Las políticas
del “Consenso de Washington” (1990),
de liberalización comercial y financiera,
“disciplina” fiscal, estabilidad monetaria y cambiaria y privatización de las empresas
estatales han sido el alma de los
tratados comerciales y financieros. Políticamente estaban destinadas a
reducir la presencia del Estado en
la regulación económica y política, y dejar todo esto en manos de las “fuerzas del mercado”, es decir de la
ley del más fuerte, del capital. Esas
recetas de política económica se volvieron el mantra fundamentalista de estabilizar,
privatizar y liberalizar, para “la
modernización y la competitividad” y engendrar los llamados tratados de
libre comercio (TLC). El TLC de
América del Norte (1993) fue el primer “compendio” que recogió y volvió
obligatorias las famosas medidas de Washington. Su Capítulo 11, relativo a Inversiones, asentó una generosa
definición de inversión y de derechos a los inversionistas transnacionales.
Esto se reconoce como el modelo base de varios acuerdos multilaterales sobre comercio e
inversión. La OCDE y el FMI
fracasaron tratando de reproducir ese capítulo en las negociaciones iniciales
de la Organización Mundial de Comercio
(OMC, 1994) e insistieron bajo la Agenda de Singapur, en la Cumbre de 1996.
Pero ante sus fracasos optaron por construir y promover el llamado Acuerdo Multilateral sobre Inversión AMI buscando las
adhesiones de la mayoría de países que no habían participado en su negociación.
Sin embargo, la campaña mundial contra el AMI y OMC (Seattle 1999) y la destacada oposición de Francia logró abortarlo ese mismo
año.
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CRISIS DE LOS NUEVOS TLC Y DEL ORDEN
FINANCIERO INTERNACIONAL.
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Alejandro Villamar.
ALAI. Viernes 7 de abril del 2017.
No hay analista ni gobierno serio que pueda afirmar
que el sistema internacional de comercio y financiero goza de buena salud.
Por el contrario existe una creciente preocupación por evitar una mayor
crisis global.
Partimos de la premisa que los “nuevos” tratados comerciales y financieros y el orden financiero
global están en crisis y retroceso, pero ni los EE.UU. ni la UE son ya los
únicos actores determinantes de las tendencias comerciales ni financieras.
Y el fracaso o estancamiento de sus mega-iniciativas y de su territorio
de dominio son señales de un proceso de transición contradictorio hacia un
nuevo ciclo de acumulación y hegemonía (en
el sentido de G. Arrighi) pues se ha creado, también, un espacio
político difícil pero de posible avance de poderes y nuevas alianzas sociales y
estatales emergentes.
Sus raíces recientes.
Las políticas del “Consenso de Washington” (1990), de liberalización comercial y
financiera, “disciplina” fiscal, estabilidad monetaria y cambiaria y
privatización de las empresas estatales han sido el alma de los tratados
comerciales y financieros. Políticamente estaban destinadas a reducir la
presencia del Estado en la regulación económica y política, y dejar todo esto
en manos de las “fuerzas del mercado”,
es decir de la ley del más fuerte, del capital.
Esas recetas de política económica se volvieron el
mantra fundamentalista de estabilizar, privatizar y liberalizar, para
“la modernización y la competitividad” y engendrar los llamados tratados de
libre comercio (TLC). El TLC de
América del Norte (1993) fue el primer “compendio” que recogió y volvió
obligatorias las famosas medidas de Washington. Su Capítulo 11, relativo
a Inversiones, asentó una generosa definición de inversión y de derechos a los
inversionistas transnacionales. Esto se reconoce como el modelo base de varios
acuerdos multilaterales sobre comercio e inversión.
La OCDE y el FMI fracasaron tratando de
reproducir ese capítulo en las negociaciones iniciales de la Organización
Mundial de Comercio (OMC, 1994) e insistieron bajo la Agenda de Singapur, en la
Cumbre de 1996. Pero ante sus fracasos optaron por construir y promover
el llamado Acuerdo Multilateral sobre Inversión
(AMI) buscando las adhesiones de la mayoría de países que no habían participado
en su negociación. Sin embargo, la campaña mundial contra el AMI y OMC (Seattle, 1999) y la destacada oposición de Francia logró
abortarlo ese mismo año.
Ante
el fracaso de imponer sus acuerdos “multilaterales”, la administración
Bush adoptó la vía de intensificar los acuerdos bilaterales de libre comercio
para asegurar acuerdos preferenciales… y dada la asimetría de poder en la
“negociación”, la crítica social y académica denunció la injusticia y anómala
perspectiva. Jagdish Bhagwati, reconocido experto, sentenció: “…los
EE.UU. los ha utilizado para intimidar estados más pequeños que desean tener
acceso al gran mercado estadounidenses y los han convertido en las termitas
del sistema internacional”. Esa estrategia la ha retomado D. Trump.
Las termitas proliferaron. Según datos de
la ONU-UNCTAD
(2016) el total de Tratados Bilaterales de Inversión alcanzó los 2,958;
de ellos 2,323 estaban en vigor. En tanto que según datos incompletos
existen un poco más de 400 acuerdos bilaterales de libre comercio, y 286
acuerdos regionales registrados ante la OMC.
|
Esa política y sus actores se ha sustentado en la
transnacionalización de la producción (globalizada), proceso impulsado por una
pequeña pero poderosa clase capitalista transnacional que necesita y ha ido
creando mecanismos formales e informales de “gobernanza” global de la economía,
una especie de estado transnacional, proceso en el cual los tratados de libre
comercio e inversión son una especie de constitución mundial de una única economía,
según dijo el ex-director de la OMC
(Ruggiero, 1996) o de los derechos del capital.
Rechazo a los megatratados.
Usando la telaraña previamente tejida de tratados
bilaterales y regionales, los intereses del capital transnacional, encabezados
por el dueto EE.UU.-UE, desataron una etapa de megatratados del siglo XXI, con
los cuales han buscado unificar infructuosamente las reglas mundiales de
inversión, comercio y otras materias de atractivo futuro lucrativo, como la
propiedad intelectual, compras gubernamentales y los servicios públicos; las
reglas del siglo XXI que debería dictar EE.UU. insistía el derrotado
Barack Obama.
La resistencia ha sido más dura que los propósitos
transnacionales originales. La triada de megatratados transnacionales
comerciales encabeza la crisis de esos instrumentos corporativos; el tratado transpacífico (TPP) eliminado, el transatlántico (TTIP) en fase terminal, y el Acuerdo de Comercio de Servicios (TISA)
con diagnóstico clínico-político “reservado”. Estamos ante evidentes síntomas de una
parte de la política fracasada de la globalización transnacional; una política, además, social y ambientalmente patológica como
nunca se había vivido.
Hipocresía discursiva. Se quejan del
raquítico crecimiento del comercio mundial, pero los países del G20 encabezan las medidas que han
obstaculizado y distorsionado más el comercio mundial. De
2009 a 2016 los gobiernos del G20 impusieron 3,581 medidas; en 2016 el
82% de ellas fueron del G20.
La mayoría de las medidas proteccionistas, muchas de ellas al margen de
la OMC, fueron sobre el comercio
de las manufacturas.
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En paralelo, la política financiera y monetaria
internacional, la otra parte sustancial de esa política transnacional
desreguladora, también se encuentra en crisis. Sus instituciones e
instrumentos resultan cada día más alejados de sus propósitos básicos de
propiciar estabilidad financiera y sustento a la economía productiva, y se han
transformado en procesos de acumulación financiera parasitarios sin control
real que han asaltado ya el poder político público.
Los
multimillonarios rescates a los bancos han sido ampliamente criticados por su
ineficacia y engaño. Por ejemplo, “El
Congreso –de EEUU- había aprobado $ 700 mil millones para comprar hipotecas
tóxicas, pero $ 250 mil millones de dólares del dinero fueron desplazados a las inyecciones directas de capital para los bancos…”… Y “El
inspector general especial para la síntesis del TARP (los Programas) de rescate
dice que el –verdadero– compromiso total del gobierno es $ 16.8 billones de
dólares con los $ 4.6 billones ya abonados”.
Por su parte, el presidente del Banco Central
Europeo, Mario Draghi, ex Director
de Gestión del Goldman Sachs Group,
Inc., “decidió en diciembre de 2011, proporcionar un préstamo a tres años para salvar a los bancos europeos, sin consultar, ni a la
Comisión Europea ni las otras instituciones de la UE. La cantidad total
fue de poco menos de € 500 mil millones con tasas de interés simbólicas”.
Ahora dicho funcionario esta demandado civil y por petición parlamentaria, y bajo investigación del ombudsman europeo, sobre sus vínculos de
posible dependencia política del grupo de los 30 poderosos banqueros, antes que
de los países miembros de la UE.
Los neoliberales son
cortos de memoria, pero hace 200 años un libertario afirmó: “creo
sinceramente, con ustedes, que los establecimientos bancarios son más
peligrosos que los ejércitos permanentes, y que el principio de gastar dinero
que se pagará posteriormente, bajo el nombre de financiación, no es más
que futura estafa a gran escala ", Carta de Thomas Jefferson a John Taylor,
mayo 28, 1816.
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De lo anterior se sirvió D. Trump
para decir: "Es una estructura de poder global que es responsable de
las decisiones económicas que han robado a nuestra clase obrera, despojado a
nuestro país de su riqueza y poner ese dinero en los bolsillos de un puñado de
grandes corporaciones y entidades políticas". (¡Sic!)
Persisten los riesgos financieros y el incumplimiento de las promesas.
Desde el acuerdo multilateral de Basilea II (2004) del Banco de Bancos, (BIS), se acordó respetar el enfoque de
tres requisitos de estabilidad preventiva: un mínimo de capital regulatorio,
una revisión supervisora y ajustarse a la disciplina del mercado. No
obstante, recientes informes de laboratorios
especializados y oficinas gubernamentales de EEUU y UE
de supervisión de la volatilidad demuestran la persistencia de riesgo
sistémico, y el alto impacto potencial de quiebra de bancos grandes por
incumplimiento de las políticas preventivas. El grado de interconexión de
los mayores bancos constituye también una amenaza grave para la estabilidad
financiera global.
Uno de los indicadores
de la irracionalidad del sistema financiero internacional y en especial en
EEUU, se puede apreciar con los siguientes valores. El valor de los
instrumentos financieros "Derivados" en el mundo alcanzó
en 2015 la cantidad de 492 billones de dólares; más de 10 veces el valor de
la economía mundial (74 billones).
De eso, los 6 grandes bancos de EEUU controlaban 239 billones de Derivados, el 96% de esa
zona (250 billones). Una cantidad 12 veces mayor que el PIB de EEUU.
Y los montos de derivados de los 6 bancos estaban respaldados por la
ridícula cantidad del total de sus activos, equivalente a 3.5%. Crédito
inflado y riesgoso para toda la economía.
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En otras palabras, el sistema financiero no ha sido
limpiado y restaurado a un equilibrio donde el riesgo y la recompensa están en
un plano aceptable.
Desde que banqueros y Clinton derogaron en 1999 la Ley Glass-Steagall
(1933), dique legal que evitaba la especulación entre la banca comercial y
financiera, se propició y facilitó la terrible crisis financiera de 2007-2008.
La respuesta fue un fabuloso rescate o mega-subsidio a los bancos por ser
“tan grandes que no podían fracasar”, y la emisión de la Ley Dodd-Frank, pero se permitió una impunidad a los
delincuentes financieros. La búsqueda de la desregulación ha vuelto a
aflorar en el mismo Congreso, y con un Gobierno Goldmanizado, D.Trump empieza
su regreso al pasado con una dudosa Orden Ejecutiva que cínicamente declara el desmantelamiento de la regulación adoptada para evitar una
nueva crisis. Pero también revive la confrontación global, en el Congreso y en otros países.
Derogar o podar la Ley Dodd-Frank busca eliminar los impedimentos para expandir la
acumulación financiera vía acciones especulativas, destacadamente con derivados
o nuevos instrumentos financieros “innovadores” como la multibillonaria emisión
de dinero sin respaldo económico real (QE) y la manipuladora re-compra
transfronteriza del BCE o del BOJ de Bonos del Tesoro para sostener
artificialmente una economía anómala. Todo eso bajo el discurso de “…desatascar las arterias de
nuestro sistema financiero para que la sangre del capital pueda fluir más
libremente y crear empleos". Esos mismos propósitos están
plasmados, pero como “derechos”, en la triada de “nuevos” TLC hoy en crisis.
Pero nuevamente, las políticas transnacionales
financieras, monetarias y comerciales en marcha, disfrazadas de nacionalistas,
entrañan muchas contradicciones políticas internas e internacionales que no
auguran ni éxito en su instrumentación, ni continuidad hegemónica, ni estabilidad
económica sustentable. Los paradigmas neoliberales se resquebrajan y a las élites
político-empresariales de América Latina se les mueve el otrora piso firme.
Habrá que prepararse para derrotar su tentación de regresar al pasado.
Alejandro Villamar /RMALC/México Mejor Sin
TPP.
El autor agradece a
Alberto Arroyo por sus sugerencias.
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