“No pocos proponen una GLOCALIZACIÓN, es decir que el acento se
ponga en lo local, en la región, con su especificidad geológica,
física, ecológica y cultural, pero abierta a lo global, que
involucra a todos. Con este «biorregionalismo» se podría lograr un
verdadero desarrollo sostenible, que aprovechara los bienes y servicios
locales. Prácticamente todo se realizará en la región, con
empresas más pequeñas, con una producción agroecológica, sin necesidad
de largos transportes, que consumen energía y contaminan. La cultura, las
artes y las tradiciones serán revividas como una parte importante de la vida
social. La gobernanza será
participativa, reduciendo las desigualdades
y haciendo que la pobreza sea menor, siempre posible, en las sociedades
complejas. Es la tesis que el cosmólogo Mark Hathaway y yo defendemos en
nuestro libro común El Tao de la Liberación (Trotta, 2010) que
fue bien acogida en el ambiente científico y entre los ecologistas hasta
el punto de que Fritjof Capra se ofreció a hacer un interesante prólogo”.
“Otros ven la
posibilidad de un ECOSOCIALISMO PLANETARIO, capaz de lograr lo que el
capitalismo, por su esencia competitiva y excluyente, es incapaz de hacer: un
contrato social mundial, igualitario e inclusivo, respetuoso de la
naturaleza, en el que el nosotros (lo
comunitario y societario) y no el yo (individualismo) será el eje
estructurador de las sociedades y de la comunidad mundial. El ecosocialismo planetario encontró
en el franco-brasileño Michael Löwy su más brillante formulador (¿O
que é ecosocialismo?, disponible en la red). Tendremos, como reafirma la Carta
de la Tierra, así como la encíclica del Papa
Francisco «sobre el cuidado de la Casa Común», un modo de vida
verdaderamente sostenible, y no sólo un «desarrollo» sostenible.
Al final, pasaremos de una sociedad
INDUSTRIAL/ CONSUMISTA a una sociedad de SUSTENTACIÓN de toda la VIDA
con un consumo sobrio y solidario; de una CULTURA de
acumulación de bienes materiales, a una CULTURA
humanístico-espiritual en la que los bienes
intangibles como la solidaridad, la justicia social, la cooperación,
los lazos afectivos, y no en última instancia la amorosidad y la logique du coeur (la lógica del corazón), estarán en sus cimientos.
/////
Leonardo Boff.
VOLVER A LA «NORMALIDAD» SERÍA
AUTOCONDENARSE.
*****
Leonardo
Boff, Koinonia
Koinonia
sábado 9 de mayo del 2020.
Cuando pase la pandemia del coronavirus no nos estará permitido volver a la «normalidad» anterior. Sería, en primer lugar, un desprecio a los miles de personas, que han muerto asfixiadas por el virus, y una falta de solidaridad con sus familiares y amigos. En segundo lugar, sería la demostración de que no hemos aprendido el mensaje de lo que, más que una crisis, es un llamado urgente a cambiar nuestra forma de vivir en nuestra única Casa Común. Se trata de un llamamiento de la propia Tierra viva, ese superorganismo autorregulado del que somos su parte inteligente y consciente.
Volver
a la anterior configuración del mundo, hegemonizado por el capitalismo
neoliberal, incapaz de resolver sus contradicciones internas –y cuyo ADN
es su voracidad por un crecimiento ilimitado a costa de la
sobreexplotación de la naturaleza y la indiferencia ante la pobreza
y la miseria de la gran mayoría de la humanidad producida por ella–, es
olvidar que dicha configuración está sacudiendo los cimientos ecológicos que
sostienen toda la Vida en el planeta. Volver a la “normalidad” anterior
(business as usual) sería prolongar una situación que podría implicar
nuestra propia destrucción.
Si
no hacemos una «conversión ecológica radical», en palabras del Papa Francisco, la Tierra viva
podrá reaccionar y contraatacar con virus aún más violentos, capaces de hacer
desaparecer a la especie humana. Ésta no es una opinión meramente personal,
sino la opinión de muchos biólogos, cosmólogos y ecologistas que están
estudiando sistemáticamente la creciente degradación de los sistemas-Vida y
del sistema-Tierra. Hace diez años (2010), como resultado de mis
investigaciones en cosmología y en el nuevo paradigma ecológico, escribí el
libro Cuidar la Tierra-proteger la vida: cómo evitar el fin del mundo
(Dabar, México). Los pronósticos que adelantaba han sido confirmados plenamente
por la situación actual.
Una
de las lecciones que hemos aprendido de la pandemia es la siguiente: si se
hubieran seguido los ideales del capitalismo neoliberal –competencia,
acumulación privada, individualismo, primacía del mercado sobre la vida y minimización
del Estado– la mayoría de la humanidad estaría perdida. Lo que nos ha
salvado ha sido la cooperación, la interdependencia de todos con todos, la
solidaridad y un Estado suficientemente equipado para ofrecer la posibilidad
universal de tratamiento del coronavirus, en el caso del Brasil, el Sistema
Único de Salud (SUS).
Hemos
hecho algunos descubrimientos: necesitamos un «contrato
social mundial», porque seguimos
siendo rehenes del obsoleto soberanismo de cada país. Los problemas mundiales
requieren una solución mundial, acordada entre todos los países. Hemos visto el
desastre en la Comunidad Europea, en la que cada país tenía su plan, sin
considerar la necesaria cooperación con otros países. Ha sido una devastación
generalizada en Italia, en España y últimamente en Estados Unidos, donde
la medicina está totalmente privatizada.
Otro descubrimiento ha sido la «urgencia de un centro plural de Gobierno Mundial» para asegurar a toda la comunidad de Vida (no sólo la vida humana sino la de todos los Seres Vivos) lo suficiente y decente para vivir. Los bienes y servicios naturales son escasos y muchos de ellos no son renovables. Con ellos debemos satisfacer las demandas básicas del sistema-vida, pensando también en las generaciones futuras. Es el momento oportuno para crear una renta mínima universal para todos, la persistente prédica del valiente y digno político Eduardo Suplicy.
Otro descubrimiento ha sido la «urgencia de un centro plural de Gobierno Mundial» para asegurar a toda la comunidad de Vida (no sólo la vida humana sino la de todos los Seres Vivos) lo suficiente y decente para vivir. Los bienes y servicios naturales son escasos y muchos de ellos no son renovables. Con ellos debemos satisfacer las demandas básicas del sistema-vida, pensando también en las generaciones futuras. Es el momento oportuno para crear una renta mínima universal para todos, la persistente prédica del valiente y digno político Eduardo Suplicy.
Una comunidad de destino compartido
Los
chinos han visto claramente esta exigencia al promover una
comunidad de destino compartido para toda la humanidad, texto incorporado
en el renovado artículo 35 de la Constitución china. Esta vez, o
nos salvamos todos, o engrosaremos la procesión de los que se dirigen a la fosa
común. Por eso, debemos cambiar urgentemente nuestra forma de relacionarnos
con la Naturaleza y con la Tierra, no como señores, montados sobre ella,
dilapidándola... sino como partes conscientes y responsables, poniéndonos junto
a ella y a sus pies, cuidadores de toda la Vida.
A la
famosa TINA (There Is No Alternative), «no hay alternativa» de
la cultura del capital, debemos confrontar una TIaNA (There Is a New
Alternative), «hay una nueva alternativa». Si hasta ahora la centralidad
estaba ocupada por el beneficio, el mercado y la dominación de la naturaleza y
de los otros (imperialismo), en esta segunda será la vida en su gran
diversidad, también la humana con sus muchas culturas y tradiciones la que
organizará la nueva forma de habitar la Casa Común. Esto es imperativo,
y está dentro de las posibilidades humanas: tenemos la ciencia y la tecnología,
tenemos una acumulación fantástica de riqueza monetaria, pero falta a la
gran mayoría de la humanidad y, lo que es peor, a los Jefes de Estado,
conciencia de esta necesidad y voluntad política de implementarla. Tal vez, ante
el riesgo real de nuestra desaparición como especie, por haber llegado a límites
insoportables para la Tierra, el instinto de supervivencia nos haga a todos
sociables, fraternos, colaboradores y solidarios unos con otros. El tiempo
de la competencia ha pasado. Ahora es el tiempo de la cooperación.
Creo
que inauguraremos una civilización biocentrada, cuidadosa y amiga de la Vida,
como algunos dicen, “la tierra de la buena esperanza”. Se podrá realizar
el «bien vivir y convivir» de los pueblos indígenas andinos: la
armonía de todos con todos, en la familia, en la sociedad, con los demás seres
de la naturaleza, con las aguas, con las montañas y hasta con las estrellas del
firmamento.
Como el premio Nobel de economía Joseph Stiglitz ha dicho con razón: “tendremos una ciencia no al servicio del mercado, sino el mercado al servicio de la ciencia”, y yo añadiría: y la ciencia al servicio de la Vida.
Como el premio Nobel de economía Joseph Stiglitz ha dicho con razón: “tendremos una ciencia no al servicio del mercado, sino el mercado al servicio de la ciencia”, y yo añadiría: y la ciencia al servicio de la Vida.
No
saldremos de la pandemia de coronavirus como entramos. Seguramente habrá
cambios significativos, tal vez incluso estructurales. El conocido líder
indígena, Ailton Krenak, del valle do Rio Doce (del Río Dulce, en
Brasil), ha dicho acertadamente: «No sé si saldremos de esta
experiencia de la misma manera que entramos. Es como una sacudida para
ver lo que realmente importa; el futuro está aquí y es ahora, puede que
mañana ya no estemos vivos; ojalá que no volvamos a la normalidad»
(O Globo, 01/05/2020, B 6).
Lógicamente, no podemos imaginar que las transformaciones se produzcan de un día a otro. Es comprensible que las fábricas y las cadenas de producción quieran volver a la lógica anterior. Pero ya no serán aceptables. Deberán someterse a un proceso de reconversión en el que todo el aparato de producción industrial y agroindustrial deberá incorporar el factor ecológico como elemento esencial. La responsabilidad social de las empresas no es suficiente. Se impondrá la responsabilidad socio-ecológica.
Lógicamente, no podemos imaginar que las transformaciones se produzcan de un día a otro. Es comprensible que las fábricas y las cadenas de producción quieran volver a la lógica anterior. Pero ya no serán aceptables. Deberán someterse a un proceso de reconversión en el que todo el aparato de producción industrial y agroindustrial deberá incorporar el factor ecológico como elemento esencial. La responsabilidad social de las empresas no es suficiente. Se impondrá la responsabilidad socio-ecológica.
Se
buscará energías alternativas a las fósiles, menos impactantes para los
ecosistemas. Se tendrá más cuidado con la atmósfera, las aguas y los bosques.
La protección de la biodiversidad será fundamental para el futuro de
la vida y de la alimentación, humana y de toda la comunidad de la Vida.
¿Qué tipo de Tierra habitada queremos para el futuro?
Seguramente
habrá una gran discusión de ideas sobre qué futuro queremos, y qué tipo de Tierra
queremos habitar. Cuál será la configuración más adecuada a la fase
actual de la Tierra y de la propia humanidad, la fase de planetización y de
la percepción cada vez más clara de que no tenemos otra casa común para
habitar que ésta. Y que tenemos un destino común, feliz o trágico. Para que
sea feliz, debemos cuidarla para que todos podamos caber dentro, incluida la
naturaleza.
Existe
el riesgo real de polarización de modelos binarios:
por un lado, los movimientos de integración, de cooperación general; y,
por otro, la reafirmación de las soberanías nacionales con su proteccionismo.
Por un lado, el capitalismo «natural» y verde, y por otro el comunismo
reinventado de tercera generación como pronostican Alain Badiou y Slavoy
Zizek.
Otros
temen un proceso de brutalización radical por parte de los “dueños
del poder económico y militar”, para asegurar sus privilegios y sus
capitales. Sería un despotismo de forma diferente, porque se basaría
en los medios cibernéticos y en la inteligencia artificial, con sus complejos
algoritmos, un sistema de vigilancia sobre todas las personas del planeta. La
vida social y las libertades estarían permanentemente amenazadas. Pero a
todo poder le surgirá siempre un contrapoder. Habría grandes enfrentamientos y
conflictos a causa de la exclusión y la miseria de millones de personas
que, a pesar de la vigilancia, no se conformarán con las migajas que caen
de las mesas de los ricos epulones.
No
pocos proponen una glocalización, es
decir que el acento se ponga en lo local, en la región, con su
especificidad geológica, física, ecológica y cultural, pero abierta a lo
global, que involucra a todos. Con este «biorregionalismo» se
podría lograr un verdadero desarrollo sostenible, que aprovechara los bienes y
servicios locales. Prácticamente todo se realizará en la región, con
empresas más pequeñas, con una producción agroecológica, sin necesidad
de largos transportes, que consumen energía y contaminan. La cultura, las
artes y las tradiciones serán revividas como una parte importante de la vida
social. La gobernanza será
participativa, reduciendo las desigualdades
y haciendo que la pobreza sea menor, siempre posible, en las sociedades
complejas. Es la tesis que el cosmólogo Mark Hathaway y yo defendemos en
nuestro libro común El Tao de la Liberación (Trotta, 2010) que
fue bien acogida en el ambiente científico y entre los ecologistas hasta el
punto de que Fritjof Capra se ofreció a hacer un interesante prólogo.
Otros
ven la posibilidad de un ecosocialismo planetario, capaz de lograr
lo que el capitalismo, por su esencia competitiva y excluyente, es incapaz de
hacer: un contrato social mundial, igualitario e inclusivo, respetuoso
de la naturaleza, en el que el nosotros
(lo comunitario y societario) y no el yo (individualismo) será el
eje estructurador de las sociedades y de la comunidad mundial. El ecosocialismo planetario encontró
en el franco-brasileño Michael Löwy su más brillante formulador (¿O
que é ecosocialismo?, disponible en la red). Tendremos, como reafirma la Carta
de la Tierra, así como la encíclica del Papa
Francisco «sobre el cuidado de la Casa Común», un modo de vida
verdaderamente sostenible, y no sólo un «desarrollo» sostenible.
Al
final, pasaremos de una sociedad industrial/consumista a una sociedad
de sustentación de toda la vida con un consumo sobrio y
solidario; de una cultura de acumulación de bienes materiales,
a una cultura humanístico-espiritual en la que los bienes intangibles como la solidaridad,
la justicia social, la cooperación, los lazos afectivos, y no en
última instancia la amorosidad y la logique du coeur (la lógica del
corazón), estarán en sus cimientos.
No sabemos qué tendencia predominará. El ser humano es complejo, indescifrable, y se mueve por la benevolencia, pero también por la brutalidad. Está completo, pero aún no está totalmente (terminado). Aprenderá, a través de errores y aciertos, que la mejor configuración para la coexistencia humana con todos los demás seres de la Madre Tierra debe estar guiada por la lógica del propio universo: éste está estructurado –como nos dicen notables cosmólogos y físicos cuánticos– según complejas redes de inter-retro-relaciones. Todo es relación. No existe nada fuera de la relación. Todo se ayuda «mutuamente» para seguir existiendo y poder co-evolucionar. El propio ser humano es un rizoma (bulbo de raíces) de relaciones en todas las direcciones.
No sabemos qué tendencia predominará. El ser humano es complejo, indescifrable, y se mueve por la benevolencia, pero también por la brutalidad. Está completo, pero aún no está totalmente (terminado). Aprenderá, a través de errores y aciertos, que la mejor configuración para la coexistencia humana con todos los demás seres de la Madre Tierra debe estar guiada por la lógica del propio universo: éste está estructurado –como nos dicen notables cosmólogos y físicos cuánticos– según complejas redes de inter-retro-relaciones. Todo es relación. No existe nada fuera de la relación. Todo se ayuda «mutuamente» para seguir existiendo y poder co-evolucionar. El propio ser humano es un rizoma (bulbo de raíces) de relaciones en todas las direcciones.
Tiempos
de crisis como el nuestro, de paso de un tipo de mundo a otro, son también
tiempos de grandes sueños y utopías. Ellas son las que nos
mueven hacia el futuro, incorporando el pasado, pero dejando nuestra propia
huella en el suelo de la vida. Es fácil pisar la huella dejada por otros,
pero ella no nos lleva a ningún camino esperanzador. Debemos hacer
nuestra propia huella, marcada por la inagotable esperanza de la victoria de la vida, porque el camino se hace caminando y
soñando. Así pues, caminemos.
*****
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