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Sigue Gramsci apuntando, y el paso es
especialmente brillante, que “la superstición científica conlleva ilusiones tan ridículas y concepciones
tan infantiles que hasta la superstición religiosa acaba ennoblecida”. ¿Por
qué? Porque los avances científicos, lo
que comunista internacionalista en expresión de la época llama “el progreso científico”, “ha hecho nacer la creencia expectante en un
nuevo tipo de Mesías que convertirá esta tierra en el país de Jauja”. La
falsaria ideología tecno-cientificista que asegura, contra toda aproximación
crítica y contra toda descripción social objetiva, la resolución vía “progreso científico” de los conflictos,
problemas y desigualdades sociales. País
de Jauja, ensoñación abonada y no externa a sus propios promotores, que Gramsci describe magníficamente: “como si las fuerzas de la naturaleza, sin
que intervenga la fatiga humana, sino por obra de mecanismos cada vez más
perfeccionados, fueran a dar a la
sociedad, y en abundancia, todo lo necesario para satisfacer sus necesidades y
vivir cómodamente”. La creencia, no por casualidad por supuesto,
sigue estando esculpida en hierro en la mente de muchos colectivos. Vale la
pena destacar la mirada equilibrada, de límites, casi ecologista avant la lettre, que
Gramsci parece transitar en este brillante paso.
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Un breve y luminoso texto de Antonio
Gramsci sobre Filosofía, Sociología de la Ciencia y Educación Científica.
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Salvador López Arnal.
Rebelión domingo 17 de marzo del 2013.
Para Marta Arnal, que me enseñó ríos y montañas
En una de
las anotaciones que Francisco Fernández Buey dejó escritas para su nuevo libro
sobre humanidades y tercera cultura [1] puede leerse: “Nota. Gramsci: Con un
punto de vista más ecuánime que el de los filósofos alemanes de la crisis
también Antonio Gramsci escribió, hacia 1932, en los Cuadernos de la cárcel,
sobre la infatuación por la ciencia y la superstición científica; pero para
luchar contra ella Gramsci propone, precisamente, un mejor conocimiento público
de las nociones científicas esenciales. Véaselo en “Sobre la superstición
científica”, A. G. Para la reforma moral e intelectual. Los Libros de la
Catarata, Madrid, 1998”.
Efectivamente,
mejor resumen imposible, el texto del revolucionario sardo fue escrito entre
1932 y 1933, pertenece al Cuaderno XI, y fue seleccionado por el propio
Francisco Fernández Buey para la antología que él mismo preparó y editó, con
prólogo del malogrado Antonio A. Santucci, para “Pensamiento crítico” de Los
Libros de la Catarata, una colección que también él codirigía con su discípulo,
amigo y compañero Jorge Riechmann [2].
Es justo y
conveniente recordar (y comentar brevemente) el texto gramsciano.
“Hay que
notar que junto a la más superficial infautación por la ciencia”, señala el
autor de los Quaderni, “existe en realidad la mayor de las ignorancias
respecto de los hechos y de los método científicos”. La descripción y
valoración no ha perdido su actualidad ni corrección; la percepción grasmciana
apunta, sigue apuntando a una de las paradojas centrales de nuestra situación.
La creciente
dificultad de los saberes y procedimientos científicos no se le escapa al
antifascista encarcelado. Hechos y métodos, prosigue, son “cosas ambas muy
difíciles y que cada vez tienden a serlo más por la progresiva especialización
en los nuevos campos de investigación”. Podemos suponer lo que pensaría sobre
nuestra actual hiper-especialización 80 años después.
Sigue
Gramsci apuntando, y el paso es especialmente brillante, que “la superstición
científica conlleva ilusiones tan ridículas y concepciones tan infantiles que
hasta la superstición religiosa acaba ennoblecida”. ¿Por qué? Porque los
avances científicos, lo que comunista internacionalista en expresión de la
época llama “el progreso científico”, “ha hecho nacer la creencia expectante en
un nuevo tipo de Mesías que convertirá esta tierra en el país de Jauja”. La
falsaria ideología tecno-cientificista que asegura, contra toda aproximación
crítica y contra toda descripción social objetiva, la resolución vía “progreso
científico” de los conflictos, problemas y desigualdades sociales.
País de
Jauja, ensoñación abonada y no externa a sus propios promotores, que Gramsci
describe magníficamente: “como si las fuerzas de la naturaleza, sin que
intervenga la fatiga humana, sino por obra de mecanismos cada vez más
perfeccionados, fueran a dar a la sociedad, y en abundancia, todo lo
necesario para satisfacer sus necesidades y vivir cómodamente”. La
creencia, no por casualidad por supuesto, sigue estando esculpida en hierro en
la mente de muchos colectivos. Vale la pena destacar la mirada equilibrada, de
límites, casi ecologista avant la lettre, que Gramsci parece transitar
en este brillante paso.
Hay que
combatir, pues, esta infautación; sus peligros son evidentes. ¿Cuáles? La fe
abstracta y supersticiosa en la fuerza taumatúrgica del hombre, escribe un
magnífico Gramsci dialéctico, “lleva paradójicamente a esterilizar las bases
mismas de la fuerza humana y contribuye a destruir todo amor al trabajo
concreto y necesario, como si se hubiera fumado una nueva especie de opio”. La
denuncia de la apuesta fáustica, a la consideración quimérica en la peor de sus
acepciones de la empresa tecno-científica, y el desprecio al trabajo concreto,
a sus valores y complejidades, a su misma necesidad, es, sigue siendo más que
pertinente.
Hay que
combatir, pues, esta infautación con varios medios, prosigue, de los cuales el
más importante –son palabras de Gramsci- “debería ser: facilitar un mejor
conocimiento de las nociones científicas sencillas”. En absoluto abandono, en
absoluto búsqueda de otro tipo de conocimiento no-científico o supuestamente
superador del muy limitado saber tecno-científico sino mejor conocimiento de
las nociones básicas de las ciencias, instrucción real en este ámbito de la
cultura humana. Ninguna concesión al irracionalismo anticientífico.
Para ello,
va concluyendo el autor de La revolución contra El Capital, “lo que
conviene es que el trabajo de divulgación de la ciencia lo hagan los propios
científicos y estudiosos serios”. Trabajo de divulgación, pues, de educación
científica de la ciudadanía, hecho no sólo por científicos sino por estudiosos
serios, informados, que no tienen por qué ser científicos, que sepan en verdad
de qué están hablando. No, por el contrario, por “periodistas sabelotodo o autodidactas
presuntuosos”. Tal cual. La pregunta es pertinente: aparte de mil cosas más,
¿era Gramsci vidente también?
En realidad,
es el excelente toque final, “como se espera demasiado de la ciencia, se la
concibe como una superior hechicería”, como una forma idolatrada de ideología,
y por eso “no se logra valorar de manera realista lo que la ciencia ofrece en
concreto”. El racionalismo temperado de Gramsci, su llamada al realismo
político y cultural en la consideración social de la ciencia, hecha además en
condiciones difíciles, casi insoportables, es si cabe aún más digno de admirar.
Nunca tanto
en tan pocas líneas. ¿Se entiende que el texto de Gramsci pudiera servir de
inspiración a Manuel Sacristán [3] y Francisco Fernández Buey, dos de sus
grandes estudiosos y continuadores? Una conjetura, una sugerencia: leer La
ilusión del método y muchos artículos de Pacifismo, ecologismo y
política alternativa (y otros materiales inéditos) desde la mirada esbozada
por el autor de los Quaderni en este breve, magnífico e imprescindible
texto.
Notas:
[1] De
próxima aparición en El Viejo Topo, con prólogo de Jorge Riechmann y Alicia
Durán.
[2] Con la
antología de Gramsci se abría la colección crítica de los Libros de la
Catarata.
[3] La
siguiente nota fue escrita por Sacristán como entrada “Gramsci” para el Diccionario
de filosofía de Dagobert D. Runes cuya traducción él mismo coordinó:
“Antonio
Gramsci (1891-1937). Político y filósofo italiano, fundador del PCI. Estudió
lingüística y Filología (sobre todo Glotología) en la Universidad de Turín, sin
llegar a terminar la carrera por su dedicación a la política... Encarcelado en
1926, muere el 27 de abril de 1937, a los seis días de haber cumplido la
condena que el fiscal había motivado con la frase “Durante veinte años tenemos
que impedir que funcione este cerebro”. La obra de Gramsci consta de artículos
periodísticos anteriores a su encarcelamiento y de una treintena de cuadernos
de notas escritos en la cárcel (“Quaderni del carcere”). Las cartas escritas
por Gramsci desde la cárcel fueron consideradas por Benedetto Croce como una nueva pieza de la
literatura italiana”.
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De Sacristán sobre Gramsci sigue siendo imprescindible El orden y el
tiempo (Trotta, Madrid, edición de Albert Domingo Curto). De Francisco
Fernández Buey, Leyendo a Gramsci (El Viejo Topo, Barcelona).
Salvador López Arnal es miembro del Front Cívic Somos Mayoría y del
CEMS (Centre d’Estudis sobre els Movimients Socials de la Universitat Pompeu
Fabra de Barcelona; director Jordi Mir Garcia)
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad
para publicarlo en otras fuentes.
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