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“La burguesía no puede existir sino a
condición de revolucionar incesantemente los instrumentos de
producción y, por consiguiente, las relaciones de
producción, y con ello todas las relaciones sociales. La conservación del antiguo modo de
producción era, por el contrario, la primera
condición de existencia de todas las clases industriales precedentes. Una revolución continua en la
producción, una incesante conmoción de todas las
condiciones sociales, una inquietud y un movimiento constantes distinguen la
época burguesa de todas las anteriores. Todas las relaciones estancadas y
enmohecidas, con su cortejo de creencias y de ideas veneradas durante siglos,
quedan rotas; las nuevas se hacen añejas antes de haber podido
osificarse. Todo lo estamental y estancado se esfuma;
todo lo sagrado es profanado, y los hombres, al fin, se ven forzados a
considerar serenamente sus condiciones de existencia y sus relaciones
recíprocas. Espoleada por la necesidad de dar cada vez mayor salida a sus
productos, la burguesía recorre el mundo entero. Necesita
anidar en todas partes, establecerse en todas partes, crear vínculos en todas
partes”.
“Mediante la explotación del mercado
mundial, la burguesía dio un carácter cosmopolita a la producción y al consumo
de todos los países. Con gran
sentimiento de los reaccionarios, ha quitado a la industria su base nacional.
Las antiguas industrias nacionales han sido destruidas y están destruyéndose
continuamente. Son
suplantadas por nuevas industrias, cuya introducción se
convierte en cuestión vital para todas las naciones civilizadas, por industrias
que ya no emplean
materias primas indígenas, sino materias
primas venidas de las más lejanas regiones del mundo, y cuyos productos no sólo
se consumen en el propio país, sino en todas las partes del globo. En lugar de las antiguas
necesidades, satisfechas con productos nacionales,
surgen necesidades
nuevas, que reclaman para su satisfacción productos de los países más apartados
y de los climas más diversos. En lugar del antiguo aislamiento de las
regiones y naciones que se bastaban a sí mismas, se establece un intercambio
universal, una interdependencia universal de las
naciones. Y esto se refiere tanto a la producción material, como a la
producción intelectual. La
producción intelectual de una nación se convierte en patrimonio común de todas.
La estrechez y el exclusivismo nacionales resultan de día en día más
imposibles; de las numerosas literaturas nacionales y locales se forma una
literatura universal. Merced al rápido perfeccionamiento de los
instrumentos de producción y al constante progreso de los medios de
comunicación, la burguesía arrastra a la corriente de la civilización a todas
las naciones, hasta a las más bárbaras. Los bajos precios
de sus mercancías constituyen la artillería pesada que derrumba todas las murallas de
China y hace capitular a los bárbaros más fanáticamente hostiles a los extranjeros. Obliga a todas
las naciones, si no quieren sucumbir, a adoptar el modo burgués de producción,
las constriñe a introducir la llamada civilización, es decir, a hacerse burguesas. En una palabra:
se forja un mundo a su imagen y semejanza”. Carlos Marx – Federico Engels. El
Manifiesto Comunista.
/////
Pirámide
del sistema capitalista, alegoría crítica del capitalismo. El proletariado
trabaja para todos y alimenta a todos. ( Publicación sindical de 1911 de
trabajadores industriales).
***
EL NUEVO PROLETARIADO.
¿Son los nuevos “esclavos
asalariados” del Sudeste Asiático y las Maquilas de Centro América?. ¿ O el M.S. Los Indignados del 15-M.- "Los Occupa Wall Street"?.
*****
Juan Pedro García del Campo.
e-opinión Rebelión viernes 1 de marzo
del 2013.
Las
modificaciones más profundas de la relación social basada en el dominio
capitalista se produjeron después de la segunda gran guerra. Vencido el
fascismo y consolidado un ámbito geográfico (la llamada «Europa del este») en
el que la explotación no podía asentarse sobre la propiedad privada, la
irreductibilidad de las fuerzas organizadas del proletariado, la potencia
demostrada frente a la estrategia tendente a imponer el dominio de manera
agresiva, llevaron a las mentes del orden a planificar una nueva estrategia:
garantizar el poder y la apropiación mediante un cierto compromiso que anulara
la evidencia de la desigualdad y que generase un consentimiento mayoritario
(que anulase el conflicto abierto moderando sus causas): una renuncia al
beneficio ilimitado, una mayor participación obrera en la riqueza obtenida,
mediante políticas activas contra las bolsas de paro, políticas de desarrollo
intensivo y extensivo, aumento ocasional de los salarios ligando su crecimiento
al de la productividad o generación de un espacio de concordia estructural en
torno a los «gastos sociales».
Superación
de la crisis y recomposición de la obediencia por la generación de un espacio
social de reconocimiento: independencia política y desarrollismo productivo en
el tercer mundo; «estado del bienestar» en el primero. Producción de masas y
consumo masivo. Políticas de gasto público de corte keynesiano para incentivar
la demanda, organización fordista de las relaciones salariares. Un «bienestar»
basado en el consumo, identificado con el consumo, autojustificado por el
consumo que, con la anuencia y la colaboración de las organizaciones clásicas
de la clase obrera (que quisieron ver en ello una vía desarrollista de reparto
de la riqueza, un camino al socialismo), redujo la conflictividad social y
permitió además la extensión de la salarización a buena parte de los sectores
sociales que hasta entonces quedaban al margen de la misma. La dinámica de la
apropiación y de la explotación del trabajo ajeno tuvo entonces un auge
insospechado; el sector de los servicios, el sector público, el transporte, la
sanidad, la educación, tradicionalmente relegados a la esfera de la
reproducción social, se incorporaron masivamente a la dinámica productiva en lo
que supuso una extensión social de las relaciones de fabrica o, si se prefiere,
una refundación social de la explotación.
Sin
embargo, con este proceso no terminó el ciclo
de la rebelión: se amplió, más bien, su base y su potencia. Si en las
etapas anteriores la obligación de trabajar para otro derivada de la
apropiación, la explotación y el dominio como normas de la relación social, se
hacían evidentes en los ámbitos fabriles, ahora, la salarización de la mayor
parte de las relaciones laborales y de sus correspondientes figuras sociales
permitía que la percepción de la estructura del dominio fuera generalizada y,
por eso, que las revueltas también lo fueran. Con la ampliación social de la
zona de conflicto posible, la esfera del enfrentamiento no se atenía ya
exclusivamente a las reivindicaciones sindicales clásicas y no consideraba
tampoco que su exigencia de liberación tuviera que jugarse entre éstas y la
toma del poder, entre todo y nada.
La participación de una nueva clase
obrera no-fabril, de un proletariado identificado finalmente con el conjunto de
los sometidos al mando, en las revueltas de los años sesenta y setenta
—en los alrededores del 68—
(jóvenes, mujeres, minorías étnicas, estudiantes, trabajadores de los servicios
públicos o de sectores tradicionalmente relacionados con las esferas de la
circulación de mercancías, saberes o prácticas, individuos claramente abocados
a un horizonte de explotación en proceso de ampliación, a un espacio de
obediencia que se extendía como estupidez y espectáculo), marca los nuevos
límites del conflicto en una realidad social que, aunque ha salido de los
marcos de la relación-fábrica, no ha escapado a su ley de funcionamiento, que
aunque ha ampliado los márgenes del enfrentamiento, no ha bajado en intensidad.
Es esto algo que no entendieron —o no quisieron entender— muchos de los viejos
militantes comunistas, pero que fue perfectamente comprendido por las nuevas
multitudes que llenaron calles y transformaron su uso, que ocuparon fábricas,
instituciones, hospitales, oficinas y centros de enseñanza, proyectando nuevas
formas de usarlos y de ponerlos al servicio de la liberación posible,
colapsando así el modelo social que el capital había intentado construir sobre
la integración y el compromiso.
No
se trata de que los «movimientos
sociales» hayan sustituido al movimiento obrero, como suele decirse desde
la ausencia de pensamiento o desde la complicidad culpable. El proletariado, los explotados y sometidos
a dominio para la apropiación, cuyo foco más consciente fuera en un tiempo el
obrero fabril, como consecuencia de la reestructuración social continuamente
regenerada por la lucha de clases, se compone de una forma nueva y estructura
el enfrentamiento en una nueva escala: la de lo social en su conjunto, la de la
dominación, precisamente. No tiene
sentido hablar de «movimientos sociales» al margen del conflicto abierto entre la libertad y la explotación, entre la
liberación y el dominio, como si «lo social» no estuviese atravesado y
constituido por la fuerza del antagonismo. Están en esto afectadas todas las
relaciones interhumanas, en lo productivo y en lo simbólico, en lo estructural
y en lo microfísico. Lo social, en su conjunto, es el campo de batalla. La
apropiación, la explotación y el dominio, son las cuestiones en juego. Y en
esta partida, aunque a algunos les pueda parecer que desdibujados, sigue
habiendo dos bandos.
Con
todo, la modificación producida en la superficie
conflictual de las sociedades capitalistas no es un simple cambio de forma:
del mismo modo que modifica las determinaciones del funcionamiento sistémico
(que ahora, a partir de la extensión desbocada del consumo de masas, hace
entrar en el mecanismo de la dominación el mito del acceso generalizado a la
riqueza socialmente producida, el mito de la compra-siempre-posible) arroja
también perspectivas de liberación totalmente nuevas y posibilidades de acción
mucho más potentes. Cuando lo social es
reconocido como el ámbito de la apuesta, cuando se abandonan las limitadas
concepciones que entendían el enfrentamiento de clase constreñido a los límites
de lo salarial-sindical y centraban la tarea revolucionaria en la estrategia y
la actuación tendentes a una «toma del poder» que coincidía con la toma de los
aparatos del Estado, cuando la dominación —y no ya sólo una cierta
determinación de la relación «económica» o productiva— es reconocida como la
clave, de la que las articulaciones económico-productivas de los distintos
modos de producción son norma funcional pero no esencia, se ha producido un
salto sin precedentes en la comprensión cabal del ciclo del enfrentamiento y se
ha abierto un campo de una amplitud
insospechada para la experimentación revolucionaria.
Trabajadoras Textiles de la República China. jornada de trabajo ilimitada, pago por hora no más de 0.40 ctvs de dólar, sin derechos sociales - laborales - y sin derecho a libre sindicalización. Pregunta. ¿ Este no es parte de nuevo proletariado mundial? . O pensamos fácilmente que el "nuevo proletario" son "Los Indignados del 15-M" o "Los Occupa Wall Street".
***
Las visiones estrechas de la
composición de la clase obrera, de su unidad esencial y
de su naturaleza antagonista, han saltado por los aires; no más reducción a la
consideración del puesto de trabajo, ni del tipo de mercancía producida; ni
siquiera tiene ya sentido por sí misma la mera consideración de la cantidad del salario percibido ni la
identificación del proletariado con la condición formalmente asalariada. Las
determinaciones de la salarización son mucho más complejas de lo que la
apariencia permite prejuzgar. A partir de
la complejidad social producida en la segunda mitad del siglo XX, el proletariado está en cualquier
puesto de trabajo y en cualquier sector del entramado socio-productivo: sin
salario, con niveles de salario que apenas alcanzan a superar el nivel estándar
de pobreza o con salarios comparativamente medios o altos, incluso entre
quienes se han visto forzados a constituirse legalmente en trabajadores
autónomos o auto-empresarios (la más novedosa modalidad del trabajo por obra o
a destajo, que disfraza el salario como si fuera renta).
Pero
también en cada uno de esos lugares pueden encontrarse guardianes del orden que
trabajan para la explotación y el dominio. Aunque pueda hacerse una
aproximación sociológica a la descripción de la composición de clase del nuevo proletariado, el proletariado no es
—nunca, en realidad, lo ha sido— una
categoría sociológica. Si estadísticamente, y en un grado abrumadoramente
significativo, la clase obrera se mantiene en los «niveles de vida» más bajos
(algo que se sigue necesariamente de las condiciones de la apropiación y del
reparto social de la propiedad y la riqueza), esa categoría descriptiva no
tiene la determinación del concepto. El sometimiento a la relación salarial que
permite identificar a la clase obrera
no se mide por la efectiva retribución
mediante el expediente formal del salario, sino por la separación estructural
de la propiedad de los medios de producción que, precisamente, determina el
salario como contra-valor del sometimiento. En una aproximación que sigue, con
todo, siendo excesivamente formal, podríamos decir ahora:
Nosotros,
los obligados al trabajo, los sometidos a una relación de dependencia, a la
generación de riqueza para otros, a la producción de unas mercancías
(materiales o simbólicas) que no servirán para la liberación y la autonomía sino
que reproducirán su bienestar y nuestra dependencia.
Ellos,
los que se apropian del trabajo ajeno, los que mantienen bajo dominio las
potencias liberadoras de la actividad humana reconduciéndolas para su
beneficio, los que se han apropiado y cada día se apropian de lo que sólo es
suyo por la fuerza. Los que estructuran su poder como sistema.
Una distancia que el capital, en su funcionamiento, continuamente
(re)produce.
Tal
fue la fuerza disolvente del orden que desplegaron las revueltas del nuevo proletariado, tal su capacidad de poner en
cuestión los fundamentos de toda forma de dominio, tal el grado de
desarticulación del poder que generaron sus apuestas por las relaciones
cooperativas (sí, cooperativas, pero en el enfrentamiento; una cooperación que se desligaba de las exigencias del mando: eso
fueron las cooperativas de producción y de vida, las «comunas» que se
gestionaron de manera autónoma; eso fueron los movimientos contra las guerras
imperialistas que en sus versiones más folclóricas clamaban por un mundo regido
por el amor; eso fueron los movimientos de género, por la igualdad y contra la
homofobia, que rompían la naturalización del dominio en las relaciones
interhumanas; eso fueron las experiencias
de comunicación horizontal; eso los movimientos contra la devastación del
planeta por la barbarie desarrollista.
Experiencias
de auto-valorización). Fue tal la potencia constituyente de la clase
obrera que emergía, que el restablecimiento de la obediencia exigió el
retorno a la agresividad del amo amenazado. Si el compromiso fordista resultaba
ahora peligroso, más valía olvidarlo: una ofensiva del capital sólo comparable
a la que desembocó en los años treinta en la barbarie fascista se desató contra
las conquistas obreras; pero ahora no se podía contemporizar ni errar el
blanco. Se procedió a la liquidación física o simbólica de los desobedientes
(así con los movimientos de revuelta en América
Latina, con los elementos más activos de la minoría negra en Estados Unidos
o con buena parte de los militantes de la izquierda radical europea) y al
desarrollo de una estrategia de tierra quemada que recibió el nombre de
neo-liberalismo.
Con
la ofensiva de las últimas décadas, el mito del rostro humano del capitalismo
ha mostrado finalmente su verdadera esencia: falacia que la ideología del bien común alimentó para hacer tragar
la bondad del compromiso y del acuerdo, de la resignación y la obediencia. Si
algunos pensaron —supongamos que de buena fe— que era posible un bienestar de
todos basado en la productividad y el consumo, si algunos creyeron que la
concordia social era posible sin eliminar la propiedad privada de los medios de
producción, sin socializarlos y devolverlos al común, su único dueño,
despertaron pronto de su profundo sueño.
Para
frenar la revuelta instauraron regímenes dictatoriales y genocidas, organizaron
guerras, promovieron por doquier legislaciones especiales de «emergencia», criminalizaron y encarcelaron
activistas, procuraron maximizar el beneficio suprimiendo al mismo tiempo
con el desempleo masivo la «seguridad laboral», diversificando las «zonas de
inversión» en busca de «mano de obra»
barata, desregulando o haciendo inefectivas las conquistas laborales y sociales
logradas por la clase obrera a lo largo de décadas, forzaron flujos masivos de
población, generaron bolsas de pobreza inauditas en un «mundo rico», jugaron a
la especulación, comercializaron la desesperanza, desarticularon a toda una
generación incentivando la dependencia a drogas consumidas en condiciones
asesinas, reinventaron el pan y circo, la procesión y la pandereta, sazonaron el espectáculo ambiental con
miseria y muerte. Y lo hicieron sistemáticamente.
Trabajadoras de las fábricas de costura en Centro América: Las Maquilas. Jornada de trabajo ilimitada, salario no más de 0.30ctvs de dólar la hora, sin derechos laborales, menos sociales.¿ Son o no parte del nuevo proletariado mundial?.
***
El Nuevo Orden Mundial
exige la
sumisión absoluta: en él sólo se está entre los elegidos siendo
dúctil y maleable, teniendo «buen corazón» y bajando la cabeza.
¡Y
todavía hay ingenuos que predican reivindicaciones «éticas»! ¡Y todavía hay
quien habla de los «valores» de la
izquierda! Son estúpidos o actúan de mala fe. No hay bien común posible
cuando algunos son dueños de la vida ajena y la modelan o eliminan para su
beneficio. Lo que es bueno para ellos, es para nosotros la muerte. Lo que para
nosotros es bueno, para ellos es la ruina. No es una cuestión de valores sino
de supervivencia. No cabe la igualdad sin arrebatarles lo que es nuestro.
El
modo de producción capitalista es una forma histórica de la organización del
dominio. Lo es aunque cambie su rostro y sus adornos. Su tiempo es el de la
explotación y el dominio. Lo es aunque algunos puedan vivir en él sin sentir el
escalofrío de la muerte que provoca, aunque algunos puedan esconderse tras un
silencio cómplice.
Su
espacio se ha modificado al ritmo de la resistencia, y con él, ciertamente, han
cambiado sus ocupantes. Frente a los que viven de la explotación se configura ahora un proletariado que
no tiene una identidad única ni una única sede productiva, que es multiforme y
multi-identitario. Pero cambiar las fichas no elimina el tablero. La nueva
clase obrera reúne a todas las etnias, a todos los géneros, a todas las edades;
habla todas las lenguas, tiene todos los gustos, vive en todas partes, no tiene
fronteras, ni banderas, ni credos: es omnipresente y proyecta por doquier la
intensidad de su odio, la fuerza de su deseo. Es —y ahora más que nunca— la
nueva multitud en marcha. Esa es la clave de su fuerza y el nuevo motor del
cambio.
El
modo de producción capitalista, como todas las formas de dominio, tiene por
sustento la apropiación, separando a la mayoría del control real de las
condiciones que permitirían la actuación autónoma, impidiendo a la mayoría
decidir el futuro. La salarización es la
norma de las relaciones que en él se entablan, el trabajo obligado es su
materialización productiva. El sometimiento es su resultado. La mediación es su
estructura. Su tiempo es el de la muerte.
La
historia no pasa en vano. La lucha de
clases tiene esas cosas, modifica la articulación social del poder al ritmo
del enfrentamiento, modificando al mismo tiempo las fuerzas y las posiciones de
los contendientes. El proletariado, ahora, está en todas partes. La subversión
puede aparecer en cualquier casilla del tablero porque la extensión de la
salarización ha evidenciado la cualidad inmediatamente social —no sólo laboral,
no sólo «económica»— del dominio.
La
nueva clase obrera, la nueva multitud, no se encuentra ya sólo en las fábricas
sino que reaparece en todas las esferas
de la (re)producción de las relaciones interhumanas. Y precisamente porque
se extiende y se manifiesta en todos sus ámbitos, porque gestiona de hecho con
su trabajo sometido todos los resortes que hacen posible la articulación
social, podría, más fácilmente que nunca, organizar el mundo al margen del
dominio, coordinar la actividad para una cooperación liberadora que hiciera
borrón y cuenta nueva, que eliminase la posibilidad de la apropiación.
Desde el 15 de mayo de 2011,
el nuevo proletariado ha ocupado con sus
luchas las calles de nuestro país. Lo que vaya a suceder de ahora en adelante sólo en las calles
ocupadas se podrá decidir.
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“El nuevo proletariado” es un fragmento ligeramente modificado de Construir lo común, construir comunismo, publicado por Tierradenadie Ediciones:
“El nuevo proletariado” es un fragmento ligeramente modificado de Construir lo común, construir comunismo, publicado por Tierradenadie Ediciones:
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