miércoles, 18 de septiembre de 2019

46 AÑOS DE ORFANDAD, LA "VIDA ETERNA" DE VÍCTOR JARA.

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LA JUSTICIA CHILENA CONDENA A NUEVE EXMILITARES POR EL CRIMEN DE VÍCTOR JARA. Ocho de los militares fueron condenados con penas de 15 años y un día en calidad de autores de los homicidios. Actualizado el 4 de julio del 2018.

EFE.- La Justicia ha condenado este miércoles a nueve miembros del Ejército chileno por la muerte del cantautor Víctor Jara y del entonces director de prisiones Littré Quiroga, crímenes perpetrados en septiembre de 1973, en el arranque de la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990). Más información. Militar chileno, condenado por al asesinato de Víctor Jara, 43 años después, así como el “torturador y asesino” de Víctor Jara será juzgado en Florida, 40 años después de matar al Cantautor. Finalmente en Chile se informa, que el Poder Judicial ordenó decomisar 5 millones y 100 dólares y propiedades del dictador fascista Pinochet.

Según el fallo del juez Miguel Vázquez, ocho de los militares, identificados como Hugo Sánchez, Raúl Jofré, Edwin Dimteri, Nelson Haase, Ernesto Bethke, Juan Jara, Hernán Chacón y Patricio Vásquez, fueron condenados a penas de 15 años y un día en calidad de autores de los homicidios. Además, fueron sentenciados a tres años de presidio, como autores del delito de secuestro simple de ambas víctimas, según la información entregada por el Poder Judicial.

En tanto, el exoficial Rolando Melo deberá purgar 5 años y un día de presidio como encubridor de los homicidios y 61 días como encubridor de los secuestros. En el aspecto civil, se condenó al Estado de Chile a pagar una indemnización total de 1.370 millones de pesos (unos 2,1 millones de dólares) a familiares de las víctimas. Conforme a las investigaciones ordenadas por el magistrado, se estableció que ambas víctimas fueron detenidas entre el 11 y 12 de septiembre de 1973 y trasladadas al Estadio Chile, donde fueron torturados en diversas oportunidades por los militares.

El 15 de septiembre, todos los detenidos que se encontraban en ese recinto fueron sacados del lugar y llevados al Estadio Nacional, pero los militares dejaron a Jara y Quiroga en el lugar, donde fueron asesinados. Jara, a quien los militares le habían triturados los dedos con las culatas de sus fusiles, le dispararon 44 veces, mientras que Quiroga recibió 23 impactos de bala. Acto seguido, los cuerpos de Jara y Quiroga fueron sacados del Estadio Chile y lanzados en la vía pública, junto a los cadáveres de otras personas de identidad desconocida, asesinadas igualmente a balazos.

Todos ellos fueron encontrados el 16 de septiembre de 1973 por pobladores en las inmediaciones del Cementerio Metropolitano, en la capital chilena, en un terreno baldío cercano a la línea férrea, que luego de limpiarles sus rostros reconocieron al artista y al entonces director de prisiones. Durante la dictadura de Pinochet, según datos oficiales, unos 3.200 chilenos murieron a manos de agentes del Estado, de los que 1.192 figuran aún como detenidos desaparecidos, y otros 33.000 fueron torturados y encarcelados por causas políticas.

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46 AÑOS DE ORFANDAD, LA "VIDA ETERNA" DE VÍCTOR JARA.

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Dani Dominguez.

La Marea miércoles 18 de setiembre del 2019.

         
“Es hora cuando la extrema derecha se pasea por los Estados Unidos, por América latina, por Europa… que Víctor Jara, cuarenta y seis años después, debe ser eterno. Más que nunca” escribe el autor.

 “Canto que mal que sales
cuando tengo que cantar espanto.
Espanto como el que vivo,
espanto como el que muero”

Estos fueron los últimos versos que alcanzó a escribir Víctor Jara en una desgajada libreta minutos antes de ser ejecutado el 16 de septiembre de 1973. Cinco días antes había comenzado el golpe de Estado del general Augusto Pinochet contra el Gobierno legítimo de Salvador Allende en Chile. El 12 de septiembre por la mañana, Victor Jara se encontraba en la Universidad Técnica del Estado cuando fue detenido junto a parte del profesorado y del alumnado. De allí fueron trasladados al Estadio Chile, ahora rebautizado como Estadio Víctor Jara.

En el lugar, convertido en una especie de campo de concentración para prisioneros afines a Allende, los golpistas reconocieron rápidamente a Jara. El cantautor se había convertido en un símbolo dentro y fuera de Chile. Era el compositor del bajo pueblo, el que le cantaba al viento de Miguel Hernández, a la lucha de la clase obrera, esa que siempre riega con su sangre las guerras. Víctor Jara le escribió a los campesinos a los que el sol la piel pone negra, a los que el sudor hace surcos, a sus padres. A los explotados que pierden la vida, a los que toito se lo han quitao. En definitiva, Víctor Jara escribió y cantó a quienes nunca nadie escribe y canta, a quienes no lucen en una canción. Y por eso mismo era tan peligroso para Pinochet y los suyos.

“¡A ese hijo de puta me lo traen para acá!”, cuenta el abogado Boris Navia, también recluido, que gritó un oficial cuando vio a Jara en la fila dentro del estadio.

“¡A ese hijo de puta me lo traen para acá!”, repitió. “A ese huevón, ¡a ese!”, gritaba mientras señalaba al cantautor. “¡Che, tu madre! Vos sois el Víctor Jara huevón. El cantor marxista, ¡el cantor de pura mierda!”, cuenta Navia que le dijo para, acto seguido, comenzar a patear el cuerpo y la cara del compositor, que se protegía como podía. Todo ello, sin perder la sonrisa. Porque, según han contado los testigos, Víctor Jara jamás perdió la sonrisa. Una sonrisa de trinchera que había que defender de la miseria y los miserables, que diría Mario Benedetti.

Pasó el miércoles 12 de septiembre y el jueves 13. Casi 5.000 presos se amontonaban en el Estadio Chile. Víctor Jara no había probado bocado. Tenía varias costillas rotas y un ojo reventado. Aprovechando un revuelo la tarde del jueves, algunos presos dieron un poco de agua al cantautor, incluso le consiguieron un huevo crudo, el cual Jara perforó con una cerilla para poder sorberlo, siempre según la versión de Boris Navia. Ese día consiguió dormir con sus compañeros. Parecía que los sublevados se habían olvidado de él. El sábado 15 de septiembre, el compositor tomó papel y lápiz y escribió sus últimos versos para quedar grabado en el papel el espanto que estaba viviendo. Espanto que le llevaría a la muerte poco después.

Víctor Jara llegó a ser nombrado embajador cultural cuando Allende alcanzó el poder en 1970. Fue el protagonista de un esplendor cultural sin precedentes en la historia de Chile. Y a pesar de erigirse como un mito, Jara jamás rompió con sus raíces, sino que decidió envolverse en ellas, en sus miserias, en su belleza. Quería la revolución como también la querían el joven secundario, el universitario y el proletario. Y para ello siempre pensó que la educación sería la vía para conseguirla.

«En la Universidad
se lucha por la reforma
para poner en la horma
al beato y al nacional.
Somos los reformistas,
los revolucionarios,
los antiimperialistas,
de la Universidad.
["Móvil” Oil especial]
 



Los soldados vuelven a torturar al cantor a culatazos.

“Dos veces alcanza a levantarse Víctor, herido, ensangrentado. Luego no vuelve a levantarse. Es la última vez que vemos con vida a nuestro querido trovador. Sus ojos se posan por última vez sobre sus hermanos, su pueblo mancillado”, recordó Navia en el acto homenaje al cantautor en 2003. Era el momento de callar para siempre a Víctor Jara. Incluso de cortarle la lengua para que nunca más se escuchase a la voz del pueblo.

Cuarenta y cuatro balas terminan con la vida de uno de los compositores más importantes de la historia. Terminó la vida del trovador que estaba a punto de cumplir 41 años, y su cuerpo fue arrojado junto al Cementerio Metropolitano, donde un trabajador le reconoció y avisó a su mujer Joan. Desde ese día, como Quilapayun –grupo en el que Jara ejerció como director artístico entre 1966 y 1969– dijo durante un concierto, sus míticos ponchos tomaron otro sentido que el que le dieron cuando inventaron sus trajes: “Ahora son un luto que llevamos y llevaremos siempre por Víctor”.

Te recuerdo Amanda

“La vida es eterna en cinco minutos”, escribió y cantó. La obra de Víctor Jara es eterna y universal, con las ventajas y peligros que eso implica. Tanto es así que, en la edición 2017 de Operación Triunfola ganadora Amaia Romero interpretó Te recuerdo Amanda , la canción más conocida del trovador dedicada a las precarias condiciones laborales en las fábricas. La lucha de clases en apenas dos minutos y medio, posteriormente convertido en un himno contra la dictadura de Pinochet. En la canción, Amanda visita a su querido Manuel, trabajador de una fábrica. Día tras día, en sus cinco minutos de descanso. Esos cinco minutos donde la vida es eterna, donde la vida gris del proletario desaparece, donde solo importan Amanda y Manuel. Pero un día, Manuel falta a su cita con Amanda. Ha muerto. Los trabajadores siguen muriendo. En 2018, en España murieron 652 personas víctimas de accidentes laborales .

La canción la escucharon millones de personas en enero de 2018, en Televisión Española, en el ya mencionado programa. Millones de personas entre las que, quizá, alguna se interesó por la música de Víctor Jara si es que no la conocía ya. Es importante que este tipo de música tenga cabida en un espacio como OT a sabiendas de que, como explicaba la diputada de En Marea Ángela Rodríguez Pam ,

“el capitalismo se apropia de las estrategias emocionales y obtiene rentabilidad de ellas”. Sabemos que Te recuerdo Amanda en OT fue puro marketing y que la venda no va a caer tan fácilmente. Pero era necesario.

Es necesario. Es necesario para una juventud huérfana de letras que hagan pensar, en un mundo donde todo suena igual y las canciones no dicen nada.

Un mundo en el que, como escribía el recientemente fallecido Juan Carlos Aragón , “no vaya a ser que se cante / con el puño que se alza / como un himno de esperanza / de los que ahora no hay”. Y es ahora, cuando la extrema derecha se pasea por Estados Unidos, por América Latina, por Europa… que Víctor Jara, cuarenta y seis años después, debe ser eterno. Más que nunca.

DANI DOMÍNGUEZ. Periodista entrópico recién salido de las aulas. Máster en Comunicación Política por la UCM. Con la lupa puesta sobre las grandes empresas. Músico y extremeño.

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