“En
su diagnóstico los llamados líderes europeos se empeñan en incluir los factores
exógenos y en público subestiman la crisis económica, social, laboral y
política que envuelve a sus propios ciudadanos, partidos políticos y gobiernos.
Hablan de terrorismo internacional, crisis de refugiados, la elección de Donald Trump en Estados Unidos y las
relaciones con el resto del mundo. Hacia adentro mencionan al brexit (salida de Gran Bretaña del bloque),
el creciente movimiento de quienes rechazan la integración europea y pocas
cosas más. No se ve, salvo excepciones, una autocrítica por las exigencias de
ajuste fiscal hacia las economías más chicas, la pérdida de derechos sociales y
la caída de una socialdemocracia que no mostró diferencias con la derecha liberal a la hora de aplicar
ajustes, avalar guerras imperialistas, ejercer el racismo y la xenofobia y establecer acuerdos con sectores
conservadores para impedir el surgimiento de nuevos partidos de masas.
La cumbre que se realizó el 25 de marzo en Roma para conmemorar los 60 años de la Unión es un
buen ejemplo de ese ocultamiento de los síntomas más graves. Los líderes de los
27 países miembros acordaron una
serie de compromisos para los próximos diez años pero no hubo un abordaje
profundo de la crisis que sacude al bloque.
El documento de Roma promueve una Europa “segura, próspera, social y
más fuerte en la escena mundial”. También se compromete a adoptar una “política
migratoria eficaz y sostenible” que genere “crecimiento y empleo”. El texto establece que “en los diez próximos años queremos una
Unión más segura y protegida, próspera, competitiva, sostenible y socialmente responsable,
que tenga la voluntad y la capacidad de desempeñar un papel fundamental en el
mundo y de modelar la globalización”. Un
párrafo señala, de manera genérica, que “la UE se enfrenta a retos sin precedentes, tanto mundiales como
interiores: conflictos regionales, terrorismo, presiones migratorias
crecientes, proteccionismo y desigualdades socio-económicas”.
El documento
fue largamente negociado para determinar de qué manera se abordarían los
asuntos más espinosos del bloque. Temas discutidos en lo previo pero no abordados en el documento final son
la caída de los índices
sociales en muchos de los países, las políticas de ajuste y el proteccionismo
económico exigido por algunos socios.
/////
La crisis del euro, el alto desempleo, en especial en la juventud, el terrorismo, el proceso independentista, la crisis humanitaria - alto nivel de migración y el absolouto fracaso de las políticas fiscales de reajuste, hoy están llevando a la propia destrucción de la Unión Europea y el ocaso de Occidente.
***
OCASO DE LA UNIÓN EUROPEA.
(I de II).
Tambalea Otro centro del
Poder Mundial.
*****
Adrián
Fernández e Ignacio Díaz.
Rebelión
sábado 15 de abril del 2017.
Descontento
social y crisis capitalista imponen una dinámica de desintegración. Degradada
la socialdemocracia se fortalecen opciones de ultraderecha y tambalea un
proceso de 60 años.
Desde el estallido en 2007 de la más grave crisis
del capitalismo mundial la Unión Europea
(UE) sufre un resquebrajamiento, ocultado pero persistente, que se
manifiesta de varias maneras y provoca temores, la mayoría de ellos fundados.
Tuvo que pasar una década para que, a 60 años del Tratado de Roma que dio
origen a la Comunidad Económica Europea
(CEE), antecedente y cimiento de la UE,
para que los gobiernos reconocieran oficialmente la magnitud del problema.
En su diagnóstico los llamados líderes europeos se
empeñan en incluir los factores exógenos y en público subestiman la crisis
económica, social, laboral y política que envuelve a sus propios ciudadanos,
partidos políticos y gobiernos. Hablan de terrorismo internacional, crisis de
refugiados, la elección de Donald Trump
en Estados Unidos y las relaciones con el resto del mundo. Hacia adentro
mencionan al brexit (salida de Gran
Bretaña del bloque), el creciente movimiento de quienes rechazan la
integración europea y pocas cosas más. No se ve, salvo excepciones, una
autocrítica por las exigencias de ajuste fiscal hacia las economías más chicas,
la pérdida de derechos sociales y la caída de una socialdemocracia que no
mostró diferencias con la derecha liberal a la hora de aplicar ajustes, avalar
guerras imperialistas, ejercer el racismo y la xenofobia y establecer acuerdos con
sectores conservadores para impedir el surgimiento de nuevos partidos de masas.
La cumbre que se realizó el 25 de marzo en Roma para conmemorar los 60 años de la Unión es un
buen ejemplo de ese ocultamiento de los síntomas más graves. Los líderes de los
27 países miembros acordaron una
serie de compromisos para los próximos diez años pero no hubo un abordaje
profundo de la crisis que sacude al bloque.
El documento de Roma promueve una Europa “segura, próspera, social y
más fuerte en la escena mundial”. También se compromete a adoptar una “política
migratoria eficaz y sostenible” que genere “crecimiento y empleo”.
El texto establece que “en los diez
próximos años queremos una Unión más segura y protegida, próspera, competitiva,
sostenible y socialmente responsable, que tenga la voluntad y la capacidad de
desempeñar un papel fundamental en el mundo y de modelar la globalización”.
Un párrafo señala, de manera genérica, que “la UE se enfrenta a retos sin precedentes,
tanto mundiales como interiores: conflictos regionales, terrorismo, presiones
migratorias crecientes, proteccionismo y desigualdades socio-económicas”.
El documento fue largamente negociado para
determinar de qué manera se abordarían los asuntos más espinosos del bloque.
Temas discutidos en lo previo pero no abordados en el documento final son la
caída de los índices sociales en muchos de los países, las políticas de ajuste
y el proteccionismo económico exigido por algunos socios.
Durante las semanas previas el gobierno conservador
polaco puso en duda la firma de la declaración. Estaba en contra del concepto
de “una Europa a dos velocidades”, según
el cual el bloque se desarrollará de acuerdo a las posibilidades asimétricas de
cada uno de los países.
Esta teoría del crecimiento dispar, que había sido
acordada a comienzos de mes en una cumbre entre los principales líderes
europeos, finalmente quedó lavada en el documento final: “actuaremos juntos, a distintos ritmos y con distinta intensidad
cuando sea necesario, mientras avanzamos en la misma dirección”.
Escépticos y decepcionados.
Un reciente estudio de Ipsos señala que los ciudadanos de las cinco naciones más grandes de Europa piensan que su país se
encuentra en declive: 73% de los
encuestados en Italia, 69% en España, 67% en Francia, 57% en el Reino
Unido y 47% en Alemania. Según el trabajo la mayoría de los franceses
(61%), italianos (60%), españoles (56%), alemanes (44%) y británicos (43%)
creen que su generación tiene una vida
peor que la de sus padres.
Buena parte de ese escepticismo descansa en los jóvenes, los que más han sufrido las
consecuencias de la crisis disparada en
2008. Según Eurobarómetro la
mitad de ellos se siente excluida y marginada de toda participación
significativa en la vida social y económica. Tres de cada cuatro europeos piden
más medidas para combatir la falta de empleo
en una región que cuenta con jóvenes altamente calificados, pero más de 4,2 millones de jóvenes
menores de 25 años están desempleados. En países como Grecia, España e Italia el problema es
realmente grave, con cifras que van del 38
al 45%.
En el plano
político, la crisis social y la caída
en desgracia de partidos tradicionales han dado lugar a la emergencia de movimientos progresistas (deslegitimados
por los sectores de poder y víctimas de sus propias contradicciones) y también
de extrema derecha. En diciembre
pasado las elecciones en Austria dieron
un primer aviso de que el fenómeno debe tomarse seriamente. El socialdemócrata ecologista Alexander Van
der Bellen venció por poco a Norbert
Hofer, representante del nacionalista Partido
de la Libertad, xenófobo y contrario a la Unión Europea.
El mismo mes el primer ministro italiano, Matteo Renzi, había sido derrotado en su
intento por reformar la Constitución mediante un referendo y renunció a su
cargo. Tras el alivio en las elecciones de Holanda
donde la derecha frenó el ímpetu ultranacionalista, los europeos están atentos
a lo que suceda en Francia y Alemania
y el futuro de los gobiernos de España e
Italia.
El Brexit - el saparación del Reino Unido - aunado a las políticas populistas-seudo-nacionalistas del sr. Trump y el propio creeciienmto de la ultra-derecha en todo Europa, hoy es un terrible riesgo político para la propia existencia de la Unión Europa. Los grandes errores de la Troika en torno a las políticas de austeridad absolouta, han fracasado y solo han beneficiado a las grandes corporaciones y en cambio ha aumentado el desempleo y ha crecido el salario de sobrevivencia.
***
Uno menos.
Abril y el resto del año estarán atados a los
efectos del “brexit”, la evolución
de la crisis y la credibilidad de la población en un proceso que tambalea. El brexit, palabra que sintetiza la
decisión de la mayoría de los británicos de separarse de la Unión Europea, ya
está en marcha. A fines de marzo la primera
ministra Theresa May, del Partido Conservador, aplicó el artículo 50 del
Tratado de Lisboa (la ley madre del bloque) y comenzó el proceso de
negociación. Es la primera vez en la historia de la UE que un país abandona el
bloque, exactamente 60 años después de la firma del Tratado de Roma.
Como parte de la UE Gran Bretaña fue la segunda potencia económica luego de Alemania. Como principal socio
comercial de este país, recibe vehículos y manufacturas en gran escala.
Estudios privados previos señalan que con la ruptura británica Alemania podría
perder anualmente entre una y tres décimas en su PIB. Pero hay naciones que
sentirían un impacto mayor, como Irlanda,
Luxemburgo o Bélgica.
Cuando se consolide la ruptura ya no habrá
fronteras comerciales abiertas entre Londres
y los países del bloque. Esto explica que May quiera firmar acuerdos de libre comercio entre Londres y la UE de manera paralela a la
salida británica. El objetivo máximo es
que de aquí a dos años Gran Bretaña
no tenga obligaciones institucionales con la UE, pero sí libre intercambio de
bienes y servicios. Los líderes europeos son menos optimistas y más
desconfiados; además temen que Gran
Bretaña se transforme en un paraíso fiscal. El camino es largo en un mundo
en crisis.
Proyecciones.
Las pautas generales de lo que se abrirá para Londres tras el brexit fueron
mencionadas por May en enero pasado, siete meses después del referendo en el
cual casi el 52% de británicos
decidió abandonar la Unión Europea, tras haber sido en 1973 parte fundadora de la Comunidad Económica Europea. En su
presentación ante el Parlamento el 17 de enero la líder conservadora entregó
una lista con los 12 puntos fundamentales para esta etapa de divorcio, entre
ellos la ya referida pretensión de libre comercio con sus futuros ex socios.
Entre los 12 propósitos de la hoja de ruta está
limitar el número de ciudadanos de la UE
que llegan a Gran Bretaña y sólo atraer a “los mejores” que quieran
trabajar y estudiar. Uno de los compromisos de May es acordar con Bruselas (capital de la Unión Europea)
que se mantengan los derechos para quienes ya están viviendo en el mercado
común y también para los tres millones de ciudadanos de la UE que actualmente
viven en Gran Bretaña. Lo mismo prometió para mantener los derechos laborales
de los trabajadores que actualmente están regulados por las leyes europeas.
La UE perderá con el brexit los 10 mil millones de euros
anuales que Gran Bretaña aportaba al presupuesto comunitario. En un momento
delicado, con necesidad de aumentar gastos sociales para atender la crisis y
mientras suben los gastos militares, los
27 socios europeos tienen dos opciones: aumentar proporcionalmente sus
contribuciones o reducir el gasto.
Previsiones privadas estiman que de acuerdo al
crecimiento de la economía de países y bloques, en 30 años (ya sin Gran Bretaña) el peso de la Unión Europea en la
economía mundial será de apenas 9%.
Para 2050 Gran Bretaña sería la décima
economía, Francia estaría fuera
de las primeras 10 e Italia más allá
de las 20 primeras. En el reparto global India
representaría el 15% de la
economía mundial, China el 20% y Estados
Unidos el 12%.
A comienzos de marzo un informe de la Organización para la Cooperación y el
Desarrollo Económico (OCDE) señaló que el “modesto” repunte de la economía
global no tiene “sólidos cimientos”. Apuntó que hay una “notable desconexión”
entre cierta confianza detectada en los mercados financieros y la realidad de
los fundamentos económicos. La economista jefe del organismo, Catherine Mann, advirtió que
“la mejoría en la confianza
de los mercados contrasta con el continuado bajo crecimiento del consumo y la
inversión, que sigue bastante por detrás de previas recuperaciones, y la
ralentización en el crecimiento de la productividad junto con la persistente
desigualdad de ingresos”. Remarcó que “la
confianza (global) ha aumentado (pero) el consumo, la inversión, el
comercio y la productividad distan de ser fuertes”.
El fortalecimiento económico-político de la OCDE, o la continuación y agravamiento de la crisis económica de sus miembros, es hoy clave en el proceso de "sobrevivencia" política de la Unión Europea.
El mismo
informe detalló que en la zona euro (países de la UE que tienen al euro como moneda)
continuará el ritmo “moderado” de crecimiento económico con 1,6% en 2017 y
2018. Para la OCDE, Alemania tendrá este año un crecimiento
estimado del 1,8%, Francia crecerá
1,4% e Italia 1%.
Detectó para Europa “señales
alentadoras de que la inversión de las empresas se puede estar fortaleciendo”,
pero alertó sobre “el alto nivel de créditos morosos y un mercado laboral aún
débil en algunos países de la zona”. En el Reino Unido la expansión prevista
para este año será del 1,6% y del 1% en 2018, atado a “la incertidumbre acerca
del futuro de sus relaciones comerciales”.
Dependientes.
La primera
ministra May espera a Donald Trump para comenzar a tejer una alianza muy compleja,
pese a que parlamentarios, dirigentes políticos y ciudadanos de a pie juntaron
más de un millón de firmas para pedirle que no lo reciba. Trump apoyó el brexit durante su campaña electoral y cree en la
disolución de la UE producto de la llegada masiva de refugiados y el desencanto
de la población con el bloque. Su candidato a embajador ante la UE, Ted Malloch, provocó la ira de
conservadores y socialdemócratas cuando anticipó que habrá otros brexit y un
colapso del euro como moneda común.
Aunque parezca exagerado, buena parte del futuro de
la UE depende de las políticas comerciales y económicas de Trump, quien ya anunció que reforzará barreras e impuestos a los
productos importados de Europa. La reunión en Washington con la alemana Angela Merkel del 17 de marzo no dejó
ver una luz en el túnel.
El presidente del Consejo Europeo Donald Tusk advirtió a los jefes de
Estado de la UE: “el cambio en Washington coloca a la Unión Europea en una
situación difícil, con una nueva administración que parece cuestionar los
últimos 70 años de política exterior americana”. Lo dijo en la misma reunión en
la que el presidente francés, François
Hollande, pidió a sus socios que reaccionen ante los ataques del nuevo
administrador de Washington: “cuando
Trump habla del modelo del brexit para otros países, debemos responderle.
Cuando añade medidas proteccionistas que podrían desestabilizar las economías
europeas y a las principales economías del mundo, debemos responderle”. Cuando Trump pise suelo europeo,
seguramente en mayo al visitar la OTAN,
Hollande estará dejando la presidencia de Francia a manos de la derecha o
del ultranacionalismo.
La Cumbre de
primavera de los líderes europeos
(Bruselas, 9 de marzo) reafirmó su “firme compromiso con una política comercial
robusta y un sistema comercial multilateral abierto” como “una clara señal en
tiempos en los que están reapareciendo tendencias proteccionistas”. El gobierno
derechista de Polonia se opuso a ese
compromiso de libre comercio y otros prefirieron acompañar esa declaración de
principios. Polonia lidera un
pequeño grupo de naciones junto a Bulgaria,
Rumania, Estonia, Letonia y Lituania que comparten necesidades: se
benefician con los fondos europeos a cambio de ser base de operaciones
militares de la OTAN en su lucha
contra Rusia. Otra nación del este
de la UE, Hungría, literalmente
cierra sus fronteras y Ucrania
marcha a la deriva en su lucha armada contra los separatistas pro rusos.
Hoy la Unión Europea es un Proyecto Político Fallido.
***
Reino apenas unido.
Hacia dentro el gobierno conservador de Theresa May trata de contener los aires
independentistas de escoceses e irlandeses del norte. El 28 de marzo el
parlamento de Escocia aprobó la propuesta de la ministra principal, Nicola Sturgeon, de convocar a un nuevo
referendo para decidir si el país debe independizarse o no del Reino Unido. La
propuesta fija un lapso de tiempo para la consulta popular entre fines de 2018 y principios de 2019. Sturgeon defendió que la independencia de Escocia será la mejor
alternativa frente a las consecuencias que tendrá el brexit, que “será un
desastre para la economía y nuestra sociedad”. Y concluyó: si Londres no
autoriza la consulta popular, el Reino Unido se romperá.
En
septiembre de 2014 los escoceses se habían pronunciado contra la separación de Gran Bretaña (el No obtuvo 55,3% en el
referendo) y dieron por cerrado el debate en torno a la independencia. En la
reciente consulta por el brexit, el 62%
de los escoceses optó por permanecer
en la UE pero el triunfo de los
antieuropeos en el recuento general de Gran Bretaña volvió a encender las
posiciones nacionalistas y el rechazo a Inglaterra.
May acusó al Gobierno escocés del Partido Nacionalista Escocés (SNP) de tener una “visión de túnel sobre la
independencia” y centrarse en la independencia en detrimento de otras
necesidades de la autonomía. “Pienso que
lo que la gente quiere es que el gobierno del SNP se ocupe de los asuntos que
requieren atención a diario”, dijo May a la BBC. Allí lanzó una frase que
generó disgusto en las corrientes independentistas: “la política no es un juego”.
Lo cierto es que el gobierno escocés presentó a comienzos de marzo un detallado plan
para mantener a Escocia dentro del
mercado único. May aseguró que la
iniciativa se está “examinando” y que “hay cuestiones que han planteado que
hemos incorporado” al proceso del brexit.
Prometió que el futuro acuerdo comercial
de Londres con la UE, cuando se firme, “funcionará para todo el Reino Unido y,
lo que es clave, que funcione también para Escocia”.
Otro proceso similar podría desatarse en Irlanda del Norte, donde la población
también había votado mayoritariamente por la permanencia en la UE. En ambos casos, para convocar
legalmente un referendo se necesita la autorización de la primera ministra. A
diferencia de Inglaterra y Gales, Escocia e Irlanda del Norte votaron por
amplia mayoría a favor de permanecer en
el bloque en el referendo del pasado 23 de junio.
Las
elecciones parlamentarias del 4 de marzo dejaron como resultado un
equilibrio de fuerzas entre unionistas y
nacionalistas. El probritánico Partido Democrático Unionista (DUP) de Arlene Foster ganó por un solo escaño (28) al nacionalista Sinn Féin de Michelle O’Neill (27). El
gobierno británico se apuró a pedir “cuanto antes” un Ejecutivo compartido en Irlanda del Norte para evitar la
profundización de la crisis.
Del lado de los laboristas las cosas no van mejor. Jeremy Corbyn, líder de izquierda del laborismo, está siendo
azotado por las encuestas de opinión dentro de sus partidarios de cara a las
elecciones de 2020. Un sondeo de la
firma YouGov difundido a comienzos
de marzo revela que la mitad del Partido Laborista cree que Corbyn debería dimitir antes de los
comicios generales (36% para que
renuncie ahora y 14% para que lo
haga antes de 2020). El 44% de los consultados apoya la continuidad del
dirigente. El mismo trabajo reveló que el economista John McDonnell, aliado de Corbyn,
es el político favorito al interior del laborismo. Ambos representan corrientes
que se ubican a la izquierda del partido, que celebrará elecciones internas el
4 de mayo.
Reformismo.
La
socialdemocracia deambula sin rumbo por Europa, como lo muestran
los escenarios de España, Italia,
Francia, Gran Bretaña. A la par, la experiencia de Alexis Tsipras en Grecia fue un golpe duro para la denominada “nueva izquierda”, como lo fue también
la derrota de Podemos en España, que
sucumbió al acuerdo de cúpulas entre derechistas y socialdemócratas. La extrema derecha ocupa espacios
perdidos por los progresistas y sólo en escasos escenarios asoma una izquierda
que intenta distanciarse de los sectores desorientados.
Un caso particular
es Portugal, como Grecia severamente castigado por la crisis y el ahogo del
sistema financiero europeo e internacional. Desde 2015 el primer ministro António
Luís Santos da Costa gobierna una coalición entre el Partido Socialista, el Bloque de Izquierda, el Partido Comunista
Portugués y los ecologistas, que mostró un incipiente alejamiento de la ortodoxia
del ajuste fiscal, redujo el
desempleo, mejoró la situación laboral general con aumento del salario mínimo y jubilaciones. El PS se
vio obligado a un pacto con la izquierda para poder mantener la mayoría
parlamentaria.
Trabajosamente en Alemania una corriente del viejo Partido Socialdemócrata Alemán
(SPD, actualmente aliado a la Unión
Demócrata Cristiana de Angela Merkel) trata de hacerse un espacio para
enfrentar a la actual canciller el 24 de
septiembre próximo. Hasta enero pasado el secretario del SPD, Sigmar Gabriel, vicecanciller y ex
ministro de Economía de Merkel, fue candidato a disputar la jefatura de Estado
pero perdió en las primarias a manos de Martin
Schultz, un representante de las corrientes más progresistas del SPD.
En Francia,
el Partido Socialista se derrumba de la mano del presidente Hollande, pero la izquierda no logra
ocupar ese espacio. Algo similar ocurre con el debilitamiento de la socialdemocracia italiana, sin que
surjan organizaciones de masas que cuestionen el sistema.
Mientras tanto, la Unión Europea tambalea y ve cómo se eclipsa un proceso de integración madurado durante
décadas que en los últimos diez años golpeó con dureza a los trabajadores del
continente.
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