LA GLOBALIZACIÓN, LAS NUEVAS TECNOLOGÍAS DE
COMUNICACIÓN Y SU IMPACTO EN LA CULTURA.- Al mencionar el término
globalización, en primer lugar se piensa en el impacto económico y financiero,
que conlleva la definición de la palabra, poco se habla de otros factores que
dan como resultado la mezcla de ideas globales en la sociedad, que
tienden a una resistencia menor o nula a los cambios. Muchos autores han
llegado a formular que la inserción de ideas, usos y costumbres pueden
llevar a la perdida de una identidad cultural propia de un lugar determinado.
En este contexto, muchos países han iniciado una reflexión sobre la importancia
de preservar su identidad nacional.
Es aspecto más importante,
difícil y contradictorio hoy en mundo de la globalización neoliberal, es hablar
de una “globalización de la cultura”, de
una Occidentalización cultural del mundo, de un imperialismo cultural, escenario
donde verdaderamente se libra una “feroz
resistencia” cultural a las distintas, variadas y más sofisticadas formas como
las corporaciones transnacionales, el mundialización
de los monopolios imperialistas, invaden, capturan, secuestran, compran,
alquilan, organizaciones, instituciones
- por su puesto muy débiles – para servir
de mecanismo, instrumento para la imposición de sus Industrias Culturales
en todas sus formas, modelos y estilos. Los Pueblos, han respondido organizados, la resistencia cultural es muy fuerte y hoy tenemos el llamado
proceso del “DESENCLAVE
CULTURAL” cuando cada pueblo, cada comunidad, cada Nación resiste, y presenta
ante el mundo lo mejor de su creación
cultural, de su invención colectiva, con la finalidad de defender, de
luchar en la práctica para no ser avasallados por el Poder de las Corporaciones de las Industrias Culturales de la
Modernidad. (Imperialistas). Es la Defensa de la IDENTIDAD NACIONAL, de la Identidad Cultural Colectiva, hoy el centro como los pueblos defienden
paso a paso, codo a codo contra el Poder Imperial, para
defender su CULTURA, defender su NACIÓN.
En el mercado internacional se
pueden encontrar productos culturales proporcionados por diversos países,
el país que más fuerza tendrá o que influirá en los otros países será el que
tenga mayor fuerza y calidad en sus industrias culturales. La adquisición
y conocimiento de productos culturales internacionales que hoy se observan, se
da gracias a que los jóvenes,(Con la llegada de las nuevas tecnologías de
comunicación e información) buscan decididamente acceder a los productos
culturales que necesitan y desean como lo es la música, cine, televisión,
internet (páginas web y blogs), literatura, revistas, moda, etcétera. En esta
búsqueda encuentran además la presencia ubicua de la publicidad comercial que
promueve muchos de los productos culturales que interesan a cualquier
consumidor.
Así, por un lado se produce
una explosión de industrias culturales de entretenimiento y, por otro, los
Estados se plantean si es necesario aplicar políticas restrictivas, para evitar
lo antes mencionado, la pérdida de identidad cultural. Es por esta razón que
las industrias culturales deben de ser impulsadas y ´reservadas primeramente de
manera local, para así poder posicionarse de manera fuerte en el ámbito
internacional.
Bajo estas circunstancias, se
debe de buscar es un desarrollo armonioso de la diversidad y el respeto por las
ideas culturales, siendo críticos en el momento de adquisición de información
de otros lugares. La globalización, trae consigo un desarrollo y crecimiento
económico unido a un cambio social y un reparto e intercambio de ideas, mas
estas no deben de impactar negativamente a la sociedad. La globalización también debe de llevar un
desarrollo cultural que impulse la libertad creativa que promueva la riqueza
cultural de cada una de las regiones.
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CONTRA LA INDUSTRIA
CULTURAL. QUE SON LAS INDUSTRIAS CULTURALES.
*****
Iñaki Gil de San Vicente.
Rebelión sábado 8 de abril del 2017.
Nota:
Escrito para la charla-debate sobre el mismo tema del 10 de abril en la
universidad de Sarriko organizada por EKT.
Nos hemos reunido para debatir sobre la industria
cultural. ¿Qué entendemos por «industria
cultural»? Veamos cuatro posibles respuestas. Podemos intuir la primera leyendo el título de un artículo
publicado el 13 de febrero de 2017 en un diario estatal de gran tirada: «El
idioma español: ¡vaya tesoro!». Podemos
intuir la segunda analizando los contenidos de dos libros: «Derecho de
¿autor?» de 2006, y «Los bienes comunes del conocimiento» editado
en 2016. Podemos intuir la tercera
analizando las motivaciones que han llevado a decenas de miles de vascas y
vascos de todas las edades a participar en la impresionante movilización
popular de la Korrika. Y podemos
concretar la cuarta y definitiva respuesta, a modo de síntesis, explicando
por qué entendemos la cultura como
la producción, reparto y consumo horizontal y democrático de valores de uso y,
siguiendo a Ludovico Silva: «toda
belleza es, en sí misma, revolucionaria».
Veamos la
primera respuesta: efectivamente, la industria cultural es un tesoro
porque en su generalidad aporta nada menos que el 16% del PIB del Estado
español, unos 164.000 millones de euros; también supone el 16% del empleo estatal,
3.500.000 puestos de trabajo; y en su forma estrictamente cultural, o sea, lo
que se denomina como «factor Ñ», aporta casi el 3% del PIB. De igual modo,
multiplica por tres en la década del 2000 la llegada al Estado español de
fuerza de trabajo explotable desde Latinoamérica porque los emigrantes
hispanohablantes cobran un 30% más de promedio de los que no lo son; multiplica
por cuatro los intercambios comerciales con el área cultural, y llega a suponer
un ahorro del 2% en los costos de transacción de grandes empresas; y por último
supone un gigantesco mercado potencial porque la lengua española es la segunda
lengua materna del mundo con 550 millones de hablantes, solo por detrás del
chino mandarín.
Pero además
de ser un tesoro material, crematístico, o para decirlo más
correctamente uno de los sostenes del capitalismo español junto a la industria del turismo, también es un
muy efectivo cohesionador ideológico de su nacionalismo imperialista tanto en
su expresión más prepotente y chula, hasta racista, como en su forma «democrática». Tenemos que recordar que
el conocimiento de la lengua española es obligatorio en todo el Estado,
mientras que el de las lenguas «regionales» o «autonómicas» es opcional para
los habitantes «de provincias», y que en muchos sitios deben superar grandes
obstáculos legales que aceleran su extinción: se trata de un monopolio absoluto
no sólo de la producción industrial material y de su mercado, sino también de
la llamada producción inmaterial, de los «valores simbólicos», de la ciencia y
del conocimiento, monopolio asegurado por la ley y reforzado por la política
internacional del Estado.
En el caso concreto de la industria literaria, de la cultura del «factor Ñ» en una de
sus ramas productivas más rentables, la de los grandes «éxitos de ventas»
abalados o no por la grandes premios literarios, el marketing propagandístico
es decisivo y es realizado teniendo en cuenta todas las potencialidades de
mercado que permite el contexto global, político, social, psicológico de masas,
etc., siendo cuestión secundaria la
calidad de la obra: un ejemplo muy actual lo tenemos en la considerable
inversión de marketing realizada para asegurar la venta masiva de Patria de
Fernando Aranburu, entre otras de clara orientación política conservadora.
Cuando se
trata de los grandes premios organizados por la industria editorial el objetivo
económico es todavía más claro, pero también su segunda finalidad
sociopolítica. Silvia Sala –«Cloacas
y premios literarios», CTXT, 25 de febrero de 2017 (www.publico.es)- ha
tenido el acierto de reeditar una entrevista a Constantino Bértolo que conserva
toda su actualidad pase a ser de 2012. En
ella Bértolo despanzurra la mitología de los premios literarios, dejando al
descubierto los intereses económicos y sociopolíticos de la industria cultural.
Cuando se trata de grandes eventos como el de la Capitalidad Europea de la Cultura por poner un ejemplo actual,
hemos visto cómo la crítica ha mostrado los intereses del poder, la desidia de
unos, la incoherencia de otros y el servilismo de bastantes «creadores». Sin ir
muy lejos, en pocos días hemos dispuesto de dos interesantes artículos sobre la
cultura: uno de Fernando Buen Abad: «Eso que llaman “cultura”» (30
de marzo de 2017 www.rebelion.org), y otro de Joxemar
iKarrere: «¿De qué hablamos cuando hablamos de cultura?» (27 marzo de
2017 www.gara.eus).
La importancia decisiva de los aparatos de Estado
es innegable en la industria cultural en
el capitalismo contemporáneo, en el que muy pocas grandes corporaciones
rigen el grueso de la producción de cultura alienante, burguesa, patriarcal y
religiosa, empresas con lazos políticos directos con la industria de la
educación, de la tecnociencia y de la guerra. Basta ver el papel de la Casa
Real española al respecto. Aunque en su sentido humano cultura y monarquía son
incompatibles, en su sentido burgués, es decir en cuanto relación social de
explotación, cultura y monarquía son complementarios, lo que hace que la Casa
Real sea una pieza muy importante de esta industria en el largo contexto
español.
Es necesario insistir en la incompatibilidad entre
la propiedad privada de la cultura burguesa, la que por ejemplo supedita a la
monarquía como especial fuerza de trabajo asalariada a la industria
político-cultural, con la propiedad colectiva o comunal de la cultura humana
porque gracias a ella comprendemos la base de nuestra segunda respuesta: el
antagonismo entre, por un lado, esta industria y por otro lado, los derechos
colectivos y comunes y los concretos de los autores y creadores. Decimos que
por un lado y por otro para simplificar lo que es el continuo de un proceso de
unidad y lucha de contrarios: la propiedad privada contra los bienes comunes, y
viceversa: el potencial creativo de la cultura como bien común contra la
propiedad privada.
La
investigadora Lillian Álvarez Navarrete –«Derecho de ¿autor?» Ciencias Sociales, La Habana 2006- desentraña
los nudos que atan la creatividad cultural, estética, etcétera, de las personas
dentro de sus colectividades pero sometidas en el capitalismo al dictado de la
industria cultural y de la política imperialista, industria imperialista que
quiere y necesita barrer las identidades culturales de los pueblos, sus
originalidades para crear sobre el desierto resultante una monocroma y monótona
mercancía producida por una fuerza de trabajo asalariada sin apenas derechos.
Para 2006 esta forma de dominio político y de beneficio económico basado en la
explotación asalariada de fuerza de trabajo compleja llamada «cultura» había
generado ya una resistencia de los pueblos que no ha cesado de crecer.
En 2016 se
publicó la compilación realizada por Charlotte Hess y Elinor Ostron en la que
trece autores analizaban múltiples problemáticas relaciones con «Los bienes
comunes del conocimiento» -Traficantes
de Sueños, Madrid 2016-, que si bien no alcanza la profundidad teórica y
política, y las implicaciones prácticas de Lillian
Álvarez, sí ofrece una panorámica bastante completa de un «discurso» que es
al mismo tiempo «descriptivo, constitutivo y expresivo» (David Bollier «El
ascenso del paradigma de los bienes comunes», p. 53). La industria cultural
y el poder estatal ponen fuertes barreras a los bienes públicos, sobre todo de
precios y de permisos, pero también de accesibilidad para las personas
discapacitadas y la brecha digital, la conectividad, que deja sin acceso a
miles de millones de personas, así como las diferencias idiomáticas; pero
también las «Barreras de filtrado y censura. Cada vez hay más escuelas,
empresas y Estados que quieren limitar lo que puedes ver» como indica Peter
Suber «Crear bienes comunes intelectuales mediante el acceso abierto». P. 206).
Limitar lo
que puedes ver y hablar, construir, hacer, multiplicando las censuras y
las barreras que imponen los Estados, las empresas y las escuelas: parece que
se refieren al imperialismo cultural contra los pueblos, que se refieren a la
ley Mordaza, a la política de restricciones en educación, ciencia y tecnología
del Estado español, a la primacía dada a la Iglesia y al dogma, al impulso de la «fiesta nacional» y de la Semana
Santa con sus contenidos de torturas, llantos y sangre como expresión
cultural y mercadotecnia de la industria turística.
La lógica del monopolio de cualquier industria
capitalista es la de cerrar los mercados abiertos a la competencia. La industria político-cultural debe
clausurar y aniquilar el pensamiento crítico, sobre todo cuando se materializa
en la praxis, y debe sobornar, corromper e integrar en su negocio las partes
más débiles y ambiguas de la cultura todavía no mercantilizada. Para mantener
abierto el uso creativo de su cultura, el pueblo trabajador organizó en su
momento la Korrika y lo sigue haciendo ahora. Decenas y decenas de miles de
personas participan en esta práctica horizontal y democrática, lúdica en el
sentido humano, de crear cultura como valor de uso. Hemos llegado así a la
tercera respuesta.
Marx dijo
que la lengua es el ser comunal que habla por sí mismo. La Korrika la organizó y la sostiene el ser
comunal euskaldun, el pueblo trabajador con el apoyo de algunos pequeño
burgueses, mientras que la burguesía o se enfrenta a ella o la tolera por
oportunismo electoral e intereses económicos. La Korrika es una plasmación de la creatividad popular autoorganizada
que rompe todos los cierres, obstáculos y candados legales llevando la práctica
viva, directa, del euskara a la misma calle, al espacio público. Es imposible
cerrar espacios a la Korrika a no
ser que las fuerzas represivas bloqueen las carreteras y detengan a los grupos
que la organizan, o sean que declaren la guerra militar a la lengua vasca,
porque la guerra económica, cultural y educativa, mediática, psicológica, etc.,
ya la está sufriendo desde hace siglos.
La Korrika
es un evento de masas, de grandes masas, bianual que requiere una muy
detallada preparación en la que participan múltiples grupos, colectivos,
organizaciones, sindicatos, partidos e individualidades… que, de común acuerdo
y en ese evento, supeditan sus intereses particulares al interés común de la
lengua vasca como referente comunal. Es todo lo contrario de la industria
político-cultural. Por ser bienal, la Korrika viene a ser el examen, el
barómetro que mide la evolución de las dinámicas populares por la recuperación
del complejo lingüístico-cultural
euskaldun: no es un estudio del beneficio mercantil de la cultura en base a
la evolución de la tasa medida de ganancia en dos años dependiendo de los
precios de las mercancías culturales como valores de cambio, sino una comprobación
popular del avance del euskara como valor de uso.
La Korrika
viene a ser, entre otras cosas, el momento en el que se funden en una todas las
prácticas específicas de cultura popular desde las bertso-afari en tascas y
sociedades hasta Herri Urrats, Kilometroak, Ibilaldiak, Nafarra Oinez…, pasando
por una interminable lista de otros actos, festejos, reuniones, etcétera no
sujetos al dictado del beneficio empresarial sino autoorganizados en base a la
ayuda mutua, al compromiso solidario por la recuperación de los bienes comunes,
en este caso por el fundamental de todos: la autoidentidad del ser comunal no
alienado como fuerza de trabajo subsumida en la industria político-cultural.
Llegamos así
a la cuarta y última respuesta: Hablamos de prácticas culturales como valores de
uso emancipador, liberador. Zelaia
dijo que la poesía es un arma cargada de
futuro, y podemos decir que la
cultura popular es el proceso
que monta, carga, apunta y dispara hacia el futuro el arma de la poesía, del
arte en cualquiera de sus expresiones. Al principio hemos citado a Ludovico Silva cuando decía que la belleza es, en sí misma, revolucionaria. L. Silva -«Contracultura» FEI,
Caracas 2006, pp. 97-100- describe la vida y obra del monárquico Balzac, su miseria
económica, sus privaciones y sus demoledoras críticas del lujo, suntuosidad,
despilfarro, cinismo, hipocresía, corrupción, venalidad y fiereza cainita y
criminal de la burguesía de su época. El autor nos recuerda la fascinada admiración que Marx sentía hacia Balzac
a pesar de su ideario monárquico: la belleza del arte literario de Balzac era
tal que, al margen de su ideología, su impacto en las y los lectores era el de
una proclama revolucionaria. El arte de
Balzac era revolucionario porque desvelaba la inmundicia ética, la fealdad
inhumana del capitalismo.
La industria
político-cultural se enriquece ocultando la fealdad insoportable de
la civilización del dinero con celofanes de colorines que aparentan ser arte y
belleza, adorando en realidad el fetiche verde del dólar. Esta obsesión no responde solo a un deseo de ganancia, que también,
sino a la necesidad objetiva y ciega de toda industria. La fusión de deseo
subjetivo y necesidad objetiva incapacita estructuralmente a esta industria
para crear cultura humana, bellos valores de uso cargados de futuro, y le determina a lo
contrario, a producir alienación y a reforzar el fetichismo que nace de las
entrañas de la ley del valor.
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