Cada
año, unos 1.000 venecianos abandonan la laguna y se marchan a vivir a las
ciudades.
Ha
borrado su ecosistema tradicional y la ha convertido en un parque temático que
es, a la vez, su sustento y su tragedia. El país de la belleza no
acierta a gestionar de forma adecuada los flujos del turismo. Alcanza con ir a
las ciudades más visitadas de Italia, Roma y
Venecia, para descubrir que sus ayuntamientos no saben o no pueden
-o no pueden porque no saben- responder a la proliferación de cruceros y vuelos
de bajo costo que se ha disparado en los últimos años. “La gente escapa
porque solo hay empleos de camarero o limpiador”, explica un empleado municipal.
En el centro histórico de Venecia apenas
residen unas 57.000 personas de las 174.000 que vivían a mediados del siglo
pasado. Los venecianos sostienen que el turismo
le robó el alma a la ciudad, y que la verdadera Venecia ya no existe.
Cada
día, desde la ventana de su taller de restauración de muebles antiguos, junto
al Ponte dei Barcalori, al lado del teatro de La Fenice, Bruno
Rizzato escucha a los gondoleros repetir una y otra vez que en el palacio
de enfrente vivió Wolfgang Amadeus Mozart
durante el carnaval de 1771, cuando solo tenía 15 años. Los turistas
asienten y disparan sus cámaras fotográficas ante una placa de mármol blanco
que, desde 1971, recuerda al “muchacho
salzburgués” que convirtió la música en “purísima poesía”.
-Pues
es mentira. Se trata de un falso histórico. En realidad, fue aquí donde vivió Mozart. Si no me cree, vaya al
conservatorio. Allí se guardan aún las cartas que su padre le escribió a esta
dirección. Pero las autoridades, tal vez porque se equivocaron o quizás porque
aquel edificio es más bonito, colocaron allí enfrente la placa con motivo del
bicentenario. El caso es que los periódicos publicaron el error, pero, como
es natural tratándose de Italia, allí se quedó la placa y aquí sigo yo,
escuchando cada día, una y otra vez, la mentira repetida en todos los
idiomas. Otra más de las mentiras en que se ha convertido Venecia.
Bruno Rizzato es el último de una estirpe
de restauradores venecianos que se remonta a 1880. Se
sabe una especie en extinción. No tanto por su oficio de restaurador de
antigüedades -” aunque ahora la gente prefiere los muebles de Ikea, todo
blanco y cristal”-, sino por su linaje veneciano.
“La explotación
salvaje del turismo de masas”, sostiene, “le ha robado el alma a
la ciudad. En la zona de Rialto, hace 20 o 30 años, vivían venecianos que
vendían a otros venecianos el pan, la verdura, el pescado, y talleres donde
se ofrecía artesanía auténtica -collares de cristal de Murano, máscaras hechas
a mano según las enseñanzas de padres y abuelos- a viajeros que sabían lo que
compraban y lo que debían pagar por ello. Aquella
Venecia ya no existe. No sabe cuánto
lo siento, pero ha llegado usted 40 años tarde. Todos aquellos negocios fueron
cerrando y en su lugar abrieron tiendas de bisutería para el turismo. Venecia
se ha convertido en Disneylandia. Un parque temático donde, al precio de
un euro, unos chinos venden a otros chinos máscaras venecianas fabricadas en
China”.
Los nuevos dueños.
Es un discurso amargo, resignado, que atraviesa los 455 puentes que
unen entre sí las 118 islas de una ciudad
que, a mediados del siglo pasado, contaba con 174.000 residentes y que ahora
apenas llega a los 57.000. Son los últimos mohicanos del amor
incondicional a la belleza, ahora sitiada, de Venecia.
Sus nuevos dueños, un ruidoso ejército formado por 24 millones de turistas
al año, marchan de la mañana a la tarde desde el puente de Rialto a la plaza de San Marcos agrupados detrás de un banderín -o de un paraguas
abierto, o de un osito de peluche, o de un bastón desplegable con un moño
rojo en la punta-, con el tiempo imprescindible para tomar unas cuantas
fotografías, comprar una máscara auténticamente falsa y regresar deprisa y
corriendo a la nave o al autobús que les aguarda al otro lado del
resbaladizo puente de Calatrava.
Algunos
operadores incluyen en el circuito turístico un “inolvidable paseo en góndola
por los canales”. Se pueden observar entonces filas
interminables de turistas -de preferencia asiáticos- que van embarcando
en las góndolas del atracadero de Bacino Orseolo, justo a la espalda de San Marcos, sin apenas descanso, como si se
subieran a un carrito de la noria o a una de esas atracciones que sortean
cataratas de pega en los parques acuáticos. Al pasar por enfrente del
taller de restauración de Bruno Rizzato, el gondolero de turno les
señalará una lápida de mármol y les dirá: “En este palacio de aquí pasó
unos días el joven Mozart…”
El principio del fin.
Los
venecianos sitúan el principio de su propio fin en las inundaciones del 4 de
noviembre de 1966. Los puntos más bajos de la ciudad quedaron
sepultados bajo metro y medio de agua. Unas 160.000 viviendas -situadas
en las primeras plantas de palacios centenarios- fueron consideradas
inhabitables. Muchos de los que se tuvieron que marchar de Venecia -”hacia
tierra firme”, dicen aquí- lo hicieron pensando que era de forma temporal. La
mayoría nunca regresó. Desde entonces hasta ahora, Venecia ha perdido a la
mitad de sus habitantes, pero nadie culpa del éxodo al acqua alta -las
mareas que siguen anegando las partes bajas de la ciudad decenas de veces al
año-, sino a la desidia de quienes, desde los despachos oficiales, tendrían que
haber velado por que los venecianos regresasen para
que la ciudad no perdiese su identidad. Un
cartel luminoso colocado en el escaparate de la farmacia Morelli, junto
al puente de Rialto, ofrece diariamente el parte de bajas de una guerra
perdida. La última cifra, rojo neón sobre negro futuro, es de 56.683.
-¿Cree que Venecia puede morir?
- Venecia ya está muerta.
Tiziana
Terzi habla con conocimiento de causa. Es la dueña de la funeraria Pavanello,
en el distrito de Cannaregio, una de las zonas más bellas
de Venecia -valga la redundancia- y menos
golpeada por el turismo de aluvión. “Digo que está muerta”, se explica Tiziana, “porque ya no existe la verdadera Venecia.
Los oficios, los negocios, los artesanos, los vecinos que se ayudaban entre sí
en una ciudad bellísima, tal vez la más bella de todas, pero también
incómoda, sobre todo para las personas mayores. Antes, bajabas de tu casa y no
hacía falta cruzar más de dos puentes para encontrar la panadería, la frutería,
el carnicero. Cualquiera ayudaba a la abuela del segundo a subir la compra
en una ciudad sin ascensores. Ahora eso ya no es posible porque vivimos
entre extranjeros, rodeados de gente que no conoces. Nos hemos visto obligados
a cerrar todos los negocios porque han puesto los alquileres imposibles. El turismo desbocado ha matado el ecosistema de esta
ciudad. Cada vez que un anciano muere, también se muere un poco más Venecia, porque su lugar no será ocupado por un
veneciano más joven, sino por un turista”.
“Un turismo que no siente nada del perfume”
Hablar
con Susanna Bressan en el interior de su taller de disfraces y de vestuario,
proveedor de teatros y óperas de todo el mundo, es
sumergirse en un pasado esplendoroso. “El problema
de esta ciudad no es el turismo ni los turistas”, intenta poner el dedo en la llaga, “sino el tipo
de turismo y la respuesta que nuestros gobernantes son capaces de dar. La
ausencia de itinerarios precisos, de un circuito cultural que alguna vez se
intentó y fracasó, de una educación ciudadana que empieza por poner
papeleras en las calles, nos ha llevado a encontrarnos con lo que tenemos
ahora: un turismo que, después de una semana de recorrer
Italia, puede decir que ha estado en Roma, en Florencia y en Venecia, pero que en realidad no ha sentido nada
del perfume, del espíritu que esta ciudad, como las otras, puede representar.
Nos
quejamos del turismo, pero ¿qué le ofrecemos nosotros? En ninguna parte del
mundo he visto esta pasividad, en ningún lugar dejan que
las grandes naves de los cruceros entren hasta el corazón de la ciudad,
poniendo en peligro un pasado que es nuestra única riqueza; en ningún país
es tan palpable la indolencia”.
Panorama
Cada
año, unos 1.000 venecianos abandonan la laguna y se marchan a vivir a las
ciudades dormitorio, entre las que Mestre (170.000 habitantes) es la que absorbe más
población. Otro dato es que, en los últimos años, más de 700 apartamentos
del centro histórico fueron transformados en pensiones con desayuno para
turistas. “Muchos esperan a que se muera la abuela para alquilar la casa
o convertirla en bed and breakfast; los venecianos somos una especie cada vez
más rara en nuestra propia ciudad”, asegura Michele Gottardi,
profesor de Historia en la Universidad Ca` Foscari.
“La
gente escapa porque los únicos trabajos que ofrece la ciudad son de
recepcionistas, camareros o para hacer la limpieza en los hoteles”,
añade Bruno Fillippini, asesor municipal sobre políticas de residencia,
“mientras que hace solo unas décadas eran los artesanos
del mármol, la piedra, el oro o el bronce los que sostenían la economía
de Venecia”.
El
sonido del trabajo fue sustituido por el de una maleta de ruedas andando
trabajosamente entre los puentes. Fuente. Escrito por PABLO ORDAZ El Pais de España.
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LA AGONÍA DE VENECIA.
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Renán Vega Cantor.
Rebelión martes 31 de diciembre del 2019.
“No hay que tensar demasiado el arco”. Tomas
Mann. Muerte
en Venecia.
En el mundo
entero están en marcha bruscas modificaciones climáticas que alteran el paisaje
urbano y rural, con sus trágicas consecuencias sociales. Eso se evidencia con lo acontecido recientemente
en la ciudad italiana de Venecia, que soportó unas inundaciones
que no se vivían desde 1966. Aunque parezca ser un caso más, en apariencia
aleatorio, de la inestabilidad climática que ha generado el capitalismo
realmente existente, lo que sucede en Venecia es un anticipo de lo que se
avecina, y ante lo cual siempre se opta por la disonancia cognitiva de mirar
para otro lado, aunque ese otro lado esté cada vez más alterado climáticamente
hablando.
Suben
las aguas del Mediterráneo
Venecia es
una ciudad italiana excepcional, porque en sus calles no circulan automóviles, dado que no tiene ni autopistas ni carreteras,
sino canales de agua que comunican los diversos barrios y cuyos habitantes
se desplazan en góndolas, unas pequeñas embarcaciones que son impulsadas
por remos. Una buena parte de la villa está siempre inundada, puesto que
algunos lugares se encuentran a 90 centímetros por encima del nivel del mar.
Es frecuente
que las mareas suban en promedio hasta 105 centímetros, sin que eso implique que se inunden todas las
calles y plazas de la ciudad. A esta marea
se le conoce como acqua alta. Pero el 13 de noviembre se
presentó un fuerte temporal, que elevó las aguas 187 centímetros. Aparte de
la marea normal, se tornan más frecuentes los aumentos por encima de 140
centímetros, como resultado del trastorno climático que ha elevado la
superficie de las aguas en 30 centímetros en los dos últimos siglos. El
resultado fue catastrófico porque fueron inundados sitios de habitación,
hoteles, la basílica de San Marcos y la plaza que la circunda y murieron dos
personas.
En Venecia estamos viendo en vivo y en directo una de las
consecuencias más funestas del trastorno climático, como lo es la elevación del nivel del mar, algo
que se va a sentir con gran fuerza en el Mar Mediterráneo, cuya
temperatura aumenta rápidamente. O dicho de una forma más directa: es un
hecho irreversible el hundimiento de Venecia,
que al final de este siglo ya estará cubierto por las aguas. Y mientras tanto,
un 75% del territorio de Venecia se irá inundando hasta por periodos de
ochos meses al año.
Pero los
políticos conservadores de Italia y de Venecia no creen que exista algún cambio
climático y se niegan a tomar medidas que
lo atenúen a nivel local. Eso se ejemplifica con lo sucedido al Consejo
Regional de Véneto, que es controlado por la Lega, una formación política
de extrema derecha, que cuando subían las aguas en Venecia
decidió rechazar cualquier medida para mitigar el cambio climático, y cuyas
instalaciones se inundaron a las pocas horas de la votación negacionista.
La
marea destructora del turismo de masas
En la
actualidad Venecia es una pequeña ciudad donde viven 50 mil personas, una
cuarta parte de los residentes en 1950. En un poco
más de medio siglo Venencia ha visto perder el 75% de sus habitantes, extraño
fenómeno demográfico que es resultado del turismo de masas que asola al lugar y
a sus habitantes nativos. Este es un resultado directo del hecho desgraciado
de que Venencia haya sido convertido por la UNESCO
en un patrimonio cultural de la humanidad, lo cual abrió la puerta
literalmente a la llegada masiva de turistas, que como hormigas
invaden la ciudad y obligan a partir a sus habitantes, asfixiados por el ruido,
la contaminación y la suciedad que dejan a su paso los visitantes
ocasionales.
No puede ser
de otra manera en una Ciudad que recibe cada año (léase bien) entre 30 y 35 millones de turistas, algo así como al equivalente de 600 turistas
por cada habitante local. Un 2% de esos turistas son traídos en grandes
cruceros, lo cual tiene un efecto nefasto sobre los ecosistemas locales y
han convertido a Venecia en el tercer
puerto más contaminado de Europa, solo superado por Barcelona y Palma de
Mallorca.
El turismo
destruye ecosistemas y culturas y Venecia no es
la excepción, puesto que
se ha impuesto el modelo estadounidense de Disneylandia de convertir la
ciudad en un parque temático, ocupado por grandes millonarios que
ocasionalmente van una vez al año a pasar vacaciones durante una semana. Y eso
viene acompañado de lo que arrastra el turismo de masas, estupidez
incluida, como las horribles tiendas de ventas de recuerdos al turista, que
comercian artículos Made in China y la reducción acelerada del espacio público,
a costa de la imposición de los negocios privados del capital transnacional.
Es elemental
que Venecia esté a punto de colapsar, porque difícilmente puede atenderse de manera
permanente un flujo poblacional de millones de habitantes que desborda
la capacidad de los servicios básicos de la ciudad, tales como la gestión
de residuos, limpieza de las vías, transporte urbano, agua potable,
consumo de energía, todo lo cual ni siquiera se alcanza a cubrir con las
ganancias monetarias que deja el turismo.
Dos
mareas de la muerte
Las dos
mareas que están matando a Venecia, la del trastorno climático y la del turismo
de masas, son las
mismas que afectan y afectarán en el futuro inmediato a gran parte del
planeta. Debe recordarse que el aumento del nivel del mar en
diversos lugares ocasionará la desaparición de ciudades enteras, en
todos los continentes en los próximos treinta años, afectando, por lo menos, a
unos 300 millones de personas, entre ellas las ciudades estadounidenses
de Boston, Miami y Nueva York.
Esas dos
mareas no son producto de la naturaleza o de la fatalidad, son un resultado
directo del capitalismo, con su
lógica destructora que le rinde culto a la ganancia, al consumo, al
despilfarro, a la conversión de todo lo que encuentra a su paso en algo
desechable, como sucede con las ciudades, y Venecia
es solo un ejemplo entre muchos a nivel mundial. En conclusión, Venecia es
una muestra de lo que se viene para gran parte del mundo, con la particularidad de que es noticia de primera plana
porque está ubicada en la “civilizada” Europa.
*****.
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