“De todos es conocido que la vacua esperanza sembrada hace más de tres
décadas atrás por los apologistas del capitalismo neoliberal supuso la posibilidad, en un
corto plazo y a manos llenas, de alcanzar el mismo grado de desarrollo de Europa occidental, Japón, Canadá y Estados
Unidos. Nada de esto ocurrió. La pobreza, el
desempleo, la carencia y el encarecimiento de servicios públicos
(en manos del sector privado) y, por añadidura, la incapacidad del Estado para resolver la acuciante
problemática social fueron el resultado de la implementación de este capitalismo neoliberal. Entonces, como
ahora, se obvió que la reproducción de tal capitalismo es factible mediante la
explotación indiscriminada de la plusvalía
producida por trabajadoras y
trabajadores, además de los recursos naturales, sin que en ello medie un
atisbo de moralidad, ni la pretensión real de una distribución más equitativa.
De esta forma, el capital pasó a
tener una preponderancia aún mayor que en el pasado respecto a lo que
representan la naturaleza y los seres
humanos. Sin embargo, muchos lo consideran un mal necesario e insalvable,
sin el cual el desarrollo anhelado seguirá siendo una quimera. A estos se
agregan quienes, aparentemente, desde la
acera de enfrente, comparten los ideales socialistas, dispuestos a
secundar, bajo control estatal, toda media en esta dirección, cuestión que sólo ha servido para ensanchar también las brechas
socio-económicas existentes”.
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LA
REBELIÓN PLEBEYA ANTE EL CAPITALISMO GLOBAL.
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Homar Garcés.
Rebelión, sábado 21 de setiembre del
2019.
El orden de dominación (el régimen hegemónico del capital,
para una mayor precisión) confronta sin un éxito total el desorden causado por
la rebelión plebeya (protagonizada
por los excluidos, política, económica, social y culturalmente) alrededor del
planeta. Esta -a pesar de la dispersión de las luchas- es una amenaza que
frecuentemente le impone reacomodos a las clases dominantes con que conjurarla,
producto, entre otras cosas, de las
crisis cíclicas que sufre el capitalismo, las cuales suelen arrastrar consigo
a los países periféricos y dependientes, cargando éstos con el mayor peso de
tales crisis.
Sobre esta
base, el profesor Diego Guerrero, al
prologar el libro “Valor, mercado
mundial y globalización” de Rolando Astarita, opina que “los
problemas que tiene la humanidad no derivan de la violencia y el poder
políticos, sino de su base económica: el capitalismo”. Una certeza que,
poco a poco, se ha extendido a un contingente creciente de personas ante el
carácter excluyente y destructivo de semejante sistema.
Lejos de manifestarse en beneficio de la satisfacción
de las necesidades colectivas, el crecimiento
capitalista global se orientó al enriquecimiento
superlativo de unos pocos, a tal grado que sus fortunas particulares
superan en mucho los presupuestos juntos de varias naciones. La expansión
ilimitada del capital -en su acepción y praxis neoliberales- ha marcado también
una profunda diferenciación en relación con la soberanía de muchos países,
especialmente los ubicados en el rango de países
subdesarrollados y dependientes, que se ven obligados a acatar las “recomendaciones” del Fondo Monetario
Internacional y del Banco Mundial, las cuales, generalmente, obedecen a los
intereses de las grandes corporaciones transnacionales antes que a un deseo
humanitario por solventar las crisis económicas por las que éstos atraviesan;
lo que -al final de cuentas-
contribuye a una mayor dominación monopólica de economías, recursos naturales,
bienes y servicios contra la que, dicho sea de paso, poco o nada lograrían
hacer, de manera aislada, dichos países al estar obligados a minimizar sus
problemas de producción, de miseria y de desempleo.
De todos es conocido que la vacua esperanza sembrada
hace más de tres décadas atrás por los apologistas
del capitalismo neoliberal supuso la posibilidad, en un corto plazo y a
manos llenas, de alcanzar el mismo grado de desarrollo de Europa occidental, Japón, Canadá y Estados Unidos. Nada de esto
ocurrió. La pobreza, el desempleo, la carencia y el encarecimiento de servicios
públicos (en manos del sector privado) y, por añadidura, la incapacidad
del Estado para resolver la
acuciante problemática social fueron el resultado de la implementación de este capitalismo neoliberal. Entonces, como
ahora, se obvió que la reproducción de tal capitalismo es factible mediante la
explotación indiscriminada de la plusvalía
producida por trabajadoras y trabajadores, además de los recursos naturales,
sin que en ello medie un atisbo de moralidad, ni la pretensión real de una
distribución más equitativa. De esta forma, el capital pasó a tener una preponderancia aún mayor que en el
pasado respecto a lo que representan la
naturaleza y los seres humanos. Sin embargo, muchos lo consideran un mal
necesario e insalvable, sin el cual el desarrollo anhelado seguirá siendo una
quimera. A estos se agregan quienes, aparentemente, desde la acera de enfrente, comparten los ideales socialistas,
dispuestos a secundar, bajo control estatal, toda media en esta dirección, cuestión
que sólo ha servido para ensanchar también las brechas socio-económicas
existentes.
Algo que suele pasarse por alto es el hecho que el
interés que mueve al capital es su propia expansión. En palabras del filósofo italiano Giordano Amgaben,
“la separación
entre lo humano y lo político que estamos viviendo en la actualidad es la fase
extrema de la escisión entre los derechos del hombre y los derechos del
ciudadano”, que se expresa en que todo lo colectivo tenga que
claudicar ante el interés individual del capital, imponiéndose, en
consecuencia, que una minoría decida por
su cuenta, prácticamente, el destino de la humanidad entera.
A la falta de un modelo económico coherente que
permita superar las crisis recurrentes del sistema capitalista y resarcir las
necesidades y las dificultades sufridas por los sectores populares, se impone que éstos tiendan a su autogestión, a través de formas
organizativas propias y articuladas entre sí, cuyas relaciones -obviamente- se diferencien de las relaciones sociales
de producción y de las estructuras de poder y de explotación generadas por
dicho sistema. En otras palabras: definición y
construcción de un verdadero poder popular.
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