La sola idea que Trump supo
vender muy bien a sus votantes, de devolver los puestos de trabajo de la
industria a los estadounidenses presionando
e intimidando a las empresas estadunidenses puede ser un gol de penal, pero a
largo plazo significa varios goles en contra. Otra vez, según la lógica del capitalismo, no es posible producir
los mismos autos y las mismas sillas con obreros
que en China ganan unos pocos miles de dólares al año con unos obreros que en Estados Unidos ganan
cuarenta o sesenta mil dólares. La causa y consecuencia la hemos venido
repitiendo desde hace años: la solución
que encontrarán las empresas ante ese desbalance entre costos y precios finales
es una aún más rápida automatización: en
la industria automovilística es una tendencia que tiene décadas, pero hay
otros sectores donde los robots seguirán expandiéndose y las malditas
universidades seguirán aportando cada
vez más valor agregado en detrimento de los tradicionales puestos de trabajo: en la agricultura, en los servicios e, incluso, en el trasporte. Hoy en día, en muchos
de los viejos Estados industriales
del norte centro de Estados Unidos
(inesperados votantes de Trump) la profesión de conductores de camiones es una de la principales debido a la
expansión de la economía. Sin embargo, la realidad de los autos, autobuses y camiones
que no requerirán conductores irá en aumento.
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Hoy que la crisis mundial golpea con el peligro de la guerra global, atómica, - y el juego de las bombas madres y padres - se ve con fuerza la gran diferencia que existe entre un Estadista (un hombre Político y un "buen" Hombre de Negocios. La POLÍTICA olvidada, marginada, negociada, y en cambio, los negocios, los intereses empresariales, el neoliberalismo en su escencia fundamentalista, como insurgen como alternativas de intereses absolutamente personales o poderes empresariales.
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LA CRÍTICA DIFERENCIA
ENTRE UN ESTADISTA Y UN HOMBRE DE NEGOCIOS.
*****
Jorge Majfud.*
Página /12 sábado 22 de abril del 2017.
En
2012 se disputaron la presidencia de Estados Unidos Barak Obama y Mitt Romney.
Por entonces, en varios medios de prensa, enfaticé la simple idea de que ser un
exitoso hombre de negocios es un mérito pero no hace a nadie un buen
gobernante, ya que un país no es una empresa. Hace un par de años debimos
soportar en nuestra universidad un pobrísimo discurso de Mitt Romney sobre el
éxito, lleno de lugares comunes e ideas vacías, lo que demuestra cuán mediocre
y arrogante puede ser un exitoso hombre de negocios, aunque no tan exitoso ni
tan mediocre como el actual presidente Donald Trump.
Más
o menos por aquella época, Noam Chomsky me envió varios artículos y comentarios
esclarecedores sobre la realidad clave de las externalidades. En pocas
palabras: las externalidades son todos aquellos efectos que no entran en la
ecuación de un buen negocio. Dos partes pueden hacer un excelente negocio, pero
eso no significa que los resultados a largo plazo y en un contexto mayor vayan
a beneficiar al resto ni a ellos mismos, como indica la base del liberalismo
económico: perseguir el interés individual necesariamente conduce al beneficio
del resto de la sociedad.
Por
ejemplo (recuerdo brevemente dos ejemplos del mismo Chomsky): un excelente
negocio entre dos empresas o dos países pueden conducir a una catástrofe
internacional o ecológica. Bajar los impuestos tiene un efecto inmediato en los
negocios: los individuos pueden ver los efectos en sus ahorros y pueden iniciar
negocios en principio más convenientes. Sin embargo, según estudios
cuantitativos, cuando el Estado invierte menos en reparar las carreteras, los
usuarios terminan llevando sus autos con más frecuencia al mecánico. Todos se
quejan de los impuestos que cobra el gobierno y todos quieren pagar menos, pero
nadie se queja de lo que debe gastar en reparar sus autos. Generalmente ocurre
lo contrario, porque todos agradecemos un buen trabajo de nuestro mecánico. En
otras palabras, la destrucción del medio ambiente y la destrucción de los
bienes como autos, vidrios, techos, etc., tiene un efecto positivo en la
economía pero a largo plazo no genera más riqueza ni es necesariamente
responsable con la realidad que nos rodea, como el medio ambiente, el
equilibrio social y la economía a largo plazo.
Un
exitoso hombre de negocios no debe preocuparse por la educación previa ni por
la suerte posterior de sus empleados cuando pierden su trabajo. En gran medida,
de eso se encarga el maldito Estado, por no hablar de otros aspectos, como la
represión policial de la violencia causada por los obscenos desequilibrios
sociales causados por el éxito de unos pocos. Estado al que se acusa de
desangrar a los exitosos empresarios con injustos impuestos que impiden que los
exitosos sean más exitosos.
Por
ponerlo en un par de figuras: que un jugador de fútbol sea un excelente
pateador de penales no lo hace un excelente director técnico. Un hombre de
negocios es un hábil jugador de ajedrez cuando su mano está dando jaque mate a
la reina adversaria (acosando al adversario antes de cerrar un excelente
trato), pero eso no lo hace un gran jugador de ajedrez que debe planificar la
jugada desde el inicio.
Más
gráfico: esa naturaleza del exitoso hombre de negocios ya se está observando en
las primeras semanas del gobierno de Donald Trump. Sus tempestuosas y erráticas
medidas y decretos revelan la mano del hombre de negocios: presión, intimidación
a corto plazo para cortar el árbol sin considerar el bosque. La idea de
castigar a México con un veinte por ciento de aranceles a sus exportaciones a
Estados Unidos no considera que todas esas exportaciones, según las reglas del
mundo capitalista que el Sr. Trump presume representar, no se producen por una
arbitrariedad fantástica sino por las viejas reglas de la oferta y la demanda.
Un colapso de las relaciones comerciales entre México y Estados Unidos, dos
grandes socios comerciales, significaría un castigo a la misma economía
estadounidense. Aparte de las consecuencias geopolíticas, como sería un México
buscando alianzas con China, por ejemplo.
Si
observamos cada decisión tomada por el presidente Trump, cada una está basada
en la misma superstición de cómo funciona el mundo, como si las externalidades
no existieran, como si todo se redujese a una puja entre dos poderosos hombres
de negocios: la aprobación del oleoducto de Dakota sin considerar sus posible
efectos ecológicos; el bloqueo de refugiados de países víctimas de la
globalización, como si no existiesen los derechos humanos de los niños de la
guerra y no existiesen resentimientos de posibles aliados; el inicio del acoso
a México, su tercer socio económico más importante, como si la economía estadounidense
fuese una isla o respondiese al contexto mercantil del planeta Júpiter; y un
largo etcétera.
La
sola idea que Trump supo vender muy bien a sus votantes, de devolver los
puestos de trabajo de la industria a los estadounidenses presionando e intimidando
a las empresas estadunidenses puede ser un gol de penal, pero a largo plazo
significa varios goles en contra. Otra vez, según la lógica del capitalismo, no
es posible producir los mismos autos y las mismas sillas con obreros que en
China ganan unos pocos miles de dólares al año con unos obreros que en Estados
Unidos ganan cuarenta o sesenta mil dólares.
La
causa y consecuencia la hemos venido repitiendo desde hace años: la solución
que encontrarán las empresas ante ese desbalance entre costos y precios finales
es una aún más rápida automatización: en la industria automovilística es una
tendencia que tiene décadas, pero hay otros sectores donde los robots seguirán
expandiéndose y las malditas universidades seguirán aportando cada vez más
valor agregado en detrimento de los tradicionales puestos de trabajo: en la
agricultura, en los servicios e, incluso, en el trasporte. Hoy en día, en
muchos de los viejos estados industriales del norte centro de Estados Unidos
(inesperados votantes de Trump) la profesión de conductores de camiones es una
de la principales debido a la expansión de la economía. Sin embargo, la
realidad de los autos, autobuses y camiones que no requerirán conductores irá
en aumento.
Es
una realidad inevitable, al menos que se invente una guerra civil o
internacional y volvamos a etapas anteriores del capitalismo industrial.
Por
supuesto que un exitoso hombre de negocios puede ser un gran estadista, como
puede serlo un sindicalista, un militar o un profesor. Pero ninguno de ellos
sería un buen estadista, ni siquiera un buen presidente, si creyera que
aplicando sus exitosos métodos sindicales, militares o pedagógicos sería la
clave para gobernar un país. Eso es miopía y tarde o temprano la realidad nos
pasa por encima cuando la ignoramos a fuerza de narraciones autocomplacientes.
Mucho
más si estamos hablando de un ego enceguecido por su propia luz. Entonces lo único
que podemos esperar son crisis de todo tipo: económicas en el mejor caso;
sociales y hasta bélicas en el peor.
* Escritor y profesor uruguayo
estadounidense, autor de Crisis y La reina de América entre otros libros.
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