“La opresión política y cultural del neocolonialismo. A las demandas de creciente
autonomía y multilateralismo, los poderes imperialistas que gobernaron el
mundo durante los últimos cinco siglos, oponen sus apetencias neocoloniales.
Los vástagos estadounidenses del extendido imperio inglés y una Europa
militarmente ocupada se asocian en el intento de reconquistar lo que les
permitió una posición ventajosa: esquilmar impiadosamente las riquezas de los
pueblos del Sur global.
Sin
embargo, los pueblos vejados, luego de su independencia e interminables guerras
fomentadas por el Norte, han aumentado su potencia y reclaman la
reformulación del statu quo global. En los estertores del Viejo
sistema-mundo, el desafío es punzante y vigente: el Sur exige
reparación histórica y nivelación de condiciones de vida con el Norte,
mientras que el Este inclina la balanza de un planeta dominado por Occidente. El conflicto se desarrolla en el campo
económico, científico y militar, pero es mucho más profundo. Se trata de quebrar la hegemonía cultural que ha forzado a
las mayorías mundiales a ser extraños de sí mismos”.
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FRENTE A LAS PANDEMIAS
ESTRUCTURALES, NADA MÁS NOCIVO QUE “LAVARSE LAS MANOS”.
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Javier Tolcachier | 12-05-2020
|Opinión.
Rebelión
martes 12 de mayo.
La
protesta indignada de millones de seres humanos contra los abusos de un sistema
inhumano dio paso en pocas semanas al vaciamiento obligado de las calles ante
el peligro de contagio masivo. El enérgico reclamo social fue tibiamente
reemplazado por cacerolazos esporádicos, reivindicación digital, reuniones en
línea. El activismo fue dedicado a la solidaridad con las personas más
expuestas y con los sectores castigados por el recrudecimiento de la pobreza y
el hambre.
El
cambio es posible y depende de la acción humana.
Silo
(Cartas a mis amigos)
La
pandemia expuso, de manera irrefutable, el abismo al que el capitalismo en su
variante financiarizada y neoliberal condujo a la sociedad humana. Pero también
fue funcional coyunturalmente a la continuidad de regímenes golpistas, a la
postergación de transformaciones políticas y al aumento del control social y la
vigilancia electrónica.
Mientras
un funesto conteo de muertos y enfermos por el COVID-19 – cuyo epicentro son
los centros de poder- llena la primera plana de la mediática mundial, no sucede
lo mismo con las plagas estructurales, por las que millones sufren y mueren a
diario en los muy anchos márgenes del mundo.
Las plagas actuales y futuras
Si
por un instante se corre el velo de la necesidad de evitar una mayor tragedia
sanitaria y se observa en qué situación está la humanidad, queda más que claro
cuáles son las “otras” medidas de prevención y atención que deben tomarse, con
igual urgencia.
Aun
cuando el desglose facilita el detalle, la íntima relación que conjuga las
pandemias sociales de la actualidad revela una estructura sistémica a superar.
Es el sistema el que ya no sirve.
Hambre, miseria, desigualdad
Aun
cuando la progresiva conexión entre las realidades de todos los pueblos del mundo y
la concertación internacional en base a objetivos de desarrollo sostenible
(ODS) ha logrado reducir sustancialmente algunos indicadores, las estadísticas
actuales continúan siendo devastadoras.
A
nivel mundial, una de cada 10 personas está en la indigencia total, mientras 2
de cada diez está bajo la línea de la pobreza. Claro que con diferencias
enormes entre lugares. Mientras 43 de cada 100 seres humanos que viven en el
África Subsahariana mal subsisten con menos de 2 unidades de moneda
estadounidense – lamentable patrón aún en la estadística internacional – en los
países de la OCDE esta proporción es de apenas 0.7 por cada cien.
Un
cuarto de la humanidad trabaja por 3 monedas diarias y cuarenta y dos de cada
100 personas carecen de protección social (cobertura por enfermedad, pensión,
derecho a vacaciones, etc.).
El
hambre ha vuelto a crecer y continúa mordiendo a más de 820 millones de
personas mientras un número cercano a los 2000 millones padece inseguridad
alimentaria, según indica el más reciente informe de la FAO (2019).
La
mayoría de los países que exportan alimentos, ven crecer en sus propias
poblaciones el hambre y la inseguridad alimentaria.
En
las últimas cuatro décadas, señala el Informe sobre la Desigualdad Global
2018, el 1% de mayores
ingresos a escala global, recibió el doble de ingresos que el 50% más pobre. Esto se debe fundamentalmente al
traslado de la riqueza del dominio público (estatal) al dominio privado operada
por la ola neoliberal y la mega escala especulativa que hoy domina la economía
mundial.
Ambas,
en conjunto con la evasión de capital hacia guaridas fiscales, limitan la
capacidad de los Estados de nivelar la situación socioeconómica de sus
poblaciones.
En
Occidente el poder económico se halla acumulado en fondos de inversión, que
controlan a los grandes bancos y a miles de empresas multinacionales. El
fulgurante crecimiento en China (sin dudas el punto más dinámico de todo el
Oriente en términos económicos, pero de ningún modo el único) ha permitido que
641 millones de personas se incorporen a la clase media (y al mercado de
consumo global), colaborando con el descenso de la desigualdad mundial, pero
aumentando al mismo tiempo la clase millonaria. China tiene ahora 4.4 millones
de personas con un patrimonio superior al millón de dólares.
La
situación de hambre, miseria y desigualdad se verá recrudecida por la
retracción de la economía mundial producida por la crisis sistémica y la súbita
aparición del coronavirus.
Alrededor
de 500 millones de personas más podrían verse arrojadas a la pobreza,
señalan estimaciones de
la organización no gubernamental OXFAM. Por su parte, la OIT indica en su
reciente informe que
“las medidas de paralización total o parcial ya afectan a casi 2700 millones de
trabajadores, es decir: a alrededor del 81 por ciento de la fuerza de trabajo
mundial”. Tan sólo en el segundo trimestre de 2020 se perderían 195 millones de
empleos de tiempo completo mientras que la pandemia vírica “afecta a casi 1.600
millones de trabajadores de la economía informal y provoca una disminución del
60% de sus ingresos”, señala la organización.
Armamentismo y guerras
Al
mismo tiempo, el instituto sueco SIPRI informa que en 2019 el gasto
armamentista global alcanzó un nuevo nivel récord con un
crecimiento de 3.6% respecto a 2018, continuando la tendencia al
alza de los últimos años. El despilfarro bélico sumó 1917 millones de millones
de dólares o sea 60800 dólares por segundo.
A la
cabeza de este desatino, como desde hace décadas, los Estados Unidos concentran
un 38%, mientras que China ya gasta un 14% del total. En 2018 las acciones
bélicas continuaron en 27 conflictos, la mayor parte de los cuales se sitúan en
el África Subsahariana (11), Medio Oriente (7) y el Sudeste asiático (7),
precisamente en las regiones en las que la miseria y la desigualdad hacen
estragos.
Treintaiséis
naciones ya han ratificado el Tratado vinculante de Prohibición de Armas
Nucleares firmado en 2017 (de cincuenta necesarias para su entrada en vigor),
mientras que Estados Unidos y Rusia, que poseen el 90% del arsenal nuclear,
continúan con “extensos y costosos programas para sustituir y modernizar sus
ojivas nucleares y sistemas vectores aéreos y balísticos, así como las
instalaciones de producción de armas nucleares.”- según consigna el SIPRI. El
contrasentido de pretender detener la catástrofe sanitaria mientras la
humanidad continúa amenazada con su total destrucción por la posibilidad de una
guerra termonuclear terminal, convierte a la actual gobernanza mundial en una
peligrosa banda criminal.
Violencias, exclusiones, discriminación
Las
diversas formas de violencia continúan asolando a la sociedad humana.
A
los avances indetenibles del género femenino (aumento de la edad de casamiento,
mayor reconocimiento social y legal de diversas formas de pareja, decrecimiento
del número de hijos, mayor libertad para elegir sobre la maternidad – si tener,
cuándo y cuántos hijos-, mayor autonomía económica, paridad educacional, entre
otros indicadores), el sistema patriarcal reacciona con múltiples violencias.
Desde
el asesinato, la violación, el acoso, la explotación económica, la exclusión
educativa y laboral, la segregación en las decisiones, la falta de
reconocimiento de las labores de cuidado, las mujeres enfrentan en pleno siglo
XXI todavía un escenario cotidiano plagado de agresiones.
Además
de las pandemias de siglos de exclusión social y agresión contras las mujeres,
la discriminación y persecución étnica, religiosa y generacional, el discurso
de odio, la represión y la manipulación mediática continúan constituyendo un
repertorio repugnante de violación a los derechos humanos.
La opresión política y cultural del
neocolonialismo
A
las demandas de creciente autonomía y multilateralismo, los poderes
imperialistas que gobernaron el mundo durante los últimos cinco siglos, oponen
sus apetencias neocoloniales. Los vástagos estadounidenses del extendido
imperio inglés y una Europa militarmente ocupada se asocian en el intento de
reconquistar lo que les permitió una posición ventajosa: esquilmar
impiadosamente las riquezas de los pueblos del Sur global.
Sin
embargo, los pueblos vejados, luego de su independencia e interminables guerras
fomentadas por el Norte, han aumentado su potencia y reclaman la reformulación
del statu quo global.
En
los estertores del Viejo sistema-mundo, el desafío es punzante y vigente: el
Sur exige reparación histórica y nivelación de condiciones de vida con el
Norte, mientras que el Este inclina la balanza de un planeta dominado por
Occidente.
El conflicto se desarrolla en el campo económico, científico y militar, pero es mucho más profundo. Se trata de quebrar la hegemonía cultural que ha forzado a las mayorías mundiales a ser extraños de sí mismos.
Tecnodictadura corporativa
La
aparición de la corona virus ha evidenciado y acelerado la tendencia hacia la
dependencia de la alta tecnología. Tecnología que se encuentra concentrada en
unos pocos conglomerados que absorben cualquier intento alternativo y ejercen
poder decisivo sobre las interacciones humanas en el ámbito virtual.
Las
fuentes de subsistencia, la educación, la alimentación, la salud, las
comunicaciones, la autodeterminación política, entre otros tantos campos, se
ven profundamente atravesados por el poder de las corporaciones digitales.
Lo
que podría constituir un avance enorme para la liberación humana, constituye en
la actualidad una nueva esclavización, una imposición de plataformas y
arquitecturas de comunicación que, en su diseño y modo de funcionamiento,
condicionan la vida desde un propósito de rédito inacabable.
Modificar esta tendencia hacia una tecno dictadura corporativa implicará la reversión de la esfera digital del dominio privado al dominio público, común y al derecho universal, para que el conocimiento, acumulación del esfuerzo humano durante milenios, vuelva en beneficio de todos.
Deterioro medioambiental
El
actual descenso de consumo y movilidad generado por la pandemia del Covid-19 ha
constituido un breve respiro medioambiental. Sin embargo, el insaciable buitre
del capital volverá sobre su presa ni bien culmine la fase transitoria de
prioridad pandémica. El “crecimiento” económico y la desigual distribución son
la esencia del sistema y también son los factores primordiales de la
destrucción ecológica.
La
invasión del espacio rural y silvestre, la expulsión de asentamientos humanos,
la irracional explotación de recursos escasos y no renovables, la polución del
aire y las aguas, la degradación del suelo, el aniquilamiento progresivo de
especies animales, el consumismo absurdo, son fenómenos que no desaparecerán
con la pandemia, sino con la transformación radical del modo de vida y
organización social, hoy asfixiado por el capitalismo y por un sistema de
valores anclado en la apropiación.
¿Qué haremos?
Los
fenómenos humanos no son mecánicos sino intencionales. Aun cuando la historia
muestra una forma espiralada en la que a cada surgimiento y desarrollo
corresponde una posterior decadencia y emergencia de un ciclo de calidad
superior, aun cuando el reemplazo generacional aporta continuamente nuevos
elementos a un paisaje humano establecido, pero a la vez dinámico, los
acontecimientos entre estas condiciones son producidos por las intenciones
humanas.
Por
lo demás, cada época tiene su matiz y sus momentos y comprenderlos y aprovecharlos
para la evolución es tarea de los conjuntos humanos.
La
humanidad se encuentra en un momento crítico, sin duda preexistente a la
expansión de la epidemia del coronavirus. Epidemia que atacó con mayor
intensidad a las naciones más poderosas y a las metrópolis populosas. Esta
crisis implica fracaso de la globalización neoliberal y un punto de inflexión
del sistema en su conjunto, pero también incertidumbre, reflexión y la
posibilidad de un nuevo momento revolucionario.
Las nuevas Revoluciones
En
el libro Cartas a mis Amigos, Silo señala “Debemos
distinguir entre proceso revolucionario y dirección revolucionaria. Desde
nuestra posición, se entiende al proceso revolucionario como un conjunto de
condiciones mecánicas generadas en el desarrollo del sistema” y
seguidamente “La orientación en
cuestión depende de la intención humana y escapa a la determinación de las
condiciones que origina el sistema.”
Las
condiciones propicias son innegables. Resta ver ante qué desafíos se encuentran
las intenciones e intentos de transformación.
Entre
las paradojas a resolver por las nuevas revoluciones está la necesidad de
unidad de las fuerzas evolutivas frente al evidente momento de ruptura de lazos
sociales mediado por una desestructuración general. Esta desestructuración
promueve la falta de cohesión y corroe las antiguas formas organizativas de
acumulación y acción.
Lo
mismo sucede con el reclamo por una mayor horizontalidad y paridad en las
decisiones – característico en una amplia franja de las nuevas generaciones y
sano precedente de una futura democracia real – frente a las urgencias de
orientación y coordinación que sienten los conjuntos humanos ante un futuro
incierto. A la luz de estas premisas, en apariencia encontradas, es preciso
analizar el rol de los liderazgos entendidos como concentradores de las
necesidades y aspiraciones de los pueblos.
Otro
tanto sucede con la ocupación de la institucionalidad vigente como forma de
“tomar el poder”, toda vez que ésta se halla en situación dependiente, vaciada
y carcomida por los poderes reales. Frente a este cuadro emerge la indignación
social masiva, cuya carencia de formas nuevas finalmente la condena a su canalización
– y devaluación- en el marco del viejo esquema.
Por
otra parte, la inminencia de un nuevo ciclo de la historia se enfrenta a la
desintegración del tejido social y la desorientación por los cambios veloces en
los que está inmersa la sociedad humana, los que se prestan como caldo de
cultivo para las corrientes regresivas, que se apoyan en el abandono, la
exclusión y la falta de sentido que experimentan millones de seres humanos.
Los
eventos de 2011, en los que multitudes avanzaron en marea reclamando nuevas
condiciones de vida en lugares como Túnez, España, Estados Unidos, Egipto o
Turquía, las masivas manifestaciones feministas, la multiplicación de huelgas y
protestas planetarias por acciones contundentes contra el deterioro
medioambiental han sido muestras inequívocas de un hastío mundializado y
simultáneo.
Mientras
estas marejadas surgieron de acciones sumamente localizadas, pero
simbólicamente potentes, los procesos políticos de cambio nacionales sirvieron
con anterioridad de faro que iluminó el camino a otros. Estas experiencias
cercanas permiten inferir que los efectos demostración, que los gestos y las
transformaciones que se operan en un punto poseen el potencial necesario para
implicar al resto.
¿Habrá
un núcleo poderoso de ideas y acción que pueda actuar de manera concentradora
de las mejores intenciones sin inhibir la vitalidad de lo diverso y a la vez
producir efectos demostración imprescindibles para guiar las acciones humanas
de manera planetaria?
Quizás
el Humanismo, en su sentido más amplio, podría estar llamado a tender los
puentes y actuar como foco convergente, en las ideas y en la acción. Un
humanismo que recoja tanto las necesidades objetivas como las subjetivas, un
humanismo que coloque el desarrollo humano como valor y preocupación central, un
humanismo que no oponga la aspiración de transformaciones sociales a la
búsqueda existencial y espiritual, sino que las combine.
Una
vez atravesado este período compartido de cuidados y distanciamiento social,
sin duda que continuaremos con la protección colectiva. A fin de superar las
pandemias estructurales, sin embargo, será fundamental
no desentenderse de los graves problemas que sufre la comunidad humana. Es
decir, no “lavarse las manos”.
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