"Salvar nuestro hábitat, el planeta, y nuestras vidas
materiales. Este es el real derrotero
estratégico de nuestro siglo y de los trabajadores, el socialismo, un parto
contingente doloroso en que puede nacer una vida, deformada o no, o morir el
niño y su madre y padre. La lucha por una nueva sociedad mundial sostenible
sin capitalistas en el poder es nuestro derrotero. Parafraseando a Moreno, podemos
vencer, no hay ley determinista de la historia, ni dios, ni factor
climático-energético ni científico ni político que diga que no podamos
triunfar. Las leyes objetivas de la naturaleza y la sociedad las
usaremos a nuestro beneficio en la intensificación de la lucha de clases por
muy adversas que sean las condiciones materiales de existencia, solo el derrotismo colapsista nos condena
de antemano, al igual que el imperialismo. No tenemos fe religiosa en la
clase obrera ni confianza metafísica en la entelequia de la revolución pero sí
confianza formativa de esta, crítica y autocrítica (sus errores organizativos,
etc.) voluntad de cambio en que, tras
una serie compleja y dialéctica de las derrotas y victorias, nuestra clase y su
vanguardia revolucionaria en construcción se reponga y no sea tan limitada
y tan estúpida como para no despojarse y sepultar a una clases dominantes
minoritarias parasitarias (entre el 1% y el 30% de la población gran
burguesa, medio burguesa y pequeñoburguesa de estratos superiores) y
crear una nueva sociedad de transición, al vivir en sus carnes los efectos
devastadores del capitalismo moribundo y estar en sus fauces… será un placer hacer
tragar todas sus heces a los “colapsólogos” y capitalistas, tanto de derecha…
como de izquierda".
/////
LA CLASE TRABAJADORA Y LA IZQUIERDA ANTE EL
COLAPSO SOCIAL Y ECOLÓGICO DEL CAPITALISMO.
*****
Juana Ceballos.
Blog Socialista 21.
Rebelión viernes 16 de agosto del 2019.
A 100 años de la fundación de la Internacional Comunista de Lenin y
Trotsky… a propósito de la posibilidad del “colapso socioecológico” capitalista, hacemos un llamado público revolucionario
urgente a los trabajadores de a pie, organizados o no, industriales y de
los servicios, jubilados y desempleados,
de los países imperialistas y países
semicoloniales, América del Sur, del Centro y el Norte, África, Asia, Oceanía y
Europa; también a los activistas y
dirigentes de los partidos de izquierda;
corrientes internacionales,
centrales obreras, sindicatos, movimientos sociales y asociaciones;
científicos, intelectuales y artistas; mujeres, negros e inmigrantes, indígenas y campesinos; estudiantes,
jóvenes y niños; personas lgbti, presos políticos y parias, personas con
discapacidad y oprimidos en general.
“Hay que matar al imperialismo
para que el género humano pueda continuar subsistiendo” (León
Trotsky)
El capitalismo imperialista decadente en estas primeras tres décadas del
siglo XXI es un infierno real para billones de animales
domésticos y salvajes y la naturaleza, al igual que para los miles de millones
de trabajadores y sectores populares y oprimidos. Este sistema nos está llevando al simple y llano
pero complejo “colapso civilizatorio”.
El calentamiento climático en aumento y aceleración promete sobrepasar
más de 1.5 y 2°C grados en una espiral catastrófica respecto a la era
preindustrial en las próximas décadas, las
emisiones récord actuales de dióxido de carbono (CO2) en más de 415 pmm. y
gases de efecto invernadero, como hace 3 millones de años no se veía, están
afectando los ecosistemas, la agricultura, la salud pública y la vida material
humana.
Hay proceso en curso e hipotético
de lo que algunos científicos llaman la 6ta extinción masiva de especies, al menos 1 millón en peligro actual y
descenso real de un 60% de fauna silvestre en los últimos 40 años. El aumento del maltrato animal estructural y la
cría industrial intensiva de ganado, la deforestación y algunos agroquímicos
dañinos y OMG, con costes negativos
para ellos y las plantas, para la naturaleza y para los propios trabajadores y
consumidores.
La perspectiva desigual y combinada de agotamiento y finitud del
petróleo en las próximas
décadas, el gas y en mucha menor medida el carbón contaminante. El boom y declive de las commodities,
su impacto en los precios internacionales y las regalías nacionales, las
dificultades de transición y “plan B” para una nueva e inédita matriz
energética material “renovable” después
de 2 siglos de capitalismo industrial y siendo más de 7.6 mil millones de humanos con perspectiva de crecer 2 o 3 mil
millones más, después del 2050 y a finales del siglo.
La ausencia de medidas efectivas (¿Geoingeniería sola…? ¿Tratado de París y
Protocolo de Kioto…? ¿Objetivos del Milenio y Desarrollo Sostenible…?) y el
carácter suicida de los gobiernos capitalistas de la ONU y el empresariado
mundial para lidiar con el cambio climático crónico y multidimensional que ya
está afectando de decenas de miles de personas y trabajadores en urbes, zonas
costeras y campos por doquier.
Todos estos procesos complejos, desiguales y
combinados, están relacionados íntimamente con la sobreproducción capitalista, la explotación irracional de la naturaleza y su
destrucción antiecológica para la tasa de ganancia y la acumulación del capital
como fin en sí en toda la sociedad mundial. La crisis ambiental y ecológica se
conjuga e interrelaciona con una serie de crisis cíclicas económicas de corte
comercial y financiero, locales, regionales y globales (2007-2008, la más
reciente y de magnitud de la del 29; hipótesis
de una nueva recesión mundial en los prox. 5 años o década), planes de
ajuste y privatización de los servicios sociales (agua, luz, gas, electricidad,
salud, vivienda, educación, pensiones, etc), las guerras imperialistas y
capitalistas por los recursos naturales y sociales.
Las secuelas de todo esto y afectación a nuestra clase social son la
fractura neocolonial del Norte-Sur; la desnutrición, el hambre y la sed; el
desempleo, los salarios precarios, carestía material y desigualdades sociales
multimodales; éxodos migratorios colosales y afecciones a la salud pública;
destrucción de territorios y hábitats, deudas hipotecarias y déficit de
vivienda popular; asesinatos y torturas, violencias multimodales y opresiones
(género, sexual, racial, etc.); corrupción institucionalizada; etc. Los
padecimientos de ansiedad climática, estrés laboral y síndrome burnout, trastornos
mentales y psicológicos, enfermedades ocupacionales y físicas, suicidios y
adicciones, etc., son la muestra de esta decadencia y barbarie capitalista,
profundizada como nunca antes.
Todo esto pone en serio riesgo civilizatorio, como nunca antes y de modo inédito, la liberación
social integral y necesidades materiales de los trabajadores y sus aliados
populares, la especie humana y el resto de especies animales y vegetales del
planeta. En aras de abordar los
problemas más urgentes e inmediatos de la humanidad, los «materiales»,
es menester que los trabajadores y sus vanguardias estudien, conozcan y
analicen críticamente, toda una serie de teorías socionaturales y evidencias empíricas sobre riesgos civilizatorios y peligros globales, colapsos socio ecológicos,
tipos de crisis sistémicas, transiciones de sistemas complejos y posibilidades
de extinción, escenarios de gestión de recursos y entropías, crisis capitalista
y transiciones post-capitalistas, de autores tales como:
El imperialismo decadente, a veces llamado neoliberalismo, ha hecho aparecer, como nunca antes en la historia
pero semejantes a otros tiempos de transición, versiones de socialismos
utópicos por doquier (v.g.
decrecentistas, ecosocialistas, neoanarquistas, primitivistas, indigenistas,
comunitaristas posmodernistas, etc.) y también no pocos capitalismos utópicos y
distópicos (v.g. tecnolátricos verdes neoliberales; colapsistas; ecofascistas;
neomalthusianistas y neodarwinistas, escatologías religiosas y apocalípticas,
etc.). Ese menester que el socialismo científico en reconstrucción, el
marxismo revolucionario disipe la apariencia de la realidad, conozca, reabsorba
los contenidos materialistas y critique estas ideologías, pero, sobre todo,
ofrezca una alternativa de transición anticapitalista a la clase obrera mundial
y los pueblos oprimidos.
Todas estas teorías socionaturales interdisciplinares con distintos sesgos e intereses de clase,
pronósticos, evidencias empíricas y modelos de sociedad, estudian las
transiciones y magnitudes de las crisis sistemáticas. El marxismo, patrimonio cultural de la clase obrera mundial, es el
pionero de estos estudios materialistas y el único que está a la altura del
análisis científico y la política revolucionaria, al indagar las causas
materiales y subjetivas, desiguales y combinadas, de la transición de un modo
de producción a otro en determinadas zonas geográficas y sistemas, períodos
históricos y épocas, por distintos factores concretos, particularidades y
generalidades, inclusive cambios de regímenes políticos, caídas de gobiernos y
las revoluciones en la naturaleza, las ciencias y la sociedad. El rol de la
lucha de clases y las contradicciones de las relaciones sociales de las fuerzas
productivas (naturaleza, seres humanos y técnica) en todos estos procesos como
una totalidad viva y compleja.
El marxismo revolucionario fue la
primera corriente sociopolítica y científica que mostró una teoría del colapso
del capitalismo verificable basado en el desarrollo objetivo de las fuerzas
productivas del capital, los límites históricos de
sus fuerzas destructivas y las relaciones sociales entre las clases actuantes y
sus condiciones materiales de existencia. Las crisis cíclicas de valorización
catastróficas de sobreproducción y sobreacumulación, el factor subjetivo social
y político crucial de las revoluciones proletarias y populares con partidos
organizados de clase y masas movilizadas en una guerra social prolongada (ahora
estamos llegando a las «últimas batallas»). El trabajo como sepulturero activo
del capital y el capital mismo en factor objetivo de crisis social (y ahora de
crisis natural: «cambio climático antropogénico») en la lucha de clases
económico-política de guerras, crisis y revoluciones.
No en vano nos llamaron
‘catastrofistas’ y otros epítetos por señalar con
objetividad la crisis estructural capitalista y sus estragos, pero estamos
dejando de ser un demodé y algunos sectores de opinión pública
empiezan a hablar del colapso civilizatorio de la civilización industrial
contemporánea, del sistema capitalista existente, incluso a representar y
consumir en las artes estos escenarios, dados los desastres ambientales y
tragedias sociales que a diario se ven en los medios, se viven y se estudian
sus causas. Pero las derrotas, errores sectarios y rezagos programáticos, nuestra
ceguera ignorante y negacionismo, ya tienen un costo político inmenso y también
un beneficio, según la ley del desarrollo desigual y combinado, si abrimos los
ojos de una vez por todas y reconocemos nuestros errores y los corregimos, a
pesar de la tardanza.
Si los trabajadores no luchan con
más tesón y se rebelan lo más pronto antes, durante y después del posible
proceso de colapso socioecológico del capitalismo, su crisis
civilizatoria…estamos re-jodidos. El retraso contrarrevolucionario
que supuso el estalinismo en el siglo XX y la derrota del proletariado mundial
con la restauración capitalista en Europa del Este, el Sudeste Asiático y el
Caribe, tiene costes históricos. Vamos a la profundización (ya la estamos
viviendo) de la barbarie contra la clase obrera y los sectores populares, sobre
todo en los países semicoloniales pero también en los imperialistas. Vamos a
holocaustos masivos de pobres y la posibilidad real de la auto-extinción humana
o una supervivencia de unos pocos, en su mayoría capas ricas y sectas
ecofascistas. Si el proletariado y su vanguardia de clase no conquistan el
poder político en algún país en las próximas décadas y este siglo, abriendo un nuevo octubre rojo global, es
probable que, por mor de la crisis socioecológica, la civilización humana
colapse, se degrade y finalmente se extinga. El triunfo de la barbarie.
Esta es la nueva magnitud del
«peligro inminente» (dice el científico de la NASA, Joseph Hansen) y queda poco
tiempo, muy poco tiempo, en términos históricos (contrarreloj, contratiempos).
Cada año, quinquenio y década que pasa sin un cambio revolucionario, sin una Revolución de
Octubre y la tardanza, postergación,
conjuración o desviación desde la segunda posguerra de numerosos procesos
revolucionarios, es más y más catastrófica en términos sociales y ambientales:
“Los pueblos del mundo tendrán que pagar
con nuevas guerras y revoluciones los crímenes históricos del reformismo”
(Trotsky, La revolución traicionada, 1936). Tengamos
absoluta consciencia de ello y del peligro inminente, preparémonos para lo que
venga, sea lo que sea. Vivimos en tiempos en que no hay ya nada que perder y sí
todo que dar. Ningún momento en la historia fue tan necesario y urgente el
instrumento partidario (la Internacional) y las organizaciones de masas
combativas (movimientos) por la resistencia, la revolución social y las
condiciones materiales de existencia básicas. Nuestra última oportunidad de
vencer.
Nahuel Moreno
advertía ya en 1982 con literalidad materialista en una conferencia
internacional de dirigentes revolucionarios de más de 15 países en la ciudad de
Bogotá, Colombia:
“En
su agonía, el capitalismo amenaza llevar junto con él la humanidad a la tumba.
O, en el mejor de los casos, hundir a la gran mayoría de ella en un abismo sin
fondo, de barbarie, miseria y degradación…sólo es posible formular los más
negros pronósticos [objetivos], si la revolución socialista mundial no logra
revertir este proceso [destructivo]” (Véase, Tesis
de Fundación de la LIT-CI, #1, 1982).
Pese a la urgencia e impaciencia
sensata, no hay que dejarse llevar por el nihilismo y derrotismo, el pesimismo
e irracionalismo, tan característico de las fracciones pequeñoburguesas y
burguesas degeneradas. Sobre todo, sucumbir y capitular a la ceguera y retraso
ideológico de las direcciones tradicionales y emergentes del movimiento de
masas y la izquierda. Su anticientifismo
idealista y desprecio por la teoría revolucionaria, electoralismo e
inmediatismo gremialista, su programa mínimo democratizador y de acción a
corto plazo, nos lleva a derrotas estratégicas. Estas direcciones traidoras, negacionistas e ignorantes (tanto
reformistas como centristas; tanto pequeñoburguesas como obreras) constituyen
un serio obstáculo en la lucha contra los gobiernos del capital y la burguesía
en tanto que clase, la lucha por el poder obrero-popular y la preparación para
enfrentar el colapso capitalista en un periodo de transición tortuoso e
impredecible.
Siguiendo a León Trotsky, hoy es más que necesario y urgente una revolución antiburocrática al
interior de las organizaciones sociales y políticas de los trabajadores. Un
programa obrero revolucionario de transición actualizado y de combate, una
nueva internacional proletaria de partidos antisistema y movimientos –como la III
Internacional fundada hace un siglo, en 1919– para la revolución socialista mundial en el siglo XXI y el
enfrentamiento del colapso socio ecológico (o bien sistémico) del imperialismo,
la fase superior y final del capitalismo. La era viva de las crisis, guerras y
revoluciones. Hoy más que nunca es verdadero el postulado en su magnitud
extrema de que “la crisis de la humanidad se reduce a la crisis de su dirección
revolucionaria” (León Trotsky, Programa
de transición, 1938).
Las Primaveras Árabes, las huelgas laborales y las
huelgas climáticas de la juventud, las movilizaciones masivas y resistencias a
los planes de ajuste en los cuatro continentes, las rebeliones a dictaduras y
las más de 10 revoluciones en este siglo (la más reciente: Sudán y Argelia), muchas de ellas
armadas. Las caídas de gobiernos, gabinetes ministeriales y renuncias de
presidentes y tensiones (Puerto Rico,
Corea del Sur y Hong Kong), marcan el camino de lucha ante un enemigo
descomunal que viene ganando y asestándonos duros golpes. ¡Reina un caos debajo
de los cielos, la situación es excelente! Aprovechemos las pocas o muchas
oportunidades que nos quedan.
Solo la revolución socialista integral de los
trabajadores y sus aliados populares, la conquista del poder urgente, la instauración de nuevos gobiernos revolucionarios
con organizaciones democráticas de doble poder de masas y economías
planificadas ecológicas, podrán salvarnos. Es decir, una serie insurrecciones
de masas dirigidas por partidos socialistas
de combate, rememorando al genio político de Lenin y la revolución permanente
de Trotsky, pueden librarnos de la profundización de la barbarie existente
–al parecer, ya estamos en las fases iniciales de ella o desarrollada desde el
siglo XX, véase entre otras, la hecatombe de Siria, Palestina, Irak y
Afganistán; desastres ambientales y sociales, etc.–. Un panorama cualitativo
mucho más dantesco que el que imaginó Rosa Luxemburgo durante la primera guerra
mundial y su analogía con el colapso decadente del Imperio Romano. Mucho más
trágico que el que tuvieron que vivir Lenin y Trotsky, y los revolucionarios de
la segunda posguerra con las bombas nucleares, las invasiones imperialistas y
las guerras revolucionarias, mucho más trágico que el de Marx y Engels con la
miseria fabril decimonónica.
Es probable que el empeoramiento de la crisis civilizatoria capitalista,
traiga consigo un efecto doble. Por un lado, el efecto positivo
del colapso progresivo del sistema de los últimos 500 años por las luchas
de resistencia y revolucionarias de los pueblos y el proletariado favorecido
con el factor desestabilizador
socio-ecológico. Los obreros y oprimidos no tienen nada que perder con el
fin y derrumbe de este putrefacto sistema y deben contribuir a sepultarlo lo
más pronto, aprovechando los factores objetivos de crisis socionaturales, porque el capitalismo no morirá de muerte
natural automática, como creen los reaccionarios colapsistas. Por el otro, el
efecto negativo del contragolpe regresivo y brutal de la contrarrevolución. El
severo deterioro, escasez y socavamiento de las fuerzas productivas, la naturaleza, el trabajo vivo y la técnica, diría
Marx. Toda una lucha de clases viva y una infraestructura económica y
producción material en transición y bifurcación.
Una devastación del planeta nos
lega el capitalismo moribundo, con una clase que se niega a perecer y amenaza
con agudizar la crisis climática y social de manera barbárica, a toda costa, con tibias reformas para
conjurar el monstruo que ha creado, todo un aprendiz de brujo, al estilo de
Goethe. Para parafrasear un famoso guerrillero proletario antifranquista,
la burguesía puede echar en pedazos regiones considerables y la tierra entera
antes de abandonar el escenario de la historia, pero los obreros no debemos
temer miedo a las ruinas porque llevamos un mundo nuevo en nuestros corazones y
somos constructores innatos y mejores. Ese
mundo socialista está creciendo a cada instante, en el cascarón del viejo
mundo. Todo un parto civilizatorio, que puede ser abortado o no. El
capitalismo puede perecer y dar origen a un orden social nuevo de múltiples
contradicciones o simplemente ser el último modo de producción de la historia
humana, ambas posibilidades históricas están abiertas.
Salvar nuestro hábitat, el
planeta, y nuestras vidas materiales. Este
es el real derrotero estratégico de nuestro siglo y de los trabajadores, el
socialismo, un parto contingente doloroso en que puede nacer una vida,
deformada o no, o morir el niño y su madre y padre. La lucha por una nueva
sociedad mundial sostenible sin capitalistas en el poder es nuestro derrotero. Parafraseando
a Moreno, podemos vencer, no hay ley determinista de la historia, ni dios, ni
factor climático-energético ni científico ni político que diga que no podamos
triunfar.
Las leyes objetivas de la naturaleza y la sociedad las
usaremos a nuestro beneficio en la intensificación de la lucha de clases por
muy adversas que sean las condiciones materiales de existencia, solo el derrotismo colapsista nos condena
de antemano, al igual que el imperialismo. No tenemos fe religiosa en la
clase obrera ni confianza metafísica en la entelequia de la revolución pero sí
confianza formativa de esta, crítica y autocrítica (sus errores organizativos,
etc.) voluntad de cambio en que, tras
una serie compleja y dialéctica de las derrotas y victorias, nuestra clase y su
vanguardia revolucionaria en construcción se reponga y no sea tan limitada
y tan estúpida como para no despojarse y sepultar a una clases dominantes
minoritarias parasitarias (entre el 1% y el 30% de la población gran
burguesa, medio burguesa y pequeñoburguesa de estratos superiores) y
crear una nueva sociedad de transición, al vivir en sus carnes los efectos
devastadores del capitalismo moribundo y estar en sus fauces… será un placer hacer
tragar todas sus heces a los “colapsólogos” y capitalistas, tanto de derecha…
como de izquierda.
Para ellos es más fácil pensar en el fin del mundo que en el colapso del
capitalismo, diría Fredric Jameson y Joel Kovel, y también es más fácil lograr una “comunidad resiliente” en una
transición facilista (i.e. socialista utópica) de sus modelos
post-capitalistas, luego del susodicho colapso penitente y sanador, que sería
una tragedia social de proporciones históricas. Sus salidas son francamente
utópicas y “realistas”
contrarrevolucionarias, sin perder de vista el éxtasis autoritario por las
distopías y su tufillo ecofascista por el colapso (v.g. Miguel Fuentes, entre
otros):
“Su
autoalienación ha alcanzado un grado que le permite vivir su propia destrucción
como un goce estético de primer orden. Este es el esteticismo de la política
que el fascismo propugna” (W. Benjamin, La obra de arte en la época
de su reproductibilidad técnica, 1936).
Aun si hipotéticamente estuviésemos ya, desde los 90’s (o antes, desde los 70’s) y en los próximos 15,
30 o 50 y 80 años en punto de no
retorno e irreversible en
términos de degradación ambiental y social en el 2050 y el 2070, luego de la
segunda mitad del siglo XXI u otra fecha pesimista, optimista o
realista, la cual varía según los pronósticos científicos y políticos
materialistas, al igual que las profecías religiosas y predicciones
pseudocientíficas idealistas y supersticiosas populares.
Así fuese lamentablemente inevitable el colapso socio ecológico (o socio – natural) sin ninguna revolución triunfante
y por una serie de derrotas tras de sí, una forma en que el fin del capitalismo
se conjugara con el fin de la civilización. Aun en ese escenario desfavorable
hipotético, el peor que podamos imaginarnos y posible, con el doble de fuerza y
convicción habría que luchar por el imperativo de la supervivencia material de
los explotados y oprimidos, para
enfrentar la contrarrevolución imperialista y fascista. Colapsar mejor, mal
ineludible menor, luchar por la minimización de los daños a nuestra clase, pues
no todo está perdido y la lucha de clases no acaba.
La revolución permanente y el
método del programa de transición no dejan de tener vigencia en un escenario
pre colapso, colapso del capitalismo y transición post-colapso, a menos que triunfe la extinción humana y
la crisis socioecológica degrade la vida humana, tan solo deben
actualizarse y adecuarse al contexto de la lucha de clases final y los peligros civilizatorios socioecológicos del
imperialismo senil. La dictadura transicional revolucionaria del
proletariado, su terror rojo, es más necesaria que nunca. El armamento militar
de los trabajadores y las insurrecciones sociales armadas, la economía
planificada radical de todos los aspectos de la vida social (e.g. natalidad, etc.)
y sustentable con planes de choque y de emergencia. La internacional de
partidos centralizados de trabajadores y movimientos, la democracia obrera de
nuevos estados socialistas federados entre sí. La guerra civil a muerte, obrera y popular, contras los capitalistas y
las sectas ecofascistas de derecha e izquierda, son la única salvación
realista terrenal y no metafísica que nos queda a los mortales. Salvo el poder, todo es
ilusión.
Tras un escenario de luchas
contingentes decisivas, ojalá
triunfantes en la estrategia, la apuesta sería construir y arar en una
nueva base ecológico-económica degradada totalmente inédita, contrario a lo que
creyeron nuestros maestros pensadores
socialistas clásicos del siglo XIX y XX, para la construcción contingente pero
necesaria de una sociedad socialista y sus fuerzas productivas menguadas en
un escenario de escasez (hipótesis materialista) y quizás para dar las últimas
batallas obreras y populares antes que todo perezca o en el menos peor de los
casos para que todo renazca (por-venir). Luchar, luchar y luchar con rabia hasta la
muerte. Voluntad proletaria de vivir, instinto de clase de conservación,
supervivencia a toda costa en la tierra y de ser posible en otro planeta,
cuando dejen de existir las condiciones de habitabilidad humana y podamos
preservar y mejorar nuestros nichos tecnológicos. Un acto de dignidad humana de
los de abajo o al menos una franja masiva no “lumpenizada” de ella ante el
escenario de la crisis civilizatoria capitalista a todo nivel.
Como diría nuestro Gabo, en una suprema actitud humanista y
anti-nihilista, ante la espada de Damocles del peligro termonuclear de su corto siglo y
rememorando a su maestro Faulkner: “¡Me rehúso a
aceptar el fin del hombre…!” (La Soledad
de América Latina, Discurso Nobel ante la Academia Sueca, 1982).
Pues bien, trabajadores de todo el mundo y revolucionarios, si la gran
familia humana desea tener una segunda oportunidad sobre la Tierra, afrontemos pues el peligro civilizatorio de nuestro
siglo XXI, rehusándonos a perecer, es decir, a ser derrotados no por la “naturaleza” sino por
el frente contrarrevolucionario de la burguesía moribunda y la pequeña
burguesía nihilista en la lucha de clases en ciernes y final.
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