A.
P.: Otros actores especialmente importantes en Latinoamérica son los
movimientos campesinos e indígenas. ¿Cómo se
puede comprender el papel progresista de esas fuerzas y en particular, su
relación con el movimiento obrero?
F.
G.: Ahora que
conmemoramos los 25 años del surgimiento de la rebelión indígena, campesina, antineoliberal
y anticapitalista neozapatista en Chiapas, creo que tendría un gran mérito extraer las
lecciones de esta experiencia capital y también reactivar las redes de
solidaridad con el proceso zapatista que dura desde hace un cuarto de
siglo en un territorio tan grande como Bélgica y que emprendió la
construcción de formas alternativas de gobierno y de vivir en un mundo al
borde del colapso... El zapatismo ha logrado resistir los asaltos de las
fuerzas militares mexicanas y construir, en positivo, un nuevo relato de cómo
intentar, a duras penas, forjar una perspectiva poscapitalista, estando
abierto a todas las luchas internacionalistas, conectado con el pueblo kurdo y
con otras muchas luchas, poniendo en marcha la cuestión del comunalismo,
pero a partir de las coordenadas de los pueblos mayas de Chiapas,
elaborando la confluencia entre los territorios indígenas y la
construcción de un poder político democrático innovador, etc. Esta
experiencia es fundamental para pensar las alternativas para el siglo XXI. Por
supuesto que hay límites y muchos problemas no resueltos (especialmente, en el
plano económico), como lo reconocen allí mismo. La relación con las otras izquierdas
mexicanas también es difícil, a menudo. Pero cuando se ve el hundimiento
del chavismo en Venezuela, la ausencia de transformaciones estructurales
en Argentina, la trayectoria del PT en Brasil o del Frente Amplio
en Uruguay, el balance de quince años de progresismo es bastante
limitado y contradictorio. Así que, a mi modo de ver, hay que volver a la
experiencia zapatista y su concepción del poder desde abajo sin
caer en la cantilena estratégica de “cambiar el mundo sin tomar el
poder: cambiemos el mundo transformando el poder parece que nos dice el
zapatismo...
/////
AMÉRICA
LATINA, OFENSIVAS CONSERVADORAS Y VUELTA A LA GUERRA DE CLASES.
Entrevista
a Franck Gaudichaud.
*****
Antoine Pelletier.
Viento Sur. Lunes 9 de diciembre del 2019.
Los países de América Latina están viviendo
actualmente conflictos de clase muy potentes y una represión con actuaciones
enormemente violentas por parte de las fuerzas reaccionarias y estatales. En
esta entrevista, Franck Gaudichaud 1/ aborda
la situación en algunos países y las dinámicas de las luchas populares en curso
en toda la región.
Antoine
Pelletier: Hace algunos
meses atrás se comentaba el “fin” del ciclo progresista en
América Latina. Ahora, parece que se empieza a gestar una nueva situación. Por
una parte, las clases dominantes están a la ofensiva, por otra, las
resistencias al neoliberalismo se expresan tanto en las calles, como en las
urnas.
Franck
Gaudichaud: Efectivamente, ha habido un debate sobre si asistimos sensu
stricto al llamado fin de ciclo de los gobiernos progresistas,
nacional populares o de centro izquierda: desde el violento fin de
la gestión del Partido de los Trabajadores (PT) de Brasil hasta la crisis
sin fin en la Venezuela de Nicolás Maduro, pasando por Argentina,
Uruguay, Bolivia, Ecuador... En realidad, lo que se confirma más que un “fin” es el reflujo
turbulento de esas experiencias y lo que aflora más que nunca son los límites
estratégicos y las contradicciones de estos diferentes proyectos y sus
regímenes políticos. Me remito al ensayo que acabamos de publicar sobre este
tema con Jeff Webber y Massimo Modonesi 2/.
Especialmente, con la crisis económica mundial y el agotamiento más o menos
profundo según los países de los proyectos neodesarrollistas y
neoextractivistas progresistas, se entró en una coyuntura
caótica y difícil, en la que las clases dominantes, los sectores
conservadores, las élites mediáticas, las burguesías financieras, las iglesias
evangélicas y la extrema derecha militarista están a la ofensiva por
todas partes. Esto es particularmente cierto tras la victoria de Jair
Bolsonaro en Brasil, país clave en la geoestrategia regional; victoria que
se inscribe en la estela del triunfo del golpe de Estado parlamentario
contra Dilma Roussef, y después con el encarcelamiento ilegal e
ilegitimo de Lula.
Al mismo
tiempo, no existe ninguna estabilidad para esta ofensiva conservadora y/o
reaccionaria; parece que
las clases dominantes no encentraron la llave para asentarse de nuevo en el
poder, con cierto nivel de consenso, y para construir una nueva hegemonía
neoliberal-autoritaria. En Argentina, el
neoliberal Mauricio Macri ha sido descabalgado por las urnas y su mandato
ha estado marcado por un hundimiento económico dramático, a pesar de -o más
bien deberíamos decir a causa de- la ayuda gigantesca del
FMI dirigido por Christine Lagarde. En México,
apareció un progresismo tardío con la victoria de
López Obrador (centro izquierda), que, seguramente, no encarnará
esa gran transformación anunciada, pero que, sin embargo,
constituye un freno relativo a comparación con los ejecutivos neoliberales
precedentes. En Venezuela, la ofensiva de la oposición apoyada a duras penas por
Washington con la autoproclamación de Juan Guaidó (a finales de febrero
de 2019) y la asfixia económica del país, fracasó lamentablemente. Sin
embargo, el gobierno Maduro permanece enormemente debilitado, y sigue
marcado por el autoritarismo, la mala gestión y la corrupción masiva,
tampoco es capaz de remontar la pendiente de la economía cuando en paralelo las
sanciones estadounidenses pesan mucho sobre las condiciones cotidianas de vida.
Pero, hecho fundamental para el gobierno bolivariano, las Fuerzas Armadas
Bolivarianas han permanecido leales al poder madurista. Otro ejemplo de
la coyuntura indecisa actual, Uruguay,
donde la derecha acaba de poner fin a quince años de gobiernos
socialdemócratas del Frente Amplio, después de una apretada victoria en la
segunda vuelta de las elecciones, con el apoyo de la extrema-derecha
militarista.
Frente a
esta ofensiva conservadora no estabilizada, se constata una recuperación de
fuerzas populares descontentas y de las resistencias
colectivas que se expresan indirectamente en las urnas con, por ejemplo, la
victoria peronista en Argentina, pero, sobre todo, por abajo, con un
reguero de luchas sociales. También se ve con la gran victoria
democrática de la puesta en libertad de Lula
(sin que por ello haya salido libre del proceso judicial) en Brasil. En
resumen, hay una recomposición de la lucha de clases muy potente que
configura un periodo marcado por la incertidumbre, tanto desde el punto de
vista del poder como de las clases populares. Estas intentan reorganizarse,
pero en un contexto degradado y sin siempre hacer el necesario balance crítico
del periodo anterior, el de la “edad de oro” progresista
(2002-2013). Otro dato importante: la amplitud de la represión estatal y
de la criminalización de los movimientos populares con decenas de
muertos en toda la región (de Chile a Honduras pasando por Bolivia),
prácticas de tortura, violaciones y feminicidios por parte de una policía
militarizada, desapariciones y detenciones ilegales. Desde mi
punto de vista, la urgencia está políticamente ahí para quienes vivimos en Europa:
¿qué campaña de solidaridad internacionalista, amplia y unitaria,
hacer para poner freno inmediatamente a estas prácticas de terrorismo de
Estado? ¿Cómo aumentar la presión sobre nuestros propios gobiernos y la
UE, que mira para otro lado y apoya de lleno los Estados responsables de
estas violaciones sistemáticas de los derechos fundamentales?
A.
P.: Chile, Ecuador, Haití y ahora Colombia, la lista de los movimientos populares se
alarga. ¿Qué se puede decir de estos movimientos, de sus raíces y sus
perspectivas?
F.
G.: Según
diversos observadores, después de las primaveras árabes o el movimiento de
los indignados en el Estado español, estamos en un
contexto de revueltas globales y las insurrecciones latinoamericanas resuenan
con los ecos lejanos de Líbano, Irak, Argelia, Hong-Kong o incluso, con
los chalecos amarillos de Francia. Quizás es una generalidad decirlo,
pero se trata de resistencias al neoliberalismo y contra el autoritarismo
en un contexto de crisis de legitimidad de los sistemas políticos actuales, percibidos como
dominados por “castas” políticas donde reinan el clientelismo, la
soberbia y la corrupción. Si se habla de Chile, de Haití, de Ecuador, de
Colombia, está claro. No obstante, no se trata de luchas globalizadas,
dependen antes que nada de consideraciones locales y relaciones de fuerzas
nacionales (incluso si existen influencias mutuas reales, especialmente, vía
redes sociales y circulación de repertorios de acción). Este rechazo del “sistema”
tiene diferentes dimensiones más o menos fuertes según el país: la cuestión
de la corrupción, central en Haití, la del modelo económico y el autoritarismo
en Chile, en Ecuador y en Colombia. Se trata de crisis que nacen de la precarización
generalizada de la vida, de la naturaleza y del trabajo en la era
neoliberal en los países del sur global. Es necesario tomar el pulso al descontento
acumulado a lo largo de los últimos decenios, a las dificultades cotidianas
para millones de personas para vivir y tener vivienda en las grandes
ciudades o en los espacios rurales contaminados y controlados por las multinacionales,
etc. y también entender la dimensión de la rabia de las y los de abajo
al constatar la incapacidad de regímenes políticos muy poco
democráticos para responder a estas expectativas mientras que la riqueza se acumula en un extremo de la sociedad. En el
caso chileno, se trata nada menos que de poner fin a la Constitución de
Pinochet, todavía vigente, hoy, en 2019…
A.
P.: La pequeña burguesía (las clases medias) juega un papel importante en las manifestaciones
populares, pero con trayectorias diferentes.
F. G.: En
Chile, asistimos
ante todo a una explosión de la juventud precarizada, es el alumnado de
colegios e institutos, a menudo muy jóvenes, que han saltado las
barreras del metro y han rechazado pagar los treinta céntimos de aumento para los
billetes del metro más caro del mundo (en relación al poder
adquisitivo). Verdaderamente, es una juventud
que sale de los sectores populares o de las capas medias precarizadas.
Globalmente, en los países del sur, amplias capas de la “pequeña
burguesía” están muy precarizadas, endeudadas, sin trabajo estable y
– en algunas coyunturas- acaban por seguir y acompañar las movilizaciones
populares. Un elemento importante es el nivel de escolarización.
Actualmente existe una juventud latinoamericana (urbana pero también rural) escolarizada, más
diplomada que antes, conectada a las redes sociales, menos afiliada a
los partidos políticos y sindicatos que en los años setenta y que entra
en la lucha de forma más o menos espontánea y muy explosiva frente
a medidas inmediatas, aunque – obvio - en momentos diferentes en cada país.
El contenido
antiliberal, antiautoritario, democrático de los movimientos sociales
antagónicos actuales es
muy claro en Chile, en Ecuador, en Haití y ahora en Colombia, con una huelga
general de una amplitud que no se había visto desde hace décadas. Al mismo
tiempo, hay ingredientes locales esenciales. Por ejemplo, la cuestión del proceso
de paz en Colombia que el gobierno de Duque y el uribismo han
intentado torpedear por todos los medios. En Chile,
la arrogancia patronal de Piñera y la militarización del espacio público
han acelerado la movilización (reactivando la memoria traumática de la
dictadura de Pinochet). En Ecuador, el gobierno Moreno (salido de Alianza País),
se alineó con el neoliberalismo, el FMI, Estados Unidos y la patronal de
Guayaquil. En Haití, el elemento fundamental
es el rechazo a la casta corrupta y al ejecutivo de Jovenel, pero
también las consecuencias de quince años de ocupación del país por tropas de la
ONU, en particular brasileñas.
Bolivia tomó un camino distinto: también existe allí un descontento social real acumulado,
pero no frente al neoliberalismo, sino más bien frente al caudillismo de
Evo Morales,
que se presentó a las elecciones para un cuarto mandato a pesar del resultado
del referéndum de 2016 [en el que resultó derrotada su propuesta de
poder hacerlo], gracias a una decisión un tanto polémica del tribunal
constitucional. Aunque durante los 14 años de evismo, la pobreza haya
disminuido muy significativamente y se haya construido un Estado más
social y plurinacional, también existen críticas sobre el modelo de
desarrollo extractivista y un creciente divorcio entre la gestión
gubernamental y una parte del movimiento popular. Sin embargo, el hecho
fundamental para explicar el golpe de Estado contra Evo es la
capitalización política de este descontento ciudadano por la derecha dura,
por el comité cívico de Santa Cruz y las corrientes evangélicas
reaccionarias. Camacho, el líder neofascista de las llanuras
orientales, aprovechando la debilidad del MAS que perdió parte de su
capacidad de movilizar a sus bases históricas, encabezó este movimiento
heterogéneo donde se encuentran sectores populares, latifundistas,
organizaciones indígenas, patronal, etc. Estamos en un equilibrio de
fuerzas diferente. El giro de una parte de las nuevas
clases medias apoyando el golpe jugó
también su papel: después de aprovecharse de la buena gestión del MAS, del
triple aumento del PIB y hoy tienen expectativas a las que el MAS no dio
respuesta. Al mismo tiempo, la gestión profundamente clientelar de las
relaciones entre las organizaciones populares y el MAS (que más que un
partido es una especie de federación de organizaciones sociales) no contribuyó
a blindar el gobierno frente a este tipo de
desestabilización. En fin, también habría que desarrollar más y entender en
detalle lo que tiene que ver con la acción del imperialismo en el golpe, que
cada día aparece como más decisiva, no solo a través de la OEA en la
denuncia del fraude electoral, sino también a través del apoyo activo, desde
2005, a los sectores de derechas y a los separatistas de la parte oriental,
que buscaban derrocar a Morales.
A.
P.: El movimiento feminista parece especialmente potente en América Latina. ¿Podemos hablar de una nueva “ola feminista” que
atraviesa todo el continente?
F.
G.: Las luchas de las mujeres y el
movimiento feminista son un actor clave en la recomposición de la lucha
de clases y del movimiento popular antagónico en la región. Están
fuertemente ancladas en la juventud y no solamente estudiantil. Han
logrado establecer vínculos con una parte del movimiento sindical y del
movimiento campesino. Eso se ve, por ejemplo, en la importancia del movimiento
de mujeres y feminista en las luchas populares de Brasil y del
Movimiento Sin Tierra (MST).
Al mismo
tiempo, es un movimiento amplio, continental, transnacional, con
especificidades locales. La dinámica argentina tuvo influencia en Chile, especialmente con el potente movimiento
“Ni una menos” y con la lucha por el aborto, con el símbolo del pañuelo
verde que se convirtió en emblema internacional. Este movimiento desbordó
las fronteras e inspiró al otro lado de la Cordillera, las luchas feministas
chilenas. Estas tienen sus reivindicaciones y dinámicas propias; sobre
todo, después del movimiento universitario en 2018 con la masiva
ocupación de las universidades en contra los abusos sexuales y la
educación sexista. El movimiento en Chile se dispara con la gran huelga
de marzo de 2019 y la creación anterior de la Coordinadora del 8 de marzo
que agrupa a decenas de organizaciones. El movimiento feminista
latinoamericano de la última época demostró que es posible articular
enfoque unitario y radicalidad, convirtiéndose en un movimiento de masas y
popular. En mi opinión, encarna una gran esperanza para cualquier transformación
democrática profunda, no solo antipatriarcal sino también decolonial y
anticapitalista. Es un movimiento que se define contra la
precarización de la vida e integra trabajadoras y trabajadores,
migrantes, las reivindicaciones indígenas, las luchas LGBTQI+, etc.
En México, la lucha contra la violencia neoliberal y los
numerosos feminicidios (no solo en
Ciudad Juárez) constituyó un eje central de este movimiento sin que, hasta este
momento, llegue a transformarse en un movimiento nacional masivo. También
hubo avances en relación a la despenalización del aborto (en el estado de Oaxaca
y en México capital). En Brasil, las
luchas feministas con la campaña “Ele Não” (“Él no”) contra el ascenso de
Bolsonaro, o incluso la gran marcha de las margaritas de centenares de miles de mujeres
rurales en agosto de 2019, confirman ese compromiso. Esta última fue una
marcha masiva, nacida en el feminismo comunitario campesino. Se articula
con el papel jugado por militantes de la izquierda radical, más urbana,
como lo era Marielle Franco, asesinada por los esbirros de Bolsonaro.
Hay una nueva ola feminista
pero no en el sentido europeo o estadounidense. Es más bien, un momento
histórico, muy importante, de las luchas de las mujeres y de los feminismos
(que son plurales), con también algunas influencias venidas del norte, del
movimiento del Estado español y la huelga feminista que une a teóricas
como Silvia Federici, Cinzia Arruzza y otras, pero que parte y, sobre
todo, está anclado en las entrañas de las especificidades de la América
Indo-Afro-Latina.
A.
P.: Otros actores especialmente importantes en Latinoamérica son los
movimientos campesinos e indígenas. ¿Cómo se
puede comprender el papel progresista de esas fuerzas y en particular, su
relación con el movimiento obrero?
F.
G.: Ahora que
conmemoramos los 25 años del surgimiento de la rebelión indígena, campesina, antineoliberal
y anticapitalista neozapatista en Chiapas, creo que tendría un gran mérito extraer las
lecciones de esta experiencia capital y también reactivar las redes de
solidaridad con el proceso zapatista que dura desde hace un cuarto de
siglo en un territorio tan grande como Bélgica y que emprendió la
construcción de formas alternativas de gobierno y de vivir en un mundo al
borde del colapso... El zapatismo ha logrado resistir los asaltos de las
fuerzas militares mexicanas y construir, en positivo, un nuevo relato de cómo
intentar, a duras penas, forjar una perspectiva poscapitalista, estando
abierto a todas las luchas internacionalistas, conectado con el pueblo kurdo y
con otras muchas luchas, poniendo en marcha la cuestión del comunalismo,
pero a partir de las coordenadas de los pueblos mayas de Chiapas,
elaborando la confluencia entre los territorios indígenas y la
construcción de un poder político democrático innovador, etc. Esta
experiencia es fundamental para pensar las alternativas para el siglo XXI. Por
supuesto que hay límites y muchos problemas no resueltos (especialmente, en el
plano económico), como lo reconocen allí mismo. La relación con las otras izquierdas
mexicanas también es difícil, a menudo. Pero cuando se ve el hundimiento
del chavismo en Venezuela, la ausencia de transformaciones estructurales
en Argentina, la trayectoria del PT en Brasil o del Frente Amplio
en Uruguay, el balance de quince años de progresismo es bastante
limitado y contradictorio. Así que, a mi modo de ver, hay que volver a la
experiencia zapatista y su concepción del poder desde abajo sin
caer en la cantilena estratégica de “cambiar el mundo sin tomar el
poder: cambiemos el mundo transformando el poder parece que nos dice el
zapatismo...
En relación a los actores movilizados en el
resto del subcontinente, se podría aventurar que asistimos al retorno de la emergencia
plebeya destituyente, como a finales de los años 90 o
principios de los años 2000, durante las grandes confrontaciones frente al
neoliberalismo, con la CONAIE 3/ en Ecuador, la dinámica del Movimiento Sin
Tierra en Brasil, la “guerra” del agua y del gas en Bolivia, el qué
se vayan todos en 2001 en Argentina e incluso ante las revueltas
urbanas del tipo Caracazo en Venezuela. Son actores
variados, salidos de formaciones sociales en las que lo popular engloba
una gran multiplicidad de fracciones de clase. En las últimas semanas, vimos de
nuevo movilizados -según el país- movimientos indígenas y de la clase
trabajadora, las y los sin techo, gente parada (los piqueteros), jóvenes, las y los mismos que
habían abierto un nuevo ciclo político posneoliberal a
principios del siglo XXI.
Hoy asistimos a una nueva explosión plebeya, en la
que las y los indígenas, se ha visto en Ecuador, juegan un papel central. Son capaces de hacer
temblar al gobierno neoconservador de Lenín Moreno. En Brasil, habrá que ver cómo se va a posicionarse el
MST, porque los vínculos con el PT han sido muy fuertes durante mucho tiempo,
lo que le ha paralizado ampliamente. Pero, con el movimiento contra las
represas (MBA), el movimiento de las margaritas, las luchas
ecoterritoriales alrededor de la Amazonia y frente a la ofensiva de
la extrema derecha, hay una reactivación de las resistencias. Los sectores
campesinos e indígenas están en el centro de los ataques del
neoliberalismo, se encuentran también entre los decepcionados de las
experiencias progresistas y, por lo tanto, encarnan un actor muy importante. Mientras
Evo Morales y Garcia Linera están en el exilio en México, son los
Ponchos Rojos 4/ quienes llevan la ofensiva para responder a
la dimensión ultra violenta del golpe de Estado boliviano.
Esto no
impide que también haya resistencias obreras y urbanas; son fundamentales pues
están el corazón de la relación capital-trabajo. En Ecuador, ha sido la unión de los movimientos
urbanos e indígenas la que ha dado dinámica nacional a la revuelta contra Lenín
Moreno. En Chile, el movimiento salió, sobre todo, de las poblaciones
urbanas, de la juventud urbanizada y escolarizada, de una parte, de la pequeña
burguesía, pero también del sindicalismo: la Unión Portuaria de Chile
está en el centro de la revuelta actual y del movimiento de la huelga
nacional, al igual que una parte de las organizaciones sindicales en la
Mesa de la Unidad Social alimenta esta rebelión. En mi opinión, incluso es
ahí donde se va a jugar la salida de la crisis
chilena: la capacidad de la clase
trabajadora de entrar en movimiento nacional y bloquear la economía será la
batalla decisiva contra Piñera y contra la represión del Estado, inédita desde
1990.
Pero también
hay contradicciones desde este lado: en Bolivia, una parte de la dirección de
la Central Obrera (COB), con su
llamamiento a la renuncia de Morales para “pacificar el país”, se puso
de hecho del lado de los militares y, por tanto, ¡apoyó el golpe de Estado!
El movimiento obrero no está siempre listo para la lucha, lejos de eso. Las
grandes centrales, la CUT chilena, la CUT brasileña, tienen grandes
dificultades para volver a articular un movimiento de resistencia frente a los gobiernos
de extrema derecha o neoliberales, porque desde hace tiempo son correas de
transmisión de varios partidos “progresistas”. Y uno de los desafíos del
periodo es precisamente reconstruir un sindicalismo combativo e independiente de las instituciones, arraigado en los lugares
de trabajo y territorios.
Artículo
publicado en el mensual L’Anticapitaliste (NPA)
Traducción: viento sur.
1/ F. Gaudichaud es profesor de
historia latinoamericana en la Universidad de Toulouse Jean Jaurès (Francia) y
miembro del comité editorial de la revista Contretemps:
2/
En castellano, disponible en línea:
3/
Confederación de las nacionalidades indígenas de Ecuador (NdelT).
4/
“Milicia” de la etnia aymara, originaria de la región del lago Titicaca en el
cruce de Bolivia, Perú, Argentina y Chile (NdelT).
*****
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