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No creo que sea lo más adecuado continuar
un debate de carácter ideológico sobre el Estado – aunque sabemos la posición de Marx al respecto, siempre sostuvo la
necesidad de destruir el aparato estatal–, sin abordar previamente los caminos
para salir del capitalismo y transitar hacia un mundo diferente. En su más reciente trabajo, Rebel cities
( Ciudades rebeldes, aún no traducido), Harvey dedica un capítulo a La creación
de los comunes urbanos, donde critica frontalmente tanto la organización centralizada de
inspiración leninista como el horizontalismo, al que acusa de
centrarse en prácticas de pequeños grupos que resultan imposibles en escalas
mayores y a escala global. Harvey
cuestiona también las autonomías locales como los espacios adecuados para
proteger los bienes comunes, porque en los hechos demandan algún tipo de
cercamiento ( enclosure, p. 71). El
razonamiento de Harvey está anclado en las escalas: tener un huerto
comunitario en tu barrio es algo bueno, dice, pero para resolver el calentamiento global, la calidad del agua y del
aire o problemas a escala global, no podemos apelar a asambleas ni a las formas
de organización que tienen hoy los movimientos. Para eso no hay otro camino que apelar al
Estado, en escala nacional, regional o municipal.
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Geógrafo Dr. David Harvey.
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¿PUEDE EL ESTADO SER LO COMÚN?.
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Raúl Zibechi.
La Jornada domingo 23 de marzo
del 2013.
Las
reflexiones y análisis rigurosos y comprometidos son imprescindible en este
periodo turbulento y caótico, en el cual las fuerzas anti-sistémicas tienen
dificultades para orientarse y definir un rumbo. Algunos de esos análisis han
jugado un papel destacado en los debates que realizan los movimientos, porque
iluminan los temas más importantes para orientarse en el largo plazo.
Los trabajos del geógrafo David Harvey, en particular aquellos que permiten comprender mejor los modos de acumulación del capital, han sido incorporados por numerosos movimientos para analizar la realidad que desean transformar. El concepto de acumulación por desposesión, que puede traducirse también como acumulación por despojo, formulado en su libro El nuevo imperialismo (Akal, 2004), es una de las ideas-fuerza aceptadas por quienes integran organizaciones anti-sistémicas.
En otros
trabajos Harvey se empeña en comprender más a fondo los movimientos del capital
y su impronta en los espacios geográficos y en los territorios, destacando cómo
han reconfigurado la trama urbana en las últimas décadas. En El enigma del
capital y las crisis del capitalismo (Akal, 2012), constata la estrecha
relación entre urbanización, acumulación de capital y eclosión de las crisis.
Desde la posguerra (1945), apunta, la suburbanización jugó un papel importante
en la absorción de los excedentes de capital y de trabajo.
El consumo
explica el 70 por ciento de la economía estadunidense (frente al 20 por ciento
que representaba en el siglo XIX), lo que lo lleva a concluir que la
organización del consumo mediante la urbanización se ha convertido en algo
absolutamente decisivo para la dinámica del capitalismo (p. 147). Consecuente
con sus trabajos anteriores, coloca en un lugar central la creación de nuevos
espacios y territorios, y los considera el aspecto fundamental de la
reproducción del capitalismo, destacando las categorías de renta de la tierra y
precio del suelo como las bisagras entre capital y geografía.
El análisis
de la lógica territorial del capitalismo, complementaria y convergente con los
flujos del capital que atraviesan los espacios con una lógica más sistemática y
molecular que territorial (p. 171), conduce a Harvey a abordar el poder, los
estados y las resistencias, recordando que en este periodo el Estado y el
capital están más estrechamente entrelazados que nunca (p. 182). Ingresa aquí
en un terreno mucho más delicado. Aunque parezca contradictorio con esa
afirmación, defiende la utilización del Estado como instrumento principal de
contrapoder frente a capital (p. 173).
En todo
caso, Harvey hace un reconocimiento a las juntas de buen gobierno zapatistas
como organizaciones territoriales capaces de crear un nuevo orden social. En
este punto no establece ninguna diferencia entre organización territorial y
Estado, ni entre poder instituido y contrapoderes. Aunque no trabaja en esa
dirección, el debate acerca de si todo poder territorial es sinónimo de Estado
sigue abierto y aún no hemos avanzado mucho al respecto.
No creo que
sea lo más adecuado continuar un debate de carácter ideológico sobre el Estado
– aunque sabemos la posición de Marx al respecto, siempre sostuvo la necesidad
de destruir el aparato estatal–, sin abordar previamente los caminos para salir
del capitalismo y transitar hacia un mundo diferente. En su más reciente
trabajo, Rebel cities ( Ciudades rebeldes, aún no traducido),
Harvey dedica un capítulo a La creación de los comunes urbanos, donde critica
frontalmente tanto la organización centralizada de inspiración leninista como
el horizontalismo, al que acusa de centrarse en prácticas de pequeños grupos
que resultan imposibles en escalas mayores y a escala global.
Harvey
cuestiona también las autonomías locales como los espacios adecuados para
proteger los bienes comunes, porque en los hechos demandan algún tipo de
cercamiento ( enclosure, p. 71). El razonamiento de Harvey está anclado
en las escalas: tener un huerto comunitario en tu barrio es algo bueno, dice,
pero para resolver el calentamiento global, la calidad del agua y del aire o
problemas a escala global, no podemos apelar a asambleas ni a las formas de
organización que tienen hoy los movimientos. Para eso no hay otro camino que
apelar al Estado, en escala nacional, regional o municipal.
Tres
consideraciones al respecto. Lo que propone Harvey se inscribe en una profunda
tendencia histórica que ha recobrado vigor en los últimos años. Aunque quien
suscribe no la comparta, el grueso de los movimientos latinoamericanos migraron
de las posiciones autónomas a las prácticas estatistas y electorales. No
reconocer esta tendencia no contribuye a profundizar los debates.
La segunda
tiene que ver con el carácter del Estado: ¿puede el Estado, que no es lo común
sino la expresión de una clase social, tener alguna utilidad para proteger lo
común? La comunidad, verdadera expresión de lo común, es la organización humana
más adecuada para proteger los bienes comunes. No es casual que allí donde esos
bienes han sido preservados es donde predominan los modos comunitarios en sus
más diversas formas.
En tercer
lugar, es necesario deshacer un malentendido que ha ganado enorme predicamento
en los últimos años: asumir la administración del Estado, el gobierno, se
convirtió para muchos activistas en el camino para transitar hacia un mundo
nuevo. Más allá de cómo se evalúan las gestiones de los gobiernos progresistas,
no existe en el mundo ninguna experiencia de construcción de nuevas relaciones
sociales desde el Estado heredado por el capitalismo.
La clase
obrera no puede limitarse simplemente a tomar posesión de la máquina del Estado
tal y como está y servirse de ella para sus propios fines, escribió Marx en
1872, al hacer balance de la Comuna de París. Que aún no tengamos fuerza
material para hacer lo que recomendaba Marx no quiere decir que nuestro
horizonte deba ceñirse a luchar por administrar lo existente, porque de ese modo
nunca superaremos el capitalismo.
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