"La concatenación de estas cinco presiones converge en
la soflama del vicepresidente Mike Pence en el
Instituto Hudson en octubre pasado. Emulando
a Churchill, Pence anunció un cambio en la naturaleza de la relación con China, el fin de la contemporarización,
para dar paso a una nueva era de confrontación creciente y sin matices con el
propósito de afianzar y preservar la hegemonía liberal global".
"La reacción
del PCCh a esta nueva situación abarca la adopción de medidas en diversos
frentes trazando numerosas “líneas rojas” en una disputa que se aventura será larga. Pero la
clave principal de la respuesta china reside en la insistencia en el blindaje
ideológico quizá bien plasmado en la actual campaña “permanecer fieles a nuestra misión fundacional” que incide en el
elemento que le aportaría mayor solidez: la defensa de la soberanía nacional y
de la autonomía de su proyecto".
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LAS SEIS GRANDES PRESIONES SOBRE CHINA.
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Xulio
Ríos.
ALAI. América Latina en Movimiento.
Sábado
25 de agosto del 2019.
En vísperas del septuagésimo aniversario de la
fundación de la República Popular China, el PCCh afronta un momento
de peculiar presión que acentúa el carácter crucial del mandato de Xi Jinping al frente del país. Cinco serían los frentes principales.
En primer lugar, el comercial. La economía ha sido la clave de la emergencia china. El
tránsito hacia un nuevo modelo de desarrollo implica cambios y reconversiones
estructurales delicadas que exigen un manejo cuidadoso. Nadie duda que, si China logra superar con éxito esta
transición, su superioridad económica será incontestable tanto en lo
cuantitativo como cualitativo. Nos hallamos, por tanto, ante la última
oportunidad que EEUU tiene para
impedir verse superado definitivamente por el gigante asiático en
una magnitud determinante para la proyección del poder global.
La guerra
comercial desatada por el presidente Donald Trump aspira tanto
a preservar la condición hegemónica estadounidense como a cambiar el modelo económico chino reduciendo,
entre otros, el peso del sector público y del Estado, liberalizando la economía
en su conjunto para que el nuevo modelo de desarrollo chino se asimile en sus
parámetros básicos al imperante en el Occidente liberal. La pérdida de su brazo económico sería el principio del fin del PCCh.
Las
esperanzas, por tanto, de que en lo inmediato amaine la guerra comercial es
directamente proporcionales al convencimiento de que su desarrollo no fortalezca a China. De ser el caso, si
el balance pone de manifiesto que EEUU la va perdiendo, sería abandonada ipso
facto.
En segundo lugar, la tecnológica. Con
el argumento de la seguridad nacional, esta presión tiene por finalidad impedir
que China confirme su avanzada
posición en áreas clave de la nueva revolución económica. Dejar atrás a China para situarse en la delantera en la competición por
el 5G y otros segmentos tecnológicos, es el imperativo definido por EEUU. Hace 30 años, Washington estaba muy por
delante de otros países en tecnología; ahora, no es el caso. La ubicación de China a la vanguardia en esta materia
ratificaría su liderazgo global en las próximas décadas.
En
tercer lugar, política. Ya no tanto recurriendo a la
hipotética disidencia interna, muy diezmada en los últimos años de xiísmo, como haciendo causa especial de las
tensiones territoriales, muy especialmente en el supuesto de Xinjiang y Hong Kong. La complejidad
del modelo político-territorial, las debilidades del sistema de autonomías y su coexistencia con las tendencias
recentralizadoras 20135recientes, así como el propio tono de la lucha
anti-terrorista interna, entre otros, ofrecen el caldo de cultivo preciso para
que las tensiones políticas afloren con potencial suficiente para amenazar la
estabilidad.
En cuarto lugar, la comunicacional. La multiplicación de una agenda
informativa que apunta a una presentación acentuada de los aspectos más
negativos de su emergencia y desarrollo encuentran en el desconocimiento de su
cultura en Occidente un terreno
abonado para promover con relativa facilidad una imagen controvertida e
indeseada. La confrontación ideológica
abriga un amplio espacio de hostilidad que previsiblemente se intensificará en
los próximos años para adueñarse de la preeminencia del discurso.
En quinto lugar, la militar. La primacía
militar de EEUU en el Pacífico está en entredicho. Los aliados
que dependen de su seguridad lo saben. El presupuesto en defensa de China ha aumentado significativamente
en los últimos años y la reforma militar apunta a configurar un Ejército Popular de Liberación capaz de
dificultar que el ejército de EEUU
opere a tiempo en las áreas en disputa en las cuales Beijing ha ganado terreno. Los anuncios estadounidenses de
proyectos de nuevas bases militares en la zona y de despliegue de misiles de
alcance intermedio así como la
intensificación de los vínculos militares con Taiwán advierten de que el pulso irá en aumento en los próximos
años. China ha dejado en claro
cuáles son sus “intereses centrales”
en este orden y si bien rechaza involucrarse en una carrera armamentista bien
pudiera tener que enfrentar a su pesar desafíos significativos.
En sexto lugar, estratégica. La multiplicación de su presencia económica
y, a la par, el incremento de su influencia política en todo el mundo, así
como el impulso a la Iniciativa de la
Franja y la Ruta y sus proyectos asociados han desatado una confrontación
abierta en la que EEUU no cesa de
advertir de los peligros asociados a un acercamiento
“excesivo” a China. De Europa a África o América Latina, Oriente Medio, el
Ártico u otras zonas de relevancia estratégica, la prédica estadounidense
alterna un presunto apostolado generoso en sermones con la amenaza abierta para
evitar que la presencia de Beijing
aminore su tradicional condición de indiscutido hegemón.
La
concatenación de estas cinco presiones converge en la soflama del
vicepresidente Mike Pence en el Instituto Hudson en octubre pasado. Emulando a Churchill, Pence anunció un
cambio en la naturaleza de la relación con China,
el fin de la contemporarización, para dar paso a una nueva era de confrontación
creciente y sin matices con el propósito de afianzar y preservar la hegemonía
liberal global.
La reacción
del PCCh a esta nueva situación abarca la adopción de medidas en diversos
frentes trazando numerosas “líneas rojas” en una disputa que se aventura será larga. Pero la
clave principal de la respuesta china reside en la insistencia en el blindaje
ideológico quizá bien plasmado en la actual campaña “permanecer fieles a
nuestra misión fundacional” que incide en el elemento que le aportaría mayor solidez:
la defensa de la soberanía nacional y de la autonomía de su proyecto.
Puede que alguien estime insuficiente esta respuesta o
incluso propia de una época ya superada, pero, al contrario, pudiera ser
decisiva para sortear las dificultades presentes y por venir, abundando en
la real dimensión histórica de la larga transformación china.
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