LA SOBERANÍA DE AMÉRICA LATINA OTRA VEZ EN PELIGRO.
¿Qué tienen en común Dwight Eisenhower, Lyndon Johnson y Richard Nixon? los tres siendo presidentes de EEUU organizaron campañas para derrocar
gobiernos democráticamente elegidos en países latinoamericanos. en el caso de Eisenhower, organizó la invasión contra
el gobierno de Jacobo Arbenz en Guatemala
en 1954. Johnson envió tropas a república dominicana para derrocar a Juan Bosch en 1965. Nixon y su asesor
de seguridad nacional, Henry Kissinger,
intervinieron en chile en 1973 para poner fin al gobierno de la unidad popular
y asesinar a salvador allende.
Son tres ejemplos de
una larga lista de invasiones e intervenciones por parte de EEUU para interrumpir procesos políticos
democráticos en la región latinoamericana. hay que agregar a la lista a los
demás países – con unas pocas excepciones – que han sufrido invasiones, golpes
o intervenciones a lo largo de más de un siglo. En el siglo XXI se pueden agregar los golpes ‘parlamentarios’ contra presidentes
electos democráticamente en Paraguay y Brasil,
así como el caso de Honduras.
En la actualidad, Washington
tiene tropas en la frontera de Colombia con Venezuela mientras trata de estrangular
económicamente al gobierno del presidente Nicolás
Maduro, electo democráticamente en 2018. Además del bloqueo, EE.UU., ha reclutado una docena de
países latinoamericanos y otros 4 gobiernos de Europa occidental en una
ofensiva diplomática contra el gobierno bolivariano. Las tropas en la frontera
colombo-venezolana responden a las amenazas del presidente Donald Trump de mantener sobre la mesa la opción militar de una
invasión.
Sería la primera vez
en la historia de las relaciones entre EE.UU. y América Latina que Washington lanza una invasión terrestre
utilizando un país latinoamericano. la modalidad siempre ha sido marítima o
aérea. EE.UU. siempre ha utilizado –
previo a sus invasiones o golpes de estado – un sofisticado operativo de
propaganda a escala mundial para legitimar sus acciones. En la mayoría de los
casos sólo han servido para dar el golpe inicial y después se desmoronan. En Guatemala Arbenz
fue descrito por Eisenhower como un dictador sanguinario que seguía órdenes del
comunismo soviético. En realidad, Arbenz
era un abogado de la burguesía nacional quien quería que la United Fruit (bananera) pagara sus
impuestos. En dominicana, Juan Bosch era un intelectual nacionalista que
llegó al poder después de la larga dictadura de Trujillo apadrinada por EE.UU..
Bosch prometía una reforma agraria que afectaría a los grandes cañaverales
propiedad de los monopolios norteamericanos. Salvador Allende, a su vez, era un socialista que creía en la
democracia y en la posibilidad de poner al servicio del desarrollo de chile las
enormes riquezas minerales (cobre). El
error lo pagó con su vida y chile fue sometido a la barbarie más espantosa
durante 20 años de dictadura militar.
Golpe militar en Chile. 1973. Su larga historia de intervenciones militares - golpes de Estado - en los últimos tiempos desde falsas "mayorías" en el Parlamento, impuso "nuevos Gobiernos" títeres y se violentó la Soberanía Nacional.
***
En Venezuela, Nicolás
Maduro es sometido a una campaña de propaganda feroz a escala internacional que impregna todos los medios de
comunicación masivos y las redes sociales. según la máquina de propaganda de Washington, que reproduce los ‘fake-news’ diarios en EE.UU, América Latina y el mundo entero,
maduro es un dictador, sanguinario, que hace pasar hambre al pueblo y tiene las
cárceles llenas de prisioneros políticos. En realidad, maduro fue elegido
presidente, no reprime a sus adversarios políticos ni tiene prisioneros
políticos, tampoco hace pasar hambre a los venezolanos. Al contrario, la oposición política se reúne en la asamblea nacional
y moviliza a los sectores opuestos al gobierno bolivariano en las calles. Incluso,
permite que un diputado de la asamblea se auto-proclame presidente ‘interino’
con el apoyo de EE.UU.
Hace 17 años el entonces presidente de EE.UU, George W. Bush, avaló un golpe de
estado contra el presidente Chávez
que fracasó. desde entonces, hasta la fecha ha gastado ingentes recursos en
poner fin al gobierno bolivariano. Trump
y sus asesores han puesto en marcha un operativo ideado por el ‘Establishment’
norteamericano hace un par de décadas: la guerra humanitaria. aunque suene
contradictorio, la idea es hacer la guerra con un manto humanitario. El primer paso consistió en bloquear
económicamente a Venezuela creando caos en el mercado nacional. Segundo, promover una campaña de ‘fake-news’ que creara un país no
existente. Tercero, ante el caos
económico creado y la propaganda, levantar una supuesta crisis humanitaria.
la
respuesta sería enviar ‘asistencia’ humanitaria a Venezuela disimulando la
presencia de tropas norteamericanas y mercenarios de toda clase. Trump se agregaría
a la nefasta lista de presidentes norteamericanos que han violado una y otra
vez la soberanía de toda América latina.
7 de febrero de 2019.
Marco A.
Gandásegui, hijo, profesor de sociología de la
universidad de panamá e investigador asociado del CELA.
/////
LA CRISIS VENEZOLANA Y LA CONFUSIÓN DE LA
IZQUIERDA.
Carta abierta al Frente Amplio de Chile.
*****
Atilio A. Boron.
Rebelión jueves 7 de febrero del 2019.
Días pasados, Pablo Vidal, uno de los diputados del partido Revolución
Democrática que integra el Frente Amplio de Chile, manifestó en una entrevista
ante La Tercera que el presidente Nicolás Maduro era un
dictador. Lo que podría haber sido el desafortunado exabrupto de un novel
legislador tardó unas pocas horas en revelarse como el síntoma de una grave
enfermedad que, de no combatirse de inmediato, clausuraría por largos años la
posibilidad de ofrecer una alternativa pos-neoliberal al desprestigiado sistema
de partidos políticos imperante en Chile, vástago de la funesta dictadura de
Augusto Pinochet. En efecto, sin meditar sobre el significado y los alcances de
las palabras de Vidal otros dirigentes del FA salieron en tropel a respaldar
sus dichos poniendo en evidencia que su profundo desconocimiento de la historia
chilena y de las categorías más elementales del análisis político es una
falencia compartida por igual con sus compañeras y compañeros de partido.
Porque, ¿cómo es posible que alguien que se propone como una alternativa de
izquierda asuma por completo el discurso y la propaganda urdidas por el imperio
y la derecha vernácula? Por si hubiera dudas al respecto Vlado Mirosevic, un
representante del Partido Liberal –una derecha pura y dura, mal disimulada por
una delgada pátina de posmodernismo combinada con un eficaz marketing político-
saltó al ruedo para expresar su total acuerdo con el extravío de Vidal.
Desgraciadamente en pocas horas el “efecto manada” hizo presa de muchos
dirigentes del FA que de modo irreflexivo arrojaron por la borda buena parte de
su identidad de izquierda.1
Se requiere un elevado nivel de analfabetismo político -para decirlo diplomáticamente- para que un ciudadano o una ciudadana de un país como Chile, que ha sufrido una de las más horrendas dictaduras de que se tenga noticias en el siglo veinte, pueda calificar con los mismos términos a Augusto Pinochet y Nicolás Maduro. No sólo Vidal y sus cofrades han demostrado tener un olímpico desconocimiento de la realidad venezolana sino que, peor aún, otro tanto ocurre con la historia de su propio país. Si la conocieran, porque es su obligación como legisladores o como dirigentes políticos conocerla muy bien, jamás podrían haber cometido una grosería como la que estamos comentando y que no por casualidad fue recibida con enorme alborozo por la canalla mediática, comenzando por la CNN y siguiendo por los demás medios hegemónicos. Como lo comenta con sensatez en su tuit una joven comunista chilena, Florencia Lagos Neumann, “Dictadura es dictadura. Pinochet era dictador, Videla era dictador, Somoza era dictador, Franco era dictador. Si en sus dictaduras hubiera aparecido un loco autoproclamándose presidente a las 2 horas era fusilado y tirado a una fosa común. ¿Se entiende?” La elocuencia de este razonamiento ahorra muchas palabras.
Se pueden decir muchas cosas de Juan Guaidó (la mayoría de las cuales poco honorables) menos que haya padecido inconveniente alguno en su continua prédica sediciosa, o en su convocatoria a la población y las fuerzas armadas para quebrar el orden constitucional o en su infame pedido al gobierno de Estados Unidos para que se inmiscuya activamente en la resolución –sin duda violenta y sin ninguna clase de diálogo político, como lo ha manifestado más de una vez la Casa Blanca- de la crisis que afecta a Venezuela. Su demagógica pregunta, formulada en un acto público callejero, de si alguien le tiene miedo a una guerra civil (y que el público asistente contestó con un resonante no) es de una irresponsabilidad criminal. En cualquier país del mundo –y Chile no es la excepción- un sujeto que obra de esa manera es de inmediato apresado y juzgado perentoriamente a cumplir una larga condena en una cárcel de máxima seguridad. En Estados Unidos podría inclusive ser pasible de la pena capital. Pero nada de eso ocurre en la “dictadura” de Maduro denunciada con un ardor digno de mejores causas por algunos sectores del FA. Una extraña dictadura –como decía Eduardo Galeano hablando de los días de Hugo Chávez en el poder- que permite que un fantoche como Guaidó circule por todo el país sin ser perseguido, que cite a exministros chavistas y se reúna con ellos, a plena luz del día, en el Palacio Legislativo en el centro de Caracas para intercambiar ideas sobre la constitución de un gabinete de su ilusoria “transición”. O que permite que un dirigente responsable de ser el inspirador y autor intelectual de las dos guarimbas que en el 2014 y 2017 dejaron una estela de centenares de muertos, miles de heridos e inmensos daños a la propiedad, nos referimos a Leopoldo López, aparezca regularmente en diversos programas de radio reproducido y viralizados por las redes sociales y en donde desde su confortable prisión domiciliaria se exhorta a las fuerzas armadas bolivarianas a permitir el ingreso de la “ayuda humanitaria” enviada por Washington. ¿No son éstos, acaso, ejemplos rotundos de la libertad de prensa y de reunión que existe en la Venezuela bolivariana y que ninguna dictadura jamás admitió? ¿Pudo hacer esto la oposición a Pinochet en Chile, o de Videla en la Argentina o de Somoza en Nicaragua? ¿Es posible ignorar una verdad tan elemental como ésta? ¿Cuál es el concepto de “dictadura” que manejan algunos líderes del FA? Confieso mi curiosidad por conocerlo y por saber cuál es el teórico que produjo tan extravagante definición por la cual el venezolano es un dictador y el déspota de Arabia Saudita que masacra al pueble yemení y manda asesinar a un periodista de su país en la sede de su embajada en Turquía no lo es; o que un régimen neofascista y genocida como Israel sea considerado como una ejemplar democracia con la cual Chile debe estrechar sus vínculos sin ninguna clase de reserva pese a su flagrante y sistemática violación de los derechos humanos en los territorios ocupados y su rechazo a todas las resoluciones de Naciones Unidas.
La conclusión inescapable de esta toma de posición de algunos dirigentes del FA es que su referencia a la cultura de la izquierda y sus centenarias luchas es un lamentable malentendido; o, en caso de que exista mala fe, un artilugio discursivo y electorero para adquirir respetabilidad ante los sectores dominantes. Una identidad de izquierda tan frágil que se disuelve tan pronto sus representantes deben plantarse frente a los candentes desafíos de la realidad política, esa “lucha de dioses contrapuestos” a la que se refería Max Weber y en la cual no caben las mediatintas ni los “ni-ni” del posmodernismo sea en sus variantes de derecha o de (pseudo)izquierda. Recuerdo unos versos de Víctor Jara cuando cantaba, en los años de la Unidad Popular: “usté no es ná, ni chicha ni limoná”. Quienes en estos días se unieron alegre e irresponsablemente al discurso del imperialismo y la reacción autóctona corren serio riesgo de convertirse en “ná”, y eso políticamente es un seguro camino al desastre. O, peor aún, convertirse en su contrario y abandonar la empresa histórica de rescatar a Chile de las garras del neoliberalismo. Porque quienes ingresan ruidosamente al ágora con el discurso de “Maduro dictador” ya se colocan, objetivamente y más allá de inconsecuenciales gestos de rebeldía, del lado del imperialismo y la reacción. Tienen que tomar conciencia que al hacerlo se han asociado a lo peor de la política latinoamericana. Están codo a codo con Uribe y Duque, Macri y Bolsonaro, con Hernández y Lenín Moreno, con Almagro y con Santos, con Bolton y Abrams, todos entonando el relato concebido en Estados Unidos y difundido en nuestra lengua por el inigualable maestro en el arte de decir mentiras que parezcan verdades: Mario Vargas Llosa. Ese sector del FA, porque no creo que sea toda esa organización, ingresa en la política latinoamericana de la mano de los herederos de los que ahogaron a sangre y fuego la experiencia pionera de Salvador Allende, y este no es un dato menor ni una simple anécdota. Tomaron partido por ellos, por los vástagos de quienes bombardearon la Moneda, asesinaron a Orlando Letelier, René Schneider, Carlos Prats González, a Pablo Neruda, a Eduardo Frei y condujeron a la muerte a Salvador Allende; también por los que torturaron, mutilaron y ejecutaron cobardemente a Víctor Jara y a miles de chilenas y chilenos; los que organizaron siniestros campos de concentración y caravanas de la muerte, desaparecieron a miles, mataron a otros tantos y enviaron a cientos de miles de sus compatriotas al exilio.
En su asombrosa ignorancia este sector de la dirigencia frentista demuestra desconocer el abc de la filosofía política, ¡y pretenden con tal rudimentario arsenal teórico conducir a Chile por la senda del progreso y la justicia social! Incapaces de distinguir lo que es una dictadura, de reconocer la omnipresencia del imperialismo –palabra prohibida en su discurso- o de conocer el dolor y la destrucción que éste provoca con su agresión económica, política, diplomática y mediática a la Venezuela bolivariana se rinden ante el pensamiento único en su fatal empeño por constituirse como una alternativa “moderada” ante la “inmoderada” injusticia que campea en Chile.
Se requiere un elevado nivel de analfabetismo político -para decirlo diplomáticamente- para que un ciudadano o una ciudadana de un país como Chile, que ha sufrido una de las más horrendas dictaduras de que se tenga noticias en el siglo veinte, pueda calificar con los mismos términos a Augusto Pinochet y Nicolás Maduro. No sólo Vidal y sus cofrades han demostrado tener un olímpico desconocimiento de la realidad venezolana sino que, peor aún, otro tanto ocurre con la historia de su propio país. Si la conocieran, porque es su obligación como legisladores o como dirigentes políticos conocerla muy bien, jamás podrían haber cometido una grosería como la que estamos comentando y que no por casualidad fue recibida con enorme alborozo por la canalla mediática, comenzando por la CNN y siguiendo por los demás medios hegemónicos. Como lo comenta con sensatez en su tuit una joven comunista chilena, Florencia Lagos Neumann, “Dictadura es dictadura. Pinochet era dictador, Videla era dictador, Somoza era dictador, Franco era dictador. Si en sus dictaduras hubiera aparecido un loco autoproclamándose presidente a las 2 horas era fusilado y tirado a una fosa común. ¿Se entiende?” La elocuencia de este razonamiento ahorra muchas palabras.
Se pueden decir muchas cosas de Juan Guaidó (la mayoría de las cuales poco honorables) menos que haya padecido inconveniente alguno en su continua prédica sediciosa, o en su convocatoria a la población y las fuerzas armadas para quebrar el orden constitucional o en su infame pedido al gobierno de Estados Unidos para que se inmiscuya activamente en la resolución –sin duda violenta y sin ninguna clase de diálogo político, como lo ha manifestado más de una vez la Casa Blanca- de la crisis que afecta a Venezuela. Su demagógica pregunta, formulada en un acto público callejero, de si alguien le tiene miedo a una guerra civil (y que el público asistente contestó con un resonante no) es de una irresponsabilidad criminal. En cualquier país del mundo –y Chile no es la excepción- un sujeto que obra de esa manera es de inmediato apresado y juzgado perentoriamente a cumplir una larga condena en una cárcel de máxima seguridad. En Estados Unidos podría inclusive ser pasible de la pena capital. Pero nada de eso ocurre en la “dictadura” de Maduro denunciada con un ardor digno de mejores causas por algunos sectores del FA. Una extraña dictadura –como decía Eduardo Galeano hablando de los días de Hugo Chávez en el poder- que permite que un fantoche como Guaidó circule por todo el país sin ser perseguido, que cite a exministros chavistas y se reúna con ellos, a plena luz del día, en el Palacio Legislativo en el centro de Caracas para intercambiar ideas sobre la constitución de un gabinete de su ilusoria “transición”. O que permite que un dirigente responsable de ser el inspirador y autor intelectual de las dos guarimbas que en el 2014 y 2017 dejaron una estela de centenares de muertos, miles de heridos e inmensos daños a la propiedad, nos referimos a Leopoldo López, aparezca regularmente en diversos programas de radio reproducido y viralizados por las redes sociales y en donde desde su confortable prisión domiciliaria se exhorta a las fuerzas armadas bolivarianas a permitir el ingreso de la “ayuda humanitaria” enviada por Washington. ¿No son éstos, acaso, ejemplos rotundos de la libertad de prensa y de reunión que existe en la Venezuela bolivariana y que ninguna dictadura jamás admitió? ¿Pudo hacer esto la oposición a Pinochet en Chile, o de Videla en la Argentina o de Somoza en Nicaragua? ¿Es posible ignorar una verdad tan elemental como ésta? ¿Cuál es el concepto de “dictadura” que manejan algunos líderes del FA? Confieso mi curiosidad por conocerlo y por saber cuál es el teórico que produjo tan extravagante definición por la cual el venezolano es un dictador y el déspota de Arabia Saudita que masacra al pueble yemení y manda asesinar a un periodista de su país en la sede de su embajada en Turquía no lo es; o que un régimen neofascista y genocida como Israel sea considerado como una ejemplar democracia con la cual Chile debe estrechar sus vínculos sin ninguna clase de reserva pese a su flagrante y sistemática violación de los derechos humanos en los territorios ocupados y su rechazo a todas las resoluciones de Naciones Unidas.
La conclusión inescapable de esta toma de posición de algunos dirigentes del FA es que su referencia a la cultura de la izquierda y sus centenarias luchas es un lamentable malentendido; o, en caso de que exista mala fe, un artilugio discursivo y electorero para adquirir respetabilidad ante los sectores dominantes. Una identidad de izquierda tan frágil que se disuelve tan pronto sus representantes deben plantarse frente a los candentes desafíos de la realidad política, esa “lucha de dioses contrapuestos” a la que se refería Max Weber y en la cual no caben las mediatintas ni los “ni-ni” del posmodernismo sea en sus variantes de derecha o de (pseudo)izquierda. Recuerdo unos versos de Víctor Jara cuando cantaba, en los años de la Unidad Popular: “usté no es ná, ni chicha ni limoná”. Quienes en estos días se unieron alegre e irresponsablemente al discurso del imperialismo y la reacción autóctona corren serio riesgo de convertirse en “ná”, y eso políticamente es un seguro camino al desastre. O, peor aún, convertirse en su contrario y abandonar la empresa histórica de rescatar a Chile de las garras del neoliberalismo. Porque quienes ingresan ruidosamente al ágora con el discurso de “Maduro dictador” ya se colocan, objetivamente y más allá de inconsecuenciales gestos de rebeldía, del lado del imperialismo y la reacción. Tienen que tomar conciencia que al hacerlo se han asociado a lo peor de la política latinoamericana. Están codo a codo con Uribe y Duque, Macri y Bolsonaro, con Hernández y Lenín Moreno, con Almagro y con Santos, con Bolton y Abrams, todos entonando el relato concebido en Estados Unidos y difundido en nuestra lengua por el inigualable maestro en el arte de decir mentiras que parezcan verdades: Mario Vargas Llosa. Ese sector del FA, porque no creo que sea toda esa organización, ingresa en la política latinoamericana de la mano de los herederos de los que ahogaron a sangre y fuego la experiencia pionera de Salvador Allende, y este no es un dato menor ni una simple anécdota. Tomaron partido por ellos, por los vástagos de quienes bombardearon la Moneda, asesinaron a Orlando Letelier, René Schneider, Carlos Prats González, a Pablo Neruda, a Eduardo Frei y condujeron a la muerte a Salvador Allende; también por los que torturaron, mutilaron y ejecutaron cobardemente a Víctor Jara y a miles de chilenas y chilenos; los que organizaron siniestros campos de concentración y caravanas de la muerte, desaparecieron a miles, mataron a otros tantos y enviaron a cientos de miles de sus compatriotas al exilio.
En su asombrosa ignorancia este sector de la dirigencia frentista demuestra desconocer el abc de la filosofía política, ¡y pretenden con tal rudimentario arsenal teórico conducir a Chile por la senda del progreso y la justicia social! Incapaces de distinguir lo que es una dictadura, de reconocer la omnipresencia del imperialismo –palabra prohibida en su discurso- o de conocer el dolor y la destrucción que éste provoca con su agresión económica, política, diplomática y mediática a la Venezuela bolivariana se rinden ante el pensamiento único en su fatal empeño por constituirse como una alternativa “moderada” ante la “inmoderada” injusticia que campea en Chile.
Ante el crisol de la crisis
venezolana ese sector del FA se funde con la derecha en su maniqueísmo propio
de la Guerra Fría, en su cruzada contra los gobiernos que no se arrodillan ante
los mandatos de la Casa Blanca (Noam Chomsky dixit) y que son
invariablemente caracterizados por ésta como “dictaduras”. Una izquierda
que en su infantilismo cae en la trampa de creer que va a poder resolver la
deuda social de la “democracia de (muy) baja intensidad” de Chile, o de su
“democradura”, sin enfrentarse con todos los demonios del infierno que saldrán
en tropel para aplastar a sangre y fuego a quienes tengan la osadía de
pretender cambiar el mundo. Gentes que, en su inexperiencia, creen que la
política es un juego caballeresco en donde los reformadores sociales, ni
digamos los revolucionarios, van a ser enfrentados con las armas de la
legalidad y la institucionalidad por los partidarios del status quo. No basta
con que Donald Trump le confiera el rango de presidente legítimo de Venezuela a
un fantoche como Juan Guaidó, en abierta violación de la Carta de las Naciones
Unidas y el derecho internacional. Tampoco que John Bolton haya declarado que
quiere el petróleo de Venezuela para las empresas estadounidenses. Aunque Trump
y Bolton les griten en la cara que en su momento vendrán a apoderarse de los
recursos naturales de Chile en su ebriedad posmoderna los que vociferan “Maduro
dictador” seguirán pensando que el imperialismo es una fábula de la vieja
izquierda, un mito que sobrevive increíblemente en tiempos de la posmodernidad
líquida en donde, como decían Marx y Engels en el Manifiesto Comunista
(que esos sectores del FA harían muy bien en leer) “todo lo sólido se disuelve
en el aire”. Todo, sí, menos la lucha de clases y la dominación imperialista. Y
si no comprenden esto no han comprendido nada y se disolverán en el aire sin
dejar más que un borroso recuerdo, una juvenilia pasajera que prometió ser una
brisa renovadora en la política chilena y acabó siendo más de lo mismo.
Admito que algunos sectores de la izquierda puedan
ser duros críticos del gobierno de Maduro. O decir que éste no supo
contrarrestar efectivamente la brutal ofensiva que Estados Unidos lanzó para
acabar con la Revolución Bolivariana. O que su manejo de la política económica
fue desacertado o que el combate a la corrupción careció de la energía requerida.
Pero decir que Maduro es un dictador es un gigantesco error conceptual grávido
de lesivas consecuencias prácticas para el futuro del movimiento popular
chileno. Este difícilmente podrá hallar una ruta de salida a las injusticias e
inequidades producto de casi medio siglo de políticas neoliberales cuando una
fuerza política que se pretende de izquierda piensa y actúa como si fuera de
derecha. Olvidándose, además, ¡torpes sociólogos quienes la asesoran!, que los
pueblos, dondequiera que sea, y no sólo en Latinoamérica, siempre prefieren el
original a la copia. Y una izquierda que se presenta como una caricatura de la
derecha decreta su propia obsolescencia y lleva agua al molino de aquélla. El
Frente Amplio aún está a tiempo de sortear tan lamentable desenlace. Una
discusión franca, rigurosa y con
mucho fundamento puede salvar un proyecto de recambio, tendencialmente pos-neoliberal, que Chile necesita impostergablemente. Sería
imperdonable que esa oportunidad se frustrara.
Nota:
1.
Un reporte
sobre este asunto se encuentra en http://www.cnnchile.com/pais/diputados-rd-se-alinean-al-calificar-de-dictador-a-nicolas-maduro_20190205/
*****
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