“LOS REPUBLICANOS, EN OTRAS PALABRAS, SON
IRREDIMIBLES; se han convertido
en otro partido autoritario, consagrado al principio del líder. Y al igual que otros partidos similares de otros
países, el Partido Republicano estadounidense intenta amañar las futuras
elecciones mediante la manipulación de distritos electorales y la supresión de
votantes, creando un control permanente del poder. Pero, aunque los
partidarios de Trump se asemejen a sus homólogos de las democracias fallidas, los miembros de la oposición no se
parecen en nada. Uno de los aspectos deprimentes del auge de partidos autoritarios
como el húngaro Fidesz y el polaco Ley y Justicia ha sido la ineficacia
de la oposición, desunida, desorganizada e incapaz de presentar un desafío real
ni siquiera contra autócratas impopulares que consolidaban su poder.
Sin embargo, el trumpismo ha tenido enfrente desde el comienzo una
oposición decidida, unidad y eficaz, lo cual se ha reflejado tanto en las manifestaciones
masivas como en las victorias electorales de los demócratas. En 2017 había
solo 15 gobernadores demócratas, frente a 35 republicanos; hoy,
la diferencia es de 24 a 26. Y el año pasado, por supuesto, los demócratas
obtuvieron una victoria arrasadora en las elecciones a la Cámara de
Representantes, que es lo que ha hecho posible la vista y la votación a favor del impeachment. Los republicanos intentan amañar las elecciones con la manipulación
de distritos electorales”
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Nancy
Pelosi, durante una Conferencia de Prensa en el Capitolio.
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LOS DEMÓCRATAS TODAVÍA PUEDEN SALVARNOS.
Quienes definen Estados Unidos por sus
ideales, no por el dominio de un grupo étnico concreto, no se rendirán con
facilidad
*****
Paúl Krugman.
Diario El País. Madrid sábado 21 de diciembre del
2019.
Pero también había razones para la esperanza.
Resulta que los enemigos de la libertad son tan desvergonzados y corruptos en Estados
Unidos como en otros países, desde Hungría hasta Turquía, en los que
la democracia se ha derrumbado de hecho. Pero los defensores de la
democracia estadounidense parecen más unidos y decididos que sus homólogos
de otros países. La gran incógnita es si esa diferencia –esa verdadera excepcionalidad
estadounidense– bastará para salvarnos.
Retrocedamos un poco y preguntémonos qué hemos aprendido sobre Estados Unidos en
los últimos tres años. Nunca ha habido duda de que Trump abusaría de su
poder; desde el principio, telegrafió su desprecio por el sistema de
derecho, su ansia de explotar el cargo para su beneficio personal.
Sin embargo, durante un tiempo, fue posible imaginar que al menos parte de su
partido defendería los principios democráticos. Pero no fue así. Lo que
hemos visto desde el miércoles es un desfile de sicofantes que comparaban a su
líder con Jesucristo al tiempo que escupían desacreditadas teorías de
conspiración salidas directamente del Kremlin.
Y mientras lo hacían, el objeto de su adoración pronunciaba un discurso
interminable e inconexo, propio de un dictador tercermundista y lleno de
mentiras, que oscilaba entre la grandiosidad y la autocompasión, con quejas
intercaladas sobre la cantidad de veces que tiene que pulsar el botón de la
cisterna.
Los republicanos, en otras palabras, son
irredimibles; se han convertido en otro partido autoritario, consagrado al
principio del líder. Y al igual que
otros partidos similares de otros países, el Partido Republicano
estadounidense intenta amañar las futuras elecciones mediante la
manipulación de distritos electorales y la supresión de votantes, creando un
control permanente del poder.
Pero, aunque los partidarios de Trump se asemejen a
sus homólogos de las democracias fallidas, los miembros de la oposición no se parecen en
nada. Uno de los aspectos deprimentes del auge de partidos autoritarios como el
húngaro Fidesz y el polaco Ley y Justicia ha sido la ineficacia de
la oposición, desunida, desorganizada e incapaz de presentar un desafío real ni
siquiera contra autócratas impopulares que consolidaban su poder. Sin
embargo, el trumpismo ha tenido enfrente desde el comienzo una oposición
decidida, unidad y eficaz, lo cual se ha reflejado tanto en las manifestaciones
masivas como en las victorias electorales de los demócratas. En 2017 había
solo 15 gobernadores demócratas, frente a 35 republicanos; hoy,
la diferencia es de 24 a 26. Y el año pasado, por supuesto, los demócratas
obtuvieron una victoria arrasadora en las elecciones a la Cámara de
Representantes, que es lo que ha hecho posible la vista y la votación a favor del impeachment.
Muchos de los nuevos congresistas demócratas
representan a distritos de tendencia republicana, y algunos observadores esperaban que un número
significativo de ellos desertara el miércoles. Por el contrario, el partido se mantuvo casi completamente unido. Cierto
que también lo hicieron sus rivales; pero mientras que los republicanos
sonaban, bueno, desquiciados en su defensa de Trump, los demócratas parecían
sobrios y serios, decididos a cumplir con su deber constitucional aunque
ello comportase riesgos políticos.
Ahora bien, nada de esto significa necesariamente que la democracia vaya a sobrevivir. Aunque
hayan perdido elecciones, los republicanos han ido consolidando su control
sobre los tribunales y otras instituciones nacionales. Los líderes
demócratas del Congreso han estado inesperadamente, incluso asombrosamente,
impresionantes; el campo presidencial demócrata, no tanto.
Y puede que la unidad de propósito que vimos el
miércoles no se sostenga el próximo noviembre. Si los demócratas eligen a un
candidato o candidata progresista, como Elizabeth
Warren o Bernie Sanders, ¿decidirán los demócratas ricos que defender la
democracia es menos importante que unos impuestos bajos para ellos? Si el
partido nombra a un moderado como Joe Biden, ¿expresarán algunos
defensores de Sanders su frustración como hicieron en 2016, quedándose
en casa o votando al candidato de un tercer partido? Teniendo en cuenta lo que
nos jugamos, me gustaría descartar estas preocupaciones, pero no lo consigo.
Si a eso le añadimos el grado en que las
elecciones del próximo año estarán amañadas a favor de Trump, tanto
mediante la supresión de votantes como por el sesgo introducido por el
Colegio Electoral, y el sesgo aún mayor creado por un mapa del Senado
que da a los estados pequeños, principalmente conservadores, tanta
representación como a estados progresistas con mucha más población, es
perfectamente posible que el trumpismo triunfe a pesar de todo.
Sin embargo, lo que aprendimos el miércoles es que
quienes definen Estados Unidos por sus ideales, no por el dominio de un
grupo étnico, no se rendirán con facilidad. La mala noticia es que nuestros
villanos son tan villanos como los de todos los demás. La buena es que nuestros buenos parecen inusualmente
decididos a hacer lo correcto.
Paul Krugman es premio Nobel de Economía.
© The New York Times 2019.
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