"Una alianza contrahegemónica
multidimensional.
"No existen, como bloques estancos, ‘los’ trabajadores,
‘las’ mujeres y las ‘personas de color’ (aquí
diríamos, personas precarias o marginadas, especialmente, inmigrantes -de
cuatro áreas distintas: latinoamericana, europea del Este, subsahariana y
magrebí-). Las mujeres trabajadoras segregadas (o precarias) acumulan los tres
rasgos de subordinación, sufren directamente los tres tipos de discriminación y
son susceptibles de integrar una acción colectiva y una identidad múltiple e
integradora. Hay personas que sufren dos o un proceso dominador en una posición
subalterna, pero ese componente de subordinación o discriminación les
diferencia de las personas y grupos dominadores o poderosos. La otra cara de la
moneda es la segmentación entre esos niveles y la presión derechista y
autoritaria para que las personas de los peldaños intermedios se alíen con las
de arriba, aislando a las de abajo".
"Por tanto, los segundos (nuevos) movimientos, específicos de una problemática social y cultural, aunque no de forma exclusiva, no son o no representan a la clase media a la que se propondría una alianza popular de clases desde el supuesto movimiento (viejo) de clase trabajadora, representado por la izquierda tradicional o el llamado movimiento obrero. Éste, en la lógica obrerista tradicional, tendría un supuesto estatus político y simbólico superior, al considerar su lucha económico-laboral como la principal y genuina para avanzar hacia una sociedad más justa o al socialismo democrático. Volveríamos al determinismo economicista, a una concepción de clase trabajadora rígida y excluyente y a una prevalencia de la vieja izquierda, aun en una versión más radical".
"No obstante, el movimiento sindical, al igual que los partidos políticos alternativos o de izquierda y la mayoría de los grupos asociativos progresistas y ONGs, también es interclasista en parte de su composición y su aparato representativo, mediador y gestor. Su especificidad es que se centra en la problemática económico-laboral, pero ello no da ninguna jerarquía superior en una concepción más multidimensional de la clase trabajadora y, menos, como actor sociopolítico, que incorpora el conjunto de la experiencia relacional y cultural de la gente".
"Por tanto, los segundos (nuevos) movimientos, específicos de una problemática social y cultural, aunque no de forma exclusiva, no son o no representan a la clase media a la que se propondría una alianza popular de clases desde el supuesto movimiento (viejo) de clase trabajadora, representado por la izquierda tradicional o el llamado movimiento obrero. Éste, en la lógica obrerista tradicional, tendría un supuesto estatus político y simbólico superior, al considerar su lucha económico-laboral como la principal y genuina para avanzar hacia una sociedad más justa o al socialismo democrático. Volveríamos al determinismo economicista, a una concepción de clase trabajadora rígida y excluyente y a una prevalencia de la vieja izquierda, aun en una versión más radical".
"No obstante, el movimiento sindical, al igual que los partidos políticos alternativos o de izquierda y la mayoría de los grupos asociativos progresistas y ONGs, también es interclasista en parte de su composición y su aparato representativo, mediador y gestor. Su especificidad es que se centra en la problemática económico-laboral, pero ello no da ninguna jerarquía superior en una concepción más multidimensional de la clase trabajadora y, menos, como actor sociopolítico, que incorpora el conjunto de la experiencia relacional y cultural de la gente".
"Así,
en el campo popular existen personas y grupos con distintas experiencias
relacionales, trayectorias comunes y niveles de identificación en diferentes
ámbitos socioculturales, económico-laborales y de representación social y
política. Se trataría de la tarea de articulación de ese bloque social
‘popular’, aun con una diferenciación de clase o estrato interno; también por
la precarización y la infraclase y la subordinación de (la mayoría de) mujeres
y gente de color e inmigrante. Con estas matizaciones sobre la diversidad y
la pluralidad existentes, comparto la idea de Fraser de que uno de los
objetivos fundamentales del análisis es abrir la posibilidad de una ‘alianza contrahegemónica entre las fuerzas
sociales que hoy se oponen mutuamente como antagonistas’.
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EL ANTINEOLIBERALISMO DE NANCY FRASER.
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Antonio
Anton.
Nueva
Tribuna.es
Martes
17 de setiembre del 2019.
Nancy Fraser explica la necesidad que tiene el neoliberalismo de asumir su apariencia progre para ganar la hegemonía cultural y relativizar su componente distributivo regresivo: el neoliberalismo no es solo política económica; es un proyecto político con su hegemonía cultural. El neoliberalismo progresista es, por un lado, regresivo en lo socioeconómico, es decir, perjudicaba al conjunto de las mayorías populares y, particularmente, las condiciones y derechos sociolaborales de mujeres y gente de color (e inmigrantes); y, por otro lado, progresivo en lo cultural, favoreciendo las llamadas políticas identitarias.
Es
un aspecto interesante que la intelectual
y feminista estadounidense explica en su reciente libro “Capitalismo. Una
conversación desde la Teoría Crítica” en el que dialoga con Rahel Jaeggi. La cuestión es cómo
vincular su perspectiva anticapitalista con una visión renovada de la clase
social y la emancipación de las mujeres (u otros conflictos sociales, étnicos,
culturales y socioecológicos).
Nancy Fraser,
afirma que (neo)liberalismo y fascismo son dos caras del capitalismo, aunque
con normativas distintas y/o contrapuestas en el ámbito sociocultural:
liberadora y autoritaria. A partir de ese diagnóstico realiza una propuesta
programática frente a ambos
La autora parte de que la legitimidad de ese neoliberalismo progresista se basa en el reconocimiento de las minorías a través del multiculturalismo o la diversidad combinado con el empoderamiento individual meritocrático como ascensor social. Pero ello favorece, sobre todo, a las élites y capas medias de esos sectores sociales. Ese carácter doble, regresivo y progresivo, con un impacto práctico desigual en la población, venció como cultura hegemónica al anti-neoliberalismo y al neoliberalismo reaccionario durante las presidencias de Clinton y Obama.
Dentro del neoliberalismo hay corrientes más
regresivas y/o más progresivas, con diferentes combinaciones.
Pero la distinción principal es que en el campo socioeconómico, particularmente
en esta fase de crisis, lo dominante en todas ellas es ser regresivas; su
diferenciación se establece en el campo sociocultural y la actitud ante las
minorías: una parte gira hacia el conservadurismo reaccionario, de donde nacen los apoyos a Trump, y otra
mantiene su relativo progresismo.
Así,
Fraser clarifica el carácter doble del neoliberalismo progresista, con la
combinación de distribución regresiva,
con una mayoría popular afectada, y reconocimiento progresista, beneficiosa
sobre todo para las élites de la ‘diversidad’. Esa mezcla venció
inicialmente a la derecha del partido republicano cuyo proyecto combinaba
distribución regresiva con ‘un reconocimiento reaccionario
(etno-nacionalista, antinmigrantes y procristiano)’.
Ese reconocimiento parcial que proporcionaba el
neoliberalismo progresista suponía una autoafirmación, formación e
identificación de un estrato social: las capas medias ilustradas, que
combinaban un estatus y ascenso socioeconómico y profesional con una exigencia
emancipadora antidiscriminatoria en otras facetas de sus vidas (género, raza-etnia…).
Y explica la necesidad de una visión amplia y multidimensional de la clase
trabajadora para superar los límites de ese reconocimiento cultural para las
élites (y clases medias). Así, acertadamente, exige una valoración del
capitalismo y la acción frente al neoliberalismo que integre, junto con la
problemática del trabajo, los problemas medioambientales, la reproducción
social y la democracia.
Propone una alianza entre protección social, de la vieja clase trabajadora y la socialdemocracia, y emancipación, con nuevos movimientos sociales junto con otras contradicciones (género, raza-etnia…) y luchas de frontera: producción/reproducción, política-democracia/economía y naturaleza-sostenibilidad/humanidad. La cuestión que no desarrolla es que la mayoría popular está dentro de los dos campos y son facetas, realidades e identidades que se mantienen interrelacionados con implementaciones diversas en el tiempo y los procesos.
Propone una alianza entre protección social, de la vieja clase trabajadora y la socialdemocracia, y emancipación, con nuevos movimientos sociales junto con otras contradicciones (género, raza-etnia…) y luchas de frontera: producción/reproducción, política-democracia/economía y naturaleza-sostenibilidad/humanidad. La cuestión que no desarrolla es que la mayoría popular está dentro de los dos campos y son facetas, realidades e identidades que se mantienen interrelacionados con implementaciones diversas en el tiempo y los procesos.
Jaque al neoliberalismo. Vargas Llosa el Fabulador.
Pocas dudas caben sobre la calidad de Mario Vargas Llosa, como narrador. Expresa directamente el Dr. Atilio
Boron. Como lo he demostrado en El Hechicero de la Tribu, su talento como
analista político, siendo benévolos diríamos que no supera la mediocridad.
Claramente el análisis político no es lo suyo porque ni conoce las teorías y,
mucho menos, la metodología.
***
Una alianza contrahegemónica
multidimensional
No existen, como bloques estancos, ‘los’ trabajadores,
‘las’ mujeres y las ‘personas de color’ (aquí
diríamos, personas precarias o marginadas, especialmente, inmigrantes -de
cuatro áreas distintas: latinoamericana, europea del Este, subsahariana y
magrebí-). Las mujeres trabajadoras segregadas (o precarias) acumulan los tres
rasgos de subordinación, sufren directamente los tres tipos de discriminación y
son susceptibles de integrar una acción colectiva y una identidad múltiple e
integradora. Hay personas que sufren dos o un proceso dominador en una posición
subalterna, pero ese componente de subordinación o discriminación les
diferencia de las personas y grupos dominadores o poderosos. La otra cara de la
moneda es la segmentación entre esos niveles y la presión derechista y
autoritaria para que las personas de los peldaños intermedios se alíen con las
de arriba, aislando a las de abajo.
Por tanto, los segundos (nuevos) movimientos, específicos de una problemática social y cultural, aunque no de forma exclusiva, no son o no representan a la clase media a la que se propondría una alianza popular de clases desde el supuesto movimiento (viejo) de clase trabajadora, representado por la izquierda tradicional o el llamado movimiento obrero. Éste, en la lógica obrerista tradicional, tendría un supuesto estatus político y simbólico superior, al considerar su lucha económico-laboral como la principal y genuina para avanzar hacia una sociedad más justa o al socialismo democrático. Volveríamos al determinismo economicista, a una concepción de clase trabajadora rígida y excluyente y a una prevalencia de la vieja izquierda, aun en una versión más radical.
No obstante, el movimiento sindical, al igual que los partidos políticos alternativos o de izquierda y la mayoría de los grupos asociativos progresistas y ONGs, también es interclasista en parte de su composición y su aparato representativo, mediador y gestor. Su especificidad es que se centra en la problemática económico-laboral, pero ello no da ninguna jerarquía superior en una concepción más multidimensional de la clase trabajadora y, menos, como actor sociopolítico, que incorpora el conjunto de la experiencia relacional y cultural de la gente.
Por tanto, los segundos (nuevos) movimientos, específicos de una problemática social y cultural, aunque no de forma exclusiva, no son o no representan a la clase media a la que se propondría una alianza popular de clases desde el supuesto movimiento (viejo) de clase trabajadora, representado por la izquierda tradicional o el llamado movimiento obrero. Éste, en la lógica obrerista tradicional, tendría un supuesto estatus político y simbólico superior, al considerar su lucha económico-laboral como la principal y genuina para avanzar hacia una sociedad más justa o al socialismo democrático. Volveríamos al determinismo economicista, a una concepción de clase trabajadora rígida y excluyente y a una prevalencia de la vieja izquierda, aun en una versión más radical.
No obstante, el movimiento sindical, al igual que los partidos políticos alternativos o de izquierda y la mayoría de los grupos asociativos progresistas y ONGs, también es interclasista en parte de su composición y su aparato representativo, mediador y gestor. Su especificidad es que se centra en la problemática económico-laboral, pero ello no da ninguna jerarquía superior en una concepción más multidimensional de la clase trabajadora y, menos, como actor sociopolítico, que incorpora el conjunto de la experiencia relacional y cultural de la gente.
Así,
en el campo popular existen personas y grupos con distintas experiencias
relacionales, trayectorias comunes y niveles de identificación en diferentes
ámbitos socioculturales, económico-laborales y de representación social y
política. Se trataría de la tarea de articulación de ese bloque social
‘popular’, aun con una diferenciación de clase o estrato interno; también por
la precarización y la infraclase y la subordinación de (la mayoría de) mujeres
y gente de color e inmigrante. Con estas matizaciones sobre la diversidad y
la pluralidad existentes, comparto la idea de Fraser de que uno de los
objetivos fundamentales del análisis es abrir la posibilidad de una ‘alianza contrahegemónica entre las fuerzas
sociales que hoy se oponen mutuamente como antagonistas’.
En
ese sentido, hay una buena caracterización de las diferencias de estatus del
estrato profesional, es decir, de clase media, sensible a ‘identidades’
transversales difuminando su posición de clase, con su propia cultura
legitimadora. Ello se combina con el
resentimiento de gente trabajadora que le recortan derechos sociolaborales y le
precarizan y, como reacción inmediatista, quieren mantener, a costa de
otros sectores vulnerables, sus privilegios relativos en otras esferas, cuya
pérdida viven como acumulación de descenso social e inseguridad. Constituye el
caldo de cultivo del populismo de derechas para su reafirmación
autoritario-conservadora.
Por tanto, como señala Fraser, dominación de clase y
jerarquía de estatus son parte integral de la sociedad capitalista. La
opresión de género o etnia-raza no son
superestructurales (o culturales), sino estructurales respecto del orden
social institucionalizado: son facetas de la misma gente… popular (y algunas
también de sectores oligárquicos). Así,
frente a la actitud superficialmente moralizante que hoy impera en los círculos
progresistas, afirma que ‘lo que debería distinguir a la izquierda de esas
posturas es la atención a las bases estructurales fundamentales de la opresión
social’.
En
definitiva, hay que reconocer que el racismo y el sexismo no son solo
‘superestructurales’ o culturales, sino ‘estructurales’. Con
esa posición se combate la idea tradicional y excluyente de clase trabajadora
(a veces identificada con los varones blancos) como opuesta a mujeres,
inmigrantes, personas de color… que serían segmentos sin pertenencia de clase
trabajadora, cuando en muchos campos son mayoritarios. De ahí se deduce su afirmación de que el ‘reconocimiento y la
distribución son fundamentales para este análisis por razones históricas’ y
para un proyecto transformador.
El fin del neoliberalismo. El autoritarismo norteamericano de Trump. El Autor absoluto del "Nuevo Desorden Mundial", Multipolar. Hoy pega a sus amigos, en la tarde a sus aliados y en la noche - llena de oscuridad - a sus enemigos
***
La oposición al neoliberalismo y el
autoritarismo
La intelectual estadounidense, Nancy Fraser, afirma
que (neo)liberalismo y fascismo son dos caras del capitalismo,
aunque con normativas distintas y/o contrapuestas en el ámbito sociocultural:
liberadora y autoritaria. A partir de ese diagnóstico realiza una propuesta
programática frente a ambos.
Su controvertida posición, al situarlos en el mismo
plano, prioriza un proyecto de izquierdas para
enfrentarse a ambos, cuestión evidente desde una perspectiva renovadora e
interpretada de forma no antagónica. Pero hay dos puntos débiles: la
sobrevaloración del papel del programa, y la rigidez en la política de alianzas
y la definición de objetivos.
En primer lugar, no es suficiente una alternativa discursiva o
programática para hacer efectiva una influencia decisiva para
condicionar esa pugna, sin caer en el aislamiento de la gente activa o
comprometida. Se sobrevaloraría ese componente voluntarista del papel
propagandista decisivo de una élite de vanguardia. E, igualmente, los supuestos
efectos beneficiosos de la propaganda o el doctrinarismo, defectos
significativos en distintos sectores de los movimientos sociales y la izquierda
alternativa.
En segundo lugar, la cuestión para dilucidar es la gestión de los
acuerdos y desacuerdos, con las distintas variantes y coyunturas de las
relaciones entre poder y las fuerzas alternativas (y las intermedias) en los
dos planos: la gestión social y política inmediata y la orientación estratégica
o ideológica, con el punto de conexión de la formación del actor sociopolítico.
Así, si se admiten componentes liberadores en el capitalismo neoliberal, frente
a otros regresivos, opresivos o autoritarios, la cuestión es cómo utilizar esa
ambivalencia, valorar su legitimidad pública o apoyo social y saber
aprovecharlos desde la autonomía propia y sin colaborar con su legitimación de
conjunto.
Es pertinente la advertencia de no fijar ahora una alianza permanente y estratégica con el neoliberalismo progresista, aceptando una posición dependiente de las fuerzas alternativas en la tarea de hacer frente a unas fuertes tendencias reaccionarias, pero aún lejos de las dictaduras represivas de entreguerras. Tiene cierto paralelismo en los consensos democráticos europeos, hegemonizados por el centroderecha liberal, frente a las tendencias autoritarias de la extrema derecha. No obstante, la oposición a la involución reaccionaria es también una tarea propia, y más consecuente, de las fuerzas progresistas y de izquierda y, en ese marco, son admisibles acuerdos parciales más amplios que no impidan la crítica y la oposición a las derechas y corrientes neoliberales en distintos ámbitos.
Es pertinente la advertencia de no fijar ahora una alianza permanente y estratégica con el neoliberalismo progresista, aceptando una posición dependiente de las fuerzas alternativas en la tarea de hacer frente a unas fuertes tendencias reaccionarias, pero aún lejos de las dictaduras represivas de entreguerras. Tiene cierto paralelismo en los consensos democráticos europeos, hegemonizados por el centroderecha liberal, frente a las tendencias autoritarias de la extrema derecha. No obstante, la oposición a la involución reaccionaria es también una tarea propia, y más consecuente, de las fuerzas progresistas y de izquierda y, en ese marco, son admisibles acuerdos parciales más amplios que no impidan la crítica y la oposición a las derechas y corrientes neoliberales en distintos ámbitos.
La precaución subyacente a esos acuerdos parciales
debe contemplar el carácter doble de ese neoliberalismo,
regresivo en unos campos (socioeconómico)
y progresivo en otros (socioculturales) y evitar la subordinación de una
política autónoma, ya que lo que suele tratar de imponer es su completa
hegemonía asociativa, discursiva y de poder. Por tanto, es imperioso afianzar
un campo político-ideológico propio diferenciado de la hegemonía cultural y
asociativa liberal en los movimientos sociales en los que se dan algunos
objetivos compartidos o transversales con el componente progresista del
neoliberalismo frente al neoliberalismo reaccionario o el populismo
autoritario.
La pugna por la hegemonía en los movimientos
sociales
El problema, partiendo de su consideración realista de
que los movimientos sociales están hegemonizados por ese
pensamiento liberal, según la pensadora estadounidense, es que, aunque se les denomine movimientos del 1% y al propio
como del 99%, esa autoproclamación es forzada al admitirse que las
posiciones alternativas son minoritarias en esos movimientos, en particular en
el feminista. Esa denominación se puede referir a la voluntad de representar a
esa mayoría o a que los objetivos propuestos se justifican por estar
encaminados a su defensa. Pero siempre con el matiz de que es una
interpretación de las fuerzas alternativas, no una posición aceptada o
consensuada con el grueso de esos movimientos sociales. Así, no se puede tomar
como adversario antagónico a esa corriente dominante y mayoritaria de esos
movimientos, con una amplia base popular, bajo la apreciación de que están
dominados por las élites neoliberales.
Por
tanto, más que por esa caracterización sociodemográfica del 99% y la
reafirmación de su carácter social y ‘popular’, sería conveniente su
identificación por su dinámica reivindicativa, su perfil sociopolítico y sus
principales demandas. En ese sentido, hay distintas opciones utilizables para
identificar estos movimientos
progresivos, especialmente, el feminista: igualitario, democrático, alternativo
o crítico.
El neoliberalismo progresista es un adversario pero,
sobre todo, por su primer componente, el regresivo, que impone la subordinación
socioeconómica a la mayoría social. Su segundo componente, el progresivo, forma
parte de una operación legitimadora del primero y de absorción de una parte
popular y, en ese sentido, aunque salgan beneficiados parcialmente o en
determinados aspectos algunos estratos sociales (minoritarios), cuestión a no
infravalorar, hay que desvelar su sentido para estabilizar ese orden social
institucionalizado. Pero, sin que se deduzca directamente de lo dicho por FRASER, confundir
los dos aspectos llevaría al sectarismo, el doctrinarismo, el aislamiento de
las mayorías sociales y la inoperatividad transformadora, riesgo en el que
suelen caer algunos sectores alternativos.
En
consecuencia, esta faceta de las alianzas y los blancos en Fraser es algo rígida. Su posición tajante es decir NO a los acuerdos con el neoliberalismo
progresista, aunque se justifique en el freno al fascismo autoritario. Está
clara la necesidad de una autonomía estratégica y discursiva de un campo
sociopolítico diferenciado y alternativo. Igualmente, es justa la apuesta por
la diferenciación interna en los movimientos sociales, para oponerse al
pensamiento progresista-neoliberal, así como a las tendencias autoritarias del
populismo reaccionario.
Pero
lo que propone, quizá consciente de la debilidad de las capacidades políticas e
institucionales de las izquierdas y movimientos sociales progresistas,
es solo una alternativa ‘programática’,
ámbito en el que es más fácil la diferenciación, cuando el aspecto principal es
la relación de fuerzas y la capacidad articuladora y de poder de las diferentes
corrientes sociopolíticas, para lo cual se deben considerar la experiencia y
las demandas de la mayoría cívica; es decir, la prioridad es la implementación práctica de una dinámica
transformadora contrahegemónica (y de contrapoder), conectada a una teoría
crítica, no solo de un discurso propio y la separación organizativa.
Y,
en ese sentido, aparte de un análisis
sociológico de las distintas corrientes y expresiones cívicas, se debería
cuidar las relaciones complejas de unidad y crítica con los sectores populares
progresistas, aun cuando sean moderados o apoyen en determinadas facetas y
momentos políticas neoliberales, más cuando se admite que su influjo es
mayoritario en los movimientos sociales.
Por
tanto, salvando la subordinación ante esa hegemonía neoliberal y evitando su
instrumentalización para impedir ser absorbidos por ella, la política concreta y la práctica transformadora depende de en qué
medida y aspecto los sectores anticapitalistas o alternativos pueden confluir
en acuerdos amplios, no tanto con las élites neoliberales progresistas (o socioliberales y de tercera vía
socialdemócrata), sino con mucha gente influida por ellas y sin decantarse
por la dinámica de una transformación radical.
El asunto complicado desde el punto de vista
alternativo no es solo la diferenciación con la élite
del 1%, que domina o representa
mediáticamente algunos aspectos de esos movimientos y pertenece al
neoliberalismo progresista, sino a la relación, unitaria y crítica, con una
amplia base de clase media y algo acomodada o simplemente menos concienciada,
de la que se sirve para hegemonizar el proceso. No se puede ir a la idea de clase (trabajadora y potencialmente
radical) contra clase (media, con tendencia moderada), por mucho que ese
conflicto lo subsuma en el significante 99%, donde solo se excluye a la
élite poderosa. El problema de la conformación de una corriente crítica trabajadora-popular autónoma del neoliberalismo
progresista es importante y debe basarse en la igualdad real en todas las
estructuras sociales de subordinación del orden capitalista, elemento central
de diferenciación, también con sectores de las clases medias y su alianza con
él.
Al
mismo tiempo, como dice la autora, hay que romper también el apoyo de gente trabajadora a los neoliberales
reaccionarios, a su militarismo, xenofobia, etnonacionalismo y machismo. Al
final, realiza una propuesta programática positiva, ‘elaborar una política transformadora’, pero insuficiente por su
inconcreción y sus rasgos voluntaristas. Por tanto, es necesario un análisis
sociopolítico realista, en particular de las
relaciones de fuerza y de poder y profundizar en una teoría crítica, realista y
emancipadora, y una estrategia democrático-igualitaria.
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