---Hay,
en las izquierdas mundiales, una suerte de tango spinoziano. Me refiero a esa
idea del filósofo holandés Baruch Spinoza (1632-1677) en torno al pensamiento
triste. Todo es un desastre, todos es negro, escuro, nos van a someter otra
vez. Las izquierdas están en un papel defensivo y no de afirmación, de
reconstrucción de nuevos paradigmas. Ha habido textos que remiten más a la
paranoia que a la reflexión constructiva. Pienso en Giorgio Gamben o (Slavoj)
Zizek.
---Hay
formas diferentes de tener una posición defensiva. Están las cuestiones
esenciales sobre los Derechos Humanos y las medidas excepcionales adoptadas
durante la pandemia. Creo que un pensamiento de izquierda debería ser razonable
y plantear que, bajo ciertas condiciones, las medidas excepcionales pueden
aceptarse. Un pensamiento de izquierda debe velar para que esas medidas
excepcionales no se conviertan en permanentes, en instrumentos ordinarios de
las democracias. Ya sabemos que el poder siempre cae en la tentación de
prolongar esas medidas. Este es el primer punto. El segundo, efectivamente, es
toda esa gente que, a la izquierda, se va hacia pensamientos extremos. He leído
cosas increíbles. Hay un texto del filósofo Giorgio Agamben donde más o menos decía
que el virus fue inventado para desplegar dispositivos de control social. ¡ Es
un poco excesivo ! Luego está la otra dimensión: la desconfianza, la sospecha
según la cual todo lo que hace el poder es negativo. Hay que reconocer en
primer lugar que, en este momento, el poder está desbordado. El poder está
pagando el precio de años y años de falta de preparación y despreocupación. El
tercer lugar, nos damos cuenta de que ha habido porciones enteras de la
población que fueron olvidadas. Los obreros, por ejemplo, un sector que, en
Francia, la extrema derecha de Marine Le Pen percibió muy bien cómo podía sacar
provecho de ese olvido. Pero con la pandemia hemos descubierto otras categorías
olvidadas: los ancianos que están muriendo en asilos, los enfermos mentales que
hoy están en condiciones terribles, la gente muy pobre, a quien el ex
presidente socialista François Hollande llamaba “los sin dientes”. También
están los prisioneros, y luego, luego, esas profesiones mal remuneradas e
indispensables. La cajera del supermercado, el repartidor, las personas que
recogen la basura. Todos fueron calificados de héroes. Hay categorías sociales
enteras que han reaparecido. Una crisis como esta torna visible aquello de lo
cual no se hablaba. Por eso es complejo construir un nuevo pensamiento. Pero
vuelvo a esa izquierda deprimida de la que usted hablaba. Mire, esas izquierdas
son los sobresaltos contemporáneos de lo que queda de la gran época del
estructuralismo.
/////
Nuestro
sentimiento de haber ingresado en la historia es provocado por un fenómeno
natural."
***
SOCIÓLOGO: MICHEL WIEVIORKA: "EN ESTE MOMENTO, EL PODER ESTÁ
DESBORDADO".
Habla el reconocido sociólogo de la Escuela de Altos Estudios de
Ciencias Sociales de París.
*****
No
son las ideas las que faltan, sino las figuras, los líderes y los actores
políticos con suficiente legitimidad y credibilidad como para llevarlas a cabo,
constata el intelectual francés.
Eduardo
Febbro.
Página/
domingo 3 de mayo del 2020.
Desde
París. Conquistar un mundo que se tambalea o
resignarse a que vuelva a ser como antes, más allá de los micro
comportamientos que la pandemia inculcará en nuestras conductas: estos son
algunos de los enigmas y tentaciones que la pandemia del coronavirus no deja de
proponer cada día. Lo primero, asegura el sociólogo
francés Michel Wieviorka, depende de una democracia de combate, y
no de una revolución. Reconocido internacionalmente por su enfoque en
torno a la globalización y las construcciones
individuales, a la preminencia del sujeto, y por sus trabajos sociológicos que,
antes que otros, tomaron en cuenta los movimientos sociales, el racismo, la
violencia o el antisemitismo, Michel Wieviorka es uno de los intelectuales que más intervienen hoy
en el debate público para pensar el mundo del después. No lo hace con esa
deprimente narrativa que atraviesa la prosa de algunos papas de la izquierda
mundial, sino desde el lugar de la necesidad, es decir, de la acción. Michel Wieviorka constata que no son las ideas las que
faltan, sino las figuras, los líderes y los actores políticos con suficiente
legitimidad y credibilidad como para llevarlas a cabo. Director del Centro de
Análisis e Intervención Sociológicos en la Escuela
de Altos Estudios de Ciencias Sociales y
al frente de la Fundación Maison des Sciences de l’Homme, el sociólogo francés ha publicado una obra muy
abundante (unos 30 libros). En español se destacan: Racismo: una
introducción (Gedisa): Una sociología para el siglo XXI (Editorial
UOC, junto a María Luisa Menéndez Orcajo): La Violencia (Prometeo
libros): El Antisemitismo explicado a los jóvenes (Cyan Proyectos
Editoriales): La primavera de la política (La Vanguardia Ediciones):
Otro mundo Discrepancias, sorpresas y derivas en la antimundialización (Fondo
de Cultura Económica).
En esta
entrevista con Página/12 realizada en París, Michel Wieviorka analiza
la pandemia, el momento y las condiciones en que sorprendió al mundo, el
desafío que confronta al poder con varias temporalidades y la atractiva
excitación de un mundo cambiado para el futuro.
---El
mundo pasó de un formateo económico-tecno-político a una urgencia médica y
científica, es decir, a la urgencia de la razón.
---Efectivamente,
esto ha sido así, pero ello no quiere decir que los pensamientos irracionales
van a desaparecer bajo su forma religiosa o sectaria. Por consiguiente, la
religión es un factor importante de irracionalidad. También está el egoísmo, la
concentración sobre nosotros mismos, el no respeto de las normas colectivas
adoptadas contra la propagación de virus. Ello no le resta legitimidad a lo que
ha realmente ocurrido: con la ciencia, y a través de ella la medicina, la razón
encontró un eco positivo. Se trata de un cambio muy importante porque en el
momento en que se habla mucho sobre la crítica de la globalización y la
necesidad de desglobalizar, la ciencia funciona de forma totalmente
globalizada. Por consiguiente, la globalización puede ser positivamente
científica y, de allí, constatar que la razón puede ser igualmente global.
Ahora bien, si bien es cierto que la razón ha progresado, al mismo tiempo
seguimos asistiendo a la emergencia de fenómenos irracionales: la búsqueda de
culpables, de chivos expiatorios, de explicaciones maléficas sobre la pandemia,
de rumores de toda índole, de explicaciones delirantes sobre los orígenes del
virus. También hay racismo, xenofobia, antisemitismo. Entonces, no sólo la
razón prospera en una situación como esta. Le diría muy brevemente: lo mejor
será mejor y lo peor será aún peor.
---Usted
propuso hace poco una idea muy potente: en los cuatro puntos cardinales hemos
descubierto colectivamente qué significa estar en la historia.
---Si
miramos un país como Francia, a lo largo de la primera mitad del Siglo XX
Francia atravesó enormes episodios históricos: Primera Guerra Mundial, la gran
crisis, Segunda Guerra Mundial, la descolonización, Indochina y la Guerra de
Argelia. Francia estaba entonces en la historia, eran sus guerras. Luego se
produjo otro acontecimiento histórico que fue mayo del 68. Y luego, nada más.
Desde hace ya 52 años, Francia es un país que salió de la historia. Es decir:
tenemos un ejército, hay una diplomacia, vemos que el mundo cambia, que la
Guerra Fría se terminó, etc, etc. Pero no tenemos más el sentimiento de lo
trágico de la historia, no estuvimos confrontados a problemas de vida o muerte
tan masivos. Y de pronto, con esta epidemia, nos vemos empujados a la tragedia,
a la urgencia de la acción, al azoramiento, a la incertidumbre y el miedo. Y
ello a nivel mundial. Esta epidemia es muy interesante porque no es un fenómeno
propiamente humano, no es como una guerra o el terrorismo donde hay personas
que deciden poner bombas o hacerse volar con explosivos. Se trata de un
fenómeno natural dentro del cual, desde luego, hay factores humanos que intervienen
y hacen las cosas más terribles. Nuestro sentimiento de haber ingresado en la
historia es provocado por un fenómeno natural.
---De
alguna manera, al mundo desarrollado le tocó vivir lo que viven tantas y tantas
veces los países del Sur, es decir, la confrontación con las tragedias
colectivas.
---Sí, y
diría que Occidente no se había dado cuenta hasta ahora de toda la felicidad de
la que gozaba. Hasta ahora mirábamos cómo el Sur ingresaba en momentos tensos,
veíamos cómo los flujos de migrantes llegaban a Europa de África o de Medio
Oriente. Sólo mirábamos. En Occidente teníamos el sentimiento de que estábamos
fuera de los grandes dramas y tragedias. Y de pronto, frente a la epidemia, que
uno sea rico o pobre, joven o viejo, si el virus nos contagia no hay nada que
hacer. Las diferencias entre el Norte o el Sur se han vuelto hoy menos
radicales.
Michel Wieviorka. No
son las ideas las que faltan, sino las figuras, los líderes y los actores
políticos con suficiente legitimidad y credibilidad como para llevarlas a cabo,
constata el intelectual francés.
***
---Se da
igualmente un fenómeno de tiempos urgentes cortos que se entrechocan entre si y
dejan la sensación de que nadie sabe nada, que nadie gobierna como es debido.
---La
acción no está sincronizada. Estamos en temporalidades múltiples. Un
responsable político está obligado a actuar y a decir cada día lo que está
haciendo: confinar a la población, comprar máscaras, alcohol, organizar el
sistema sanitario, la economía. Son decisiones que se toman hora tras hora, a
flujo tenido, inmediatamente. Pero también sabemos que es preciso reflexionar
sobre la forma en que se va a salir de la epidemia. Se trata de temporalidades
diferentes. Hay que reflexionar sobre la metodología del desconfinamiento para
poder vivir más o menos normalmente. Esta es otra temporalidad. Luego están las
cuestiones económicas y la posibilidad de que se produzca una recesión durante
varios años. Este es otro ejemplo de temporalidad, pero no inmediata, sino a
mediano plazo. Y al fin, quienes conocen muy bien el impacto de las pandemias
en la historia de la humanidad sabe perfectamente que esto se prolongará
durante décadas, que va a modificar la cultura, nuestra relación con la
naturaleza, nuestro funcionamiento intelectual, nuestras concepciones
geopolíticas. Tenemos, por consiguiente, varias irrupciones de temporalidad,
así como varias historicidades. Estamos obligados a mirar lo inmediato, el
corto plazo, el término medio y el largo plazo, y ello con una reflexión
coherente donde cada momento requiere una reflexión distinta.
---La
izquierda y su optimismo esperanzado ha decretado el fin del liberalismo. Nada,
aún, demuestra que sea así. ¿Usted cree que el retorno del Estado que acarreó
esta crisis desembocará en el fin del liberalismo de corte tatcherista que
reina desde finales de los años 70? (Margaret Thatcher, ex primera ministra
ultraliberal de Gran Bretaña entre 1975-1990.)
---Por el
momento diría que está en curso una transformación de las ideas, lo que no
quiere decir que las prácticas concretas se transformarán rápidamente. No lo
podemos prever. Lo que sí está clarísimo es lo siguiente: asistimos al quiebre
ideológico del neo liberalismo. Margaret Thatcher fue la apertura económica, la
circulación del dinero, de las mercaderías. Fue, en suma, una ventana abierta
hacia la globalización. El mundo se plantea ahora si acaso no hacen falta
Estados más fuertes, más redistributivos, con mayor intervención en las
políticas económicas y más capacidad para imponerse ante el mundo de las
finanzas y del dinero. Es una reflexión muy clara, tanto como la que se da en
muchas partes del mundo sobre la necesidad de pensar en la reindustrialización
de los países. Hemos descubierto no sólo que China es una gran potencia, sino
que China ejerce un control sobre el mundo, que el mundo entero es dependiente
de China. Esto es mucho más que saber que China era una gran potencia. Miré lo
que pasó con las máscaras, cuya fabricación se hace en lo esencial en China.
Por eso se habla hoy de reindustrializar nuestras sociedades occidentales. Y no
es todo: hemos también descubierto que, si en los Estados Unidos el Estado no
se ocupa de la salud, la situación se vuelve catastrófica. Como se puede ver,
estamos pensando de otra forma, tanto más cuanto que se ha descubierto
igualmente hasta qué punto estamos en un mundo digital. Hemos entrado
completamente en la era digital. Hace 20 años, la misma experiencia epidémica
no habría dado los mismos resultados. Hoy estamos ultra conectados, trabajamos
desde casa, nos comunicamos y nos vemos desde nuestras casas, los útiles
digitales permiten realizar muchas cosas. Incluso si las economías están
paralizadas, las prácticas digitales aportan algo para resistir. Son los mismos
útiles digitales que se utilizarán mañana para trazar la epidemia, etc, etc.
Hemos ingresado a toda velocidad en un nuevo universo.
---Su
último libro se llama "Una democracia de Combate". El enunciado no
puede ser más actual porque, como usted lo dice, estos cambios y otros tantos
más no se lograrán sin un combate. Usted plantea que la salida de una
catástrofe depende de la reflexión que se llevó a cabo durante la catástrofe.
Sobre todo, en la izquierda, nada parece estar muy preparado.
---Estamos
en una fase de descomposición de los sistemas políticos de antaño en todo el
mundo. Las izquierdas y las derechas clásicas están, en todas partes,
descalificadas y debilitadas. Ello acarrea sea fenómenos populistas de extrema
derecha, sea fenómenos un poco surrealistas como los que tenemos en Francia con
Emmanuel Macron, o sea, una suerte de populismo de centro. Este es el punto de
partida. En una situación como la actual, no puede haber una preparación del
porvenir porque no hay fuerzas positivas constituidas más allá de los extremos
y de aquellos que rehúsan la mediación. No son las ideas las que nos faltan ¡ideas
tenemos muchas! El pensamiento de las izquierdas son una conjugación del
pensamiento ecologista y social. Sabemos lo que queremos hacer, pero carecemos
del personal para llevarlo a cabo, de las organizaciones, de un planteo sobre
cómo realizar la acción política. Nos falta confianza en los actores políticos
y líderes. ¡Nos falta de todo! Los actores de la izquierda están comprometidos
con el neo liberalismo mediante esa idea según la cual se debe administrar
correctamente, que lo más importante es la buena gestión. Esos pensamientos de
cierta izquierda se desconectaron de las expectativas sociales. Y cuando no
optaron por este modelo terminaron radicalizándose y aportaron respuestas
populistas. La pregunta es la siguiente: ¿acaso es posible reconstituir no sólo
un pensamiento de izquierda sino un pensamiento político con actores políticos
y organizaciones políticas? Por el momento no lo veo.
---Hay,
en las izquierdas mundiales, una suerte de tango spinoziano. Me refiero a esa
idea del filósofo holandés Baruch Spinoza (1632-1677) en torno al pensamiento
triste. Todo es un desastre, todos es negro, escuro, nos van a someter otra
vez. Las izquierdas están en un papel defensivo y no de afirmación, de
reconstrucción de nuevos paradigmas. Ha habido textos que remiten más a la
paranoia que a la reflexión constructiva. Pienso en Giorgio Gamben o (Slavoj)
Zizek.
---Hay
formas diferentes de tener una posición defensiva. Están las cuestiones
esenciales sobre los Derechos Humanos y las medidas excepcionales adoptadas
durante la pandemia. Creo que un pensamiento de izquierda debería ser razonable
y plantear que, bajo ciertas condiciones, las medidas excepcionales pueden
aceptarse. Un pensamiento de izquierda debe velar para que esas medidas
excepcionales no se conviertan en permanentes, en instrumentos ordinarios de
las democracias. Ya sabemos que el poder siempre cae en la tentación de
prolongar esas medidas. Este es el primer punto. El segundo, efectivamente, es
toda esa gente que, a la izquierda, se va hacia pensamientos extremos. He leído
cosas increíbles. Hay un texto del filósofo Giorgio Agamben donde más o menos decía
que el virus fue inventado para desplegar dispositivos de control social. ¡ Es
un poco excesivo ! Luego está la otra dimensión: la desconfianza, la sospecha
según la cual todo lo que hace el poder es negativo. Hay que reconocer en
primer lugar que, en este momento, el poder está desbordado. En segundo lugar, el poder está
pagando el precio de años y años de falta de preparación y despreocupación. El
tercer lugar, nos damos cuenta de que ha habido porciones enteras de la
población que fueron olvidadas. Los obreros, por ejemplo, un sector que, en
Francia, la extrema derecha de Marine Le Pen percibió muy bien cómo podía sacar
provecho de ese olvido. Pero con la pandemia hemos descubierto otras categorías
olvidadas: los ancianos que están muriendo en asilos, los enfermos mentales que
hoy están en condiciones terribles, la gente muy pobre, a quien el ex
presidente socialista François Hollande llamaba “los sin dientes”. También
están los prisioneros, y luego, luego, esas profesiones mal remuneradas e
indispensables. La cajera del supermercado, el repartidor, las personas que
recogen la basura. Todos fueron calificados de héroes. Hay categorías sociales
enteras que han reaparecido. Una crisis como esta torna visible aquello de lo
cual no se hablaba. Por eso es complejo construir un nuevo pensamiento. Pero
vuelvo a esa izquierda deprimida de la que usted hablaba. Mire, esas izquierdas
son los sobresaltos contemporáneos de lo que queda de la gran época del
estructuralismo.
---¿Usted
sugiere que no se trascendieron y se quedaron encerrados en la negación del
sujeto como actor de la historia?
---Hasta
finales de los años 70 vivimos bajo la dominación intelectual de pensamientos
que, de una u otra manera, nos decían que la acción carecía de sentido, que el
sujeto no tenía ninguna importancia porque existen instancias, aparatos,
estructuras, mecanismos abstractos que rigen el mundo. Ese tipo de pensamientos
son pensamientos que niegan la acción, que niegan al sujeto. Se trata de
pensamientos que no nos dejan ninguna esperanza. Yo los combato porque pienso
que la democracia es lo contrario de lo que plantean estos pensamientos. La
democracia es la capacidad de transformar el mundo y la sociedad a partir del
debate, del conflicto institucionalizado, de la negociación, de la representación
política. Frente a esto persiste un pensamiento de izquierda que sigue diciendo
que todo esto no sirve para nada, que las fuerzas de la dominación estructural
son considerables, que la violencia simbólica del poder es tan fuerte que nada
cambiará. No descalificó al pensamiento estructuralista, pero hablo de su mayor
defecto para estos tiempos. Por ello creo que lo que está en juego ahora,
para que el mundo cambie, es la acción y el combate democrático. De lo
contrario, nada cambiará por si solo.
efebbro@pagina12.com.ar
*****
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