“Esta nueva modalidad de “golpes soft” evita el desgaste político,
sin tensar al rojo vivo la situación político-social. Se
pueden combinar varios elementos: movilización popular manipulada, prédica
antigubernamental por los medios de comunicación, operaciones quirúrgicas,
mecanismos de sabotaje, etc. De todos modos, la posibilidad de la “mano
dura” no se descarta. La clase dominante siempre se guarda esa carta. La
Escuela de las Américas, luego rebautizada, pero en esencia siempre la
misma cosa, sigue preparando militares latinoamericanos golpistas y
torturadores como reaseguro de las clases dominantes para todo el sub-continente. “América
del Sur se nos puede embrollar de modo incontrolable si no tenemos siempre a la
mano un líder militar (…) Esto reclama un jefe de la calidad
solidaria del general Augusto Pinochet”, manifestó el
secretario de Estado estadounidense, Mike Pompeo, ante “la
preocupante situación de Chile”. De hecho, en procesos llamados
democráticos (que lo son solo formalmente), cuando las cosas se “complican”,
aparece la bota militar. Eso ocurrió en el virtual golpe de Estado en
Honduras en 2009, cuando se desplazó al entonces presidente legítimo Manuel Zelaya (un
muy tibio socialdemócrata que había osado negociar el petróleo con la
Venezuela chavista a través de Petrocaribe), apareciendo como antaño los
tanques de guerra en las calles de Tegucigalpa”.
“En Bolivia
acaba de consumarse un golpe que nuclea varias de estas modalidades. Las cuantiosas reservas de litio (75% de las
reservas mundiales, elemento fundamental para las baterías de aparatos
electrónicos y futuro posible reemplazo del petróleo) y otros recursos
naturales (gran reserva de gas, de minerales estratégicos, de tierras
raras) esperan por las ávidas corporaciones multinacionales, que de
momento no podían entrar, dado el gobierno socialista de Evo Morales y el MAS.
“La
institucionalidad de las democracias formales se demuestra un absurdo. Se hace creer a la población que decide algo a
través de su voto, cuando en realidad todas las decisiones importantes se toman
a sus espaldas. Y si los pueblos alzan la voz, se les reprime (todas las
actuales protestas, en todas partes del mundo, fueron sangrientamente
reprimidas con fuerza bruta, en Francia y en Haití, en Egipto y en Honduras, en
Chile y en Irak, en Ecuador y en Colombia). La actual nueva modalidad de
golpes suaves no debe hacernos creer que los golpes duros
desaparecieron. Las palabras de Mike Pompeo nos lo recuerdan. La
petición de las Comisiones de la Verdad que investigaron los graves delitos de
lesa humanidad de gobiernos dictatoriales en Argentina
y Guatemala y titularon sus
documentos como “Nunca más”, no pasan de un buen deseo. Nada asegura
que los golpes cruentos y sangrientos no puedan volver. Las armas no
están en manos de los pueblos, sino de los militares preparados para
defender “el modo de vida occidental y cristiano”. Solo Cuba y Venezuela tiene fuerzas armadas no golpistas. El capital se sigue protegiendo y protege sus privilegios a
toda costa, sin cuartel, sin piedad”. Fuente, Marcelo Colussi. Larga Transición
de los golpes de estado en América Latina.
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AMÉRICA LATINA: ALGUNAS
REFLEXIONES SOBRE LOS RECIENTES ACONTECIMIENTOS EN LA REGIÓN.
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Sergio Rodríguez Gelfenstein.
Con Nuestra América
Miércoles 25 de diciembre del 2019.
| Es
mi parecer que la teoría de los ciclos no deja de ser más que una falacia
desmovilizadora y paralizante de la lucha de los pueblos. Esta nunca se
detiene, adquiriendo distintos ritmos en cada momento, teniendo logros cuando
la correlación de fuerzas lo permite y cuando los liderazgos se ponen a tono
con los pueblos y finalmente -como en todas las cosas de la vida- obteniendo
victorias y derrotas.
Vistos los
acontecimientos actuales, quisiera que alguno de los defensores de la “teoría
de los ciclos” me explicara, ¿en cuál estamos entrando ahora en América
Latina y el Caribe? ¿En el “progresista” que marca la llegada al
gobierno de Alberto Fernández en Argentina y
antes, de Andrés Manuel López Obrador en
México?, ¿ en el reaccionario que establece la derrota del Frente Amplio en Uruguay?, ¿ en el neofascista
que inaugura el golpe de Estado en Bolivia?,
¿en el de la lucha creciente de los pueblos que se levantan contra el
neoliberalismo como en Haití, Honduras, Ecuador, Chile y Colombia?, ¿en
el de la resistencia anti imperialista de Cuba, Nicaragua, Venezuela y
Dominica?
La respuesta
a esta pregunta (si es que
la hay), solo puede hacerse en términos mecanicistas y anti dialécticos
para justificar la idea de que los pueblos están condenados a que hagan lo que
hagan y luchen lo que luchen, siempre volverán a un ciclo reaccionario y/o
fascista. En este esquema, la historia no ha terminado, pero siempre volverá
a su origen, es decir al de la dominación de una clase por otra o
incluso a una supuesta e inevitable existencia de clases antagónicas
porque “dios quiso que hubiera ricos y pobres”.
La
multiplicidad de acontecimientos contradictorios que vive la región son
expresión de las nuevas formas que va
adquiriendo la lucha de clases en la que se manifiesta un permanente enfrentamiento entre
lo viejo que trata de perpetuarse y lo nuevo que se abre paso. Parte
importante del devenir está, y estará determinado por la capacidad de los
pueblos (y también de sus enemigos) de aprender nuevas formas de
lucha en un contexto cambiante y complejo.
Hay quienes
se aferran a manejar la teoría como un dogma, pretendiendo analizar los acontecimientos actuales con esquemas teóricos
encapsulados que no permiten observar la realidad del siglo XXI.
Hoy, aunque la esencia de la explotación no ha cambiado, la confrontación
con el enemigo de clase se manifiesta de forma diferente, esto ha
determinado el surgimiento de nuevos actores sociales
que enarbolan novedosas consignas, no
necesariamente revolucionarias o transformadoras, pero que apuntan en
esa dirección y que en última instancia conducen al aislamiento
del enemigo principal que es el imperialismo y las oligarquías
locales y su sistema de democracia representativa y economía neoliberal.
Siempre
recuerdo que en algún momento del lapso que transcurrió entre la elección de
López Obrador en julio de 2018 y su toma de
posesión en diciembre del mismo año, pregunté a un amigo mexicano acerca
de qué se podía esperar de un gobierno del nuevo presidente. Su respuesta fue
simple y contundente: “No va a robar, y eso en el México de hoy es casi
revolucionario”.
Es mi
parecer que la teoría de los ciclos no deja de ser más que una falacia
desmovilizadora y paralizante de la lucha de los pueblos. Esta nunca
se detiene, adquiriendo distintos ritmos en cada momento, teniendo
logros cuando la correlación de fuerzas lo permite y cuando los liderazgos se ponen a tono con los pueblos y
finalmente -como en todas las cosas de la vida- obteniendo victorias y
derrotas, porque hay que entender que los procesos políticos son
dialécticos y necesitan de una conjunción de factores que no siempre se
presentan al mismo tiempo.
Más bien, el
papel del liderazgo (o vanguardia como se decía antes) es precisamente
hacer que los factores subjetivos den el impuso necesario para que la
existencia de los objetivos conduzca a la transformación revolucionaria de la
sociedad.
Ello no
necesariamente ha ocurrido de esa manera en tiempos recientes. La izquierda
derrotada a finales del siglo pasado, no tuvo capacidad de reflexión,
análisis y -en esa medida- no fue capaz de asumir tal derrota en términos
políticos. No para “golpearse el pecho” y hacer un mea culpa,
sino para -de forma autocrítica- sacar
conclusiones destinadas a continuar la lucha en las nuevas condiciones.
Eso fue lo
que permitió que surgieran nuevos actores: Chávez,
Correa y Evo, entre otros
que no tenían partido político, los crearon para acudir a las elecciones en los
marcos de la democracia representativa o, incluso fundaron tales
organizaciones ya estando en el poder. Un caso particular es el del peronismo, que es parte de la realidad
argentina, hacer análisis de la política de país como si no existieran no
es más que un exabrupto de quienes actúan al margen de la realidad.
Vale la pena
recordar también que en el momento que llevaban ilegalmente a Lula a la cárcel, sus palabras fueron que él creía en la justicia
brasileña. Ninguno de ellos es Allende.
Eso no se repetirá. Ninguno, tampoco llegará al altar donde está el Héroe de
la Moneda, pero eso no los demerita. Varios de ellos eran críticos velados
del proceso venezolano, pero los chavistas siguen en el poder, el pueblo
venezolano sigue siendo protagonista, mientras que sus censores fueron
desalojados y los pueblos hermanos se han visto obligados a enfrentar la
barbarie neoliberal y fascista.
En el
contexto, los peronistas volvieron al gobierno. Nadie me va a hacer creer que eso es negativo. En
el tiempo en que luchamos por la sobrevivencia de la raza humana en el
planeta, todo lo que se oponga a la devastación, la pobreza y la
marginación debe ser bienvenido. Alberto
Fernández es argentino, pero no es el Che
Guevara, el que crea que se deben seguir los caminos del Che hoy,
que tome las armas y se alce en la montaña… después que lo asuma sin eludir su
responsabilidad como lo ha hecho un sector de las Farc de Colombia, sin
grandilocuencias, sin odios, solo siendo consecuente con lo que se cree. Eso
siempre es respetable. En cambio, los críticos de oficio para quienes
basta que ocurra cualquier hecho alejado del “librito” para asomar
ataques destructivos, son los que nunca han tomado un fusil, nunca han
aportado nada positivo y nunca han ganado nada.
Por supuesto
que se han cometido errores, algunos muy graves, hay evidentes
falencias, incluso el desconocimiento de elementales conceptos de
carácter teórico, pero ponerse a atacar a los chilenos y colombianos porque
no ha habido conducción política, o a Evo
por su extrema inocencia después de 14 años en el gobierno, a los peronistas
porque no son revolucionarios, al Frente Amplio de Uruguay por elegir un
candidato sin carisma ni liderazgo o a Lula
por haber salido de la cárcel por una decisión jurídica, no por la lucha del
pueblo, no invalida todo lo que ha ocurrido en los últimos años.
Digan lo que
digan, América Latina y el Caribe hoy es superior a la del año 2000 y eso ha sido gracias a estos gobiernos
democráticos y progresistas, que en el peor de los casos han creado mayores
y mejores condiciones para la participación popular. De ahí emergerá el nuevo liderazgo, que llevará la lucha a
estadios superiores hasta lograr la independencia y la libertad definitiva.
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