las últimas contribuciones retóricas a ese europopulismo la aportó el ex
presidente Nicolas Sarkozy, hoy en plena campaña electoral para las
elecciones primarias de la derecha donde se designará al candidato que
competirá en las elecciones presidenciales de 2017. Sarkozy ha hecho de la identidad, de la toxicidad de los
extranjeros y, particularmente, de los musulmanes, su mercado electoral. Hace
unos días dijo a propósito de los extranjeros que adquieren la nacionalidad
francesa: “en el momento en que uno se vuelve francés, nuestros ancestros son
los Gaulois”. Eso quiere decir que
si un argentino se hace francés, sus
ancestros no serán sus abuelos o sus
viceabuelos italianos, españoles o rusos, ni tampoco algún mitológico
gaucho o las descendencias indígenas.
Acontecimientos como el brexit no fueron previstos por los
economistas
La
temática de los Gaulois no sólo es mitológica sino, sobre todo, “un emblema de
la extrema derecha” francesa, según resalta el arqueólogo e historiador Jean-Paul Demoule. El populismo de la identidad, de la originalidad de los orígenes, de la pureza de
la sangre, de la “pura cepa” o de la legitimidad de la tierra ante los
invasores resurgió en Francia en los
años 80 con el auge del fundador del partido de ultraderecha Frente Nacional, Jean Marie Le Pen. Sus semillas no sólo
se arraigaron en Francia hasta
contaminar a casi todo el espectro político, sino que también influenciaron a
otros movimientos políticos de Europa hoy en pleno ascenso –Holanda, Gran Bretaña, Alemania, Italia, Bélgica, Austria– y hasta
llegó a Estados Unidos.
El candidato republicano
Donald Trump ha pasado casi todo el
mandato de Barak Obama poniendo en
tela de juicio que el actual presidente sea realmente norteamericano. No
transcurre una semana sin que este patético personaje no se explaye convocando
a la más rancia oratoria populista con la referencia del otro, mexicano o
musulmán, como espantapájaros. Con respecto a Francia y Europa, el presidente de la Fundación Jean-Jaurés, Gilles Finchelstein, explica en su ensayo Piège d’identité (Trampa de Identidad)
que la “desaparición de la diferenciación
entre la izquierda y la derecha impuso la temática de la identidad”. La identidad se comió todas las demás
problemáticas, incluida, en Francia,
la columna vertebral del debate y del sentido de la nación: la igualdad. Gilles Finchelstein
considera esta tendencia como una “auténtica amenaza para la democracia”.
Si en esta
poco más de primera década del Siglo XXI la identidad fagocitó todas las otras
temáticas, es
lícito reconocer que cuenta con un sólido respaldo teórico que excede en mucho
la esfera de los grupúsculos de extrema derecha. Autores que fueron de izquierda y de gran reputación internacional
protagonizaron una asombrosa transformación ideológica hasta convertirse en la
base filosófica de la identidad en contra no sólo de los migrantes sino de la
noción de Tercer Mundo. Si hay que
situar una fecha y un autor es preciso mencionar “El Llanto del Hombre blanco”, libro del sociólogo filósofo progresista Pascal
Bruckner, publicado en 1983. Ese ensayo apuntaba el supuesto “malestar” que ardía en las sociedades occidentales, es decir, el tercermundismo alentado por la
izquierda occidental que se obstinaba en promover una culpabilidad postcolonial
y, por consiguiente, el odio a sí mismo. La idea de un “racismo antiblanco”
tiene sus raíces en ese ensayo. Los ex
gauchistes de los años 60 y 70 se aliaron luego con la revolución
conservadora y produjeron, desde la sociología, la filosofía, la polémica o la
novela, una abundante literatura identitaria. Es el caso de Alain Finkielkraut (La identidad infeliz), del
polemista de ultra derecha Eric Zeemmour
(El Suicidio francés), del novelista Michel
Houellebecq. Todos están movidos por un principio crepuscular, por un neo
nacionalismo étnico y por la idea de un mundo contaminado al que es preciso
salvar de la impureza, del multiculturalismo, de la Europa sin fronteras, de las “invasiones” culturales y confesionales, de las elites minoritarias
cosmopolitas y globalizadas. Su pensamiento central atraviesa hoy las
narrativas políticas: la identidad musulmana es una amenaza contra los
fundamentos de la democracias laicas de occidente. Contra ella, sólo “nuestra identidad” nos salvará de la
desaparición de la cultura. Béligh Nabli,
profesor en el Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas (IRIS) y
autor del ensayo “La Republique
Identitaire” (La República de la Identidad) señala que ese populismo de la
identidad se apoya en el hecho de que “muchos,
a falta de querer o poder asumir los desafíos económicos y sociales, prefieren
fundar sus proyectos mediante la invocación del orden de la identidad”. El
tan vituperado populismo, antaño
marca indeleble de las democracias emergentes o frágiles, de los líderes
políticos corruptos y de las sociedades atrasadas, late hoy en el corazón mismo
de Occidente con una pujanza y un sólido futuro político. El populismo de la identidad es el suelo donde siembra
sus próximas conquistas. Página /12. Eduardo Febbro. Octubre del 2016.
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Europa, hoy es el centro de los Populismos, El Brexit, las Elecciones Nacionales en Francia, etc. Populismo, como propuesta "política" dela Derecha y la ultra-derecha, económico-político-empresarial, expresión ideológica y política del neoliberalismo en tiempos de grave y continuada crisis sistémica, que hasta ahora NO encuentra una salida, una alternativa para salir de las consecuencias destructivas de la gran crisis dcel 2008.
***
LA CRISIS DE LOS EXPERTOS.
“EL AUGE DE LOS POPULISMOS COGE A LOS
DESPREVENIDOS”.
*****
Andy Robinson.
La vanguardia miércoles 12 de abril del 2017.
“Coinciden los expertos
económicos”. Es una de las frases predilectas de los periodistas que escribimos
artículos como este. Y, últimamente, los expertos coinciden en algo un poco
inquietante. Al menos para ellos: nadie les hace caso.
Ocurrió con el brexit cuando el
52% de los votantes británicos optaron por salir de la UE pese a que sólo 1 de
cada 22 economistas entrevistados en un sondeo del dominical The Observer apoyó
la salida. Asimismo, el programa de Donald Trump fue calificado por la mayoría
de los economistas como peligrosamente proteccionista y económicamente
analfabeto. Pero Trump ya está instalado en la Casa Blanca.
Los expertos pierden su
influencia y el establishment económico y político advierte sobre una ola
alarmante de populismo. Pero, para los jóvenes autores del nuevo libro
Econocracy: el peligro de dejar a los expertos (Manchester University Press,
2017), el problema estriba en la desconexión radical entre una ciudadanía, que
ni tan siquiera entiende el lenguaje elemental de la economía, y una tecnocracia
formada en facultades que sólo enseñan un esotérico pensamiento único. En
concreto, las teorías de la escuela neoclásica, un modelo económico que, pese a
estar escondido en una densa niebla de ecuaciones algébricas, es tan ideológico
como cualquier otro.
Para Joe Earle, Cahal
Moran y Zach Ward-Perkins, todos activistas de un nuevo movimiento estudiantil,
que cuenta ya con grupos en 14 universidades británicas y unas cuantas en
Europa, la crisis de los expertos hasta puede ser motivo de celebración. “Se
está dando un contragolpe a los expertos debido al fracaso de una forma muy
centralizada de entender lo que son las ciencias económicas y la economía”,
dice Moran, de 26 años, que cursa un posgrado en ciencias económicas en la
Universidad de Manchester. Este innovador y atrevido movimiento estudiantil,
que nació en el 2012 con la creación del grupo Post crash economics en
Manchester –casualmente, la cuna del capitalismo industrial–, se ha extendido
por las diversas universidades británicas y en el resto de Europa.
Son rebeldes pero cuentan
con el apoyo moral de economistas de prestigio como Andy Haldane, el economista
jefe del Banco de Inglaterra; Ha Joon Chang de Cambridge; Robert Skidelsky, el
biógrafo de John Maynard Keynes; Ann Pettifor, autora de La producción del
dinero; el lingüista Noam Chomsky y Martin Wolf, gurú macroeconómico del
Financial Times. Los estudiantes, ya incorporados a la campaña Rethinking
economics, (replanteando las ciencias económicas) reivindican la pluralidad en
la enseñanza de la disciplina, mediante la incorporación al currículo de una
amplia gama de teorías heterodoxas y ortodoxas, desde la austriaca a la
keynesiana, feminista a ecológica, actualmente excluidas.
Abogan también por la democratización de la economía mediante programas populares de alfabetización económica. Según encuestas que el grupo de Manchester realizó en colaboración con la firma de sondeos Yougov, la mayoría de la población británica no entiende conceptos básicos de la economía como el PIB o la inflación. “Mediante programas de educación, hace falta formar ciudadanos economistas” –sostienen– dotados de suficientes conocimientos como para cumplir con el consejo de la famosa economista keynesiana de la Universidad de Cambridge, Joan Robinson: “Conviene estudiar ciencias económicas para evitar que los economistas te engañen”.
En España, ya existen iniciativas de este tipo. En la Universidad de Barcelona se ha creado un grupo de estudiantes que exigen mayor pluralidad en la enseñanza. Asimismo hay diversas iniciativas de formación ciudadana en las ciencias económicas. “No deberíamos dejar esto en manos de expertos que utilizan una jerga precisamente para ahuyentar a la gente”, dice Ricardo Záldivar, catedrático de la Universidad Carlos III de Madrid que participa en una serie de programas de formación económica popular.
Al cuestionar el papel de los expertos, no se debería caer en la trampa de menospreciar los conocimientos en sí, advierte Moran. “Este es un mundo complejo y haca falta la pericia pero no hay un solo punto de vista económico”, recuerda. A fin de cuentas, hasta los técnicos del propio Fondo Monetario Internacional (FMI) quedaron perplejos al ver como sus advertencias contra un exceso de austeridad en Europa fueron rechazadas por una opinión publica en varios países, entre ellos el Reino Unido y España, convencida de que la deuda pública era el principal peligro.
Los expertos en economía –incluso los que pretenden “popularizar” las ciencias económicas como Steven Levitt, autor de éxitos de ventas como Freakonomics, suelen presentarse como mentes privilegiadas que entienden las leyes inmutables de una economía que funciona de forma independiente de la política. En realidad, explican, la idea de una economía como un “concepto abstracto regido por leyes técnicas es un invento bastante reciente”. Los economistas de principios del siglo XX se quejaron de que los políticos no les hicieran caso. “Cuando los economistas hablamos, nos tienen menos respeto de lo que merecemos,” se lamentó Irving Fisher en 1902.
En todas las elecciones generales celebradas entre 1900 y el final de la Segunda Guerra Mundial la palabra “economía” sólo apareció dos veces en el programa electoral del partido ganador. La situación ahora –o al menos, hasta la irrupción de los populismos– es la inversa. En el último manifiesto de David Cameron la economía se mencionó más de 60 veces. Por eso, es lógico pensar, según los estudiantes, que los economistas neoclásicos tienen tanto poder en estos momentos porque sus recomendaciones convienen a los poderes políticos, empresariales y bancarios.
Ahora bien, la influencia de los expertos no sería tan grave si existiera una pluralidad de ideas en las facultades donde se forman. Pero “los expertos del futuro sólo aprenden una sola perspectiva (la neoclásica) como si no hubiera otras”, advierten los estudiantes. En los exámenes de fin de carrera, el 76% de las preguntas no exige pensamiento crítico o independiente, según sus investigaciones en las universidades británicas. En la emblemática London School Economics, cantera de un ejército de “expertos” globales, unos cuantos de ellos en España, hay aún menos incentivos para pensar críticamente.
Las “ciencias económicas son un método de adoctrinamiento”, sentencian. Tras empezar sus carreras universitarias justo después del colapso del sistema financiero en el 2008, los estudiantes de Manchester confiaban en que en algún momento sus profesores les hablarían de las causas y las consecuencias de la crisis. Pero “a mitad de la carrera nos dimos cuenta de que nuestra espera era en balde”.
Las consecuencias de la brecha entre una tecnocracia versada unicamente en la economía neoclásica y una masa de gente que no entiende nada acaba de ponerse de manifiesto de forma explosiva. Más que un rechazo a Europa en sí, “el brexit es una reacción contra el gobierno de tecnócratas y la econocracia”, asegura Joe Earle, otro de los autores. “Pone de manifiesto la distanciamiento entre élites normalmente metropolitanas, dueños del lenguaje de las ciencias económicas, y el resto del país que se siente excluido y busca otro lenguaje, el del nacionalismo y soberanía”.
El brexit no sólo revela el fracaso de los expertos, sino también de sus conceptos e indicadores. Por ejemplo , el uso insistente de medidas estadísticas nacionales. Londres y el sudeste, las únicas regiones inglesas que votaron a favor de la UE, también son las únicas cuyo PIB per cápita es mayor ahora que antes de la crisis financiera. En el resto del país, se sigue por debajo del nivel del 2007. “Si no vives en Londres ¿por qué te va a interesar lo que los expertos dicen del crecimiento del PIB?” se pregunta Cahal. Y en eso estamos.
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