El empleo en el mundo en 2030: “un futuro con
graves desequilibrios entre oferta y demanda laboral” advierte un estudio La crisis
económica mundial ha provocado, con mayor o menor incidencia, un grave problema de desempleo en la gran
mayoría de países avanzados. Pero, a partir de esta situación, ¿cuál será el escenario del empleo a nivel
global de aquí a veinte años? La
respuesta a esta pregunta viene de la mano de un informe elaborado por el Boston Consulting Group(BCG), que
analiza la situación entre la oferta y
demanda laboral en todo el mundo y hace una proyección de la misma hasta 2030.
Según ese
estudio, para esas fechas se habrá producido un desequilibrio entre oferta y demanda laboral
que podría costar muy caro: el
equivalente al 10% del PIB mundial.
Para
calcular la proyección de demanda laboral, los autores del informe especulan
sobre cuáles serán el PIB y la productividad laboral en los próximos
años de los 25 países objeto de estudio. Para ello, toman como referencia
dos posibles escenarios: mantener en el futuro el mismo crecimiento de los
últimos 10 años o bien de los últimos 20 años. El informe del BCG señala que en muchos países se producirá un importante déficit de trabajadores.
Así, ese déficit supondrá para Alemania la pérdida de 10 millones de empleados en 2030; mientras en China afectará a 25 millones, y en Brasil a 40 millones.
Por el
contrario, el desequilibrio afectará a Estados Unidos de
manera bien diferente, ya que tendrá que afrontar
7 millones de desempleados. Y es que la crisis de capital humano en las dos próximas décadas amenaza con
adquirir dimensiones muy superiores a la crisis financiera o de la deuda de los
últimos años, según ese estudio.
Una situación "más alarmante de lo que
creíamos"
“Nos enfrentamos a un futuro con graves
desequilibrios entre oferta y demanda laboral en la mayoría de las principales
economías del mundo”, asegura Rainer Strack,
socio de BCG y uno de los autores del informe The Global Workforce Crisis. El estudio se centra en
los 25 países
más desarrollados, que concentran el 65% de la población y el 80%
del PIB mundial. “Se habla a menudo de la falta de mano de obra en países desarrollados como Alemania o Japón,
del desempleo actual en Estados Unidos,
o de la contribución demográfica de los
países emergentes, pero al analizar los datos y su proyección futura nos ha
sorprendido que la situación en el 2030
es mucho más alarmante de lo que creíamos”, explica Strack.
El
informe también revela cómo los países emergentes están llegando, en su mayoría, al final de
sus máximos demográficos, y se prevé
que tendrán que afrontar también en las próximas décadas un fuerte déficit de trabajadores para ocupar
los puestos de trabajo que ofertan. En algunos casos, como Brasil,
se suma el agravante de que una parte considerable de la población en edad de trabajar
tiene importantes carencias de formación. Para el estudio los autores
han calculado el volumen de capital
humano necesario en cada uno de los países si mantienen el crecimiento del PIB y de la productividad en sus niveles históricos. Para ello parten de dos escenarios posibles: el
ritmo de crecimiento de los últimos 10 años y el de los últimos 20 años.
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SOCIOLOGÍA DEL TRABAJO. EL
GRAN PROBLEMA DEL EMPLEO EN EL MUNDO: CONSUMIR PARA PODER TRABAJAR.
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Eduardo Camín.
ALAI. América Latina en Movimiento.
Martes 26 de febrero del 2019.
Según un nuevo informe de la
Organización Internacional del Trabajo (OIT), el principal problema de los
mercados de trabajo en el mundo es el empleo de mala calidad: 700 millones de
personas, obligadas a aceptar condiciones de trabajo deficientes viven en situación
de pobreza o pobreza extrema en el mundo.
Los
datos recientes recabados para elaborar el informe "Perspectivas sociales
y del empleo en el mundo: Tendencias 2019" (WESO) indican que, en 2018, la
mayoría de los 3300 millones de personas empleadas en el mundo no gozaba de un
nivel suficiente de seguridad económica, bienestar material e igualdad de
oportunidades.
Es
más, el avance de la reducción del desempleo a nivel mundial no se ve reflejado
en una mejora de la calidad del trabajo. Una vez más, el informe publicado por
la OIT alude a la persistencia de diversos déficits de trabajo decente, y
advierte de que, al ritmo actual, la consecución del objetivo de trabajo
decente para todos establecido entre los Objetivos de Desarrollo Sostenible
(ODES), concretamente en el ODS8, es inalcanzable para muchos países.
Mientras
tanto, Deborah Greenfield, Directora General Adjunta de Políticas de la OIT,
señalo que “El ODS 8 no solo se refiere al empleo pleno sino a la calidad del
mismo, y que la igualdad y el trabajo decente son dos de los pilares del
desarrollo sostenible.”
El
informe advierte de que los responsables de formular las políticas deben
afrontar esta cuestión, pues de lo contrario se corre el riesgo de que algunos
de los nuevos modelos empresariales, en particular los propiciados por nuevas
tecnologías, socaven los logros conseguidos en el mercado laboral, por ejemplo,
los relativos a formalidad laboral y seguridad en el empleo, protección social
y normas del trabajo.
“Tener
empleo no siempre garantiza condiciones de vida dignas”, señaló Damian
Grimshaw, director del Departamento de Investigaciones de la OIT. “Por ejemplo,
un total de 700 millones de personas viven en situación de pobreza extrema o
moderada pese a tener empleo.”
A
esto debemos agregarle, otro problema, que es la persistencia del empleo
informal: en esta categoría hay nada menos que dos mil millones de
trabajadores, el 61 por ciento de la población activa mundial. Otro aspecto
preocupante es que más de una de cada cinco personas jóvenes (menores de 25
años) no trabaja, ni estudia, ni recibe formación, (Ni, Ni, Ni ) por lo que sus perspectivas
de trabajo se ven comprometidas.
La contracara del informe.
Tal
vez, sea la paradoja de nuestro tiempo, que aquellos que detentan el poder se
sienten demasiados cómodos, como para preocuparse del dolor de quienes sufren,
y quienes sufren no tienen el poder. Muchas veces en este ejercicio dialéctico
de los informes, las injusticias más profundas se hacen difíciles de explicar, a
pesar de que se trata de algo que todos de una manera o u otra estamos
familiarizados.
En
este caso, no es difícil de convencerse, ya que hablamos del desempleo. La
pobreza de los trabajadores, la informalidad y el empleo vulnerable son algunos
de los problemas crónicos de los mercados laborales a través del mundo. A pesar
de dos décadas de crecimiento económico, seguimos enfrentando debilidades
estructurales en los mercados de trabajo.
Más
grave aún, en los oasis del capitalismo los altos índices de empleo y el
aumento de la productividad, ocultan los persistentes y preocupantes déficit
de trabajo decente.
Muchas
personas, sobre todo en las economías en desarrollo, (eufemismo del capitalismo
marginal) o aun en las economías industrializadas, siguen sin tener otra opción
que aceptar empleos con malas condiciones de trabajo que no generan ingresos
estables, ni los protegen a ellos y a sus familias de la pobreza a largo plazo.
A
pesar de las importantes ganancias económicas de las empresas, hay demasiados
trabajadores que apenas ganan lo suficiente para sobrevivir. Cualquier crisis
familiar – un accidente o muerte del sostén de la familia, la pérdida del
empleo, un desastre natural, una mala cosecha, etc. – amenaza con arrastrarlos
nuevamente a la pobreza extrema.
Consumir para poder trabajar.
Nadie
puede negar la utilidad de estos informes, ellos se basan en estadísticas,
datos, cifras, elocuentes a la vez que se proponen agendas internacionales
llena de ilusiones, pero siempre adolecen de la carencia un enfoque
transformador de la realidad.
Muchas
veces nos invade el sentimiento que hablar de las injusticias del capitalismo,
lo que en las “multinacionales del humanismo” está prohibido, es un tema tabú.
No obstante, este es el pecado original por el cual se desatan todas las
catástrofes humanitarias, de un sistema condenado por la historia.
Es
necesario ampliar el diagnóstico, ver el compromiso de su tratamiento,
destacando o enfocando estas realidades desde una percepción marxista respecto
a las crisis económicas en el sistema capitalista y su relación con el empleo.
Es
inherente a todo sistema capitalista la existencia de periodos de auge y de
depresión en sus economías. Los periodos de auge, bonanza o prosperidad derivan
siempre en crisis de sobreproducción, las cuales a su vez provocan periodos de
depresión o recesión de la actividad económica, con los consiguientes altos
niveles de desempleo.
En
la fase de prosperidad del ciclo, encontramos la apertura de mercados debido a
la incorporación de nuevos segmentos de la población, nuevos sectores
productivos, nuevas técnicas de producción e incremento de la inversión y el
empleo. Estas crisis capitalistas, en realidad son consecuencia de una
insuficiente demanda de las mercancías y no por bajas en la producción. En este
sentido, para que se produzca una crisis es suficiente que los productores y
vendedores de mercancías no encuentren clientes para sus productos.
Ante
esta situación y al ver que disminuye su tasa de ganancia, a uno de estos
productores se le puede ocurrir despedir mano de obra y aumentar la intensidad
del uso laboral (generar mayor plusvalía mediante la explotación del
trabajador) o aumentar la robotización en sus empresas, con la finalidad de
bajar costos y recuperar su tasa de ganancia.
Pero
si los demás capitalistas hacen lo mismo, el poder de compra disminuirá debido
a que existe un volumen mayor de trabajadores desempleados, con lo que la tasa
de ganancia seguirá baja y la crisis se generalizará a todo el sistema.
Esta
viene a ser en la realidad una situación muy frecuente. La acumulación dentro
del sistema capitalista provoca necesariamente una superpoblación obrera, que
se convierte a su vez en palanca de la acumulación de capital y en una de las
condiciones de vida del régimen capitalista de producción. Es así como se
constituye un ejército industrial de reserva, es decir un contingente
disponible que pertenece de modo absoluto al capital, y este lo mantiene a sus
expensas.
Por
lo tanto, la crisis económica en las economías capitalistas se caracteriza por
una interrupción en el proceso normal de desarrollo de la producción y por una
considerable baja de la mano de obra utilizada. Estas vienen a ser las
consecuencias de las crisis y no sus causas, como “erróneamente” se piensa.
Esta
es la enseñanza fundamental del capitalismo, ausente de los informes: consumir
para poder trabajar, y no a la inversa. Es que la existencia de millones de
trabajadores no puede ser asegurada sino mediante el despilfarro sistemático de
las riquezas que ellos producen. Y hay todavía algo peor que la forzosa
necesidad de consumir para que funcione la economía: el despilfarro sistemático
de las riquezas y el sometimiento del trabajo a sus productos.
Esta
es la necesidad: para que pueda seguir funcionando un sistema así constituido,
se reserva solo una mínima parte de lo producido para invertir en las
necesidades públicas (escuelas, hospitales, seguridad social) y en los
servicios colectivos que no originan beneficios para el capital.
El
despilfarro (dos, tres, automóviles por familia, el rápido desgaste social de
los aparatos domésticos y su continua renovación; un celular en manos de niños
de 3 años, un televisor en cada habitación, miles de toneladas de desechos
industriales tirados a la basura y la canilla (el grifo) de agua caliente abierta
durante toda la afeitada) pasa a ser, en este orden de cosas, un fin, una ética
social.
De
ese modo se produce una fuga hacia adelante, una fuga frente a todas las
exigencias más genuinas en el plano nacional e internacional, que vuelve
siniestramente hipócrita todo anuncio de cambios estructurales y estas nuevas bases de negociaciones en
los organismos internacionales, de empleos decentes,
empleos verdes, para agendas inconclusas e informes que se repiten
indefinidamente.
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EDUARDO CAMÍN.
Periodista uruguayo, corresponsal de prensa en la
ONU-Ginebra, analista asociado al Centro Latinoamericano de Análisis
Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)
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