En su carrera por
monetizar el nuevo modelo de periodismo digital, los periódicos buscan, por encima de todo,
aumentar el número de lectores, su permanencia en sus páginas webs y los clics.
Lo mismo puede decirse de las redes
sociales o de casi cualquier aplicación gratuita de móvil. La publicidad
tradicional deja de ser la vía de financiación principal y deja paso a las
bases de datos, cada vez más hinchadas,
con las que poder comercializar. La
información, por tanto, deja de tener sentido en sí misma, y pasa a ser un
mero vehículo para obtener datos del usuario. Cada vez importa menos qué se cuenta, sino
cuánta aceptación (clics) tendrá lo que se cuenta.
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ENFERMEDAD DE LA ERA DIGITAL.
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Luis Meyer.
ALAI.
Viernes 21 de abril del 2017.
El año pasado, Facebook alcanzó los 1.860 millones de
usuarios, casi un 20% más que en 2015. Más de 1.200 millones son activos a
diario, esto es: envían y reciben información, señalan sus preferencias sobre
infinidad de temas con solo un clic de ratón por medio de la herramienta
‘like’, comparten y expanden contenidos en todos los formatos imaginables,
textos, audios, fotografías y vídeos. A día de hoy, en torno a una cuarta parte
de la población mundial usa Facebook activamente. Según un estudio de la
publicación The
Verge sobre ciencia e innovación, en 2030 el porcentaje podría
superar el 60% de los habitantes del planeta. Hay que tener en cuenta que, para
entonces, habremos subido de los 7.000 millones actuales a casi 9.000.
David Lewis, autor del informe Dying for information? (¿morir por
obtener información?), dio la voz de alarma en 1996 sobre el síndrome de la
fatiga informativa, que catalogó de enfermedad psíquica. El filósofo Byung-Chul
Han trata en su obra En el enjambre la desideologización
y tecnificación de las estructuras sociales, en las que los políticos se
separan de la ciudadanía para convertirse en eso ajeno que llamamos
‘establishment’ y los ciudadanos se van convirtiendo en meros consumidores. Y
señala como principal patología la sobre comunicación. También alerta sobre la
fatiga informativa:
“El principal síntoma es la parálisis de la
capacidad analítica. Que es lo que precisamente constituye el pensamiento. El
exceso de información atrofia el pensamiento, la capacidad de distinguir lo
esencial de lo no esencial”. Y va más allá: “El cansancio de la información
incluye también síntomas característicos de la depresión que, ante todo, una
enfermedad narcisista. El sujeto se ahoga en su propio yo, agotado y fatigado
de sí mismo. Nuestra sociedad se hace cada vez más narcisista. Redes sociales
como Twitter o Facebook agudizan esta evolución, pues son medios narcisistas”.
Una derivada de la fatiga informativa es otra nueva
que se da tanto por déficit como por exceso: por un lado, quienes se ven
incapaces de sumarse y aceptar los nuevos usos impuestos por la era digital;
por otro, quienes son incapaces de hacerlo de una manera saludable, y se
identifican en exceso con la tecnología, perdiendo la perspectiva de su propio
yo. El equipo de Investigación WANT Prevenció Psicosocial de la
Universitat Jaume I de Castellón ha elaborado recientemente un cuestionario
para predecir sus síntomas: incluye aspectos como ansiedad y riesgos
psicosociales.
Pero los riesgos, según expone Byung-Chul Han, van más
allá de los efectos directos en el usuario, su relación con el entorno o su
pérdida de capacidad analítica. La sobreinformación nos lleva, en su opinión, a
una nueva protocolización general de la vida, y la ingente cantidad de
información que dejamos a nuestro paso por la red, reunida en eso inabarcable llamado
big data, lleva a un nuevo concepto de Big brother:
“Cada uno
observa y vigila al otro, y cada uno es observado y vigilado”.
Los beneficiados reales de toda esta recopilación de
información en la red no son los propios usuarios, sino las empresas y los
Estados. En muchos casos, actúan como un solo ente. Un claro ejemplo es la
agencia Acxiom, que posee datos relevantes de más de 300 millones de
estadounidenses, esto es, casi toda la población, y los vende a las empresas
que los solicitan. Tiene más información que el FBI, prueba de ello es que han
recurrido muchas veces a la agencia para sus operaciones de investigación.
En su carrera por monetizar el nuevo modelo de
periodismo digital, los periódicos buscan, por encima de todo, aumentar el
número de lectores, su permanencia en sus páginas webs y los clics. Lo mismo
puede decirse de las redes sociales o de casi cualquier aplicación gratuita de
móvil. La publicidad tradicional deja de ser la vía de financiación principal y
deja paso a las bases de datos, cada vez más hinchadas, con las que poder
comercializar. La información, por tanto, deja de tener sentido en sí misma, y
pasa a ser un mero vehículo para obtener datos del usuario. Cada vez importa
menos qué se cuenta, sino cuánta aceptación (clics) tendrá lo que se cuenta.
Y mientras tanto, como opina Byung-Chul Han, el efecto pernicioso en el ciudadano de a pie es
cada vez mayor:
“La hipercomunicación digital destruye el
silencio que necesita el alma para reflexionar y para ser ella misma. Se percibe
solo ruido, sin sentido ni coherencia. Todo ello impide la formación de un contrapoder que pudiera
cuestionar el orden establecido que adquiere así rasgos totalitarios”.
Luis Meyer
Revista Ethic
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