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Pero tal vez existe otro camino, uno que acepta la autoridad
de los gobiernos nacionales, pero que tiene como objetivo reorientar los
intereses nacionales en una dirección más global. El progreso a lo largo de este camino requiere que los ciudadanos
"nacionales" comiencen a verse como ciudadanos "globales",
con intereses que van más allá de las fronteras de su Estado. Los gobiernos nacionales son responsables
ante sus ciudadanos, al menos según lo que dictan los principios. Por lo
tanto, en la medida en que esos ciudadanos
perciban que sus intereses son más globales, la política nacional será más
responsable a nivel global. Esto puede parecer una utopía, pero algo ocurre
desde hace algún tiempo. La campaña mundial para aliviar la deuda de los países pobres fue liderada
por las organizaciones no gubernamentales que movilizaron con éxito a los jóvenes en los países ricos para que presionen a sus
gobiernos.
Las multinacionales son conscientes de la eficacia de esas
campañas, después de ser obligadas a aumentar la transparencia y cambiar sus formas
de operación en lo que se refiere a prácticas laborales en todo el planeta. Estos esfuerzos de abajo hacia arriba para
globalizar a los gobiernos tienen el mayor potencial para incidir en las
políticas ambientales, en especial en
las políticas destinadas a mitigar el cambio climático. Curiosamente,
algunas de las iniciativas más importantes para frenar los gases de efecto invernadero y
promover el crecimiento verde son el producto de presiones locales.
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PERSPECTIVA
GLOBAL. Gobiernos nacionales; ciudadanos globales.
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Por Dani
Rodrik. Para LA NACION.
Domingo 17
de marzo del 2013.
Nada pone más en peligro la globalización que la
amplia brecha de gobernabilidad que se abrió en las últimas décadas. Cuando los
mercados trascienden a la normativa nacional, como ocurre con la actual
globalización de las finanzas, da lugar a fallos de mercado, inestabilidad y
crisis. Sin embargo, impulsar la elaboración de normas en las burocracias
supranacionales, como, por ejemplo, en la Organización Mundial de Comercio O.M.C. o la
Comisión Europea, puede resultar en un déficit democrático y en una pérdida de
legitimidad.
¿Cómo se puede cerrar esta brecha de
gobernabilidad? Una opción es restablecer el control democrático nacional sobre
los mercados mundiales. Esto es difícil y huele a proteccionismo, pero no es ni
imposible ni necesariamente perjudicial para una globalización saludable.
Ampliar el ámbito para que los gobiernos nacionales mantengan la diversidad
normativa y reconstruyan las raídas negociaciones sociales mejoraría el
funcionamiento de la economía global.
En lugar de ello, las elites de formuladores de
políticas (y la mayoría de los economistas) favorecen el fortalecimiento de lo
que eufemísticamente se denomina "gobernabilidad global". Según este
punto de vista, las reformas -como las que mejoran la eficacia del G-20- serían
suficientes para proporcionar un apoyo institucional sólido para la economía
global.
Pero el problema no es sólo que estas instituciones
globales continúen siendo débiles. El problema también es que esas
instituciones son agrupaciones de Estados miembros, en lugar de ser
representantes de los ciudadanos globales. Debido a que su responsabilidad ante
el electorado nacional es indirecta e incierta, no generan la lealtad política
que requieren las instituciones que son realmente representativas. De hecho,
los esfuerzos de la Unión Europea han puesto de manifiesto los límites que se
enfrentan en la construcción de comunidades políticas transnacionales, incluso
dentro de un conjunto reducido y similar de países.
Durante la crisis financiera, fueron los gobiernos
nacionales los que rescataron a los bancos y a las empresas, los que
recapitalizaron al sistema financiero, los que garantizaron las deudas, los que
aumentaron la liquidez, los que pusieron a andar la bomba fiscal y los que
pagaron los cheques de desempleo y asistencia social. Según las memorables
palabras de Mervyn King, el saliente gobernador del Banco de Inglaterra, los
bancos globales son "internacionales en la vida, pero nacionales en la
muerte".
Pero tal vez existe otro camino, uno que acepta la
autoridad de los gobiernos nacionales, pero que tiene como objetivo reorientar
los intereses nacionales en una dirección más global. El progreso a lo largo de
este camino requiere que los ciudadanos "nacionales" comiencen a
verse como ciudadanos "globales", con intereses que van más allá de
las fronteras de su Estado. Los gobiernos nacionales son responsables ante sus
ciudadanos, al menos según lo que dictan los principios. Por lo tanto, en la
medida en que esos ciudadanos perciban que sus intereses son más globales, la
política nacional será más responsable a nivel global.
Esto puede parecer una utopía, pero algo ocurre
desde hace algún tiempo. La campaña mundial para aliviar la deuda de los países
pobres fue liderada por las organizaciones no gubernamentales que movilizaron
con éxito a los jóvenes en los países ricos para que presionen a sus gobiernos.
Las multinacionales son conscientes de la eficacia
de esas campañas, después de ser obligadas a aumentar la transparencia y
cambiar sus formas de operación en lo que se refiere a prácticas laborales en
todo el planeta.
Estos esfuerzos de abajo hacia arriba para
globalizar a los gobiernos tienen el mayor potencial para incidir en las
políticas ambientales, en especial en las políticas destinadas a mitigar el
cambio climático. Curiosamente, algunas de las iniciativas más importantes para
frenar los gases de efecto invernadero y promover el crecimiento verde son el
producto de presiones locales.
Andrew Steer, presidente del Instituto de Recursos
Mundiales, señala que más de 50 países en desarrollo implementan en la
actualidad costosas políticas para reducir el cambio climático. Desde la
perspectiva del interés nacional, eso no tiene ningún sentido en lo absoluto,
dada la naturaleza global del cambio climático.
Algunas de estas políticas son impulsadas por el
deseo de alcanzar una ventaja competitiva, como ocurre con el apoyo que da
China a las industrias verdes. Sin embargo, cuando los votantes son conscientes
global y ambientalmente, las buenas políticas sobre el clima también pueden ser
buenas políticas en un sentido más general.
California, por caso, puso en marcha un sistema que
tiene como objetivo reducir las emisiones de carbono a los niveles de la década
de 1990 hasta el año 2020. Si bien la acción mundial se mantuvo estancada en
cuanto a imponer límites máximos a las emisiones, los grupos ambientales y los
ciudadanos preocupados impulsaron de manera exitosa un plan frente a la
oposición de los grupos empresariales y de Arnold Schwarzenegger, el
republicano que era en ese momento el gobernador del estado; ese plan se
convirtió en ley en 2006. Si resulta un éxito y sigue siendo popular, podría
convertirse en un modelo para todo el país.
La Encuesta Mundial de Valores indica que todavía
hay mucho terreno por recorrer: denominarse ciudadano global tiende a ubicarse
15 a 20 puntos porcentuales detrás de denominarse ciudadanía nacional. Pero la
brecha es menor en grupos de personas jóvenes, en los que tienen mayor
educación formal, y en las clases profesionales. Aquellos que consideran que se
encuentran en la parte superior de la estructura de clases son quienes tienen
una mentalidad más global en comparación con aquellos que se consideran parte
de las clases bajas.
Por supuesto, la "ciudadanía global" será
siempre una metáfora, porque nunca habrá un gobierno mundial que administre una
comunidad política mundial. Pero cuanto más cada uno de nosotros nos
consideremos ciudadanos globales y expresemos nuestras preferencias como tales
a nuestros gobiernos, menos tendremos que perseguir la quimera de la gobernabilidad
global.
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