“¿Pero cuánto durará la emergencia? Por ahora, está claro que lo que
llamamos pospandemia es, de hecho, el comienzo de un largo periodo de
pandemia intermitente. Un periodo que ni siquiera termina con la distribución
generalizada de la vacuna, ya que, si el modelo vigente de desarrollo y
consumo continúa, la matriz energética actual (en resumen, el patrón
civilizatorio imperante), vendrán otras pandemias y ciertamente serán más
letales. De ser así, ¿tendremos que vivir en un estado de emergencia intermitente
o permanente? ¿La protección de la vida será en el futuro incompatible
con la democracia? Sabemos de varios Estados
asiáticos que han logrado buenos resultados confiando en la disciplina
de los ciudadanos. ¿Por qué en Occidente tenemos que imponer multas para que las personas se protejan? ¿Supone
esto el fracaso de nuestros sistemas educativos, de una educación centrada en la falacia del individualismo
y el espíritu emprendedor, que no educa para la solidaridad y la cooperación,
para los bienes comunes y para todo lo demás que constituye nuestro destino
común? Decir que
durante la pandemia las acciones del Estado
se ejercen en la sombra significa que no se conocen todas las consecuencias de
las acciones. Evidentemente se conocen algunas, y es a partir de su análisis que podemos comenzar a sospechar
cuáles serán los escenarios posteriores a la pandemia”.
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CORONAVIRUS: LA PANDEMIA, LOS ESTADOS Y EL MERCADO.
Opinión / Para que el futuro comience.
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Dr. Boaventura de Sousa Santos.
Página/12 jueves 14 de mayo del 2020.
Salvo
algunas excepciones, los gobiernos nacionales se han dedicado exclusivamente a
gestionar la crisis pandémica y los resultados varían de un país a otro.
Comienzan a discutirse ciertas cuestiones generales. Disfrazamos con
gráficos y estadísticas todo nuestro desconocimiento sobre la dinámica
de la pandemia, sobre sus causas próximas y lejanas, sobre la eficacia
relativa de las diferentes políticas de contención y mitigación. Confiamos en la ciencia
y la ciencia confía en que nuestro comportamiento confirme las
estadísticas. Pero tanto los científicos como nosotros sabemos
que los números están forzosamente viciados. No sabemos el número exacto de
infectados (debido a la falta de pruebas) ni de fallecidos
(debido a la subnotificación de casos). E incluso dando crédito a los
números, no nos dicen nada sobre los criterios insondables con los que el virus
selecciona a sus víctimas, tantas veces respaldados por las actuales o
anteriores políticas estatales.
Tres preguntas serán suficientes. ¿A qué clase social pertenece y
qué color de piel tiene la mayoría de los que están muriendo en Brasil? ¿Cuál es el porcentaje de inmigrantes y
refugiados entre los fallecidos por el virus en Suecia?
Las olas de calor de años anteriores, ¿no habían advertido a las autoridades
de los países europeos que las residencias de ancianos,
tal como existen, serían una peligrosa zona de riesgo? Nos comparamos con
los países más cercanos, que a veces presentan indicadores peores que los
nuestros. En Europa, no se nos ocurre compararnos con Vietnam que, con 91 millones de habitantes y con
una frontera de 1281 kilómetros con China, al día de hoy no tiene ningún muerto.
Actuamos
en la sombra y en la oscuridad hay poco espacio para la política,
especialmente para la política democrática.
Esta es también la razón por la cual el consenso político se vuelve más fácil,
y afortunadamente es así durante la emergencia, pues lo contrario resulta
catastrófico. Basta pensar en los casos trágicos y patéticos de Estados
Unidos y Brasil, donde la gestión de la crisis pandémica se ha
convertido en la gestión de la crisis política.
¿Pero
cuánto durará la emergencia? Por ahora, está claro que lo que llamamos pospandemia
es, de hecho, el comienzo de un largo periodo de pandemia intermitente. Un
periodo que ni siquiera termina con la distribución generalizada de la
vacuna, ya que, si el modelo vigente de desarrollo y consumo continúa, la
matriz energética actual (en resumen, el patrón civilizatorio
imperante), vendrán otras pandemias y ciertamente serán más letales. De ser
así, ¿tendremos que vivir en un estado de emergencia intermitente o
permanente? ¿La protección de la vida será en el futuro incompatible con
la democracia? Sabemos de varios Estados
asiáticos que han logrado buenos resultados confiando en la disciplina
de los ciudadanos. ¿Por qué en Occidente tenemos que imponer multas para que las personas se protejan? ¿Supone
esto el fracaso de nuestros sistemas educativos, de una educación centrada en la falacia del individualismo
y el espíritu emprendedor, que no educa para la solidaridad y la cooperación,
para los bienes comunes y para todo lo demás que constituye nuestro destino
común?
Decir que
durante la pandemia las acciones del Estado
se ejercen en la sombra significa que no se conocen todas las consecuencias de
las acciones. Evidentemente se conocen algunas, y es a partir de su análisis
que podemos comenzar a sospechar cuáles serán los escenarios posteriores a la
pandemia.
Los
países que decidieron pronto el confinamiento lo hicieron en general por una
cuestión de principios (defensa de la vida) y por una cuestión práctica
(evitar el colapso del sistema público de salud). Cuál prevalecerá lo sabremos
próximamente. La cuestión es saber si la vida prevalece siempre sobre la
economía o solo durante las pandemias. Durante la pandemia, el Estado ha mostrado una notable autonomía en
relación con los mercados, que fueron eclipsados, y con los intereses
económicos que, de repente, abrazaron (¿interesadamente?) la idea de la
importancia del Estado en la regulación social. ¿Se trata solo de
una tendencia fugaz? Veamos las señales.
El
confinamiento tiene una lógica contracorriente de modo que su duración tiene
que ser limitada. Para los países que recurrieron pronto a él, la política
comienza con la flexibilización del confinamiento y, con ella, el fin del
consenso. Durante el confinamiento, si los números aumentaban era culpa del
virus, y si los números disminuían el crédito era del gobierno. De ahora en
adelante, cualquier resultado negativo se atribuirá a las acciones
del gobierno, mientras que cualquier resultado positivo se atribuirá
a la disciplina de los ciudadanos.
El escenario en Portugal
El
alcance de la disidencia dependerá de la explotación de resultados negativos
por parte de la ultraderecha que en España nunca se desarmó, incluso
durante la pandemia. En Portugal, la ultraderecha troikificada
no solo existe, sino que de manera intrigante el canal de televisión pública
continúa dándole amplio espacio.
Con
respecto a la relativa autonomía del Estado portugués en el próximo
periodo, las señales son preocupantes. Puede que incluso tengamos que concluir
que el consenso entre los órganos de poder público, saludable durante la pandemia,
puede llegar a cobrar un alto precio en la pospandemia inmediata. La
cuestión fundamental es la de los cambios en el
modelo social y económico, cuya urgencia fue expuesta con particular
vehemencia durante la pandemia. Habrá cambios en la medida que el gobierno
tenga fuerza para valorar los intereses nuevos o renovados revelados por la
pandemia e imponerlos a los viejos intereses de siempre. Algunos ejemplos.
Durante
la pandemia, se generó un gran consenso sobre la valorización del servicio nacional de salud (SNS). Este consenso se basó no solo en lo que hizo el SNS,
sino también en cómo se comportó el sistema privado. Al no poder beneficiarse
indebidamente de la crisis, el sistema privado se retiró a una posición
que yo clasificaría como parasitaria, esperando que pase la tormenta
y que el sistema de salud vuelva a caer en sus manos. Con cierta
perplejidad, vemos que esto es exactamente lo que sucederá cuando la ministra
de Salud anuncia el uso del sistema privado para reducir las listas
de espera en lugar de tomar medidas urgentes para fortalecer el SNS. En
otras palabras, volvemos al pasado, disfrazado como beneficio a corto
plazo para los ciudadanos. Por lo tanto, estamos dejando de prepararnos
activamente para la próxima pandemia.
El
regreso de lo viejo también puede estar presente en la forma en que intentamos
lidiar con TAP (Transportes Aéreos
Portugueses), una intervención del Estado que en el momento de la
privatización se hizo (y bien) al borde del abismo, pero que ahora podría
corregirse siempre y cuando no se desperdicie la oportunidad.
Otra señal
inquietante es la continuidad de la lógica de los subsidios e incentivos
otorgados a las industrias y servicios que alimentan el modelo
actual de producción contaminante, de consumo masivo basado en transporte
sin condiciones de seguridad sanitaria, energía
fósil, agricultura industrial y en inmensos centros comerciales que
pronto se considerarán áreas de alto riesgo si, entre tanto, no son
redimensionados. Este modelo está estrechamente relacionado con el cambio climático y
la inminente catástrofe ecológica que, según el último informe de la Plataforma
Intergubernamental Científico-Normativa sobre Diversidad Biológica y Servicios
de los Ecosistemas (IPBES, por sus siglas en inglés), están directamente
relacionados con la recurrencia de pandemias En otras palabras, subsidiar el modelo actual de producción
y consumo significa subsidiar la aparición de nuevas pandemias.
Para no
desperdiciar las oportunidades que ha creado la pandemia del coronavirus, sería
necesario que el consenso político esté sujeto a la condición que la
experiencia reciente nos ha enseñado: si la izquierda
hace la política de la derecha, los ciudadanos concluirán, tarde o temprano, que la derecha lo hace mejor.
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BOAVENTURA DE SOUSA SANTOS es Doctor en Sociología del
Derecho, director emérito del Centro de Estudios Sociales de la Universidad de
Coimbra (Portugal).
Traducción
de Antoni Aguiló y José Luis Exeni Rodríguez.
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