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COP25,
POR QUÉ ESTAMOS PERDIENDO LA GUERRA CONTRA EL CAMBIO CLIMÁTICO. El
movimiento ecologista ha ganado batallas ambientales importantes
en las últimas décadas, sin embargo, la batalla climática la estamos
perdiendo. De cara a esta nueva COP (Conferencia de las
Partes del Convenio Climático) que se celebra en Madrid,
conviene reflexionar sobre los motivos que hacen que la crisis
ecológica global lejos de atenuarse, sea cada vez más
intensa. Esta misma semana hemos conocido los últimos datos de concentración de
carbono en la atmósfera: nuevamente se ha batido el récord y alcanzan ya
las 407 ppms. El último dato de evolución de las emisiones globales
certificó que en 2018 habían aumentado un 2,7%. Si no acertamos en el
diagnóstico, y no encontramos las razones reales de ese fracaso, estamos
abocados a que la situación continúe agravándose.
La comunidad científica nos da una década
para actuar: si en 2030 no hemos reducido las emisiones en un 50% ya no
podremos detener un cambio climático catastrófico.
Lo cierto es que ya en el año 1992, los
jefes de estado y de gobierno de todo el mundo, conscientes
de la gravedad del cambio climático, decidieron que había que ponerle
freno y establecieron la necesidad de elaborar un Convenio Marco, bajo
el que ahora se van celebrando las sucesivas COPs.
Han pasado nada menos que 27 años, y las emisiones continúan subiendo. ¿Qué
está fallando? Incluso los compromisos a los que se ha legado de la mano
del Acuerdo de París se consideran insuficientes ya que, aun en caso de
cumplirse, no evitarían un aumento de más de 3 grados.
El diagnóstico no es fácil, pero hay
algunos hechos que podemos destacar sin temor a equivocarnos que explican al
menos en parte la dificultad de avanzar:
El papel entorpecedor de las
corporaciones energéticas. Últimamente hemos conocido que informes
internos de la industria de carbón y de petróleo advertían desde hace
tiempo de la incidencia de las emisiones de carbono sobre el clima. Sin embargo,
estas informaciones fueron ocultadas, y la industria de los combustibles
fósiles ha entorpecido desde hace años las iniciativas legislativas que tendían
a impulsar las energías renovables o frenar a los combustibles fósiles. El
lobby ha sido (y sigue siendo) muy importante y ha tenido una eficacia
constatable según hemos explicado.
La financiación pública de los
combustibles fósiles. A pesar de ser conocidos sus efectos
ambientales, los combustibles fósiles han seguido recibiendo cuantiosas
subvenciones públicas, lo cual ha garantizado la continuidad de las inversiones
en explotaciones y plantas energéticas fósiles.
La escasa voluntad política de los
Gobiernos. Desgraciadamente en esta fase decisiva
de la lucha contra el cambio climático nos encontramos con gobiernos
débiles o directamente asimilados por las corporaciones. Basta ver la
complicidad de personajes como Trump o Bolsonaro con la industria sucia
para entender la magnitud del problema. Pero no son sólo ellos; desgraciadamente
en las últimas décadas el poder corporativo ha ido en aumento en
detrimento de los gobiernos, lo cual hace que la tarea sea cada vez más desigual.
Para ser eficaces contra el cambio climático necesitamos gobiernos fuertes y
valientes, capaces de plantar cara a las corporaciones y poner por delante
del interés privado el interés común de defender la Tierra.
El negacionismo financiado por
corporaciones. Durante
demasiado tiempo el negacionismo ha sido financiado con fondos provenientes de
a industria. El objetivo era sencillo: crear confusión y dudas en la ciudadanía
y los gobiernos que frenarán la voluntad de actuar. En cierta medida ha
sido efectivo, y al negacionismo científico ha sucedido ahora el negacionismo
político oportunista que representan opciones populistas de extrema derecha.
Estos factores continúan lastrando el
éxito de la lucha contra el cambio climático y seguirán presentes en esta COP25.
Es importante ser conscientes de la magnitud del reto que tenemos por delante y
del tamaño y el poder de los adversarios. Muchas veces de forma ingenua se
lanzan mensajes que rebajan el problema del cambio climático a una cuestión de
actitudes personales. No es cierto. Si bien es necesario que cambiemos en
muchos aspectos nuestro modo de vida, es imprescindible abordar la crisis
sistémica que impulsa y acelera el cambio climático. En
este sentido es imprescindible la lucha colectiva y la movilización social.
Todavía estamos a tiempo y hay esperanza, pero aprendamos de los errores
para ser eficaces en las luchas que tenemos por delante.
Juan Antonio «Juantxo» López de Uralde
Garmendia (San Sebastián, 1963) es un
activista y político ecologista español. Coportavoz
de Equo entre 2011 y 2018, fue diputado de la xi , xii y xiii
legislaturas del Congreso por Álava. Tras 10 años como director
de Greenpeace España fue uno de los fundadores
de Equo en septiembre de 2010.
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REFLEXIONES
SOBRE LA CUMBRE CLIMÁTICA DE MADRID.
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Rafael Silva.
Rebelión martes 3 de diciembre del 2019.
“Traducir una crisis multidimensional ecológica
y social compleja como el cambio climático a toneladas de dióxido de carbono
equivalentes (CO2) –que podemos medir, contar, poseer, asignarles un precio y
comerciar– no sólo reduce nuestra visión de lo que serían acciones
verdaderamente transformadoras, sino que permite que actores e intereses sigan
operando en el sistema actual como hasta ahora” (Camila Moreno)
Durante los
próximos días se celebrará en Madrid la COP25 (Conferencia de las Partes) sobre
el Cambio Climático, con nuevos informes del IPCC instando a revisar los objetivos marcados en
cumbres anteriores, ya que a la luz de los nuevos datos y proyecciones se
muestran claramente insuficientes. La nueva Cumbre se centrará, como las
anteriores, en revisar los objetivos de reducción de emisiones GEI durante
los próximos años, para intentar controlar la evolución del
calentamiento global del planeta, y sus desastrosas consecuencias en todos
los órdenes. Pero a pesar de que el efecto del calentamiento
global es lo que recibe en cada
cumbre mayor atención, por ser además lo más ampliamente documentado durante
las últimas décadas, este fenómeno no da cuenta, por sí solo, de las múltiples
dimensiones del colapso ambiental que se nos avecina. Y ya no se trata
solo de potenciales impactos en determinados indicadores, sino de perversas y
encadenadas transformaciones que están ya alterando y destruyendo las
condiciones de reproducción de la vida en nuestro planeta. Existen
multitud de asuntos que en estas cumbres no se tratan (o al menos no
directamente), y que están influyendo en que dichas condiciones tengan efecto. Por
ejemplo, no se habla del pico del petróleo, ni del agotamiento de los recursos
naturales, ni de la imperiosa necesidad de basar nuestros modelos
económicos en otras fuentes energéticas. Tampoco se trata el imperioso cambio
cultural que necesitamos, con el consiguiente cambio en nuestras escalas de
valores.
Pero sobre
todo, no se insiste (y debería hacerse en cumbres internacionales de este tipo,
que son el mayor escaparate mundial donde se habla del tema) en que nuestra
vida sobre la Tierra, llegado
este momento, necesita ir modificando sus hábitos, costumbres,
fundamentos, actitudes y procedimientos, es decir, necesitamos vivir de otra
manera, producir, distribuir, consumir y desechar de otro modo, valorar otras
opciones, si es que pretendemos continuar viviendo sobre la faz de
la tierra. De nada nos servirán cien cumbres como las que se celebran actualmente, si el único
objetivo que se marca, y a todo lo que se aspira, es a disminuir las
emisiones de gases de efecto invernadero, para poder controlar el calentamiento
global. Esa evolución es solo la punta del iceberg, es
únicamente el lado más visible de las profundas transformaciones que nuestras
sociedades necesitan. Pero en vez de ello, la lógica capitalista insiste en
sus planteamientos. Y cuando concede (tras décadas de intentos de
concienciación por parte de los grupos ecologistas y de la izquierda política,
social y mediática) ligeros cambios, lo hace de forma parcial,
infantil, ingenua, incompleta, reduccionista e insuficiente. Hemos
conseguido tan solo que el capitalismo admita plantearse y reducir la
compleja interrelación de factores que inciden en las transformaciones
climáticas, en unas pocas, siquiera una, variable. Un solo indicador
resume todos los objetivos que supuestamente hemos de alcanzar. Pero la
realidad es mucho más compleja que alcanzar ese indicador. Precisamente
porque alcanzarlo implica remodelar muchísimos otros aspectos de nuestra
civilización, de los cuales precisamente no se habla en estas
cumbres.
Se va
generando, porque el capitalismo así lo exige, un reduccionismo radical que
exige que simplifiquemos nuestra realidad social, productiva, energética,
económica y cultural, y la expresemos bajo una cuantificación: ¡No más de 1,5ºC! Así como la economía parece ser que se reduce al
crecimiento, y éste se refleja en el PIB, el cambio climático parece
verse reflejado solamente en la cantidad que tomamos como límite para que el
planeta no continúe su calentamiento. Craso e infantil error. Las
múltiples dimensiones del colapso civilizatorio al que estamos asistiendo no
pueden reducirse a un solo aspecto, como el calentamiento global. Porque
¿qué hay de los fuertes intereses corporativos que hay que vencer para
alcanzar dicho objetivo? ¿Y para mantenerlo y reducirlo? ¿Se habla de
decrecimiento en estas cumbres? ¿Se habla de la necesidad de pensar, actuar
y consumir de otro modo? ¿Se habla de renunciar a los valores del mundo
capitalista? ¿Se cuestionan valores como la soberanía energética y
alimentaria de los pueblos? ¿Se habla de animalismo en estas cumbres? ¿Se habla
de ecosocialismo y de ecofeminismo en estas cumbres? ¿Se habla de redefinir las
necesidades humanas y su satisfacción? ¿Se insta a los gobiernos a que elaboren
políticas en este sentido? ¿Tiene sentido omitir todos estos elementos de
debate, y organizar una cumbre que se centre únicamente en los grados que nos
podemos “permitir” que el planeta se caliente?
En última
instancia, una crisis civilizatoria de la envergadura de la que nos amenaza,
fundamentada bajo patrones de antropocentrismo,
patriarcal y monocultural, basada en
el mantra del crecimiento económico sin límites, y creada bajo el patrón extractivista, no puede ser despachada
únicamente declarando un nuevo límite temporal y de calentamiento global. Ha de
ir acompañada de las medidas concretas que todos los países han de tomar para
poder alcanzar dichos objetivos, y precisamente ahí es donde estas cumbres
no quieren entrar. Porque entrar a debatir todo ello es entrar a cuestionar
la propia lógica capitalista, cuyos intereses creados son aún lo
suficientemente potentes como para que no sean abiertamente cuestionados. Una
cumbre climática no puede ser despachada como un simple asunto técnico, con un
objetivo cuantificable. Una cumbre climática debe exponer y debatir a
fondo sobre los cambios económicos y culturales que necesitamos, sobre
los cambios civilizatorios a los que
aspiramos, y sobre los nuevos indicadores que han de medirlos. Pero ya
estamos acostumbrados a que el capitalismo siempre intenta esquivar el asunto,
reducir la problemática, esquematizar la posible solución, no cuestionar los
fundamentos del sistema, y redirigir la receta hacia aspectos meramente
superficiales.
El
capitalismo jamás podrá comprender (y por ello
las cumbres climáticas estarán destinadas al fracaso si se organizan bajo estos
pilares) que para superar (o siquiera defendernos ante) el caos climático en
ciernes, hacen falta otros modos y estilos de vida. Hacen falta otros
objetivos vitales, otros parámetros económicos, otros prismas culturales.
Pero el capitalismo se conformará con parchear por aquí y por allá, y se
limitará a diseñar recetas que no amenacen sus propias estructuras, y que no
alteren las conceptualizaciones que afectan a lo que entendemos por bienestar,
desarrollo, progreso y crecimiento. Precisamente es todo esto lo que nos
amenaza. Son las propias visiones, actitudes y modos de vida capitalistas
los que nos han traído hasta aquí. Nuestro enfoque mental y civilizatorio es
el que tiene que ser roto, porque la forma en que describimos y enmarcamos los
problemas ya predetermina el tipo de posibles soluciones y respuestas que podremos
darles. No podemos fijarnos en el dedo, como
popularmente se dice, porque estará tapándonos la luna.
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