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LA POLI-crisis global.- la pobreza global.- Los grandes bancos. los
responsables de la crisis global y los mejor favorecidos por las políticas de salvataje,
austeridad que impone la Troika Europea. Su Lema
es: A ganar dinero y más dinero, mientras millones pierden su empleo y millones
mueren de hambre. Esa es la globalización
neoliberal. –“Los grandes bancos siguen jugando con fuego porque están
convencidos de que los poderes públicos van a acudir a socorrerlos siempre que
lo necesiten. En su camino no encuentran ningún obstáculo serio por parte de
las autoridades. Paralelamente, su comportamiento les lleva una y otra vez
al borde del abismo. A pesar de su campaña de comunicación para granjearse de nuevo la confianza del público, no
muestran ninguna voluntad de adoptar otra lógica que la de la consecución
inmediata del máximo beneficio y del máximo poder para poder influir en las decisiones de los gobernantes. Se dan el
lujo junto con las otras corporaciones transnacionales de secuestrar la gobernabilidad, exigiendo confianza,
garantía para sus inversiones y viabilidad para sus proyectos de explotación,
saqueo y despojo de nuestros recursos naturales, nuestra biodiversidad y
nuestros conocimientos ancestrales. “Su
fuerza surge de la decisión de los gobernantes actuales de dejarles hacer a
voluntad. Para la galería queda el tono de moralina que éstos adoptan al
referirse a los bancos para pedirles que sean responsables y menos avariciosos
con las bonificaciones y otras formas de remuneración”. En realidad son
gigantes con pies de barro, si el Estado no los auxilia con nuestro dinero, con
el de todos los ciudadanos contribuyentes, simplemente
se vienen de cabeza hacia el precipicio de su propia
descomposición y destrucción. Febrero del 2013.
La pobreza, la miseria , el hambre, se han globalizado dentro de la desigualdad económico-social. Como problema estructural hoy está presente en la poli-crisis mundial.
***
LA CRISIS EUROPEA: ¿Si no es
una lucha de clases, qué es?. Si la crisis europea –
particularmente la crisis de la zona-euro – según nos venden la información -
es el resultado directo de la elevada e incontrolable
deuda pública y privada, considero que solamente se está analizando desde
una sola vertiente – se mira la crisis de una sola ventana, la deuda – pero, la
crisis va más allá; ¿que existe en ese múltiple y complejo escenario?, el de – las clases y la lucha de clases – realidad que convive, con una crisis
estructural, hoy transformada en Poli-crisis sistémica. Se ha investigado,
informado sobre la crisis económica-financiera-especulativa, como la crisis
final de un modelo del capitalismo, por su propio carácter multidimensional. Se trabaja hoy sobre el nuevo proceso de
acumulación del capitalismo, “como nuevo modelo”, el capitalismo del despojo, el saqueo,
capitalismo depredador de los recursos naturales, la biodiversidad y los
conocimientos ancestrales de los países de economías en desarrollo y
economías emergentes. Sin embargo, poco se hablado, investigado de las otras
crisis que se producen paralelamente en el escenario mundial de la
globalización neoliberal: La crisis del
cambio climático global, por su propia naturaleza se expande y diversifica
en ámbitos visibles, como la crisis del agua, la crisis alimentaria, la crisis
de la salud, la crisis de las tierras de cultivo, pero en cambio, otros
aspectos permanecen aún invisibles como la
crisis del envejecimiento de la población, la
globalización de la extrema pobreza, el hambre – miseria – la mundialización de la desigualdad
económico-social y el propio riesgo global de la sociedad actual.
Pero, los politólogos, miran esta
crisis de un ángulo mucho más centrado y profundo
y encuentran en el epicentro de la poli-crisis mundial, la crisis
de la confianza – el mal político del siglo XXI – crisis personal, social e
institucional que se manifiesta como crisis social, ética-moral, cultural,
ambiental e institucional, que están dinamitando la superestructura del sistema capitalista.
(Estados inviables, economía criminal, economía de la guerra, inseguridad
ciudadana). Mirada profunda como la
crisis conduce hacia el “paradero final” a la política, los políticos y los
propios partidos políticos. Es una
crisis mundial de la política y como en su propia estructura (in)surgen los
nuevos movimientos sociales
contestatarios, “líderes” anti-sistema,
o incluso el peligro de una anomia colectiva-sistémica con la anti-política que
se posiciona progresivamente, primero en
“nichos” sociales básicamente protegidos por el poder de los medios de
comunicación y segundo, cómo su “crecimiento” avanza en relación a la propia
profundización de la crisis, la corrupción, la austeridad fracasada, y al final “salen”
al espacio público, políticas xenofóbicas y homofóbicas violentas. Miércoles 29 de mayo del 2013.
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GLOBALIZACION DE LA POBREZA.
(América Latina en los 90’, la Unión
Europea el 2012: El fracaso de las Políticas del Consenso de Washington).
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Miguel
Romero y Pedro Ramiro.
Papeles de
relaciones eco-sociales y cambio global.
Rebelión
miércoles 11 de julio del 2013.
«Somos la primera
generación que puede erradicar la pobreza». En el año 2005, en las campañas de
promoción de los Objetivos del Milenio, este eslogan expresaba, a costa
de olvidar la historia real de las luchas de las generaciones anteriores y las
razones por las que no consiguieron vencer, el optimismo auto-satisfecho con
que se afrontaba entonces en los países del Norte la erradicación de la pobreza
del Sur. Porque era obvio que cuando se hablaba de “pobreza” se hacía
referencia a otros países y pueblos, los del Sur global. Ocho años después,
buena parte de esa “generación” está más preocupada por librarse de la pobreza
cercana que por erradicar la lejana.
La crisis capitalista que estalló en el año 2008
está transformando el mundo con una radicalidad que sólo tiene parangón en los
orígenes del capitalismo. Como diagnosticó Karl
Polanyi en su imprescindible La
gran transformación: «El
mecanismo que el móvil de la ganancia puso en marcha únicamente puede ser
comparado por sus efectos a la más violenta de las explosiones de fervor
religioso que haya conocido la historia. En el espacio de una generación toda
la tierra habitada se vio sometida a su corrosiva influencia». (1) El triunfo
del neoliberalismo en los años ochenta del siglo pasado dio inicio a una “segunda corrosión”, que arrasó las
economías de los países del Sur con los planes de ajuste estructural y comenzó
una demolición sistemática tanto de los sistemas públicos en los que estaba
basado el Estado del Bienestar como de los valores morales asociados a ellos.
Al comienzo de la crisis financiera que hoy
sufrimos, se hizo célebre una frase del entonces presidente francés, Nicolas Sarkozy, llamando a «refundar
sobre bases éticas el capitalismo». Expresaba así los temores de las élites
hacia el rechazo social a un modelo económico desnudado por la caída de Lehman Brothers y las tramas ocultas de
la financiarización que, en aquel momento, sólo empezaban a emerger.
Lamentablemente, esa contestación no llegó a alcanzar ni la fortaleza necesaria
ni una expresión política significativa en los países del Centro, con la
excepción de la organización Syriza
en Grecia.
Una vez comprobada la debilidad del adversario,
cambió radicalmente el sentido de la “refundación”. «Claro que hay lucha de clases. Pero es mi clase, la de los ricos, la
que ha empezado esta lucha. Y vamos ganando». El lema del multimillonario Warren Buffett, que como tantos otros –George Soros en primer lugar– ejerce de
filántropo en los ratos libres con las migajas de sus actividades de
especulación financiera, resume la dinámica fundamental de la situación
internacional: ciertamente, asistimos a un intento de “refundación del
capitalismo”, pero no sobre “bases éticas”, sino sobre las bases de la lucha de
clases y por medio de la acumulación por desposesión –según la expresión de David Harvey– de los bienes comunes y
públicos, y de los derechos sociales y las condiciones para una vida digna de la
gran mayoría de la población mundial. (2) Las
políticas de ajuste estructural de los ochenta y noventa en el Sur imperan
ahora en la Unión Europea con fundamentos similares y nombres diversos: austeridad, disciplina fiscal, reformas,
externalizaciones.
Este es el marco general de la “globalización de la pobreza” que es el tema del presente artículo.
Llamamos así a la lógica común que produce y reproduce el empobrecimiento de
las personas en todo el mundo, tanto en el Norte como en el Sur. Pero es
necesario analizar las diferencias en los procesos políticos y económicos
creadores de pobreza, en sus consecuencias materiales en la vida de las clases
trabajadoras y en las percepciones sociales que se tienen de estos procesos.
Mostraremos también el rol que, desde los gobiernos de los países centrales y
las instituciones multilaterales, quiere asignarse al mercado y a las grandes
empresas en la erradicación de la pobreza, así como el papel residual que va a
cumplir la cooperación internacional para el desarrollo tras el estallido del crash global.
Somos conscientes de que las categorías, que
utilizaremos indistintamente, Norte/Sur
o Centro/Periferia simplifican la realidad, en general, y especialmente en
lo que se refiere a la pobreza. Sin duda, hay muchos “Sures”, e incluso dentro
de un mismo continente hay una enorme distancia política y social entre, por
ejemplo, México y los países de la Alianza Bolivariana para América (ALBA).
En los límites de este texto, trataremos de analizar por qué todavía pueden
señalarse excepciones a esta regla, que aún permiten establecer diferencias
significativas en el tratamiento que se da a la pobreza en los países centrales
y periféricos. Para ello, partiremos de datos fiables, entre los que no está,
por cierto, el Índice de Desarrollo
Humano del PNUD, que en el año 2011 situaba a Chipre en el muy honorable puesto 31 y con tendencia ascendente;
por tener una referencia, Venezuela ocupaba el puesto 71 en la misma
clasificación.
El saqueo, el pillaje es su divisa. La explotación y la desposesión de los recursos naturales, la biodiversidad, los conocimientos ancestrales es hoy su voracidad estratégica.
***
Entre la pobreza y las “clases medias”.
Según una interpretación ampliamente difundida, la
crisis capitalista está siguiendo un curso paradójico que cuestiona los
esquemas tradicionales sobre la jerarquía Norte-Sur: mientras que las economías
del Centro, especialmente la de la Unión
Europea, bordean o se hunden en la recesión, las economías periféricas,
sobre todo las de los países llamados “emergentes”, mantienen año tras año
altos niveles de crecimiento, por encima del 5% del PIB. Una de las consecuencias de esta asimetría es que la
pobreza ha hecho su aparición en el Norte como un problema político importante,
con un gran impacto social, mientras que, a la vez, parecería estar en
retroceso en el Sur. Frecuentemente, se asocia esta situación con el estado de
las “clases medias”, nuevo mantra
sociológico que se ha convertido en el criterio de medida de numerosos
fenómenos sociopolíticos relevantes, desde la movilidad social a la crisis de
la democracia.
Hay en estos enfoques datos relevantes que dan
cuenta de cambios profundos en la situación internacional: por ejemplo, la
relativa y desigual autonomización de los países del Sur, bajo el liderazgo de aquellos que forman
parte de los BRICS –Brasil, India, China
y Sudáfrica; no cabe incluir a Rusia desde ningún punto de vista en la
categoría “Sur”–, respecto a los “viejos” imperialismos, EEUU y la UE. (3) En lo que
se refiere a la lucha contra la pobreza, sin embargo, esta consideración del
contexto internacional es más que discutible. Empezaremos por el Sur,
planteando dos tipos de problemas: el primero, la valoración de los logros
alcanzados en la erradicación de la pobreza; el segundo, el uso y la
manipulación de la categoría “clases
medias”.
Con la habitual afición de los políticos del establishment
a las cifras redondas, el secretario general de Naciones Unidas ha contado los
mil días que quedan para alcanzar los Objetivos
de Desarrollo del Milenio (ODM) y se ha mostrado extraordinariamente
satisfecho de los logros ya alcanzados. En especial, porque en los últimos doce
años «600 millones de personas han
salido de la pobreza extrema, lo que equivale al 50%». El cálculo es cuanto
menos engañoso: según el Banco Mundial, en 1990 el 43% de la población mundial vivía con menos de 1,25 dólares al día, mientras en 2010 esta cifra ha caído al 21%; esta es la reducción a la mitad a
la que se refiere Ban Ki-moon. Pero no informa ni de las condiciones de extrema
pobreza que siguen existiendo cuando se supera la barrera de los 1,25 dólares de ingreso diario –más del
40% de la población mundial
sobrevive con menos de dos dólares al día–, ni de que cerca de 1.300 millones de personas siguen
viviendo por debajo de ese nivel. Al final, esa reducción de la pobreza extrema
se debe a los grandes países emergentes, fundamentalmente a China, y no tiene nada que ver con las
políticas y proyectos inspirados en los ODM ni tampoco con la ortodoxia
económica imperante.
En la presentación de esta nueva campaña, que tuvo
lugar el pasado 2 de abril en la Universidad de Georgetown bajo la marca de «Un mundo sin
pobreza», el presidente del Banco
Mundial, Jim Yong Kim, afirmó: «Nos
hallamos en un auspicioso momento histórico, en que se combinan los éxitos de
décadas pasadas con perspectivas económicas mundiales cada vez más propicias
para dar a los países en desarrollo una oportunidad, la primera que jamás hayan
tenido, de poner fin a la pobreza extrema en el curso de una sola generación». No puede tomarse en serio un proyecto que tiene como punto de
partida una visión tan poco consistente de la situación internacional, en la
que por cierto no podía faltar la ya habitual coletilla generacional.
La ingeniería estadística sobre las “clases medias” merece una mayor
atención. Un reciente estudio publicado por el Banco Mundial (4) propone un
cambio importante en la caracterización y medición de la pobreza: lo más
significativo es el uso del concepto de «seguridad
económica», entendido como «baja
probabilidad de volver a caer en la pobreza». De ahí nace una nueva
categoría, la población «vulnerable», una estación de paso desde la
pobreza hasta la entrada en la «nueva clase media», formada por quienes han
alcanzado la «seguridad económica» y garantizarían la «estabilidad económica
futura». La suma de pobres, vulnerables
y clase media supone el 98% de la población latinoamericana; por tanto, la
medida del éxito en la lucha contra la pobreza sería una movilidad social ascendente
hacia la clase media. Esto es lo
que, según los autores, está ocurriendo, ya que «la clase media en América
Latina creció y lo hizo de manera notable: de 100 millones de personas en 2,000 a unos 150 millones hacia el
final de la última década». Nos estaríamos acercando, siguiendo esa
argumentación, a un continente de “clases
medias” que habría superado definitivamente el peso determinante de la
pobreza.
Aunque los criterios cuantitativos sean sólo unos
de los que deben ser tenidos en cuenta en el análisis de la pobreza, en
ocasiones son imprescindibles para concretar los términos del debate. (5) Si hacemos
caso al Banco Mundial, se considera pobres a quienes tienen ingresos inferiores
a 4 dólares; estos vienen a
representar el 30,5% de la población
latinoamericana. Las personas que tienen entre 4 y 10 dólares al día serían las
“vulnerables”, el 37,5% de la ciudadanía de América Latina. Por encima de los
10 hasta los 50 dólares de ingreso diario estaría la “clase media”, el 30% de
la población continental. Por último, el 2% restante son los considerados
“ricos”, que ingresan más de 50 dólares al día. Tomando como referencia el
salario mínimo existente en Ecuador,
unos 300 dólares mensuales, podemos comprobar, en fin, que con un ingreso como
este se tendría acceso a la “clase
media”. No parece, pues, que tal clasificación sea razonable: lo suyo sería
concluir que, al menos, el 68% de la población latinoamericana es pobre. Y
además, continuando con la referencia ecuatoriana, vemos que esa “clase media” se compondría, en
realidad, de trabajadores con ingresos de entre uno y cinco veces el salario
mínimo, es decir, quienes están entre un frágil escalón por encima la pobreza y
el nivel medio-alto de la población asalariada.
Brasil aparece como
uno de los principales estandartes utilizados para justificar todo este proceso
de ascenso de las “clases medias”.
Así, el Gobierno brasileño define como clase media a quienes alcanzan un
ingreso per cápita mensual de entre 291 y 1.019 reales, (6) de manera
que el 54% de la población del país pertenecería a esta supuesta “clase media”. En la última década, 30 millones de personas (el 15% de la
población) habrían “salido de la pobreza”, ya que pasaron a disponer cada mes
de ingresos superiores a 250 reales. Teniendo en cuenta que en Brasil el
salario mínimo es de 678 reales,
esta “clase media” tendría unos ingresos que oscilarían entre el 42% y el 150%
de un salario mínimo. Con semejantes criterios, parece fácil alardear de que Brasil sea ya un país de “clases medias”, unas “clases medias”
cuyos ingresos no permiten siquiera alcanzar una cobertura digna de las
necesidades básicas.
Es verdad que, para evaluar esta cobertura, también
hay que tener en cuenta otros factores; sobre todo, la extensión y calidad de
los servicios públicos al alcance de los ciudadanos y, por tanto, el volumen de
gasto social destinado a ellos. Por eso es muy importante tener en cuenta que,
en cuestiones económicas básicas, Brasil,
como la gran mayoría de los países del Sur, se somete a la ortodoxia dominante:
con nueve días del pago de la deuda externa podría cubrirse todo el presupuesto
del programa Bolsa Familia, eje de la política asistencial y de la base
electoral del partido gobernante. (7) Si podemos
decir que con la crisis capitalista los programas de ajuste estructural han
viajado del Sur al Norte, los fundamentos del Estado del Bienestar, por el
contrario, no han hecho el viaje desde el Norte hasta el Sur.
Dice David
Harvey que «el crecimiento económico
beneficia siempre a los más ricos». Efectivamente, ellos están siendo los
principales beneficiarios del crecimiento en los países del Sur, de ahí que el
incremento del PIB se vea acompañado del aumento sostenido de la desigualdad. La bonanza económica no
está produciendo un incremento de esas ficticias “clases medias”, sino de millones de empleos precarios, con bajos
ingresos, mínimos derechos laborales y grandes carencias en servicios sociales.
“Trabajos brasileños” se les llama,
precisamente, en algunos análisis sociológicos con sentido crítico. Pero son
mucho más habituales los enfoques afines a las ideas del Banco Mundial, que en
sus versiones más delirantes llegan nada menos que a llamar “neoburguesía” a la “clase media”.
No han terminado los procesos de empobrecimiento en
el Sur, pero es cierto que se han modificado. Sustancialmente, sólo en aquellos
países –como Venezuela– que están realizando un esfuerzo considerable más allá
del incremento de los ingresos de los trabajadores pobres, apostando por el
establecimiento de potentes redes públicas de educación, vivienda y sanidad.
Sin embargo, en la gran mayoría de los países, se ha pasado de la extrema
pobreza al empleo extremadamente precario, en un camino que además tiene vuelta
atrás. Si las frágiles expectativas de movilidad
social ascendente se quebraran, una posibilidad nada descartable dadas las
actuales perspectivas de la economía global, la situación en el Sur tendería a
parecerse más a las revoluciones árabes que a los ficticios paraísos de la “clase media".
Extensión y percepción social de la pobreza.
En la Unión
Europea, antes del estallido de la crisis financiera, 80 millones de personas –el 17% de la población– sobrevivían en la
pobreza. En el año 2010, la cifra había aumentado hasta los 115 millones de personas (23,1%) y se
estimaba que un número similar se encontraba «en el filo de la navaja». (8) Pero, para
entender la situación actual, hay que considerar la etapa anterior al crash
global. Porque si es significativo y alarmante el crecimiento de la pobreza,
también debía haberlo sido que antes de 2008 la pobreza fuera ya una lacra
masiva tanto en la Unión Europea como en España,
donde entre 2007 y 2010 pasó de afectar a 10,8
millones de personas (23,1% de la ciudadanía) a 12,7 millones (25,5%).
La extensión de la pobreza es, sin duda, un
problema de primera magnitud. Creemos, sin embargo, que no explica por sí sola
que en cinco años la pobreza haya pasado de ser considerada por la mayoría de
la población europea como un problema
marginal y ajeno, “invisible”, cuyo control quedaba a cargo de las
organizaciones asistenciales y con mínimos subsidios públicos, a afectar a la
situación y los temores de esa mayoría de la ciudadanía que se consideraba
liberada para siempre de “caer en la
pobreza”. Se afirma ahora que la pobreza se ha hecho más intensa, más
extensa y más cíclica. De estas características hay que destacar la tercera,
que indica una tendencia al incremento de la pobreza sin “brotes verdes” en el
horizonte, estimulada por las políticas que se imponen implacablemente en la Unión Europea, sin alternativas
creíbles a medio plazo. La pobreza se ha hecho “visible” en la UE no sólo
porque haya más pobres, sino fundamentalmente porque se ha masificado la
conciencia del riesgo de caer en la pobreza. (9)
Diagnosticar el problema como una “crisis de las clases medias” es una
simplificación que no permite entender ni las causas de la crisis actual ni las
condiciones básicas para revertir esa tendencia al empobrecimiento. También en
los países del Norte este es un concepto manipulable y fundamentalmente
subjetivo: un mileurista era hace unos pocos años el símbolo de la precariedad,
hoy sería considerado un miembro más de la “clase media”. Es más útil
considerar en su conjunto los elementos principales, bien conocidos, que han
ido produciendo la corrosión de la “seguridad
social”, con minúscula, característica fundamental del Estado del Bienestar:
El paro masivo, de larga duración y con subsidios decrecientes; el
incremento de los “trabajadores pobres” porque el trabajo precario y sometido
al poder patronal ya no asegura ingresos suficientes para una vida digna; los
recortes drásticos en el empleo en la administración y en los servicios
públicos, que amenazan al funcionariado; el riesgo de no poder hacer frente a
las deudas contraídas en la etapa anterior, que permitieron una burbuja de alto
consumo en las clases trabajadoras pese a la tendencia generalizada a la caída
de los salarios desde los años noventa; el deterioro de la calidad de la
sanidad y la educación, y el aumento de los pagos a cargo de los usuarios que
sirven para avanzar en su privatización.
Todo este conjunto de medidas responde a una lógica
común que es el principio fundamental de la economía política neoliberal: la
reducción sistemática del coste directo e indirecto de la fuerza de trabajo. En
condiciones de relaciones de fuerzas muy favorables para el capital, eso
termina desgarrando las redes de seguridad que constituían la base de
estabilidad del sistema. Es aquí, en la debilidad de las clases trabajadoras, incluso aquellas que consideraban un logro
garantizado el empleo estable de calidad, con sanidad y enseñanza básica
públicas y gratuitas y jubilación en condiciones dignas, donde ha nacido el pánico a la pobreza y, al
mismo tiempo, la impotencia para hacerle frente. Y es que, a diferencia de la
situación en muchos países periféricos, donde con independencia de la
orientación política de los gobiernos se ponen en marcha políticas focalizadas
en la pobreza –habitualmente por razones de gestión de conflictos y
construcción de clientelas electorales, muy alejadas de la idea de
solidaridad–, en los países del Centro, y particularmente en la UE, las
políticas que se aplican siguen sometidas a la “regla de oro” de privilegiar
los intereses del capital sobre las necesidades de la población, tratando la
atención social a la población empobrecida como un lastre y recortando
sistemáticamente los fondos destinados a ella. En este contexto, que el año 2010 haya sido etiquetado como el «Año Europeo de
Lucha contra la Pobreza y la Exclusión Social» no deja de ser un
sarcasmo.
Desde los primeros estudios de los conflictos
sociales característicos de la sociedad capitalista, se ha considerado un rasgo
fundamental de la clase obrera la “inseguridad” en las condiciones de vida.
Cuando, gracias a las políticas propias del Estado del Bienestar, pareció que esta característica desaparecía
para una gran parte de la población trabajadora, la categoría de “clase media”
cumplió la función de certificar esa nueva situación: «Hemos dejado de ser
clase trabajadora», vino a decirse entonces. El neoliberalismo desarrolló con
éxito «una demonización de la clase obrera», según la expresión de Owen Jones
en su excelente reportaje Chavs, (10) tratando a
esta como un grupo social en declive, cuyos ingresos no provienen del trabajo
sino de los subsidios públicos.
Generalizando la inseguridad social y aproximando
la amenaza de la pobreza, la crisis está debilitando estas barreras ideológicas
que fragmentaban el tejido social de las clases trabajadoras. Pero no caerán si
no se enfrentan a alternativas que comprendan que sólo puede lucharse
eficazmente por la erradicación de la pobreza venciendo a quienes la producen.
Mercado y empresas para “luchar contra la pobreza”.
«El capital,
las ideas, las buenas prácticas y las soluciones se extienden en todas
direcciones». (11) Sumidos en
una crisis económica, ecológica y social como nunca antes había conocido el
capitalismo global, estamos asistiendo al final de la “globalización feliz” y a la demolición de la belle époque
del neoliberalismo. (12) Pero las
grandes corporaciones y los think tanks empresariales insisten en no
darse por aludidos; lejos de cuestionar su responsabilidad en el actual colapso del sistema socioeconómico y
en la crisis civilizatoria, las empresas transnacionales vuelven a
presentarse como el motor fundamental del desarrollo y la lucha contra la
pobreza. Según el pensamiento hegemónico, la gran empresa, el crecimiento
económico y las fuerzas del mercado han de ser los pilares básicos sobre los
que sustentar las actividades socioeconómicas de cara a combatir la pobreza.
Eludiendo su responsabilidad en el origen
de la crisis sistémica que hoy sufrimos, así como el hecho de que ellas
están siendo precisamente las únicas beneficiarias del crack, las grandes corporaciones nos proponen más de lo
mismo: que el fomento de la actividad empresarial, la iniciativa privada y el
emprendimiento innovador sean los argumentos fundamentales para la “recuperación económica”.
Esta reorientación empresarial consiste en aplicar,
junto con una táctica defensiva basada en el marketing, una estrategia
ofensiva para pasar de la retórica de la “responsabilidad
social” a la concreción de la “ética de los negocios” en la cuenta de
resultados mediante toda una serie de técnicas corporativas. Y su objetivo no
es el de atajar las causas estructurales que promueven las desigualdades
sociales e imposibilitan las condiciones para vivir dignamente a la mayoría de
la población mundial, sino gestionar y rentabilizar la pobreza de acuerdo a los criterios del mercado: beneficio,
rentabilidad, retorno de la inversión. Es lo que hemos denominado pobreza 2.0
y constituye uno de los negocios en auge del siglo XXI. (13) En los
países del Sur global, por un lado, eso se traduce en el deseo del “sector
privado” de incorporar a cientos de millones de personas pobres a la sociedad
de consumo; en el Norte, por otro, significa la no exclusión del mercado de la
mayoría de la población, una cuestión central ante el creciente aumento de los
niveles de pobreza en las sociedades occidentales como consecuencia de las
medidas económicas que se están adoptando para “salir de la crisis”.
«Ya es hora
de que las corporaciones multinacionales miren sus estrategias de globalización
a través de las nuevas gafas del capitalismo
inclusivo», escribían hace diez años los gurús neoliberales que llamaban a las grandes empresas a poner sus
ojos en el inmenso mercado que forman las dos terceras partes de la humanidad
que no son “clase consumidora”. «Las compañías con los recursos y la
persistencia para competir en la base de la pirámide económica mundial tendrán
como recompensa crecimiento, beneficios y una incalculable contribución a la
humanidad», decían entonces. (14) Hoy, las corporaciones
transnacionales han asumido plenamente esta doctrina empresarial y han
puesto en marcha una variada gama de estrategias, actividades y técnicas que
tienen como objetivo que las personas pobres que habitan en los países del Sur
se incorporen al mercado global mediante el consumo de los bienes, servicios y
productos de consumo que suministran estas mismas empresas. “Responsabilidad social”, “negocios
inclusivos” en “la base de la
pirámide”, “inclusión financiera”, “alfabetización tecnológica” y, en
definitiva, todas aquellas vías que permitan lograr el acceso a nuevos nichos
de mercado se justifican con el argumento de que van a contribuir al “desarrollo” y la “inclusión” de las
personas pobres. Pero, como recalcó Evo
Morales en la última Cumbre Unión
Europea-CELAC, «cuando nos sometemos
al mercado hay problemas de pobreza; problemas económicos y sociales, y la
pobreza sigue creciendo».
Al mismo tiempo, en los países centrales, donde
también están aumentando los niveles de pobreza y desigualdad, en vez de
emplear los recursos públicos en políticas
económicas y sociales que pudieran poner freno a esa situación, las
instituciones que nos gobiernan no se han salido de la ortodoxia neoliberal y
han emprendido toda una serie de contrarreformas que van a contribuir a
aumentar el empobrecimiento de amplias capas de la población. Y las grandes
empresas, en este contexto, están rediseñando sus estrategias para no perder
cuota de mercado: «En Madrid, Londres o París también hay favelas, aunque no se llamen
así», sostiene un experto brasileño en “la base de la pirámide”, «es un
mercado creciente que compone la nueva clase
media con poder de consumo». (15) Gigantes como Unilever, por ejemplo, ya están
pensando en trasladar aquí estrategias que antes probaron que funcionaban en
países del Sur. (16) Pero, aunque algunas multinacionales están viendo
cómo aplicar en Europa la lógica de los “negocios
inclusivos”, la mayoría de las grandes corporaciones ha optado por no
innovar demasiado cuando lo que se trata es de seguir incrementando los
beneficios: la continuada presión a la baja sobre los salarios (17) y la
expansión de la cartera de negocios a otros países y mercados han sido, hasta
el momento, las vías preferidas por las empresas para continuar con sus
dinámicas de crecimiento y acumulación.
La tendencia a considerar el incremento del crecimiento económico como la única estrategia
posible para la erradicación de la pobreza se ha visto reforzada desde que
estalló la crisis financiera. Con el actual escenario de recesión, las grandes
corporaciones pretenden incrementar sus volúmenes de negocio y ampliar sus
operaciones en las regiones periféricas para así contrarrestar la caída de las
tasas de ganancia en Europa y EEUU.
Por su parte, los gobiernos de los países centrales abogan por un aumento de
las exportaciones y de la internacionalización empresarial como forma de “salir de la crisis”. Según la doctrina
neoliberal, la expansión de los negocios de estas compañías a nuevos países,
sectores y mercados redundará en un incremento del PIB y, por consiguiente, en una mejora de los indicadores
socioeconómicos, fundamentalmente en el aumento del empleo. «La única solución posible para superar la
crisis y volver a crear puestos de trabajo es recuperar el crecimiento
económico», resume el presidente de La
Caixa, quien para lograrlo propone «buscar
nuevas fuentes de ingresos, diseñar nuevos productos y abrir nuevos mercados».
(18)
A pesar de que las afirmaciones acerca de una
correlación directa entre el crecimiento del PIB y los avances en términos de desarrollo humano no resistirían
ningún análisis serio, la idea de que crecimiento económico es equivalente a
desarrollo se ha hecho dominante en el discurso de la “lucha contra la pobreza”. De esta manera, las referencias al
crecimiento de las economías nacionales –cuantificadas exclusivamente a través
del aumento del PIB– como vía para la superación de la pobreza no solo forman
parte de toda la arquitectura discursiva de la agenda oficial de desarrollo,
sino que además se están pudiendo llevar a la práctica mediante la asignación
de medios y recursos públicos para las estrategias de fomento de la actividad
empresarial y de los “negocios
inclusivos”. Esto es así porque las principales agencias de cooperación y
los gobiernos de los países del Centro, así como los organismos multilaterales,
las instituciones financieras internacionales e incluso muchas ONGD, avalan este discurso y trabajan
por incorporar al “sector privado” en sus estrategias de desarrollo.
De la cooperación internacional a la filantropía empresarial.
La cooperación para el desarrollo, en tanto que
política pública de solidaridad internacional, difícilmente encuentra encaje en
este marco. Y es que, en las contrarreformas estructurales que se imponen en la
actualidad, la cooperación internacional no está teniendo un destino diferente
al del resto de los servicios públicos: la
privatización y la mercantilización. No puede decirse que en los últimos
años se haya provocado un cambio de rumbo en la senda emprendida por los
principales organismos y gobiernos que lideran el sistema de cooperación
internacional, sino más bien lo contrario: en el marco de la búsqueda de
alternativas neoliberales para huir hacia delante con la actual situación, la
crisis ha llevado a que toda la renovada orientación estratégica de la
cooperación para el desarrollo se refuerce y cobre aún más sentido.
Por eso, estamos asistiendo a una profunda reestructuración de la
arquitectura del sistema de ayuda internacional con vistas a reformular el
papel que han de jugar, tanto en el Norte como en el Sur, los que se considera que
son los principales actores sociales
–grandes corporaciones, Estados,
organismos internacionales y organizaciones de la sociedad civil– en las
estrategias de “lucha contra la
pobreza”. La hoja de ruta para los próximos tiempos parece clara: otorgar
la máxima prioridad al crecimiento
económico como estrategia hegemónica de lucha contra la pobreza, considerar
al sector empresarial como agente de desarrollo en las líneas directrices de la
cooperación, reducir los ámbitos de intervención estatal a determinados
sectores poco conflictivos y limitar la participación de las organizaciones
sociales en las políticas de cooperación para el desarrollo. (19)
Ya no es posible «seguir exportando tanta
solidaridad», las «circunstancias han
cambiado» y los compromisos contra la pobreza han de reorientarse «hacia
nuestro territorio». Eso afirmaba el pasado mes de septiembre el consejero de
Justicia y Bienestar Social de la Generalitat Valenciana, Jorge Cabré, para justificar la decisión de su Gobierno de poner
fin a las políticas de cooperación internacional. Es sólo un ejemplo de cómo,
siguiendo una línea argumental similar, tanto el Gobierno central como la
mayoría de las administraciones autonómicas y municipales del Estado español eliminaron o redujeron
drásticamente sus presupuestos para cooperación al desarrollo en 2012. Y para este año, lejos de
augurarse una recuperación –cierto es que existen algunas excepciones a esta
tendencia generalizada–, caminamos en la misma dirección: como ha denunciado la
Coordinadora de ONG para el
Desarrollo, a los 1.900 millones de euros que se recortaron el pasado año se le
sumarán este otros 300 millones más. Con todo ello, la Ayuda Oficial al
Desarrollo (AOD) española pasará a suponer solamente el 0,2% de la renta
nacional bruta, lo que nos retrotrae a niveles de principios de los noventa. «Fue un error perseguir el 0,7%», dice
ahora el secretario de Estado de Cooperación y para Iberoamérica, Jesús Gracia,
renunciando así a la que desde hace dos décadas ha sido una de las
reivindicaciones fundamentales de las ONGD
en el Estado español y que los sucesivos ejecutivos se habían comprometido a cumplir
firmando el Pacto de Estado contra la Pobreza.
En los años ochenta y noventa, la cooperación
internacional contribuyó a apoyar el Consenso
de Washington y las reformas estructurales que posibilitaron la expansión
global de las grandes corporaciones que tienen su sede en los principales
países donantes de AOD. Hoy, la
cooperación al desarrollo ya no cumple un papel fundamental para la
legitimación de la política exterior del país donante, como lo venía haciendo
hasta el comienzo de la crisis financiera. Aunque aún puede seguir desempeñando
un rol secundario en la proyección de imagen internacional, su función esencial
es la de asegurar los riesgos y acompañar a estas empresas en su expansión
global, así como contribuir a la apertura de nuevos negocios y nichos de mercado con las personas pobres que
habitan en “la base de la pirámide”.
En el caso que nos toca más de cerca, todo ello se
articula en torno a la famosa marca España, un proyecto para atraer
capitales transnacionales a nuestro país –con EuroVegas como modelo bandera– y fomentar la internacionalización
de las empresas españolas: en palabras de José
Manuel García-Margallo, ministro de Asuntos Exteriores y Cooperación, «los intereses de España en el exterior son
en gran medida intereses económicos y tienen a las empresas como
protagonistas». Esto se constata, sin ir más lejos, en el presupuesto del
ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperación para este año, en el que se
observa que la partida de cooperación para el desarrollo ha disminuido el 73%
entre 2012 y 2013 mientras, en el
mismo periodo, han subido el 52% los fondos para la acción del Estado en el
exterior a través de sus embajadas y oficinas comerciales. (20)
Nos hemos habituado a escuchar con frecuencia, en
el discurso oficial, una frase que se repite a modo de justificación: «Bastante tenemos con la pobreza de aquí como
para preocuparnos de la de otros sitios». Es evidente que los últimos
gobiernos españoles, tanto el actual como el anterior, han incumplido una y
otra vez sus compromisos sobre la cooperación internacional y la lucha contra
la pobreza a nivel mundial. (21) Y a la vez, no es verdad que, a cambio, se estén
destinando más fondos para afrontar la extensión de la pobreza en nuestro país.
Aquí y ahora, esa labor se está dejando en manos de algunas ONG y de las
grandes empresas, recuperando la obra social, la caridad y la filantropía como
forma de paliar las crecientes desigualdades. Mientras crece la desigualdad a
marchas forzadas –desde 2007, la
diferencia entre el 20% más rico y el 20% más pobre en España ha subido un
30%–, (22) resurge con fuerza la filosofía del “neoliberalismo compasivo”, basada en
la idea de que pueden paliarse la pobreza y el hambre aportando “lo que nos sobra”.
«Cada vez más gente de la que imaginas necesita
ayuda en nuestro país», decía Cruz Roja en sus anuncios para el último «Día de
la Banderita», poniendo el foco en la pobreza
“local”. «Cuenta conmigo contra la pobreza infantil», ese era el lema de la
pasada campaña navideña de La Caixa y
Save the Children, añadiendo lo de “infantil” para darle un toque adicional
de sentimentalismo. Y tenemos muchos más ejemplos de cómo las grandes
corporaciones están intentando reapropiarse de las buenas intenciones y de la
solidaridad de una ciudadanía cada vez más preocupada por el incremento de la
pobreza y el hambre: desde la filantropía de Amancio Ortega, patrón de Inditex
y tercer hombre más rico del planeta, que ha donado 20 millones de euros a Cáritas (el 0,05% de su fortuna), hasta
los spots tipo «siente a un pobre a su mesa» que han publicitado
diferentes ONGD, (23) pasando por
el auge de los bancos de alimentos, a los que han anunciado donaciones grandes
empresas como Mercadona o Repsol. Hace años, la “solidaridad de mercado” se medía en base al dinero recaudado en
los telemaratones, hoy parece computarse a partir de la cantidad de bolsas de
comida que pueden donarse a las organizaciones asistencialistas.
Repensando el modelo de desarrollo.
«No es una
crisis, es una estafa», gritan los manifestantes que protestan por la
privatización de la sanidad, la educación y el agua. Y efectivamente, no hay
otro nombre mejor para explicar el hecho de que los grandes capitales privados
estén saliendo reforzados de la crisis mientras, por el contrario, la mayoría
de mujeres y hombres van perdiendo
empleo y vivienda, sanidad y educación, pensiones y derechos sociales
conquistados en el último siglo. En este contexto, los cambios sustanciales
para luchar contra la pobreza sólo pueden darse confrontando, en alianza con
las organizaciones políticas y
sindicales y con los movimientos sociales emancipadores, a las reformas
económicas y los ajustes estructurales que cada día producen y reproducen un
mayor empobrecimiento.
Ante el desmantelamiento de la cooperación como
política pública de solidaridad
internacional, la única forma de no perder ese sentido solidario que ha
presidido las actividades de muchas organizaciones españolas de cooperación
internacional en las dos últimas décadas es trabajar, aquí y ahora, en la
formulación y puesta en práctica de una agenda alternativa de desarrollo en la
que la cooperación solidaria se entienda como una relación social y política
igualitaria, articulada con las luchas y los movimientos sociales emancipadores.
No podemos pensar que vamos a aliviar la
pobreza con lo que nos sobra, hace falta otro programa político. Trabajando
en la construcción de alternativas solidarias que pueden contribuir a la
resistencia social frente a los procesos de empobrecimiento y, en un futuro, a
ganar fuerza para revertirlos, es decir, para cambiar de raíz la economía política dominante, tutelada
por la dictadura de la ganancia. En eso estamos.
*****
Miguel Romero es editor de la revista VIENTO SUR y Pedro
Ramiro es coordinador del Observatorio
de Multinacionales en América Latina (OMAL) – Paz con
Dignidad.
Documentos adjuntos. La globalización de la pobreza. papeles ecosocial 121. (PDF).
Notas:
[2] D. Harvey ha desarrollado recientemente las
modalidades de esta acumulación, como puede verse en esta entrevista de E.
Boulet al geógrafo británico: «El neoliberalismo como “proyecto de clase”», Viento
Sur (web), 8 de abril de 2013. [3] No es el tema central de este artículo, pero
dejemos claro que no hay nada que lamentar en esto que podríamos llamar
“desoccidentalización”, por más problemática que sea la nueva relación de
fuerzas a nivel global desde el punto de vista de los intereses de las mayorías
sociales. [4] F. H. G. Ferreira, J. Messina, J. Rigolini, L. F.
López-Calva, M. A. Lugo y R. Vakis, La movilidad económica y el crecimiento
de la clase media en América Latina. Panorama general, Banco Mundial,
Washington, 2013.
[5] Los principales datos que aquí vamos a citar están
tomados de J. L. Berterretche, «Los tramposos delirios de los tecnócratas del
Banco Mundial», Viento Sur (web), 8 de abril de 2013. [6] El tipo de cambio es de 1 real = 0,38 euros. El
salario mínimo en Brasil es de 678 reales, por tanto, unos 257 euros.
[7] El 42% del presupuesto federal brasileño se
destina al pago de la deuda pública. Los presupuestos de educación y sanidad
equivalen solamente al 8% y 10%, respectivamente, de esta enorme sangría de los
fondos públicos. [8] Así lo recogía el diario El País, 30 de
marzo de 2013, pp. 4-5. [9] Diferentes estudios alertan de ello: Intermón
Oxfam, por ejemplo, en Crisis, desigualdad y pobreza (Informe nº 32,
2012), pronostica que en España pasaremos de tener 12,7 millones de pobres (27%
de la población total) en 2012 a 18 millones (38%) en 2022. [10] O. Jones, Chavs. La demonización de la clase
obrera, Capitán Swing, Madrid, 2012. [11] Eso afirma el Consejo Mundial Empresarial para el
Desarrollo Sostenible (WBCSD, Visión 2050. Una nueva agenda para las
empresas, Fundación Entorno, 2010).
[12] R. Fernández Durán, La quiebra del capitalismo
global: 2000-2030. Preparándonos para el comienzo del colapso de la
civilización industrial, Libros en Acción, Virus y Baladre, 2011. [13] Hemos desarrollado ampliamente estas ideas en: M.
Romero y P. Ramiro, Pobreza 2.0. Empresas, estados y ONGD ante la
privatización de la cooperación al desarrollo, Icaria, Barcelona, 2012. [14] C. K.
Prahalad y S. L. Hart, «The fortune at the bottom of the pyramid», Strategy
and Business, nº 26, 2002. [15] «En Madrid hay favelas aunque no se llamen así», El
País, 3 de septiembre de 2012. [16] «En Indonesia, vendemos dosis individuales de
champú a dos o tres céntimos y aún así obtenemos un beneficio decente», afirma
un ejecutivo de la compañía en «La pobreza regresa a Europa», Público,
27 de agosto de 2012.
[17] En este año, por primera vez los excedentes
empresariales (46,1%) han superado a las rentas salariales (44,2%) en el
cómputo del PIB español. [18] I. Fainé, «Crecer para dirigir», El País, 2
de noviembre de 2011. [19] G. Fernández, S. Piris y P. Ramiro, Cooperación
internacional y movimientos sociales emancipadores: Bases para un encuentro
necesario, Hegoa, Universidad del País Vasco, Bilbao, 2013. [20] CONGDE, «Análisis y valoración de la Coordinadora
de ONG para el Desarrollo-España del proyecto de Presupuestos Generales del
Estado para 2013», 8 de octubre de 2012.
[21] Plataforma 2015 y más, «España lidera la reducción
de la Ayuda Oficial al Desarrollo y lleva la cifra de cooperación a su mínimo
histórico», 3 de abril de 2013. [22] Cáritas, Desigualdad y derechos sociales.
Análisis y perspectivas, Fundación Foessa, 2013. [23] Acción contra el Hambre, por ejemplo, nos invitaba
a dar un donativo por cada “menú solidario” que consumiéramos en uno de los
«Restaurantes contra el hambre» que formaban parte de la campaña; en una línea
similar, Intermón Oxfam nos llamaba a sentarnos en su «Mesa para 7.000
millones».
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