"Hablando del hombre, es positivamente libre en cuanto nadie le obliga a moverse en los dominios del mercado capitalista, tampoco a consumir, pero es tal
el sentimiento de culpa por permanecer al margen de lo convencional que hay
sensación de alivio cuando se entra en él. A
partir de ese momento solo queda el hombre-masa. Ya dentro de
la libertad de elección de la mercancía, el influjo de las modas y el espíritu
mimético que impone la cultura le arrastran en la línea dominante del mercado
si quiere sentirse vivo. Negativamente
considerada la libertad tampoco existe, porque el pensamiento aparece
dirigido por los fuertes
convencionalismo de una sociedad entregada al capitalismo, sujeta a la
leyenda del bienestar. Podría llegar a entenderse que la libertad se ha refugiado en
internet, pero allí la está esperando el hombre-red —un paso adelante en el avance del totalitarismo
capitalista—, que es todavía menos libre, controlado
permanentemente por las multinacionales capitalistas del sector, lo que
conduce en cualquier terreno a una libertad vigilada, tal y como sucede en cualquier totalitarismo. En este
panorama de libertad de cuento no se desaprovecha la ocasión para imponer la
fuerza del dinero como conductora de voluntades en una misma dirección y fiel
reflejo del mandato del capital. Si no
se cumple con el dinero, generando más dinero para cederlo a las empresas, tampoco
hay vida, puesto que se limita la opción del consumo y se rebaja el
bienestar creado. Irremediablemente la libertad pasa por someterse al dominio
del dinero, la dignidad de la persona sigue el mismo camino y la pluralidad se
vive dentro del cercado".
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EL
OTRO TOTALITARISMO.
*****
Antonio Lorca Siero.
Rebelión miércoles 25 de setiembre del
2019.
Respondiendo a una apreciación realista, en los últimos tiempos se nos
ha presentado una imagen de totalitarismo, duro, intolerante, violento en
extremo, dirigido por un líder temporal y asociado a un determinado Estado, que arrasa, entre otros valores, con las libertades individuales y ha
venido a representar el modelo clásico. También,
ocasionalmente se ha etiquetado con el mismo nombre a cualquier régimen
político que no viene dando cuerda a la democracia, caminando por sendas no
convencionales, en cuanto no sigue las pautas generales. En sentido excluyente,
como se ha dicho, totalitarismo ha
pasado a ser la palabra maldita, dispuesta para ser aplicada a cualquier
Estado que no juegue siguiendo las reglas de la mayoría de estados declarados
capitalistas. Sin embargo, se ha pasado
por alto intencionadamente la evidencia de ese otro totalitarismo
suave y hasta complaciente que, sin líder ocasional conocido y
saltándose los patrones políticos del totalitarismo clásico, marcha globalmente
en la misma dirección que aquel desde el monopolio del frente económico. Defensor de las políticas liberales, de la democracia representativa y
las libertades personales en el plano político, aunque
amordazándolas en cuanto contravienen su doctrina dominante, y ya en su terreno,
sometiendo incondicionalmente a las personas a los dictados consumistas.
Las arriesgadas experiencias del pasado siglo, que sin contemplaciones arrasaron ocasionalmente con la libertad de
las personas e impusieron una forma única de vivir con pretensiones
expansionistas, han pasado a ser ese modelo clásico de totalitarismo recogido
en la historia. Agotado su tiempo, no por ello ha de entenderse que la vieja
idea que iluminó el totalitarismo haya desaparecido. El totalitarismo es camaleónico, se ha
adaptado a las circunstancias, cambiando su estrategia de dominación, pero
dejando intacto el principio excluyente y opresor con la finalidad de hacer
dóciles a las masas para que sigan su ideología, que postula el dominio total
sobre las personas conducidas por elites eventuales. En contra de lo tradicional, no necesariamente hay que observarlo
como un producto político, resultado de la aventura ocasional de cualquier grupo arropado tras la pantalla de un
Estado, porque puede ser manifestación de cualquier otro poder con
capacidad para controlar la vida de las personas, con la suficiente energía
como para no dejar espacio que permita ni tan siquiera plantearse que es
posible otra forma de vida que la obligada a sobrellevarse. Este es el caso del capitalismo, que ha
cegado todas las salidas que pudieran permitir al individuo visionar otras
opciones vitales y, ya en su recinto, arremeter contra la pluralidad más allá
de su expresión comercial, imponiendo sus condiciones de pensamiento y vida
unidireccionales. Ante esta situación, la postura de las personas, al igual que en los otros totalitarismos, es de simple
resignación, reconociendo su propia incapacidad para hacerle frente,
entregándose al conformismo y a la sumisión.
Característica común de los totalitarismos históricos es el pensamiento único impositivo para con
las personas que caen bajo su dominio, llevándolo a la práctica incluso de
forma violenta, con la eliminación de cuantos se oponen a sus principios. Hoy, pese a que no se hable abiertamente de
totalitarismo, cabe destacar esa ideología
que avanza dirigiendo el plano real de la existencia, establecida a nivel
global sin apenas contradicción y frente a cuyos dictados no hay escapatoria. No tiene rival, no hay alternativa, y a la
postre todos acaban asumiendo esa realidad, sometiéndose a ella acatando su
pensamiento dirigido y los preceptos que establece como forma de vida,
realizándose de manera contundente a través de la operativa de las empresas
capitalistas. Observada en un plano superficial parecería situada en el extremo
opuesto del pensamiento totalitario, pero en el fondo su control lo abarca
prácticamente todo. Se actúa siguiendo sus dictados que tienen un trasfondo comercial, es,
en definitiva, total.
Políticamente no tiene Estado, porque no lo necesita al disponer del arma del
dinero y operar desde el dominio económico global que carece de fronteras. Para mayor efectividad, la ideología
capitalista puede interpretarse como una especie de creencia que, sin
violencia explícita, se impone casi por convicción entre las personas, atraídas
por el dogma del consumo a nivel mundial. La
falacia que postula es identificar consumo con
bienestar, y lo hace sin disimulos. Y es aquí donde reside su
fuerza de convicción suave, frente a la que solo cabe la sumisión
generalizada. Lo que no es óbice para que, al amparo de la suavidad, el
conformismo y la tolerancia, se mantenga intacta la opresión de tipo
totalitario, porque se niega a las masas su libertad
de pensar y obrar en sentido eficaz al margen de las reglas que rigen el
consumo.
En el totalitarismo en sentido clásico la ideología se imponía por la fuerza, entendida esta última desde
las variadas formas en las que interviene la violencia física o psíquica, y siempre directamente proporcionada a
la resistencia en la aceptación de sus principios, mientras que en el nuevo
totalitarismo se ejerce la coacción basándose en la simple persuasión desde el
atractivo personal del consumo. Con lo que aparenta surgir de la voluntad de
uno mismo. Ese sentido de totalitarismo suave, muy discreto, porque no
se aprecia a primera vista una fuerza material externa que condicione la toma
de decisiones de las personas, pero sí
subliminal, arranca desde la explotación a nivel comercial del sentimiento de
bienestar material innato en la condición humana. Lograr el ansiado bienestar —aunque
al final de la carrera resulte que es inalcanzable—se ofrece a los
creyentes de forma sencilla, porque todo viene hecho, basta con
entregarse a comprar vida, bajo la forma de los productos
facturados por las empresas capitalistas. Luego, cuando se entra en la dinámica
del consumo, el bienestar simplemente se hace depender del nivel alcanzado en
esa escala que exige tomar una carrera sin fin, hasta entregarse al simple consumismo, donde se diluyen los últimos
restos de la auténtica voluntad individual.
El totalitarismo discreto, que ha construido el capitalismo a través de una variedad de empresas dirigidas a procurar una vida
mejor, no solamente se soporta en su realidad ideológica excluyente e impuesta
que se ha asumido como forma de
vivir, una cultura de la que no es posible escapar, sino poniendo a
su servicio a las organizaciones estatales e internacionales con sus
respectivos aparatos de coacción. Todo
se mueve dirigido por la batuta capitalista, de tal manera que aquello que
afecta a sus intereses se coloca en primera línea, manteniéndose lo restante en
posición de subordinación. No solo la cultura y la organización
política se adaptan a sus intereses, incluso la ley y la autoridad
resultan sometidas en el fondo, aunque respetándose las formas. Con el capitalismo
el totalitarismo se ha perfeccionado. De manera que el totalitarismo
de Estado, propio de otra época, ha acabado por ser un simple ensayo de este totalitarismo
general capitalista, que ha surgido para superar el modelo de los
totalitarismos clásicos. Un totalitarismo que ya no responde
solamente a su tradicional sentido político,
sino que, desde la palanca económica mueve
totalmente la sociedad y su modelo de organización, poniéndolos a su exclusivo
servicio.
Hablando del hombre, es positivamente libre en cuanto nadie le obliga a moverse en los dominios del mercado capitalista, tampoco a consumir, pero es tal
el sentimiento de culpa por permanecer al margen de lo convencional que hay
sensación de alivio cuando se entra en él. A
partir de ese momento solo queda el hombre-masa. Ya dentro de
la libertad de elección de la mercancía, el influjo de las modas y el espíritu
mimético que impone la cultura le arrastran en la línea dominante del mercado
si quiere sentirse vivo. Negativamente
considerada la libertad tampoco existe, porque el pensamiento aparece
dirigido por los fuertes
convencionalismo de una sociedad entregada al capitalismo, sujeta a la
leyenda del bienestar. Podría llegar a entenderse que la libertad se ha refugiado en
internet, pero allí la está esperando el hombre-red —un paso adelante en el avance del totalitarismo
capitalista—, que es todavía menos libre, controlado
permanentemente por las multinacionales capitalistas del sector, lo que
conduce en cualquier terreno a una libertad vigilada, tal y como sucede en cualquier totalitarismo. En este
panorama de libertad de cuento no se desaprovecha la ocasión para imponer la
fuerza del dinero como conductora de voluntades en una misma dirección y fiel
reflejo del mandato del capital. Si no
se cumple con el dinero, generando más dinero para cederlo a las empresas, tampoco
hay vida, puesto que se limita la opción del consumo y se rebaja el
bienestar creado. Irremediablemente la libertad pasa por someterse al dominio
del dinero, la dignidad de la persona sigue el mismo camino y la pluralidad se
vive dentro del cercado.
Si la tendencia expansionista de la doctrina de los viejos regímenes
totalitarios se desarrollaba en términos bélicos, dada su
incapacidad de avanzar como doctrina más allá de sus fronteras de opresión, el totalitarismo
del capitalismo ha conquistado el mundo de forma relativamente pacífica. Característica innovadora del nuevo totalitarismo ha sido tanto su capacidad para satisfacer
necesidades materiales a través de sus
empresas, como su envoltorio tolerante, en cuanto a lo que no
afecta en sus intereses, ambos le han permitido ganar adeptos en ese plan
expansionista, propio de los sistemas totalitarismos. Así resulta que
lo ha conquistado todo sin oposición, ya casi no queda mundo libre de su dominio
ideológico y material. El mérito reside en que lo ha
hecho suavemente, echando mano de la convicción. A salvo, se dice, ha quedado la libertad individual, aunque
solo sea para comprar y seguir comprando, lo que permitiría entenderle como
un totalitarismo
paradójico, puesto que por un lado excluye la divergencia y por
otro viene a proponer la libertad,
aunque sea condicional y limitada a moverse en el mercado. Pese a todas sus falsas virtudes, no hay nadie
más total en el plano de la dominación
de las masas que el capitalismo, del que los llamados Estados democráticos son
simples peones en el gran tablero de sus operaciones mundiales.
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