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Las religiones ven en la sexualidad un "pecado", un tema
problemático. Sin dudas, ese es un campo problemático. Pero no porque lleve a la
"perdición" (¿qué será eso?) sino porque es la patencia más absoluta
de los límites de lo humano: la sexualidad fuerza, desde su misma condición
anatómica, a "optar" por una de dos posibilidades: "macho" o "hembra".
La constatación de esa diferencia real no es cualquier cosa: a partir de ella
se construyen nuestros mundos culturales, simbólicos, de lo masculino y lo femenino, yendo más allá de la anatómica
realidad de macho y hembra. Esa construcción es, definitivamente, la más
problemática de las construcciones humanas, y siempre lista para el desliz, para el "problema", para el
síntoma (o, dicho de otra manera, para el goce, que es inconsciente. ¿Cómo
entender desde la lógica
"normal" que un impotente o una frígida gocen con su síntoma?). A
partir de esa construcción simbólica, se "construyó" masculinamente
la debilidad femenina. Así, la mujer es incitación al pecado, a la decadencia.
Su sola presencia es ya sinónimo de malignidad; su sexualidad es una invitación a la perdición,
a la locura.
Unas ciudadanas que han salido a la calle para exigir sus derechos y
libertades, además de reclamar sociedades democráticas, libres, justas e
igualitarias, entre otras características. Pasos importantes en la defensa de
las féminas se han aprobado recientemente. Naciones Unidas pedía en el mes de
marzo la erradicación de la violencia contra las mujeres. Una declaración que
ha sido firmada por primera vez por países musulmanes como Irán, Libia o Sudan,
entre otros territorios. El texto de la ONU señala que no se puede justificar
la violencia contra las mujeres y las niñas por motivos de “costumbres,
tradiciones o consideración religiosa”.
***
Pero es realmente para caerse de espaldas saber que hoy, entrado ya el siglo XXI, la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana
sigue preparando a las parejas que habrán de contraer matrimonio con manuales
donde puede leerse que "La profesión
de la mujer seguirá siendo sus labores, su casa, y debería estar presente en
los mil y un detalles de la vida de cada día. Le queda un campo inmenso para
llegar a perfeccionarse para ser esposa. El sufrimiento y ellas son buenos amigos.
En el amor desea ser conquistada;
para ella amar es darse por completo y entregarse a alguien que la ha elegido.
Hasta tal punto experimenta la necesidad de pertenecer a alguien que siente la
tentación de recurrir a la comedia de las lágrimas o a ceder con toda facilidad
a los requerimientos del hombre. La mujer es egoísta y quiere ser la única
en amar al hombre y ser amada por él. Durante
toda su vida tendrá que cuidarse y aparecer bella ante su esposo, de lo
contrario, no se hará desear por su marido", tal como puede
consultarse en "20 minutos
Madrid" del lunes 15 de noviembre de 2004, año V., número 1.132,
página 8. La idea de "pecado
decadente" ligado a las mujeres, no sólo en el catolicismo, sigue estando
presente en diversas cosmovisiones religiosas, todas de extracción patriarcal.
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Durante miles de años, con contadas excepciones la
mujer ha estado siempre sometida y dominada por el hombre – sobre todo por la
imposición de corrientes religiosas, que precisamente encontraban su fortaleza
en liquidar, desconocer los derechos de la mujer – quién le restringió sus
derechos y libertades, así como pisoteó y humilló su personalidad y orgullo.
***
EL
PAPEL DE LAS MUJERES EN LAS RELIGIONES.
(El
patriarcado pese a su crueldad en formas diversas aún logra mantenerse en el
planeta).
*****
Marcelo Colussi (especial
para ARGENPRESS. info)
Viernes 26 de julio del
2013.
Que las mujeres gozan de menos
derechos que los varones en todos los rincones del mundo no es ninguna novedad.
Eso está comenzando a cambiar, lentamente. Ya hay transformaciones importantes
en curso, pero aún resta muchísimo por avanzar. El patriarcado, con mayor o
menor virulencia, sigue siendo aún una cruel realidad en todo el planeta. No
puede precisarse cómo seguirán esos cambios, y con qué velocidad.
Lo que sí está claro es que las
religiones -todas- no juegan un papel precisamente progresista en ese cambio:
más que ayudar a la igualación de las relaciones entre los géneros, promueven
el mantenimiento de las más odiosas y repudiables diferenciaciones injustas
(¿puede haber alguna diferenciación injusta que no se odiosa y repudiable?)
Amparados en la pseudo explicación
de "ancestrales motivos
culturales", podemos entender -jamás justificar- el patriarcado, los
arreglos matrimoniales hechos por los varones a espaldas de las mujeres, el
papel sumiso jugado por éstas en la historia, el harem, la ablación
clitoridiana; podemos entender que una comadrona en las comunidades rurales de
Latinoamérica cobre más por atender el nacimiento de un niño que el de una
niña, o podemos entender la lógica que lleva a la lapidación de una mujer
adúltera en el África.
En esta línea, entonces, podríamos
decir que las religiones ancestrales son la justificación ideológico-cultural
de este estado de cosas; las religiones en tanto cosmovisiones (filosofía,
código de ética, manual para la vida práctica) han venido bendiciendo las
diferencias de género, por supuesto siempre a favor de los varones. ¿Por qué
los poderes, al menos hasta ahora, han sido siempre masculinos y misóginos?
Esto, secundariamente, demuestra que todas las religiones son machistas, nunca
progresistas, nunca promueven la equidad real; y si hay diosas mujeres, como
efectivamente las hay, la feligresía está atravesada por el más absoluto
patriarcado.
Quizá en un arrebato de modernidad
podríamos llegar a estar tentados de decir que las religiones más antiguas, o los albores de las actuales grandes
religiones monoteístas, son explícitas en su expresión abiertamente patriarcal,
consecuencia de sociedades mucho más "atrasadas", sociedades donde
hoy ya se comienza a establecer la agenda de los derechos humanos, incluidos
los de las mujeres, sociedades que van dejando atrás la nebulosa del
"sub-desarrollo". Así, no nos sorprende que dos milenios y medio
atrás, Confucio, el gran pensador
chino, pudiera decir que "La mujer
es lo más corruptor y lo más corruptible que hay en el mundo", o que
el fundador del budismo, Sidhartha
Gautama, aproximadamente para la misma época expresara que "La mujer es mala. Cada vez que se le
presente la ocasión, toda mujer pecará".
Tampoco nos sorprende hoy, en una serena lectura historiográfica y
sociológica de las Sagradas Escrituras de la tradición católica, que en el
Eclesiastés 22:3 pueda encontrarse que "El nacimiento de una hija es una
pérdida", o en el mismo libro, 7:26-28, que "El hombre que agrada a Dios debe escapar de la mujer, pero el
pecador en ella habrá de enredarse. Mientras yo, tranquilo, buscaba sin
encontrar, encontré a un hombre justo entre mil, más no encontré una sola mujer
justa entre todas". O que el Génesis enseñe a la mujer que
"parirás tus hijos con dolor. Tu deseo será el de tu marido y él tendrá
autoridad sobre ti", o el Timoteo 2:11-14 nos diga que "La mujer debe
aprender a estar en calma y en plena sumisión. Yo no permito a una mujer
enseñar o tener autoridad sobre un hombre; debe estar en silencio".
Siempre en la línea de intentar
concebir la historia como un continuo desarrollarse, y al proceso civilizatorio
como una búsqueda perpetua de mayor racionalidad en las relaciones interhumanas, podría entenderse que cosmovisiones
religiosas antiguas como la que aún mantienen los ortodoxos judíos repitan en
oraciones que se remontan a lejanísimas antigüedades: "Bendito seas Dios, Rey del Universo, porque Tú no me has hecho
mujer", o "El hombre puede vender a su hija, pero la mujer no; el
hombre puede desposar a su hija, pero la mujer no".
Reconociendo que los prejuicios culturales, racistas para
decirlo en otros términos, siguen estando aún presentes en la humanidad pese al
gran progreso de los últimos siglos, desde una noción occidental
(eurocentrista), podría pensarse que son religiones "primitivas" las
que consagran el patriarcado y la supremacía masculina. Así, ente la población
africana, es común que en nombre de preceptos religiosos (de "religiones
paganas" se decía no hace mucho tiempo) más de 100 millones de mujeres y
niñas son actualmente víctimas de la mutilación genital femenina, practicada
por parteras tradicionales o ancianas experimentadas al compás de oraciones
religiosas a partir del concepto, tremendamente machista, de que la mujer no
debe gozar sexualmente, privilegio que sólo le está consagrado a los varones,
mientras que eso por cierto no sucede en sociedades "evolucionadas".
Igualmente desde un prejuicio
descalificante puede decirse que la dominación masculina queda glorificada en
religiones que, al menos en Occidente,
son vistas como fanáticas, fundamentalistas, primitivas en
definitiva. En ese sentido, en esa lógica de discriminación cultural, puede
afirmarse que los musulmanes ya en
su libro sagrado tienen establecido el patriarcado, lo cual podría ratificarse
leyendo el verso 38 del capítulo "Las
mujeres" del Corán (en la traducción española de Joaquín
García-Bravo), que textualmente dice: "Los hombres son superiores a las
mujeres, a causa de las cualidades por medio de las cuales Alá ha elevado a éstos por encima de aquéllas, y porque los hombres
emplean sus bienes en dotar a las mujeres. Las mujeres virtuosas son obedientes
y sumisas: conservan cuidadosamente, durante la ausencia de sus maridos, lo que
Alá ha ordenado que se conserve
intacto. Reprenderéis a aquellas cuya desobediencia temáis; las relegaréis en
lechos aparte, las azotaréis; pero, tan pronto como ellas os obedezcan, no les
busquéis camorra. Dios es elevado y
grande".
Incluso podría decirse que si la
religión católica consagró el machismo, eso fue en tiempos ya idos, pretéritos,
muy lejanos, y no es vergonzante hoy que uno de sus más conspicuos padres
teológicos como San Agustín dijera
hace más de 1.500 años: "Vosotras,
las mujeres, sois la puerta del Diablo: sois las transgresoras del árbol
prohibido: sois las primeras transgresoras de la ley divina: vosotras sois las
que persuadisteis al hombre de que el diablo no era lo bastante valiente para
atacarle. Vosotras destruisteis fácilmente la imagen que de Dios tenía el
hombre. Incluso, por causa de vuestra deserción, habría de morir el Hijo de
Dios". Curioso modo de ver las cosas, a leerse psico-analíticamente,
pues el mismo Obispo de Hipona, años
atrás, antes de su conversión, cuando era un joven aristócrata sibarita había
expresado que "es de mal gusto acostarse dos noches seguidas con la misma
mujer". Es decir: la mujer siempre como objeto, y más aún: objeto
peligroso. Y tampoco llama la atención que hace ocho siglos Santo Tomás de Aquino, quizá el más
notorio de todos los teólogos del cristianismo, expresara: "Yo no veo la
utilidad que puede tener la mujer para el hombre, con excepción de la función
de parir a los hijos". Pero, ¿no
debe abrirse una crítica genuina de todo esto?
Quiero presentarme, pues apenas me conoces. Soy otra mujer “sin nombre”
en el Nuevo Testamento. Una vez más los redactores de los evangelios me niegan
identidad por mí misma, sólo soy un de en relación a un varón importante: “suegra de Pedro”. Quizás no te
sorprendas, seas varón o mujer, pues estamos todos tan acostumbrados a que así
sea que nos parece lo natural: hija de, hermana de, esposa de, pareja de,
hermana de, viuda de…..¿A qué hoy sigue siendo también así entre vosotros?. ¿No
crees que ya ha llegado la hora de que eso deje de ser como es?.
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Las religiones ven en la sexualidad un "pecado", un tema problemático. Sin dudas, ese es un campo
problemático. Pero no porque lleve a la "perdición" (¿qué será eso?)
sino porque es la patencia más absoluta de los límites de lo humano: la
sexualidad fuerza, desde su misma condición anatómica, a "optar" por
una de dos posibilidades: "macho"
o "hembra". La constatación de esa diferencia real no es
cualquier cosa: a partir de ella se construyen nuestros mundos culturales,
simbólicos, de lo masculino y lo femenino, yendo más allá de la anatómica
realidad de macho y hembra. Esa construcción es, definitivamente, la más problemática de las construcciones
humanas, y siempre lista para el desliz, para el "problema", para
el síntoma (o, dicho de otra manera, para el goce, que es inconsciente. ¿Cómo
entender desde la lógica "normal" que un impotente o una frígida
gocen con su síntoma?). A partir de esa construcción simbólica, se
"construyó" masculinamente la debilidad femenina. Así, la mujer es incitación al pecado, a la
decadencia. Su sola presencia es ya sinónimo de malignidad; su sexualidad
es una invitación a la perdición, a la locura.
En la tristemente célebre obra
"Martillo de las brujas" ("Malleus maleficarum") de
Heinrich Kramer y Jacobus Sprenger, aparecida en 1486 como manual de operaciones de la Santa Inquisición, puede
leerse que: "Estas brujas conjuran y suscitan el granizo, las tormentas y
las tempestades; provocan la esterilidad en las personas y en los animales;
ofrecen a Satanás el sacrificio de los
niños que ellas mismas no devoran y, cuando no, les quitan la vida de
cualquier manera. Entre sus artes está la de inspirar odio y amor desatinados,
según su conveniencia; cuando ellas quieren, pueden dirigir contra una persona
las descargas eléctricas y hacer que las chispas le quiten la vida, así como
también pueden matar a personas y animales por otros varios procedimientos;
saben concitar los poderes infernales para provocar la impotencia en los matrimonios o tornarlos infecundos,
causar abortos o quitarle la vida al niño en el vientre de la madre con sólo un
tocamiento exterior; llegan a herir o matar con una simple mirada, sin contacto
siquiera, y extreman su criminal aberración ofrendándole los propios hijos a
Satanás". (…) "La facultad que todas tienen en común, así las de
superior categoría como las inferiores y corrientes, es la de llegar en su
trato carnal con el diablo a las más abyectas y disolutas bacanales". No
está de más recordar que gracias a instructivos como éste pudieron ser quemadas
en la hoguera miles de mujeres en la Edad Media, por supuesta brujería. Fue la
idea religiosa en juego la que provocó esto, más allá del declarado "amor al prójimo": la mujer
como incitadora al pecado, como puerta de entrada a la perdición. ¿Amparados en
qué derechos varones misóginos pudieron, o pueden, mantener esta monstruosa
injusticia?
Toda
esta misoginia, este machismo patriarcal tan condenable podría entenderse
como el producto de la oscuridad de los tiempos, de la falta de desarrollo, del
atraso que imperó siglos atrás en
Occidente, o que impera aún en muchas sociedades contemporáneas que tienen
todavía que madurar (y que, por ejemplo, aún lapidan en forma pública a las
mujeres que han cometido adulterio, como los musulmanes, o les obligan a cubrir
su rostro ante otros varones que no sean de su círculo íntimo). Pero es
realmente para caerse de espaldas saber que hoy, entrado ya el siglo XXI, la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana
sigue preparando a las parejas que habrán de contraer matrimonio con manuales
donde puede leerse que "La profesión de la mujer seguirá siendo sus
labores, su casa, y debería estar presente en los mil y un detalles de la vida
de cada día. Le queda un campo inmenso para llegar a perfeccionarse para ser
esposa. El sufrimiento y ellas son
buenos amigos. En el amor desea ser conquistada; para ella amar es darse
por completo y entregarse a alguien que la ha elegido. Hasta tal punto
experimenta la necesidad de pertenecer a alguien que siente la tentación de
recurrir a la comedia de las lágrimas o a ceder con toda facilidad a los
requerimientos del hombre. La mujer es
egoísta y quiere ser la única en amar al hombre y ser amada por él. Durante
toda su vida tendrá que cuidarse y aparecer bella ante su esposo, de lo
contrario, no se hará desear por su marido", tal como puede consultarse en
"20 minutos Madrid" del
lunes 15 de noviembre de 2004, año V., número 1.132, página 8. La idea de "pecado decadente" ligado a
las mujeres, no sólo en el catolicismo, sigue estando presente en diversas
cosmovisiones religiosas, todas de extracción patriarcal.
El
actual papa Francisco
tiene como uno de sus objetivos darles un lugar mucho más protagónico a las
mujeres en la práctica de la religión católica desde la institución vaticana. ¿Futuras sacerdotisas? Quizá. ¿Por qué
no? Es hora que la Iglesia y las religiones se modernicen en muchos aspectos,
que formulen una genuina autocrítica, que evolucionen.
Las
religiones,
quizá no puede ser de otra manera dado el papel social que cumplen, tienden a
ser conservadoras. En eso, las mujeres
salen siempre mal paradas: desde
el machismo ancestral que nos constituye, todas las religiones hacen de las
mujeres el "chivo expiatorio"
que refuerza la construcción machista. Aunque ya va siendo hora de romper esos
atávicos esquemas, ¿verdad? ¿Por qué la suerte de las mujeres tiene que estar
supeditada al parecer de unos cuantos varones misóginos? Cambiar esquemas es
algo siempre difícil, tortuoso, complicadísimo. "Es más fácil desintegrar
un átomo que un prejuicio", dijo sabiamente Einstein. Pero más allá de esas enormes dificultades, es un imperativo
ético de toda la sociedad (varones y mujeres) plantearse estos cambios.
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