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Su desinfle actual acorde con el estancamiento de
los centros imperiales es inevitable y las tentativas de las autoridades por suavizarlo, contenerlo dentro de límites manejables choca cada vez
más con una configuración social elitista que bloquea la expansión del mercado
interno. A esto se agrega la rigidez de estructuras
industriales trananacionalizadas, incorporadas a redes comerciales y
financieras globales, tecnológicamente modeladas por la demanda de los países
ricos cuya reconversión hacia la demanda local constituye una suerte de
cuadratura del círculo. Mientras tanto China ha salido de la existencia marginal y
miserable a la que la había condenado la decadencia del viejo imperio y la
colonización occidental y hoy dispone de un potencial industrial,
científico-tecnológico, militar, etc. (producto de los procesos de desarrollo
iniciado hace algo más de seis décadas) que la convierte en un protagonista
decisivo de las futuras turbulencias internacionales. La visión de una China “más desarrollada” puede ser extendida al conjunto de la
periferia, en especial a sus grandes naciones como India, Brasil o Rusia y a otras de menor talla como Sudáfrica, Argentina o Venezuela lo que
conduce inevitablemente hacia el campo de las ilusiones en torno de la
renovación del capitalismo global a partir de la periferia, de su despegue
positivo respecto de la decadencia occidental (y japonesa). Pero los datos sobre China, India, Brasil, Rusia, etc., muestran la integración de esas
economías a la red financiera global centrada en los espacios especulativos de Occidente y si bien es cierto que las
economías periféricas emergentes siguen creciendo no es menos cierto que su
crecimiento se va desinflando, lo hace con un desfasaje temporal que se ha
venido sosteniendo durante el último lustro pero que podría ser corregido próximamente
de manera abrupta.
/////
Otoño-Invierno del imperio y el sistema capitalista. En el caso del imperio estadounidense hay razones para
pensar que la hegemonía explotadora no solo es el « otoño » del imperio sino
también del modo de producción capitalista, que ya se encuentra ante la «
barrera insalvable » que anticipaba Karl Marx.
***
ORIGEN y DECLINACIÓN del CAPITALISMO.
*****
Por: JORGE BEINSTEIN.
rcc.net/globalización. Junio del 2013.
Jornada internacional
“CHAVEZ SIEMPRE” Crisis mundial y agresiones imperialistas: Venezuela y las
luchas emancipadoras en Nuestra América. Jueves 23 mayo, Auditorio Alcaldía
Girardot, Maracay.
_
Convergencias
Origen y declinación del capitalismo
Jorge Beinstein
Retorno al origen
En ciertos rituales funerarios de tiempos
remotos los muertos eran colocados en posición fetal, por ejemplo se han
encontrado restos de neardentales sepultados de esa manera con la cabeza
apuntando hacia el Oeste y los pies hacia el Este, algunas hipótesis
antropológicas sostienen que esa disposición del cadáver estaba relacionada con
la creencia en el renacimiento del muerto. La
civilización burguesa a medida que avanza su senilidad parece reiterar esos
ritos, preparándose para el desenlace final apunta la cabeza hacia su origen
occidental y va acomodando el cuerpo degradado buscando recuperar las formas
prenatales intentando tal vez así conseguir una vitalidad irremediablemente
perdida.
El fin y el origen aparentan converger, pero
el anciano no consigue volver al pasado sino más bien reproducirlo de manera
grotesca, decadente. Hacia el final de su recorrido histórico el capitalismo se
vuelca prioritariamente hacia las finanzas, el comercio y el militarismo en su
nivel más aventurero “copiando”
sus comienzos cuando Occidente consiguió saquear recursos naturales,
sobreexplotar poblaciones y realizar genocidios acumulando de ese modo riquezas
desmesuradas con relación a su tamaño lo que le permitió expandir sus mercados internos,
invertir en nuevas formas productivas, desarrollar instituciones, capacidad
científica y técnica. En suma construir la “civilización” que llevó Voltaire a señalar: “la civilización no suprime la barbarie, la
perfecciona”.
La decadencia del mundo burgués imita en
cierto modo a su origen pero no lo hace a partir de un protagonista joven sino
decrépito y en un contexto completamente diferente: el de la gestación era un planeta rico en recursos humanos y
naturales disponibles, virgen desde el punto de vista de los apetitos
capitalistas, el actual es un contexto saturado de capitalismo, con fuertes
espacios resistentes o poco manejables en la periferia, con numerosos recursos
naturales decisivos en rápido agotamiento y un medio ambiente global desquiciado.
Fin de ciclo. Decadencia: del capitalismo
industrial alparasitismo.
Toda la historia del capitalismo está
atravesada por numerosas crisis de corta, mediana y larga duración, de
gestación, de nacimiento, de crecimiento, de madurez, de decadencia, sectorial,
pluri-sectorial, general etc. La
actual coyuntura global suele ser descripta empleando el término crisis
(del neoliberalismo, financiera, sistémica, del capitalismo, de
civilización...), ¿se trata realmente de una crisis o de algo más?. ¿Nos
encontramos ante una turbulencia devastadora o no tan truculenta pero
anunciadora de un nuevo orden mundial capitalista, es decir de una regeneración
sistémica o bien del canto del cisne de una civilización caduca?, en el primer
caso correspondería hablar de crisis de
reconversión, de destrucción creadora en el sentido shumpeteriano,
en el segundo podría en principio alcanzar con una sola palabra: decadencia.
Los conceptos de crisis y decadencia son ambiguos, su uso no resuelve
completamente los interrogantes que plantea la descripción de la realidad
actual. Por lo general hablamos de crisis
cuando nos enfrentamos a una turbulencia o perturbación importante del sistema
social, el concepto de decadencia
suele ser asociado a la idea de irreversibilidad, de trayectoria
ineludible, de camino más o menos lento, accidentado o calmo hacia la
extinción, hacia el final. Sin embargo la historia muestra tanto largos
procesos de declinación que culminan con el fin de una sociedad o una civilización como fenómenos visualizados
como decadencias pero que en algún momento se convierten en renacimiento, en
inicio de una segunda juventud. Sobre todo durante ciertos períodos de transición cultural donde se combina lo
viejo declinante pero todavía hegemónico con lo nuevo ascendente aunque
soportando derrotas, fracasos propios de las experiencias demasiado jóvenes,
demasiado dependientes del “sentido
común” establecido por las antiguas verdades capaces de sobrevivir
durante mucho tiempo a su creciente divorcio con la realidad.
Muchas veces una crisis prolongada atravesada por turbulencias que se van sucediendo
unas tras otras conformando una continuidad de calamidades aparece como un
mundo que se derrumba cuando puede llegar a ser el taller de forja de una nueva
era. La llamada “larga crisis del
siglo XVII” que afectó a Europa y que se fue convirtiendo gradualmente
en la base de lanzamiento planetario de la modernidad occidental fue vista por
buena parte de sus contemporáneos más
lúcidos como una época de desastres y decadencia universal.
Esa visión se prolongó hasta bien entrado el siglo XVIII cuando la
emergencia del iluminismo, de la ideología del progreso, del culto a la Razón, se
combinaron en las elites de Occidente con el fantasma de la decadencia,
simbolizada por la declinación del imperio romano. En 1734 Montesquieu publicada sus “Consideraciones acerca de las causas
de la grandeza y decadencia de los romanos” y curiosamente en 1776 en la
Inglaterra donde comenzaba a abrirse paso la Revolución Industrial mientras
Adam Smith publicada la primera edición de “La
riqueza de las naciones” estableciendo las bases teóricas del
capitalismo liberal naciente, marcando el avance optimista del racionalismo
burgués, Edward Gibbon publicaba la primera edición de su “Historia de la
decadencia y caída del Imperio Romano” engrosando el espacio de las
visiones pesimistas de las elites tradicionales de Europa angustiadas por la
declinación del universo cultural e institucional de las aristocracias.
No está de más recordar lo que podríamos
calificar como obsesión y nostalgia plurisecular recurrente de la cultura
occidental en torno de la grandeza de la Roma imperial, de su durable “pax romana” o dominación “universal”
(del “universo” colonial posible en esa época con centro en el Mar
Mediterráneo). Desde la tentativa de restauración del imperio varios siglos
después de su derrumbe con la proclamación en Roma de Carlomagno en el año 800 (y en consecuencia del extinto Imperio
Romano de Occidente), siguiendo con el Sacro Imperio Romano Germánico
(el “Primer Reich”) en el siglo posterior, llegando a los delirios
imperiales-romanos del emperador Napoleón, continuando con el Kaiserreich
(“Kaiser” derivado del Caesar romano) o “Segundo Reich” de Alemania desde 1871
radicalizado luego por Hitler como “Tercer Reich”, la Italia fascista
proclamada por Mussolini como Tercera Roma (la “Terza Roma” heredera de la
Roma Imperial y de la Roma Papal) y por supuesto falangistas, nazis y
fascistas saludando con el brazo en alto, el saludo romano imperial, para
llegar finalmente (por ahora) a las elucubraciones durante la década pasada
acerca de la Pax Americana imaginada por los halcones de George W. Bush
como una suerte de reedición a escala planetaria del Imperio Romano tal como lo
plantearon en su momento textos influyentes en el primer círculo del poder de
los Estados Unidos por autores como Robert
Kaplan (1).
Pero la nostalgia imperialista no puede
prescindir del temor oculto que se esconde por debajo de la euforia, porque el
esplendor esclavista anunciaba su decadencia, sus lujos parasitarios resultado
de la incesante expansión del sistema se convirtieron en el veneno mortal, la
droga que alentó su ruina. Como señalaba Juvenal: “El lujo, más insidioso
que el enemigo extranjero, nos apoya su pesada mano, vengando al mundo que
hemos conquistado” (2). La
estrafalaria literatura que proliferó a comienzos del siglo XXI alentada por el
triunfalismo de los halcones del Imperio desarrollando paralelos entre Roma (de
los césares) y Washington (de Bush) lo hizo en paralelo a la aparición de
numerosos textos referidos a la decadencia romana muchos de ellos estableciendo
similitudes con las potencias occidentales principalmente los Estados Unidos.
La larga crisis del siglo XVII fue una enorme trituradora
histórica de viejas estructuras y mentalidades generando el declive de las
monarquías absolutistas de Occidente y más adelante favoreciendo el ascenso del capitalismo industrial a
partir de una crisis de nacimiento, del parto turbulento, dramático del
mundo moderno entre fines del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX marcado por
la revolución industrial en Inglaterra,
la Revolución Francesa, las guerras napoleónicas, la Restauración, etc.
Mucho tiempo después Europa vivió una crisis relativamente larga entre 1914
y 1945, fue pensada por los bolcheviques como la declinación universal del
capitalismo que abría las puertas a su superación revolucionaria, socialista-comunista.
En realidad se trató de un proceso complejo que combinaba elementos incipientes
de decadencia, significativos pero insuficientes como para conformar una
avalancha global imparable, con otros de recomposición, de rejuvenecimiento
como la intervención estatal en la economía, la masa de inventos, de ideas
técnicas que se fueron transformando en innovaciones abriendo un nuevo
horizonte social y sobre todo la presencia de los aparatos militares en
expansión conjugando potencia y acción destructiva con multiplicadores del
consumo, la inversión y la renovación tecnológica de la producción civil
(keynesianismo militar).
Los comunistas de los años 1920 subestimaban la capacidad
de recomposición del mundo burgués pero la extrema derecha, los fascistas de
esa época la sobrestimaban, le atribuían una esperanza de vida demasiado
prolongada, así es como Mussolini
proclamaba triunfalista en un artículo de enero de 1921: “el capitalismo
está ahora apenas en el inicio de su historia”, capítulo en el que el nuevo
autoritarismo fascista proyectaba cumplir un papel decisivo, refundador,
recuperando las raíces más brutales del sistema. El Duce lo sintetizaba ante la
Cámara de Diputados italiana algunos meses después: “la verdadera historia
del capitalismo empieza ahora... hay que abolir el Estado colectivista, tal
como la guerra nos lo ha transmitido por la necesidad de las circunstancias y
volver al estado Manchesteriano” (3).
Disciplinamiento dictatorial de la fuerza laboral y libertad total para los
capitalistas.
Sin embargo el sistema no podía regresar al siglo XIX, sus bloqueos estructurales
lo obligaban a utilizar la intervención estatal en la economía para desarrollar
nuevos espacios de rentabilización como la industria de guerra y las grandes
obras públicas. Lo que se empezaba a instalar no era el viejo capitalismo
liberal decimonónico sino su tabla de salvación militarista, intervencionista
que en su primera etapa europea durante los años 1920-1930 asumió la forma de
mutación ideológica desde el liberalismo hacia el totalitarismo fascista bajo
el paraguas legitimador de la “comunidad nacional” aplastando a los “intereses
sectoriales”... de los de abajo. Como señalaba Horkheimer “la idea de comunidad nacional (la
“Volksgemeinschaft” de los nazis), levantada como objeto de idolatría no
podía en última instancia ser sostenida sino por medio del terror. Esto explica
la tendencia del liberalismo a derivar hacia el fascismo” (4).
La recomposición estatista (keynesiana) del capitalismo central
cuando emergió de la Segunda Guerra Mundial tuvo una era dorada de apenas un
cuarto de siglo (aproximadamente 1945-1970), luego se inició una sucesión de
turbulencias que dura hasta el presente.
Más adelante desde los años 1980 apareció lo que los medios de comunicación anunciaban como recomposición
neoliberal del sistema, sin embargo los datos duros demuestran que más allá
del barullo mediático optimista se producía un deterioro sistémico que se
profundizaba con el correr de los años, las tasas de crecimiento productivo
global, principalmente en los países centrales, se fueron reduciendo como
tendencia de largo plazo, la economía mundial se fue financierizando hasta que
hacia fines de la primera década del siglo
XXI la masa financiera global equivalía a veinte veces el Producto Bruto
Mundial, los estados, las empresas y los
consumidores de las naciones ricas se endeudaban vertiginosamente hasta quedar
aplastados por las deudas.
Este larga degradación tiene todas las
características de una decadencia, lenta si la medimos según los ritmos
del siglo XX, se trata de una
trayectoria de aproximadamente cuatro décadas cuyo despegue puede ser situado
en el período 1968-1973/74. A partir
de allí la expansión del capitalismo global se combina con el deterioro de sus
componentes fundamentales que van siendo cubiertas por el parasitismo
financiero y consumista, una militarización desestructurante y donde la dinámica
tecnológica está en el centro de una depredación sin precedentes de los
recursos naturales. El recorrido no alcanza un punto de regeneración
sino todo lo contrario, hacia los años 2007-2008-2009
se produce un verdadero salto cualitativo y la decadencia se radicaliza
convirtiéndose en un fenómeno de
autodestrucción.
Decadencia general del sistema y no crisis larga
ni de crecimiento como lo ocurrido en Europa en el siglo XVII y entre
fines del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX, tampoco aparecen como en el
período 1914-1945 expresiones de
declinación mezcladas con otras de recomposición marcadas por la declinación de
Europa centro-occidental y el ascenso de los Estados Unidos.
Respecto a esto último es necesario señalar
que desde el punto de vista de la dinámica del capitalismo mundial la China de comienzos del siglo XXI no es el
equivalente de los Estados Unidos de la primera mitad del siglo XX. La economía
china es periférica respecto de las potencias centrales, su desarrollo depende
de su estructura industrial-exportadora atada a sus principales clientes: los Estados Unidos, la Unión Europea y Japón
compradores del grueso de sus exportaciones que constituyen aproximadamente la
mitad de su producción industrial y en consecuencia cerca del 25 % de su
Producto Bruto Interno.
Lo hace a partir de su mano de obra barata lo
que permite a esas potencias sobreexplotar de manera directa e indirecta a unos
230 millones de obreros industriales
y a una abanico aún más extendido de trabajadores chinos. Acumula más de 3,5 billones (millones de millones) de
dólares de reservas, montaña de papeles de valor futuro incierto, el
endeudamiento estatal y empresario crece vertiginosamente y su economía está
plenamente integrada a la maraña financiera global que impacta en su interior
generando burbujas especulativas,
distorsiones inflacionarias, corrupción institucional (5).
Su desinfle actual acorde con el
estancamiento de los centros imperiales es inevitable y las tentativas de las
autoridades por suavizarlo, contenerlo dentro de límites manejables choca cada
vez más con una configuración social elitista que bloquea la expansión del
mercado interno. A esto se agrega la rigidez de estructuras industriales trananacionalizadas, incorporadas a redes
comerciales y financieras globales, tecnológicamente modeladas por la demanda
de los países ricos cuya reconversión hacia la demanda local constituye una
suerte de cuadratura del círculo.
Mientras tanto China ha salido de la existencia marginal y miserable a la que la
había condenado la decadencia del viejo imperio y la colonización occidental y
hoy dispone de un potencial industrial, científico-tecnológico, militar, etc.
(producto de los procesos de desarrollo iniciado hace algo más de seis décadas)
que la convierte en un protagonista decisivo de las futuras turbulencias
internacionales.
La visión de una China “más desarrollada” puede ser extendida al conjunto de la
periferia, en especial a sus grandes naciones como India, Brasil o Rusia y a
otras de menor talla como Sudáfrica, Argentina o Venezuela lo que conduce
inevitablemente hacia el campo de las ilusiones en torno de la renovación del
capitalismo global a partir de la periferia, de su despegue positivo respecto
de la decadencia occidental (y japonesa). Pero los datos sobre China, India, Brasil, Rusia, etc.,
muestran la integración de esas economías a la red financiera global centrada
en los espacios especulativos de Occidente y si bien es cierto que las
economías periféricas emergentes siguen creciendo no es menos cierto que su
crecimiento se va desinflando, lo hace con un desfasaje temporal que se ha
venido sosteniendo durante el último lustro pero que podría ser corregido
próximamente de manera abrupta.
Aunque esta aclaración debe ser asociada al
hecho de que sobre todo durante la última década se ha producido un cambio
significativo en la geografía económica mundial donde ahora una parte
significativa de la periferia presenta niveles relativos de desarrollo
industrial, militar, urbano, etc. que la hacen menos sometida a la jerarquía
global tradicional del capitalismo, más independiente desde el punto de vista
político. Medido a “paridad de poder
de compra” la suma de los PBI de tres países periféricos Brasil, India
y China es hoy equivalente a la de las grandes economías occidentales
(Inglaterra, Francia, Canadá, Italia, Alemania y los Estados Unidos) y el
comercio entre los países del Sur es ya casi igual al que existe entre los
países del Norte.
La agravación futura del deterioro del
capitalismo global abre por consiguiente importantes espacios de autonomía en
la periferia que cuenta ahora con bases productivas y culturales que le podrían
permitir atravesar con mayor facilidad las barreras burguesas y defenderse de
eventuales agresiones externas. Pensemos por ejemplo en la ola de movimientos
sociales y los crecimientos productivos de América Latina en la última década,
en China pasando de 50 millones a 230 millones de obreros industriales en
un cuarto de siglo, en una periferia donde la comunicaciones se han expandido
exponencialmente: la masificación de internet era a comienzos de la década
pasada una marca distintiva de los países centrales pero actualmente en la
periferia los usuarios de internet superan las 1500 millones de personas contra
poco más de 600 millones en los países centrales.
Esto nos lleva al primer indicador de la decadencia global: la
declinación sin remplazo a la vista del centro dominante (occidental) del
sistema. La integración (política, militar, financiera, etc.) de las grandes
potencias capitalistas en torno de los Estados
Unidos conformó una suerte de imperialismo colectivo que solo una
grado muy avanzado de la decadencia podría llegar a deshacer y por otra parte
ninguna de las economías importantes de la periferia está en condiciones de
convertirse en superpotencia imperialista planetaria. Queda planteada la
posibilidad teórica de un capitalismo mundial sin centro imperialista, es decir
sin un amo capaz de imponer reglas de juego al conjunto del sistema ante lo
cual las mismas serían el resultado de una suerte de idílica armonía universal.
De ese modo una formación social esencialmente autoritaria conseguiría
funcionar de manera democrática en el plano internacional estableciendo reglas
de juego mínimamente estables: un verdadero milagro histórico. La otra alternativa sería la del
funcionamiento del sistema sin reglas de juego estables reproduciéndose
positivamente en medio del caos: un milagro histórico aún mayor.
A este indicador decisivo es posible agregar
otros como la tendencia (desde los años 1970
hasta el presente) a la desaceleración del crecimiento global, la
hipertrofia (hegemónica) de las redes financieras cuya expansión ha ingresado
en el nivel de metástasis invadiendo-degradando a la totalidad del sistema
global, la evidencia de rendimientos productivos decrecientes de la revolución
tecnológica que sometida a la dinámica del capitalismo parasitario se va
convirtiendo en un factor de destrucción neta de fuerzas productivas, el
estancamiento o declinación en la extracción de recursos naturales no
renovables decisivos (por ejemplo el petróleo), la decadencia del estado
burgués, su transformación en los países centrales en un aparato manipulado por
bandas mafiosas, la desintegración social en el centro, principalmente en los Estados Unidos.
La distintas
“crisis” de las últimas cuatro décadas quedan entonces inscriptas en un
proceso de decadencia sistémica de larga duración. La última crisis abierta en 2007-2008 inauguró una etapa donde la decadencia
experimenta un gigantesco salto cualitativo, la tendencia iniciada en los años
1970 a la reducción de la tasas de crecimiento económico global comienza a
tocar piso: el fatídico crecimiento cero al que ya ha llegado la Unión Europea, Japón lo ha atravesado y
ahora navega en la recesión y los Estados
Unidos agota sus últimas artimañas financieras, las reactivaciones son cada
vez mas costosas y menos eficaces.
Los países centrales ya se encuentran
recorriendo una nueva etapa donde la desocupación a gran escala, la
concentración acelerada de ingresos y el desmantelamiento de tejidos
productivos pasan a ser aspectos “normales” de su vida económica y donde
las discursos acerca de una futura recomposición han periodo toda credibilidad.
Lo que parecía ser una bravuconada de especialistas cuando el banco francés
Natixis anunciaba en agosto de 2012 que “la crisis en la zona euro puede
durar hasta veinte años” aparece hoy como un pronóstico relativamente
realista (6). Lo que no parece
realista es suponer que la “zona euro” podría sobrevivir como espacio
monetario común durante dos décadas de contracción económica permanente, salvo
que la referencia futurista a la “zona euro” se limite al espacio geográfico.
Es necesario ir más allá de la economía
integrándola a la totalidad social lo que nos permite describir estrategias,
interacciones perversas entre estructuras militares, financieras, mediáticas,
religiosas, parlamentarias, etc. de las potencias centrales, es decir
mecanismos de reproducción del sistema cuyos manipuladores se sumergen en el pantano
de la desesperación, de la psicología del náufrago sin esperanza. El capitalismo global bloqueado desde
el punto de vista económico elabora y pone en ejecución estrategias
político-militares de rapiña periférica destinadas a apropiarse y explotar
intensamente hasta el agotamiento al conjunto de recursos naturales del planeta
y exprimir hasta su extinción los mercados periféricos compensando así la
reducción de los beneficios productivos y de los mercados internos centrales.
Apuntando contra la mayor parte del territorio global y una población de varios
miles de millones de personas que lo habitan, dicha estrategia amenaza provocar
el mayor desastre humano y ambiental de la historia.
Se trataría de la liquidación de la periferia
devorada en unas pocas décadas, pero la historia del capitalismo desde sus
orígenes es la de la articulación imperialista entre centro y periferia, esta
última como base esencial en la reproducción ampliada de la civilización
burguesa, su destrucción integral equivaldría a la anulación de un pilar
decisivo del sistema. Más aún, si visualizamos al “centro” y a la “periferia”
como formas específicas de la totalidad mundial capitalista (no hay desarrollo
en el centro sin subdesarrollo en la periferia) la anulación del suburbio
global, su transformación en un caos no es el aplastamiento de una realidad externa sino de un espacio inferior
interno estrechamente interrelacionado con los niveles superiores del
sistema global a través de un conjunto de redes visibles e invisibles, de
infinitas interpenetraciones, la destrucción de la periferia es autodestrucción
del mundo burgués, de su historia, de subsistemas decisivos para su
reproducción.
La destrucción de Irak, Afganistan, Libia, Siria, México y de las próximas víctimas
puede llegar a ser pensada por los miembros más duros de las élites imperiales
como una autodestrucción parcial, sacrifico necesario para la supervivencia del
sistema, en ese caso nos encontramos ante un pensamiento delirante, una
profunda crisis de percepción de la realidad escindida artificialmente entre
dos planetas: el propio, humano, desarrollado, y el otro, simiesco,
inferior, subdesarrollado, condenado
a perecer. Pero las estrategias imperiales no se limitan a circular por el
mundo imaginario, golpean al mundo real y al hacerlo desestructuran al sistema
en su totalidad: la destrucción de la periferia se convierte en autodestrucción
del capitalismo como totalidad universal.
Los orígenes: del parasitismo al capitalismo
industrial.
Occidente inició su carrera imperial con una
primera arremetida que terminó en fracaso. Al despertar el segundo milenio se
produjeron paralelamente fenómenos cuya interacción creó las bases para una
gran transformación social. Las cruzadas fueron el primer intento serio, a gran
escala de ocupación y saqueo colonial de un espacio externo rico y su largo
desarrollo engendró cambios y ampliaciones significativas de las actividades
militares. Por otra parte redes de mercaderes y banqueros comenzaron a
desplegarse implantado embriones de capitalismo.
En la misma época impulsado por un sector “modernizador”
de la Iglesia, los monjes cisterciences, se desarrolló un conjunto de
innovaciones técnicas calificado por algunos historiadores como “primera
revolución industrial” causando transformaciones de la producción agrícola
en espacios limitados de Europa occidental (introducción del molino hidráulico,
del arado de metal, difusión de mejoras de semillas, etc.). También se dieron
importantes pasos estableciendo elementos embrionarios para futuros desarrollos
de la ciencia moderna uno de cuyos capítulos decisivos fue la desacralización
de la “naturaleza”, su percepción como realidad externa, hostil pero que podía
ser racionalizada, controlada, explotada, base de las grandes revoluciones
tecnológicas del capitalismo... y del desastre ambiental que ahora conocemos (7).
Nos encontramos así ante el despliegue de una
gran transformación cultural apoyada en el militarismo colonial y en
emergencias comerciales y financieras, engendrando desarrollos
técnico-productivos, ideológicos, etc. El
ascenso del parasitismo colonial, militar, comercial y financiero comenzaba a
producir modernidad burguesa.
Pero las cruzadas fueron derrotadas, la
expansión colonial hacia el rico Medio
Oriente fue contrarrestada por la resistencia de las víctimas frustrando el
saqueo, por otra parte los esfuerzos y éxitos iniciales de los saqueadores
había desordenado a su retaguardia: la cristiandad occidental (el
espacio imperialista). La combinación de esos procesos generó en Occidente un
retroceso productivo general, luchas intestinas, el deterioro del sistema
alimentario y del estado de salud de la población. Todo eso culminó hacia
mediados del siglo XIV con la “peste
negra”, epidemia que se expandió fácilmente en una sociedad frágil
atravesada por hambrunas y causó un gigantesco derrumbe demográfico.
Ese mega desastre significó la sepultura del
feudalismo que venía siendo desestabilizado por su expansión interna y externa.
Ello incluyó a su sistema militar, el año 1348 es el del inicio de la peste
negra pero en 1346 se produjo la batalla de Crecy donde la caballería
francesa con sus imponentes y pesadas armaduras, fuerza blindada aparentemente
invencible, fue derrotada por la infantería inglesa marcando el ocaso de la vieja configuración social (8).
Pero la asegunda arremetida colonial fue
exitosa, la sucesión de olas de pillaje y control de la periferia iniciada en
el siglo XV culminó casi quinientos años después con la dominación total del
planeta. Los pilares sobre los que se instaló la modernidad fueron en primer
lugar la depredación periférica que potenció la expansión comercial y financiera y apoyado por está última el
desarrollo de las estructuras militares, su renovación técnica, parte esencial
del desarrollo de estados despóticos. Fue ese complejo colonial, estatal,
militar, comercial y financiero el padre de la modernidad burguesa, acumulando
riquezas, destruyendo estructuras sociales internas y creando mercados
prósperos, acaparando tierras, expulsando campesinos hacia las ciudades,
formando desde fines del siglo XVIII masas de pobres urbanos mano de obra
barata del capitalismo industrial. Históricamente no fue el capitalismo
productivo (y la cultura burguesa en general) la cuna del estado moderno, del
militarismo y de las finanzas sino exactamente al revés.
Con toda razón Robert Kurz se refería a “los orígenes destructivos del
capitalismo” colocando al desarrollo militar como disparador de la
modernidad (9). El “Arsenal de Venecia” fábrica militar de avanzada del
siglo XVI sin cuya existencia es imposible explicar el resultado de la batalla
de Lepanto, es decir la victoria estratégica de Occidente sobre el Imperio
Otomano, fue una de las escuelas más importantes de organización industrial,
sus innovaciones en materia de división y programación del trabajo sentaron las
bases de la producción capitalista.
Pero junto al señor de la guerra, a la monarquía despótica, se encontraba al
banquero a su vez ligado a negocios comerciales, por ejemplo la Casa Fugger
facilitando fondos al emperador Carlos I
y su descendiente Felipe II titulares
de un extendido sistema colonial. La revolución industrial llegará más de dos
siglos después parada sobre un enorme surplús
histórico (10) que no solo fue acumulación de riquezas coloniales sino
también disciplinamiento social por parte del estado y su dispositivo militar.
Esta vez el parasitismo pudo parir
capitalismo con tanto éxito que consiguió ocultar la memoria de sus orígenes y
de ese modo instalar trampas ideológicas destinadas no solo a construir
legitimidad productivista sino también
para confundir tanto a sus partidarios como a sus enemigos.
Uróboros.
El mito de uróboros, de la serpiente que se
devora a si misma atraviesa varias civilizaciones desde la Grecia clásica hasta el Antiguo
Egipto llegando al Occidente medieval, se funda en la ilusión conservadora
de que la serpiente empieza devorando su cola y al hacerlo va regenerando su
propio cuerpo en un juego infinito donde el comienzo es a la vez fin y
viceversa consumándose el eterno retorno, la inmortalidad del mundo. El mito parecería encontrar una
referencia concreta en casos observables de ese animal alimentándose y
suicidándose al mismo tiempo, el espectáculo es aterrador.
La confrontación entre el mito y su
referencia real sugiere la reflexión en torno de lo que podría ser calificado
como “trampa de uróboros”: la
civilización burguesa al igual que otras civilizaciones anteriores en
decadencia considera que al devorar su parte más lejana, menos próxima a la
cabeza imperial recupera fuerzas y dinamiza su funcionamiento. No experimenta
ninguna sensación de horror, no se angustia sino todo lo contrario,
provisoriamente se siente mejor, mejora su
autoestima fundada en el aplastamiento y pillaje de los débiles. Para que
se ponga en marcha y avance el proceso de suicidio es necesario que el suicida
realice una suerte de ruptura psicológica con la parte de su cuerpo que está
siendo sacrificada. La cola deja de ser cola o tal vez pasa a ser la cola de
otro animal, la periferia deja de ser periferia del sistema y se convierte en
otro universo, sus habitantes dejan de ser seres humanos. La realidad se aparta
de la cabeza, la crisis de percepción se convierte de locura suicida.
El fenómeno tiene antecedentes en la historia
del sistema, en sus mecanismos de reproducción desde sus orígenes más lejanos
atravesando sus etapas más prósperas.
Dicho de otra manera debajo de las revoluciones culturales y productivas de la
modernidad, del progreso en su sentido más amplio podemos encontrar
pistas que nos conducen al actual proceso
de autodestrucción sistémica global. La disociación hombre-naturaleza
fundamento de las revoluciones técnicas de la modernidad convirtiéndose
finalmente en degradación ambiental planetaria, la explotación imperialista de
la periferia, interacción desarrollo-subdesarrollo como motor histórico de la
expansión global de fuerzas productivas tendiendo ahora al exterminio de
sociedades y recursos naturales, las finanzas impulsoras de mercados e
inversiones industriales transformándose en devoradora de tejidos productivos y
capacidades de consumo, etc.
El mito de uróboros se expresó en la tradición
europea-nórdica como Jörmungander
una gigantesca serpiente cuyo crecimiento, en una de las versiones del
tema, la lleva a rodear completamente al planeta hasta llegar a su propia cola
iniciándose la autofagia presentada como el resultado inevitable del éxito del
proceso expansivo que encuentra el límite superior, el máximo nivel de
expansión no como frontera externa al monstruo sino como autobloqueo. La solución a la tragedia no pasa por persuadir a la serpiente
completamente decidida a seguir el rumbo elegido inscripto en su dinámica de
desarrollo sino en la metamorfosis, la transformación radical de la bestia en
un ser diferente. No hay otro capitalismo posible lo que abre la perspectiva
del postcapitalismo, instala dramáticamente su necesidad histórica.
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(1), Robert Kaplan, “El retorno de la Antigüedad”, Ediciones B,
Barcelona, 2002.
(2), Juvenal, Satiras, Editorial Gredos, Madrid, 1991, Satira VI.
(3), Angelo Tasca, “El nacimiento del fascismo”, pp. 152-153, Crítica,
Barcelona, 2000.
(4), Max Horkheimer, “Éclipse de la Raison”, pp. 29-30, Payot, París, 1974.
(5), Los datos estadísticos aquí señalados se apoyan en cifras: años 2011 y
2012.
(6), Natixis, “The euro-zone
crisis may last 20 years”, August 16th 2012 - No. 534
(7), Jean Gimpel, “La
révolution industrielle du Moyen Age”, Éditions Paris, 1975.
(8), La batalla de Crecy
constituyó un acontecimiento decisivo pero no había sido el primero de la
serie, en 1302 las milicias populares de Courtrai (Belgica) había derrotado a
pié con picas y lanzas a la caballería feudal del Conde de Artois. La
Caballería feudal se fue desmoronando gradualmente golpeada por una realidad
social en transformación, hacia 1415 la batalla de Agincourt donde nuevamente
la caballería francesa es aniquilada por la infantería inglesa cierra
definitivamente el ciclo militar del feudalismo. El proceso se desarrolló a lo
largo del espacio europeo durante algo más de un siglo, por ejemplo la
infantería suiza derrotó a golpes de hacha (una alabarda de más de dos
metros de longitud) a la caballería austríaca en Morgarten (1315), Laupen
(1339), Sempach (1386).
(9), Robert Kurz, “Los orígenes destructivos del capitalismo”, 1997,
(10), Anouar Abdel Malek,
“Political Islam”. Socialism in the World, Number 2, 1978.
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