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El investigador Kelly Sims Gallagher
descubre que 109 países han promulgado alguna forma de política relacionada con la energía renovable, y 118 países han establecido objetivos para
la energía renovable. En contraste, Estados Unidos no ha adoptado ninguna
política consistente y estable a escala nacional para apoyar el uso de la
energía renovable. No es la opinión
pública lo que motiva a la política estadunidense a mantenerse fuera del
espectro internacional. Todo lo contrario. La opinión está mucho más cerca de
la norma global que lo que reflejan las
políticas del gobierno de Estados Unidos, y apoya mucho más las acciones
necesarias para confrontar el probable
desastre ambiental pronosticado por un abrumador consenso científico –y uno
que no está muy lejano; afectando las vidas de nuestros nietos, muy
probablemente. Como reportan Jon A.
Krosnik y Bo MacInnis en Daedalus: Inmensas mayorías han favorecido
los pasos del gobierno federal para reducir la cantidad de emisiones de gas de efecto invernadero
generadas por las compañías productoras de electricidad. En 2006, 86 por ciento de los encuestados favorecieron solicitar a
estas compañías o apoyarlas con exención de impuestos para reducir la cantidad
de ese gas que emiten... También en ese año, 87 por ciento favoreció la exención de impuestos a las compañías
que producen más electricidad a partir de agua, viento o energía solar. Estas mayorías se mantuvieron entre 2006 y
2010, y de alguna manera después se redujeron.
El hecho de que el público esté
influenciado por la ciencia es
profundamente preocupante para aquellos que dominan la economía y la política
de Estado. Una ilustración actual de su
preocupación es la enseñanza sobre la ley de mejora ambiental, propuesta a
los legisladores de Estado por el Consejo de Intercambio Legislativo Estadunidense (CILE), grupo
de cabildeo de fondos corporativos que designa la legislación para cubrir las
necesidades del sector corporativo y de riqueza extrema. La Ley CILE manda enseñanza equilibrada de la ciencia del clima en
salones de clase K-12. La enseñanza
equilibrada es una frase en código que se refiere a enseñar la negación del
cambio climático, a equilibrar la
corriente de la ciencia del clima. Es análoga a la enseñanza equilibrada
apoyada por creacionistas para hacer posible la enseñanza de ciencia de
creación en escuelas públicas. La legislación basada en modelos CILE ya ha sido introducida
en varios estados.
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NOAM CHOMSKY: ¿Puede la civilización
sobrevivir al capitalismo?.
*****
Noam Chomsky.
La Jornada. Rebelión lunes 18 de marzo del 2013.
Hay
capitalismo y luego el verdadero capitalismo existente. El término capitalismo
se usa comúnmente para referirse al sistema económico de Estados Unidos con
intervención sustancial del Estado, que va de subsidios para innovación
creativa a la póliza de seguro gubernamental para bancos
demasiado-grande-para-fracasar.
El sistema
está altamente monopolizado, limitando la dependencia en el mercado cada vez
más: En los últimos 20 años el reparto de utilidades de las 200 empresas más
grandes se ha elevado enormemente, reporta el académico Robert W. McChesney en
su nuevo libro Digital disconnect. Capitalismo es un término usado ahora
comúnmente para describir sistemas en los que no hay capitalistas; por ejemplo,
el conglomerado-cooperativa Mondragón en la región vasca de España o las
empresas cooperativas que se expanden en el norte de Ohio, a menudo con apoyo
conservador –ambas son discutidas en un importante trabajo del académico Gar
Alperovitz.
Algunos
hasta pueden usar el término capitalismo para referirse a la democracia industrial apoyada por John
Dewey, filósofo social líder de Estados Unidos, a finales del siglo XIX y
principios del XX. Dewey instó a los trabajadores a ser los dueños de su
destino industrial y a todas las instituciones a someterse a control público,
incluyendo los medios de producción, intercambio, publicidad, transporte y
comunicación. A falta de esto, alegaba Dewey, la política seguirá siendo la
sombra que los grandes negocios proyectan sobre la sociedad. La democracia
truncada que Dewey condenaba ha quedado hecha andrajos en los últimos años.
Ahora el control del gobierno se ha concentrado estrechamente en el máximo del
índice de ingresos, mientras la gran mayoría de los de abajo han sido
virtualmente privados de sus derechos.
El sistema
político-económico actual es una forma de plutocracia que diverge fuertemente
de la democracia, si por ese concepto nos referimos a los arreglos políticos en
los que la norma está influenciada de manera significativa por la voluntad
pública. Ha habido serios debates a través de los años sobre si el capitalismo
es compatible con la democracia. Si seguimos que la democracia capitalista
realmente existe (DCRE, para abreviar), la pregunta es respondida
acertadamente: Son radicalmente incompatibles. A mí me parece poco probable que
la civilización pueda sobrevivir a la DCRE y la democracia altamente atenuada
que conlleva. Pero, ¿podría una democracia que funcione marcar la diferencia?
Sigamos el problema inmediato más crítico que enfrenta la civilización: una
catástrofe ambiental. Las políticas y actitudes públicas divergen marcadamente,
como sucede a menudo bajo la DCRE. La naturaleza de la brecha se examina en
varios artículos de la edición actual del Deadalus, periódico de la
Academia Americana de Artes y Ciencias.
El
investigador Kelly Sims Gallagher descubre que 109 países han promulgado alguna
forma de política relacionada con la energía renovable, y 118 países han
establecido objetivos para la energía renovable. En contraste, Estados Unidos
no ha adoptado ninguna política consistente y estable a escala nacional para
apoyar el uso de la energía renovable. No es la opinión pública lo que motiva a
la política estadunidense a mantenerse fuera del espectro internacional. Todo
lo contrario. La opinión está mucho más cerca de la norma global que lo que
reflejan las políticas del gobierno de Estados Unidos, y apoya mucho más las
acciones necesarias para confrontar el probable desastre ambiental pronosticado
por un abrumador consenso científico –y uno que no está muy lejano; afectando
las vidas de nuestros nietos, muy probablemente. Como reportan Jon A. Krosnik y
Bo MacInnis en Daedalus: Inmensas mayorías han favorecido los pasos del
gobierno federal para reducir la cantidad de emisiones de gas de efecto
invernadero generadas por las compañías productoras de electricidad. En 2006,
86 por ciento de los encuestados favorecieron solicitar a estas compañías o
apoyarlas con exención de impuestos para reducir la cantidad de ese gas que
emiten... También en ese año, 87 por ciento favoreció la exención de impuestos
a las compañías que producen más electricidad a partir de agua, viento o
energía solar. Estas mayorías se mantuvieron entre 2006 y 2010, y de alguna
manera después se redujeron.
El hecho de
que el público esté influenciado por la ciencia es profundamente preocupante
para aquellos que dominan la economía y la política de Estado. Una ilustración actual
de su preocupación es la enseñanza sobre la ley de mejora ambiental, propuesta
a los legisladores de Estado por el Consejo de Intercambio Legislativo
Estadunidense (CILE), grupo de cabildeo de fondos corporativos que designa la
legislación para cubrir las necesidades del sector corporativo y de riqueza
extrema. La Ley CILE manda enseñanza equilibrada de la ciencia del clima en
salones de clase K-12. La enseñanza equilibrada es una frase en código que se
refiere a enseñar la negación del cambio climático, a equilibrar la corriente
de la ciencia del clima. Es análoga a la enseñanza equilibrada apoyada por
creacionistas para hacer posible la enseñanza de ciencia de creación en
escuelas públicas. La legislación basada en modelos CILE ya ha sido introducida
en varios estados.
Desde luego,
todo esto se ha revestido en retórica sobre la enseñanza del pensamiento
crítico –una gran idea, sin duda, pero es más fácil pensar en buenos ejemplos
que en un tema que amenaza nuestra supervivencia y ha sido seleccionado por su
importancia en términos de ganancias corporativas. Los reportes de los medios
comúnmente presentan controversia entre dos lados sobre el cambio climático. Un
lado consiste en la abrumadora mayoría de científicos, las academias
científicas nacionales a escala mundial, las revistas científicas profesionales
y el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (PICC). Están de acuerdo
en que el calentamiento global está sucediendo, que hay un sustancial
componente humano, que la situación es seria y tal vez fatal, y que muy pronto,
tal vez en décadas, el mundo pueda alcanzar un punto de inflexión donde el
proceso escale rápidamente y sea irreversible, con severos efectos sociales y
económicos. Es raro encontrar tal consenso en cuestiones científicas complejas.
El otro lado
consiste en los escépticos, incluyendo unos cuantos científicos respetados –que
advierten que es mucho lo que aún se ignora–, lo cual significa que las cosas
podrían no estar tan mal como se pensó, o podrían estar peor. Fuera del debate
artificial hay un grupo mucho mayor de escépticos: científicos del clima
altamente reconocidos que ven los reportes regulares del PICC como demasiado
conservadores. Y, desafortunadamente, estos científicos han demostrado estar en
lo correcto repetidamente. Aparentemente, la campaña de propaganda ha tenido
algún efecto en la opinión pública de Estados Unidos, la cual es más escéptica
que la norma global. Pero el efecto no es suficientemente significativo como
para satisfacer a los señores.
Presumiblemente
esa es la razón por la que los sectores del mundo corporativo han lanzado su
ataque sobre el sistema educativo, en un esfuerzo por contrarrestar la
peligrosa tendencia pública a prestar atención a las conclusiones de la
investigación científica. En la Reunión Invernal del Comité Nacional
Republicano (RICNR), hace unas semanas, el gobernador por Luisiana, Bobby
Jindal, advirtió a la dirigencia que tenemos que dejar de ser el partido
estúpido. Tenemos que dejar de insultar la inteligencia de los votantes. Dentro
del sistema DCRE es de extrema importancia que nos convirtamos en la nación
estúpida, no engañados por la ciencia y la racionalidad, en los intereses de
las ganancias a corto plazo de los señores de la economía y del sistema
político, y al diablo con las consecuencias. Estos compromisos están
profundamente arraigados en las doctrinas de mercado fundamentalistas que se
predican dentro del DCRE, aunque se siguen de manera altamente selectiva, para
sustentar un Estado poderoso que sirve a la riqueza y al poder.
Las
doctrinas oficiales sufren de un número de conocidas ineficiencias de mercado,
entre ellas el no tomar en cuenta los efectos en otros en transacciones de
mercado. Las consecuencias de estas exterioridades pueden ser sustanciales. La
actual crisis financiera es una ilustración. En parte es rastreable a los
grandes bancos y firmas de inversión al ignorar el riesgo sistémico –la
posibilidad de que todo el sistema pueda colapsar– cuando llevaron a cabo
transacciones riesgosas. La catástrofe ambiental es mucho más seria: La
externalidad que se está ignorando es el futuro de las especies. Y no hay hacia
dónde correr, gorra en mano, para un rescate. En el futuro los historiadores
(si queda alguno) mirarán hacia atrás este curioso espectáculo que tomó forma a
principios del siglo XXI. Por primera vez en la historia de la humanidad los
humanos están enfrentando el importante prospecto de una severa calamidad como
resultado de sus acciones –acciones que están golpeando nuestro prospecto de
una supervivencia decente. Esos historiadores observarán que el país más rico y
poderoso de la historia, que disfruta de ventajas incomparables, está guiando
el esfuerzo para intensificar la probabilidad del desastre.
Llevar el
esfuerzo para preservar las condiciones en las que nuestros descendientes
inmediatos puedan tener una vida decente son las llamadas sociedades
primitivas: Primeras naciones, tribus, indígenas, aborígenes. Los países con
poblaciones indígenas grandes y de influencia están bien encaminados para
preservar el planeta. Los países que han llevado a la población indígena a la
extinción o extrema marginación se precipitan hacia la destrucción. Por eso
Ecuador, con su gran población indígena, está buscando ayuda de los países
ricos para que le permitan conservar sus cuantiosas reservas de petróleo bajo
tierra, que es donde deben estar.
Mientras
tanto, Estados Unidos y Canadá están buscando quemar combustibles fósiles,
incluyendo las peligrosas arenas bituminosas canadienses, y hacerlo lo más
rápido y completo posible, mientras alaban las maravillas de un siglo de
(totalmente sin sentido) independencia energética sin mirar de reojo lo que
sería el mundo después de este compromiso de autodestrucción. Esta observación
generaliza: Alrededor del mundo las sociedades indígenas están luchando para
proteger lo que ellos a veces llaman los derechos de la naturaleza, mientras
los civilizados y sofisticados se burlan de esta tontería. Esto es exactamente
lo opuesto a lo que la racionalidad presagiaría –a menos que sea la forma sesgada de la razón
que pasa a través del filtro de DCRE.
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(El nuevo libro de Noam
Chomsky es Power Systems: Conversations on Global Democratic Uprisings and
the New Challenges to U.S. Empire. Conversations with David Barsamian)
Fuente: La Jornada. Unam. México.
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