-"Llama
la atención tu amor incondicional por Chile, pudiendo haberte asumido como
argentino o estadounidense y olvidarte de este país, tan esquivo, tan difícil,
casi como un amor no completamente correspondido. ¿Qué es lo que ves en Chile
que siempre estás pensando en él?
-"Cuando
llegué a Chile en 1954, era yo un niño argentino de doce años enamorado de los
EE.UU. donde había pasado la mayor parte de mi vida. Hablaba solamente inglés
y poco sabía de América Latina. Chile me convirtió en otro, en la
persona que hoy responde estas preguntas. Gracias a Chile tengo una
extraordinaria compañera, Angélica, con quien estoy casado hace más de
cinco décadas. Gracias a Chile tengo este idioma, y familia y amigos
entrañables y recuerdos imperecederos y un ancla dentro de mis múltiples y
sobrepuestas identidades. Pero lo que me dio Chile fue, principalmente,
la revolución de Allende y la esperanza de que
un pueblo puede enfrentar y cambiar la injusticia por medios pacíficos, la
certeza de que el mundo no tiene por qué seguir siempre de la manera en que lo
encontramos al nacer. Esta certeza se mantuvo y ahondó durante la lucha contra
la dictadura y no la perdí por mucho que la transición a la democracia me
produjera un desencanto que terminó alejándome a mí y a mi familia de Chile.
Pese a la distancia física, el país y su destino me siguen fascinando. No creo,
sin embargo, que sea un amor incondicional, al menos que entendamos (como yo a
veces lo hago) que el amor no excluye la posibilidad de ser altamente crítico
con las imperfecciones de la nación amada. Basta con leer La Nana y
el Iceberg, mi novela picaresca-erótica-detectivesca, donde, a partir
de una amenaza (ficticia) de que alguien quiere hacer explotar el iceberg
llevado a Sevilla por un Chile supuestamente ultra-moderno (aunque preso de
subdesarrollos múltiples), no dejé títere con cabeza. Nadie es profeta en su tierra,
pero es la obra mía que más lamento que no haya tenido resonancia alguna en el
país, ya que ahí se encuentran las claves de lo que iba a llevar al estallido social del 2019. Lo que sí es destacable es que,
en Argentina, la tierra de mi nacimiento, se me trata con un cariño y un
respeto que me conmocionan. En los momentos en que la crítica en Chile
me ignoraba, Página/12 sacaba cinco libros míos para venta
masiva en la calle como parte de la “Biblioteca Dorfman”. Esta misma entrevista encuentra una acogida en Buenos Aires
que no tuvo en Santiago".
/////
ARIEL DORFMAN: "ESTE VIRUS HA DESNUDADO CON MÁS NITIDEZ LA
DESIGUALDAD"
El autor chileno, la realidad actual y su última novela,
"Allegro"
*****
El
escritor radicado en los Estados Unidos sostiene la necesidad de luchar
para "derrotar la epidemia de la pobreza, de la injusticia, de la
mentira, de la represión cotidiana".
Juan
Carlos Ramírez.
Página
/12 domingo 17 de mayo del 2020.
La entrevista comenzó cuando Ariel Dorfman estaba en Chile durante una
estadía de casi tres meses, en momentos en que todavía no se había instalado la
pandemia. Después el escritor partió
junto a su pareja, Angélica, a su país de residencia, EE.UU.
donde han tenido que confinarse y aislarse en su hogar de Durham, Carolina
del Norte. El autor de Konfidenz y La muerte y
la doncella, entre otros textos, analiza la situación actual en el
mundo y en su país, a la vez que brinda detalles sobre Allegro,
su última novela.
-Has escrito varios comentarios en estos meses: cómo conociste a Biden y
las razones por las que confías en él pese a las diferencias políticas que los
separan; un análisis de la maligna cruzada anticientífica de Trump, al que
calificas como jinete del apocalipsis; y una meditación sobre las lecciones que
ofrecen el exilio y la migración para entender el mundo que hay que construir
después del virus. ¿Y el Chile actual?
-De nuevo me toca mirar a Chile desde la distancia. Pensábamos viajar a
Santiago a votar en el plebiscito del 26 de abril, lo que no fue posible, por supuesto, ya que la epidemia ha forzado la
postergación de ese referéndum para el 25 de octubre (además de hacer inviable los viajes de este tipo).
Más grave es que ha forzado a la desmovilización que era el elemento de presión
que aseguraba que el gobierno avanzaría (aunque siempre en forma insuficiente)
en las reformas imprescindibles en torno a educación,
pensiones, salarios, salud, derechos de la mujer y pueblos originarios, además de llevar a cabo un verdadero esfuerzo para
combatir los problemas del medioambiente. Siempre los sectores
conservadores y los dueños de la economía en todo el mundo y en todas las
épocas aprovechan las crisis para echar marcha atrás en las transformaciones
que exige la mayoría ciudadana y aumentar su control sobre los sectores
díscolos de la sociedad, y Chile no es una excepción. Dos hechos, uno
simbólico y el otro de corte político, ilustran esto.
¿Cuáles?
El primero: Sebastián Piñera visita la Plaza de la Dignidad en
Santiago, se pasea por un lugar donde, hace poco, miles y miles de
activistas exigían su renuncia. Es la reconquista arrogante del espacio por
parte de quienes de nuevo se sienten impunes e intocables, el olvido del temor
que tuvieron cuando el pueblo sacudió los cimentos del poder. El segundo
hecho, ligado a este, es la sugerencia de parte del gobierno y de
importantes sectores de la derecha más cavernaria e hipócrita, de
volver a postergar el plebiscito o simplemente anularlo, ahora por razones de recesión
económica, razones, por cierto, falaces y espurias. Disfrazando otro
intento de reconquista del status quo. Habría que recordarles lo que ocurrió
con la Reconquista anterior, cuando las monarquistas retomaron las riendas de
la Capitanía General de Chile en 1814, queriendo liquidar los sueños de
Independencia. No pudieron impedir que el Ejército
Libertador cruzara los Andes y los expulsara del poder. Nuestros
“ejércitos libertadores” no esperan al otro lado de la cordillera: se
encuentran adentro de las aspiraciones de millones de chilenos que no van a
permitir que este virus bloquee la posibilidad de derrotar la epidemia de la
pobreza, de la injusticia, de la mentira, de la represión cotidiana. De
hecho, este virus maligno ha desnudado con más nitidez la desigualdad que
reina en un país donde algunos toman helicópteros para escapar del
confinamiento para visitar sus mansiones en la costa (y siguen ganando plata a
raudales) y otros se hacinan en condiciones precarias ( sin obtener la ayuda
económica y social que requieren para atravesar la crisis), un país donde los
más ricos reciben la mejor atención médica y los menos afortunados sufren de
las eternas fallas de un sistema sanitario defectuoso. Un país donde la
corrupción sigue y los nostálgicos del pinochetismo trataron de utilizar
una ley que soltaba a algunos presos de menor gravedad penal (un modo de
aminorar la población carcelaria) para amnistiar a los secuaces de la dictadura
que están condenados por crímenes contra la humanidad, tortura, ejecuciones,
desapariciones. ¡Quieren abrir los malls ahora mismo, pero no los centros de
votación en seis meses más! ¿Cuáles son tus expectativas en este
aspecto?
-Espero que la indignación no disminuya cuando salgamos de esta
emergencia. Pero también espero que los
que han protestado con mayor valentía y vehemencia en el pasado reciente
reconozcan ahora que existe un rol para el Estado y las instituciones en
la gestión de un país y que ese rol va a seguir siendo necesario durante el
largo proceso de profundización de nuestra democracia. Chile ha ido
demostrando, al confrontar los desafíos que trajo la pandemia, disciplina,
solidaridad, madurez, paciencia, tolerancia, que nos van a ayudar mucho en
los meses venideros para retomar la lucha por un mundo mejor. No hay, sin
embargo, que ignorar que el miedo por el que se ha pasado, la extenuación que
resulta de la lucha contra la enfermedad, el deseo de un retorno a la
“normalidad”, las urgencias brutales de tantos que han perdido el empleo o
sus pequeños negocios, generen aspiraciones regresivas en vastos sectores
temerosos de la población. Y como en toda América Latina (véase el éxito de
Fernández en Argentina y el descalabro de Bolsonaro en Brasil), mucho depende
del liderazgo y la claridad que van a ser indispensables para salir más fuertes
de este momento tan duro y letal.
- ¿Ninguna
posibilidad de instalarte en Chile a mediano plazo?
-Me
parece difícil. Tenemos en USA una base muy estable, con
hijos y nietas que viven ahí, y con parte de la familia en nuestro barrio.
Tenemos, además, un buen plan de salud
(lo que, a nuestra edad, ¡vaya si importa, como todo Chile sabe y más
todavía en estos tiempos de pandemia!), una infraestructura de apoyo en Duke,
y contactos y proyectos. Para ser franco, tuve que hacerme una vida
profesional por esos lados. Lo logré, se me aprecia, y acá en Chile ya
es muy tarde para empezar a construir una vida alternativa. Eso no significa
que he dejado de sentirme chileno. Puedo estar físicamente lejos de Chile,
pero el país, ahora más que nunca, me sigue entregando inspiración y alegría,
nostalgia y esperanza y frustraciones. Aunque creo que mi verdadera
identidad es ser latinoamericano, un miembro de “Nuestra
América”, de que habló Martí, nombre
que acuñó, por lo demás, en Estados Unidos, país que contiene hoy más
compatriotas de origen latino entre su población (sobre los 60 millones
de personas) que muchas naciones latinoamericanas y más que España
misma.
¿Cómo nació Allegro, tu última novela? ¿Hubo algún episodio o disparador
particular que te motivó a emprender una novela con un jovencísimo Mozart
devenido en detective?
-Hay
orígenes lejanos de esta novela y uno, más contemporáneo, que me permitió darle
forma. Los lejanos: la presencia constante, desde mis cinco años, de Mozart
como mago y acompañante de muchas alegrías y algunas penas; y, ya mayor, la
infamante representación en la obra teatral y filme, Amadeus,
donde me fascinó la figura de Salieri y me indignó el modo de maltratar
a mi compositor favorito como un imbécil e irresponsable. Comencé a pensar que
sería un acto de justicia rescatarlo. Lo que se hizo factible cuando hace un
par de años supe, para mi estupefacción, de un tal oculista que cegó a Bach
y Haendel y me pregunté qué pasaría si a Mozart se le encargara, con
los nueve años recién cumplidos en Londres, develar el misterio detrás
de la muerte de esos dos gigantes de la música. Era una oportunidad
para desplegar a un Wolfgang detectivesco, intrépido, travieso, trabajador,
vanidosillo, solitario y ávido de compañía, generoso y compasivo, y de ahí,
seguir la aventura en París antes de la revolución y, finalmente, en
Leipzig dos años antes de su muerte en un desenlace que espero sea
sorprendente y emotivo.
-La voz
de Mozart en la novela -maduro, perspicaz, inteligente– recuerda un poco a la
de Aniceto Hevia en Hijo de Ladrón. La diferencia, claro, es que Mozart era un
genio, entonces que se exprese en esa forma tan analítica, tan “avanzada para
su edad”, es adecuada. ¿Hubo algún esfuerzo o desafío en darle voz? Porque es
imposible que alguien como él se expresara como un niño, considerando que a los
4 años ya componía obras completas.
-Por
mucho que uno sepa hacia dónde va el argumento de una obra de ficción, si no
dispones de la voz del narrador (o narradora), es inútil darle comienzo. Hasta
que pude oír muy adentro mío a Mozart (o al que inventé) no pude lanzarme a
escribir. La dificultad era encontrar palabras que ese genio podría
haber pronunciado pero que no parecieran arcaicas o atildadas como tanto
castellano de la época decadente de España, y tomando en cuenta que él
hubiera contado sus peripecias en su alemán materno (o por ahí en francés o
italiano). Había que tramar un Mozart que, a la vez que observador
minucioso, fuera capaz de tomar vuelo y distancia, como en… uno de sus
divertimentos. Y me encanta la comparación con Aniceto Hevia, uno de mis
personajes favoritos, transandino y chileno como soy yo. Y, pensándolo
bien, Mozart también tiene una herida en el centro de su alma.
¡Qué
personaje extraño este Taylor! Utilizas hechos reales para friccionar un caso
insólito de la música. Nunca había leído sobre este extraño oculista que dejó
ciegos a Bach y Haendel. Eso ya vuelve el libro un material extraordinario...
-Todo lo
que escribo sobre Taylor es fehacientemente cierto, apoyado en tres volúmenes
de sus memorias semi-picarescas y repletas de mentiras y jactancias eróticas y
políticas. Y realicé mucha investigación de archivo. Es una constante
en mi literatura, por lo demás, trabajar textos que se apoyan en hechos
históricos. En americanos me centré en los años en
que California (donde merodeaba el mítico bandido Murieta) deja
de ser una provincia de México y pasa, a la fuerza, a formar parte del
creciente imperio norteamericano, un proceso atestiguado por el protagonista
que es un ficticio ahijado de O’Higgins que vivió las glorias y terrores
de la Independencia en Chile y las consecuencias del uso de la
violencia. Y tuve que leer mucho sobre los nazis en París antes y después de la
Segunda Guerra Mundial para la novela Konfidenz y una obra teatral, Adiós Picasso (que
se centra en el gran pintor durante la ocupación hitleriana de Francia).
En Apariciones, una novela que me sacará FCE a fines del 2020,
enfoco los zoológicos humanos del siglo XIX, para contar la historia
contemporánea de un joven de Boston cuyas fotos son invadidas por un aborigen
de incierto origen. Pero Allegro es la primera novela en
que todos los personajes son reales y ninguno inventado.
-El libro
es entretenido, misterioso, nos sumerge en una época no tan lejana del todo,
pero con otros códigos también. Yo creo que encajaría perfecto en el "plan
lector", libros que por su valor adquieren bibliotecas escolares de Chile.
A partir de lo mismo, ¿cuál fue tu principal desafío a la hora de
estructurar Allegro?
-Lo
más complicado, como en toda novela de detective, era armar la trama de manera
que el investigador no supiera hasta el final la respuesta al misterio. Y
si la novela vale, el verdadero misterio a descifrar es el alma secreta del
detective que, en realidad, se ha estado buscando a sí mismo, estructura de la
primera obra de misterio de Occidente, Edipo Rey. Mozart
termina descubriendo algo sobre sí mismo (y sobre la amistad y la muerte) que
siempre había estado buscando, “algo que me salvara, un signo, una señal,
así de perdido estaba” (las palabras iniciales de Allegro).
Y me costó darme cuenta (yo también en busca de ese signo) de que sería, como
en tantas de mis obras, una mujer olvidada, pisoteada, borrada de la historia,
la que entregaría la clave. Es una constante en mi literatura: una mujer
marginada que se rebela y nos fuerza a reinterpretar el mundo. Ocurre en Viudas,
en Mascara, en Konfidenz, en Terapia,
en muchos de mis cuentos y obras teatrales.
-Sos un melómano, has escrito piezas musicales. ¿Tuviste de todos modos que
hacer una investigación previa a la hora de “componer” este libro?
-En
efecto, llevo escritas dos óperas (una adaptación en verso de La Muerte
y la Doncella, ya estrenada en Suecia, y Naciketa,
basada en un cuento de las Upanishads, que abriremos en
junio del 2021 en el Queen Elizabeth Hall en el Southbank de Londres y
finalista para el prestigioso premio Fedora) y una musical
ecológica, Dancing Shadows, con Eric Woolfson del Alan
Parsons Project (ya estrenada en Corea del Sur, ganadora de seis
premios allá equivalentes al Tony), de manera que ya me había adentrado en la
colaboración con compositores, ¡tal vez preparándome para hacerlo con uno
muerto! Uno de los placeres de escribir este libro fue escuchar, junto a mi
mujer y perenne compañera Angélica, cantidad de obras desconocidas de estos
grandes, incluido el descubrimiento del excepcional Abel, al que casi
nadie conoce. Yo ponía un CD y le preguntaba a Angélica, ¿te
parece para tal pasaje? Y ella decía que sí o que no, y seguíamos en las
ofrendas musicales. Lo que se hizo más interesante cuando decidí convertir la
novela en obra teatral (todavía no se estrena), donde la música es un elemento
escénico esencial.
-Llama la
atención tu amor incondicional por Chile, pudiendo haberte asumido como
argentino o estadounidense y olvidarte de este país, tan esquivo, tan difícil,
casi como un amor no completamente correspondido. ¿Qué es lo que ves en Chile
que siempre estás pensando en él?
-Cuando
llegué a Chile en 1954, era yo un niño argentino de doce años enamorado de los
EE.UU. donde había pasado la mayor parte de mi vida. Hablaba solamente inglés
y poco sabía de América Latina. Chile me convirtió en otro, en la
persona que hoy responde estas preguntas. Gracias a Chile tengo una
extraordinaria compañera, Angélica, con quien estoy casado hace más de
cinco décadas. Gracias a Chile tengo este idioma, y familia y amigos
entrañables y recuerdos imperecederos y un ancla dentro de mis múltiples y
sobrepuestas identidades. Pero lo que me dio Chile fue, principalmente,
la revolución de Allende y la esperanza de que
un pueblo puede enfrentar y cambiar la injusticia por medios pacíficos, la
certeza de que el mundo no tiene por qué seguir siempre de la manera en que lo
encontramos al nacer. Esta certeza se mantuvo y ahondó durante la lucha contra
la dictadura y no la perdí por mucho que la transición a la democracia me
produjera un desencanto que terminó alejándome a mí y a mi familia de Chile.
Pese a la distancia física, el país y su destino me siguen fascinando. No creo,
sin embargo, que sea un amor incondicional, al menos que entendamos (como yo a
veces lo hago) que el amor no excluye la posibilidad de ser altamente crítico
con las imperfecciones de la nación amada. Basta con leer La Nana y
el Iceberg, mi novela picaresca-erótica-detectivesca, donde, a partir
de una amenaza (ficticia) de que alguien quiere hacer explotar el iceberg
llevado a Sevilla por un Chile supuestamente ultra-moderno (aunque preso de
subdesarrollos múltiples), no dejé títere con cabeza. Nadie es profeta en su tierra,
pero es la obra mía que más lamento que no haya tenido resonancia alguna en el
país, ya que ahí se encuentran las claves de lo que iba a llevar al estallido social del 2019. Lo que sí es destacable es que,
en Argentina, la tierra de mi nacimiento, se me trata con un cariño y un
respeto que me conmocionan. En los momentos en que la crítica en Chile
me ignoraba, Página/12 sacaba cinco libros míos para venta
masiva en la calle como parte de la “Biblioteca Dorfman”. Esta misma entrevista encuentra una acogida en Buenos Aires
que no tuvo en Santiago.
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