PREMIO NOBEL. JOSEPH STIGLITZ: EL FIN DEL
NEOLIBERALISMO Y EL RENACIMIENTO DE LA HISTORIA. Durante 40 años, las
élites en países ricos y pobres prometieron que las políticas neoliberales
conducirían a un crecimiento económico más rápido, y que los beneficios
se reducirían para que todos, incluidos los más pobres, estuvieran mejor. Ahora
que la evidencia está disponible, ¿es de extrañar que la confianza en las
élites y la confianza en la democracia se hayan desplomado? Al
final de la Guerra Fría, el politólogo FRANCIS FUKUYAMA escribió un
famoso ensayo titulado «¿El fin de la
historia?», donde
sostuvo que el derrumbe del comunismo eliminaría el último obstáculo que separaba
al mundo de su destino de democracia liberal y economía de mercado. Muchos
estuvieron de acuerdo.
HOY, ANTE UNA RETIRADA DEL ORDEN MUNDIAL LIBERAL
basado en reglas, con autócratas y demagogos al mando de países que
albergan mucho más de la mitad de la población mundial, la idea de FUKUYAMA
parece anticuada e ingenua. Pero esa idea aportó sustento a la doctrina
económica neoliberal que prevaleció los últimos cuarenta años. Hoy la
credibilidad de la fe neoliberal en la total desregulación de mercados como
forma más segura de alcanzar la prosperidad compartida está en terapia
intensiva, y por buenos motivos. La pérdida simultánea de confianza en el
neoliberalismo y en la democracia no es coincidencia o mera correlación: el neoliberalismo lleva cuarenta años debilitando la
democracia.
LA FORMA DE GLOBALIZACIÓN PRESCRITA POR EL NEOLIBERALISMO dejó a individuos y a sociedades enteras
incapacitados de controlar una parte importante de su propio destino,
como Dani Rodrik (de
Harvard) explicó con mucha claridad, y como yo sostengo
en mis libros recientes Globalization and Its Discontents Revisited y People, Power,
and Profits. Los efectos de la liberalización de los
mercados de capitales fueron particularmente odiosos: bastaba que el candidato
con ventaja en una elección presidencial de un país emergente no fuera del
agrado de Wall Street para que los bancos sacaran el dinero del país.
Los votantes tenían entonces que elegir entre ceder a Wall Street o
enfrentar una dura crisis financiera. Parecía que Wall Street tenía más
poder político que la ciudadanía.
INCLUSO EN LOS PAÍSES RICOS, SE DECÍA A LOS CIUDADANOS: «no es posible aplicar las políticas que
ustedes quieren» (llámense protección social adecuada,
salarios dignos, tributación progresiva o un sistema financiero bien regulado)
«porque el país perderá competitividad, habrá destrucción de empleos y ustedes
sufrirán». En todos los países (ricos o pobres) las élites prometieron que
las políticas neoliberales llevarían a más crecimiento económico, y que
los beneficios se derramarían de modo que todos, incluidos los más pobres,
estarían mejor que antes. Pero hasta que eso sucediera, los trabajadores
debían conformarse con salarios más bajos, y todos los ciudadanos tendrían
que aceptar recortes en importantes programas estatales.
LAS ÉLITES ASEGURARON QUE SUS PROMESAS SE BASABAN en modelos económicos científicos y en la «investigación
basada en la evidencia». Pues bien, cuarenta años después, las cifras están
a la vista: el crecimiento se desaceleró, y sus frutos fueron a parar en su
gran mayoría a unos pocos en la cima de la pirámide. Con salarios
estancados y bolsas en alza, los ingresos y la riqueza fluyeron hacia arriba,
en vez de derramarse hacia abajo. ¿A quién se le ocurre que la contención
salarial (para conseguir o mantener competitividad) y la reducción de
programas públicos pueden contribuir a una mejora de los niveles de vida? Los
ciudadanos sienten que se les vendió humo. Tienen derecho a sentirse
estafados. Estamos experimentando las consecuencias políticas de este enorme
engaño: desconfianza en las élites, en la «ciencia» económica en la que
se basó el neoliberalismo y en el sistema político corrompido por el dinero que
hizo todo esto posible.
LA REALIDAD ES QUE PESE A SU NOMBRE, la era del neoliberalismo no tuvo nada de
liberal. Impuso una ortodoxia intelectual con guardianes totalmente
intolerantes del disenso. A los economistas de ideas heterodoxas se los
trató como a herejes dignos de ser evitados o, en el mejor de los casos,
relegados a unas pocas instituciones aisladas. El neoliberalismo se pareció muy
poco a la «sociedad abierta» que defendió Karl Popper. Como recalcó George Soros,
Popper era consciente de que la sociedad es un sistema complejo y cambiante en
el que cuanto más aprendemos, más influye nuestro conocimiento en la
conducta del sistema.
LA INTOLERANCIA ALCANZÓ SU MÁXIMA EXPRESIÓN EN MACROECONOMÍA, donde los modelos predominantes descartaban
toda posibilidad de una crisis como la que experimentamos en 2008.
Cuando lo imposible sucedió, se lo trató como a un rayo en cielo despejado, un
suceso totalmente improbable que ningún modelo podía haber previsto. Incluso
hoy, los defensores de estas teorías se niegan a aceptar que su creencia en la
autorregulación de los mercados y su desestimación de las externalidades
cual inexistentes o insignificantes llevaron a la desregulación que fue un
factor fundamental de la crisis. La teoría sobrevive, con intentos
tolemaicos de adecuarla a los hechos, lo cual prueba cuán cierto es aquello
de que cuando las malas ideas se arraigan, no mueren fácilmente.
SI NO BASTÓ LA CRISIS FINANCIERA DE 2008 para darnos cuenta de que
la desregulación de los mercados no funciona, debería
bastarnos la crisis climática: el neoliberalismo provocará literalmente el fin
de la civilización. Pero también está claro que los demagogos que quieren
que demos la espalda a la ciencia y a la tolerancia sólo empeorarán las
cosas. La única salida, el único modo de salvar el planeta y la civilización,
es un renacimiento de la historia. Debemos
revivir la Ilustración y volver a comprometernos con honrar sus valores de
libertad, respeto al conocimiento y democracia.
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NEOLIBERALISMO.
Así como el imperialismo es la fase superior
del capitalismo, el neoliberalismo es la expresión más criminal del
imperialismo.
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Pascualina Curcio Curcio.
ALAI domingo 1 de diciembre del 2019.
Así como el imperialismo es la fase superior del
capitalismo, el neoliberalismo es la expresión más criminal del imperialismo,
lo cual, ya es mucho decir.
Fue en 1916 cuando Vladimir
Lenin alertó acerca de la concentración de capitales industriales y financieros que desde finales del siglo XIX se fueron
constituyendo en monopolios los cuales no solo tienen el poder de
dominar la producción, la distribución y la exportación de capitales
financieros, sino también inciden en las decisiones de los Estados.
Recientes informes de Oxfam
demuestran que solo una decena de empresas transnacionales, con ingresos
promedios diarios de US$ 1.100 millones, domina el mercado de
alimentos a nivel mundial. Lo propio ocurre con los medicamentos, productos
de higiene, vehículos y sistema financiero.
El neoliberalismo,
basado en un discurso de “libertad” se
fundamenta en la doctrina que promueve el Estado mínimo, es decir, los neoliberales defienden que el Estado
no debe intervenir en la economía. Retoman y se basan en los falsos supuestos
de la teoría económica clásica que establece que los mercados, por sí solos y
gracias a una mano invisible, logra que todos nos pongamos de acuerdo y seamos
felices.
Es el caso que estas falsas
premisas en lo absoluto se cumplen. Estas son:
1) hay muchos compradores y muchos vendedores, es decir, no existen los monopolios que
puedan ejercer influencia en los precios y las cantidades producidas y
distribuidas. Obviamente y ya lo había alertado Lenin, este supuesto no
se cumple en la realidad.
2) Todos, compradores y vendedores, manejamos la
misma información.
3) Hay libre movilidad de los factores de
producción, es decir, usted que vende
su trabajo por un salario, si lo despiden ahora mismo, consigue un
nuevo trabajo inmediatamente.
Sustentado en Estado mínimo,
las políticas del fundamentalismo de mercado, no por casualidad son:
1) Reducir el gasto y la inversión fiscales, lo adornan con un discurso de “equilibrio
fiscal” y por supuesto de “equilibrio monetario”.
2) Todo debe ser privatizado. La salud, la educación, la electricidad,
el agua, las comunicaciones, el transporte.
3) Deben promoverse las inversiones privadas y si
son extranjeras mucho mejor,
porque de esta manera se garantiza el espacio de los mercados a los grandes
monopolios transnacionales consolidando de esta manera el imperialismo.
4) El Estado no debe regular los precios: ni fijar precios máximos, es decir, no puede
controlar los precios de bienes y servicios, ni tampoco fijar precios
mínimos, es decir, no puede establecer salarios.
Por lo tanto, el capitalista de manera salvaje,
sin nadie que lo controle y con el poder que le confiere su condición de monopolio
tendrá la “libertad” que tanto promueve el neoliberalismo, para
aumentar la plusvalía.
En resumen, es neoliberalismo:
reducir el gasto público para lograr su “equilibrio”, liberar los precios de los bienes, congelar los
salarios, privatizar, de hecho, a través del desfinanciamiento público, o de
derecho entregando oficialmente a los privados lo que está en manos del Estado,
así como promover las inversiones privadas extranjeras para dar espacio a los
grandes monopolios transnacionales conjuntamente con la eliminación de
aranceles, y desregular la banca. Acompañan y disfrazan estas medidas con un
discurso de protección a la población “más vulnerable” y con políticas
focalizadas y compensatorias, pues garantizar las condiciones
mínimas de la clase obrera es necesario para que puedan trabajar.
Los trabajadores somos la
mayoría. Somos quienes en el marco del
fundamentalismo de mercado nos veremos afectados con las políticas
neoliberales ¿Cómo podrían los gobiernos que responden a los intereses de
los grandes capitales concentrados, es decir, al imperialismo, instaurar
políticas neoliberales, si saben que las grandes mayorías se opondrán?
La única manera de
instaurar un sistema neoliberal es por la fuerza, reprimiendo a los pueblos, sea con abiertas dictaduras o aquellas que
disfrazan de democracia. Lo encubren con discurso de “libertad”.
Una libertad exclusiva para quienes fijan precios y salarios. Para los grandes
capitales industriales y financieros, para los monopolistas.
Chile: el laboratorio
En la década de los 60´, desde la Universidad de
Chicago y bajo la tutoría del
monetarista y por supuesto neoliberal Milton Friedman, un grupo de estudiantes
de la Universidad Católica de Chile becados por el Departamento de Estado
de EEUU elaboraron el plan neoliberal, mejor conocido como “El Ladrillo” para
instaurar el neoliberalismo una vez fuese derrocado Allende. Así
ocurrió: el principal asesor económico del dictador Pinochet fue Milton
Friedman.
Por definición, los
experimentos de laboratorio deben
garantizar el control de todas las variables. Garantizar que la clase obrera
y el pueblo todo no se revelaran contra las políticas neoliberales era
condición en ese experimento. Qué mejor laboratorio que la cruenta dictadura de
Pinochet.
A partir de la década de los
70´ comenzaron los experimentos. No solo Chile,
Argentina también sirvió de laboratorio entre 1976 y 1981 con la
dictadura de Videla. El Plan Cóndor y la formación ofrecida en la Escuela
de las Américas con prácticas avanzadas de tortura, desapariciones y
represión acompañaron los intentos de instauración de políticas neoliberales en
América Latina durante los 70´, 80 y 90´.
Margaret Thatcher asesorada por Von Hayek, mentor de Friedman
aplicó el paquete de medidas neoliberales, hizo lo propio Ronald
Reagan. Ambos hicieron todos los intentos por sabotear y derrocar el
modelo soviético, y de la mano con Gorbachov, principal traidor de la revolución bolchevique, con un
discurso “socialista” dio pasó a las políticas de mercado promovidas por
la Escuela de Chicago las cuales fueron posteriormente consolidadas por Boris
Yeltsin para lo cual instauró por la fuerza un “Régimen Especial” y
disolvió el Parlamento.
El resultado luego
de medio siglo de políticas neoliberales es un mundo más desigual, por lo tanto, con más pobreza. El 82% de la riqueza mundial generada durante el 2018
se concentró en el 1% más rico de la población del mundo. La década de los 70´
muestra un punto de inflexión de la desigualdad:
en EEUU aumentó 47% desde 1970, en Reino Unido 47% y en Europa
19%. En Rusia, el año 1992, luego de la adopción de las políticas
neoliberales, la población consumía 40%
menos que en 1991 y un tercio
cayó en la pobreza.
Alerta, ¡un fantasma recorre América!
Y también recorre Europa. Nuevas brisas avizoran nuevas oleadas. Hoy los
pueblos de Chile, Ecuador, Argentina, pero también de Francia,
siguen el ejemplo que en 1989 Caracas dio cuando el pueblo
venezolano se levantó contra las políticas neoliberales, año en el que
inició la revolución bolivariana y chavista. Soplarán vientos de cambio también en el pueblo
estadounidense.
Hoy la lucha de los pueblos
sigue siendo antimperialista, antineoliberal, y por lo tanto, y aunque a algunos le suene dogmático, sigue siendo
una lucha de clases. Los pueblos saben que no
puede haber verdadera libertad si no hay igualdad.
- Pasqualina Curcio Curcio
es Profesora Titular, Departamento de Ciencias Económicas y Administrativas, Universidad
Simón Bolívar-Venezuela.
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