TRUMP ECHA ABAJO LA TREGUA Y
REANUDA LA GUERRA ARANCELARIA CON CHINA.- El presidente vuelve a ordenar subidas tarifarias del 25% a importaciones chinas por valor de
50.000 millones de dólares y anuncia
restricciones a las inversiones asiáticas en tecnología
Negociar con Donald Trump es adentrarse en el
principio de incertidumbre. Lo saben los mexicanos, y ahora lo está
descubriendo China. Apenas 10 días después de declarar el cese de hostilidades arancelarias con el
gigante asiático,el presidente de EEUU ha vuelto a imponer
subidas tarifarias del 25% a importaciones chinas por valor de 50.000 millones
de dólares. El varapalo se completa con el anuncio de nuevas restricciones a
las inversiones chinas en alta tecnología.
En su manual negociador, el magnate neoyorquino siempre
ha privilegiado las posiciones de fuerza. Presionar y golpear forman parte de
su estrategia. “Hay veces en que la única salida es el enfrentamiento. Cuando alguien
me trata mal o injustamente, mi respuesta, toda mi vida, ha sido devolver el
golpe lo más fuertemente posible”, escribió en The
art of the deal.
Esa es la técnica que ha aplicado con
China. En su narrativa aislacionista, Pekín es uno de los
grandes causantes del declive norteamericano. Trump, al igual que la mayoría de conciudadanos, considera que el
gigante asiático se ha aprovechado de la apertura de los mercados
estadounidenses, al tiempo que blindaba los suyos. El resultado ha sido un déficit comercial de
375.000 millones de dólares, el mayor del planeta.
La presión es evidente. El próximo sábado
llega a Pekín del secretario de Comercio, Wilbur Ross. El redoble arancelario le da más bazas para negociar y, de paso, le recuerda al presidente chino, Xi Jinping, el peligroso camino que se abriría
en caso de un fracaso en las resucitadas conversaciones con Corea del Norte.
Una doble estocada que revela la esencia del
método Trump.
La reducción de este desequilibrio supone para
Trump un objetivo crucial, sobre todo en un año en que
se celebran
comicios legislativos (en noviembre
se renuevan toda la Cámara de Representantes y un tercio del Senado). Pese a
esta urgencia política, la necesidad de recabar el apoyo chino en el pulso nuclear contra Corea del Norte retrasó el
inicio de hostilidades. Así lo reconoció
Trump en público, y solo fue al tener asegurado el respaldo de Pekín,
cuando arrancó el pulso comercial.
El primer golpe lo propinó en
marzo pasado. Tras dejar en suspenso la ofensiva
arancelaria con Europa (153.000 millones de déficit), impuso a China tarifas del 25% a importaciones por valor de 60.000
millones. El presidente chino, Xi
Jinping, no dudó en responder con una medida similar. La batalla hizo
contener la respiración a los mercados. Se estaban enfrentando dos países que representan el 40% del PIB mundial.
Aunque el sector más radical de la Casa
Blanca, liderado por el consejero de
Comercio, Peter Navarro, abogaba por una guerra
abierta, el choque quedó amortiguado hace dos semanas. El País. 20 de
febrero del 2019.
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La Guerra Comercial global?. Entre el Imperio - hoy con políticas proteccionistas, nacionalistas - y el "Capitalismo de Estado". - ("Socialismo de mercado", para los Chinos). Donald Trump y Xi Jimping son protagonistas hoy del inicio - ya en el escenario global - de una "Nueva Guerra Fría"- La Guerra Comercial entre Estados Unidos y China. Pekín vs. Washington.. La humanidad en serio peligro de sobrevivencia mundial.
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ESTADOS UNIDOS - CHINA. ¿Qué CONSECUENCIAS TENDRÍA UNA
GUERRA COMERCIAL A GRAN ESCALA?.
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Alberto
Fernández.
La
Izquierda Diario.
Miércoles
20 de febrero del 2019.
Desde la llegada de
Donald Trump a la Casa Blanca, la escalada proteccionista y el conflicto
comercial con China no han dejado de agudizarse. Ante la hipótesis de una guerra
comercial a gran escala, cabe preguntarse, ¿qué implicaciones materiales
tendría tal escenario?.
A dos años de iniciado su
mandato, Donald Trump ya ha dado
muestras del significado de aquel “Make
America Great Again” que enarboló como bandera para su ascenso a la Casa
Blanca. Por aquel entonces, y al grito de “America
First”, el candidato republicano arremetía contra los altos déficits
exteriores de EEUU, prometiendo
frenar las importaciones procedentes de países como México o China, a los que acusaba como culpables de la pérdida de
empleos y desindustrialización del país.
Desde
aquel momento y hasta la actualidad, la
administración Trump ha aumentado numerosos aranceles sobre diversas importaciones
chinas por valor de más de 50.000
millones de dólares, además de diversas tarifas, independientemente del
origen de las mercancías, del 25% sobre
el acero, 20-50% sobre las lavadoras, 30% sobre
los paneles solares o 10% sobre el aluminio. Al
mismo tiempo, tratados comerciales multilaterales tales como el NAFTA con Canadá y México o el Tratado
Transpacífico (TPP-11), han sido el blanco de su demagogia populista.
Un NAFTA 2.0
Tras varios meses de discusiones, EEUU, Canadá y México ya han acordado una revisión parcial del NAFTA, ese tratado que Trump llegó a calificar como “the worst trade deal ever made” [“el peor acuerdo comercial de la historia”], convirtiéndose en viral su caricaturización en redes sociales. El denominado USMCA, United States-Mexico-Canada Agreement, que vendrá a sustituir al anterior, pretende incrementar las exportaciones y frenar las importaciones de EEUU, introduciendo, en realidad, sólo cambios cosméticos en el antiguo NAFTA.
Se equivocan quienes, con pretensión de criticar el nuevo tratado, perciben éste como un movimiento hacia la liberalización del comercio multilateral entre las partes. Más allá del marketing y los argumentos apologéticos, el signo de este es un clásico movimiento imperialista, cortado por el patrón de las necesidades de determinados sectores del gran capital norteamericano, a saber: liberalicemos mercados extranjeros para mis exportaciones y clausuremos mercados locales para las exportaciones de terceros. Aun así, insistimos, más allá de ciertos retoques en los mercados lácteos y automotrices, en realidad el nuevo tratado sólo aportará pequeñas modificaciones con respecto al anterior NAFTA.
En definitiva, la escalada proteccionista por parte de la administración Trump es un hecho. ¿Cuál es el sentido real de la misma, cómo afecta a las relaciones con China en particular y en qué dirección se pueden mover los acontecimientos? Dejemos que respondan los propios actores implicados en este proceso.
Diversas voces entre los ideólogos de la clase dominante norteamericana
“Es solo una posición de negociación”, trataba de explicar Lloyd Blankfein, el presidente ejecutivo del banco de inversión Goldman Sachs. Es decir, todo este repliegue en líneas proteccionistas sería algo así como una táctica negociadora en ese pulso con China, para forzar a esta última a liberalizar sus relaciones comerciales con EEUU.
Del lado chino, esta idea es sostenida de forma similar por el profesor de Economía y Finanzas Xu Bin, de la China Europe International Business School (CEIBS), que apuesta a que ambos países frenarán el conflicto comercial a gran escala sobre la base de concesiones chinas:
“Estoy seguro de que el año que viene
el déficit comercial se reducirá; China
está dispuesta a hacer esfuerzos para que así sea. Pekín puede comprometerse a
acuerdos que no afecten directamente a sus exportaciones hacia EEUU, desde aumentar su volumen de importaciones
a animar a sus empresas a producir en suelo estadounidense”
En otra línea, Peter
Navarro, asesor presidencial en asuntos comerciales, se muestra
firme partidario de librar una guerra comercial contra China, con vistas al potencial beneficio comercial y geoestratégico
para EEUU. Tal y como explicaba en
su libro The coming china wars: Where they will be fought and how they can be
won:
“Las
próximas Guerras de China
se pelearán por todo, desde empleos decentes, salarios dignos y tecnologías
avanzadas hasta recursos estratégicos... y, finalmente, hasta nuestras
necesidades más básicas: pan, agua y aire. A menos que todas las naciones
aborden de inmediato estos conflictos inminentes, los resultados pueden ser
catastróficos […] Este libro exige que pensemos mucho más profundamente acerca
de cómo detener las próximas Guerras de
China, presentando decisiones
difíciles que deben hacerse más temprano que tarde”.
Hacia
esta variante más intervencionista apunta también el magnate de las finanzas George Soros, el cual, durante
una cena con periodistas en el Foro de
Davos, aseguraba:
"Mi punto clave es que la
combinación de regímenes represivos con los monopolios tecnológicos otorga a
esos regímenes una ventaja sobre las sociedades abiertas", convirtiéndose Xi Jinping, a su juicio, en "el oponente más peligroso de las
sociedades abiertas".
En
otras palabras, esta última variante consiste en exigir a Trump que utilice la guerra comercial con China como palanca para arrinconar a la casta dirigente del país
asiático. Lo que, en última instancia, significa bregar por anteponer a toda
costa la posición hegemónica del imperialismo estadounidense en el contexto de
las relaciones interimperialistas,
aún a costa de enfrentar las gravísimas contradicciones materiales y políticas
que podrían surgir de tal estrategia. Pero, ¿cuáles serían entonces las implicaciones
reales de una guerra comercial así?
Implicaciones
estratégicas de una guerra comercial a gran escala.
El
advenimiento de una guerra comercial a gran escala no le saldría gratis a la
economía mundial. Recientemente, un estudio del Banque de France ha calculado
que incrementar 10 puntos porcentuales los aranceles medios globales, llevaría
a medio plazo a una reducción del PIB
mundial del 3%. Dado que el PIB mundial actual es superior a los 80 billones de dólares, estaríamos
hablando de unas pérdidas superiores a 2,5
billones de dólares, es decir, aproximadamente el doble del tamaño del
capitalismo español. Esto tendría profundas implicaciones para la propia
dinámica de la base material del capitalismo mundial, la cual se vería golpeada
desde diversos ángulos.
Para
empezar, porque las distintas variantes arancelarias incrementan el coste de
las mercancías importadas, bien como insumos productivos, bien como mercancías
destinadas al consumo final. Así, el
mercado doméstico se vería privado en variedad y cantidad de mercancías. De
una forma u otra, los precios generales se resentirían al alza, impactando en
el bolsillo del consumidor.
Además, los paquetes
arancelarios tienden a proteger a aquellos procesos de
valorización del capital que se caracterizan por una caída de la productividad
en relación con sus competidores e
impiden el aprovechamiento de las ventajas comparativas fruto de la división
internacional del trabajo (y del capital). Esto, implícitamente, llevaría a
sobrecostes de financiación y a un aumento generalizado de la incertidumbre a
la hora de capitalizar proyectos de inversión.
Es
decir, utilizar el aparato del Estado
burgués para privilegiar a sectores parasitarios de capitalistas patrios a
costa de terceros, nacionales y extranjeros. Esto, particular y
específicamente, supondría, bien un
golpe al poder adquisitivo de los asalariados y de los consumidores, tanto
cuantitativamente como cualitativamente (menor oferta y precios más elevados),
bien apostar directamente por exportar el paro y desequilibrios en las
variables económicas a otras economías.
Por más que la retórica
populista de un Trump intente hacernos creer otra cosa, serían
precisamente los llamados “perdedores de la globalización” los sectores más perjudicados. En definitiva, una
auténtica salida en clave reaccionaria a
las contradicciones que se acumulan en la base material del capitalismo;
nada más, en realidad, que posponerlas y
preparar una bomba de relojería futura.
En el caso particular de
los EEUU, concretamente, un estudio del Peterson Institute viene
a corroborar lo que señalábamos más arriba, a saber: el estallido de una cadena
de tensiones arancelarias, la
agudización de una guerra comercial a gran escala contra China y México, se
traduciría en una caída severa del salario y del empleo en la Costa Oeste y el llamado “Rust Belt”,
es decir, precisamente donde la demagogia nacionalista de Trump pudo encontrar mayor eco electoral en las pasadas
presidenciales.
En definitiva, y a pesar
de las tensiones comerciales, es cierto que la
perspectiva de guerra comercial a gran escala no está, por el momento, encima
de la mesa. De hecho, China y EEUU
parecen estar acercando posiciones de cara a un cierto entendimiento comercial,
aunque fuese de carácter coyuntural. Pero de una forma u otra, hay que dejar
claro desde el principio que las dinámicas proteccionistas y las salidas en clave Estado-nación a las contradicciones
político-económicas que trajo aparejado el escenario estratégico post-Lehman Brothers, suponen un intento
reaccionario de volver atrás la rueda de la historia y nada tienen que ver con
los verdaderos
intereses históricos de las masas populares y los asalariados del mundo.
Frente al complot
plutocrático del capital monopolístico en alianza con los viejos aparatos
estatales y sus burocracias, la genuina salida
progresiva para los explotados y oprimidos pasa
por apostar al internacionalismo
proletario, la organización y la lucha por la revolución socialista mundial, y la
planificación consciente de las fuerzas productivas a escala planetaria.
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