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Esta genealogía del poder parece indetenible; ante la crisis
mundial financiera y económica, los gobiernos de las potencias
han respondido con salvaguardas a los responsables de la crisis, la alta burguesía financiera, degenerando
el círculo vicioso de la crisis, no sólo porque mantiene las causas de la
crisis, sino que premia a los gestores de la misma. También han respondido con
guerras policiales, preventivas y de castigo. La paranoia les ha llevado a
idear lo que George Orwell había
imaginado como cuadro alucinante en su novela
famosa 1984. Sin embargo, la realidad supera a la imaginación; no sólo por
la escala, la vigilancia, el control, el dominio en todo el orbe terrestre,
sino también por la minuciosidad y detalle de la malla del control desmedido al
que se ha llegado, que lo permite el
avance tecnológico y cibernético. Así como por la descarnada suspensión de
la democracia por un Estado de excepción mundial. Se observa un
recorrido de los estados hacia la forma de Estado de excepción prolongado.
Ciertamente es un desplazamiento
diferencial hacia este descarnado y descomunal ejercicio del poder; no
todos se encaminan al mismo ritmo, tampoco lo hacen contando con recursos
equivalentes; se da como un desplazamiento desigual y combinado en esta
asunción al poder absoluto. Sin embargo,
todos coinciden en globalizar esta arquitectura de la vigilancia y de
control, que, a su vez, es un panoptismo y una cibernética del control, con
pretensiones despóticas. Llama la
atención que los gobiernos contrastados compartan el mismo modelo de
dispositivos y hasta el mismo discurso de la guerra infinita contra el terrorismo; gobiernos
progresistas repiten el mismo procedimiento que los gobiernos conservadores.
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LA AGONÍA DEL LEVIATÁN: Estado policial paranoico mundial o
Gobernanza Democrática y Participativa de los pueblos.
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Martes 16 de julio del 2013.
Raúl Prada Alcoreza
(especial para ARGENPRESS.info)
Convocatoria
de los pueblos a la liberación mundial. La lucha es por preservar la
democracia.
¿Qué es
lo que está en cuestión? La democracia, las generaciones de derechos
conquistados. La democracia nunca fue compatible con el dominio de las
burguesías, como algún discurso político quiere hacer creer, el discurso de la
legitimación liberal. Al contrario, se tuvieron que arrancarle al dominio de la
burguesía los derechos, conquistados por luchas sociales. Las constituciones
democráticas plasmaron estos derechos o parte de ellos, sobre todo recogiendo
las primeras generaciones de derechos, los derechos fundamentales, civiles y
políticos. Sin embargo, las leyes, particularmente la aplicación de las leyes,
se encargaban de disminuir el alcance de los derechos. La defensa de los
derechos conquistados fue una tarea constante de los movimientos sociales
anti-sistémicos; pero, también de las instituciones encargadas de garantizar su
cumplimiento; salieron a la palestra en defensa de los derechos. A estas
alturas, de la historia política y constitucional, se puede hablar de dos
siglos de consolidación y ampliación de derechos, reconocidos por convenios
internacionales y por organismos mundiales, además de ser reconocidos por los
sistemas jurídicos de muchos estados.
Sin
embargo, los sistemas de derechos no dejaron de ser un estorbo para gobiernos
interesados en hacer efectiva las dominaciones de las burguesías, dominaciones
plasmadas en “estructuras” de poder y en las maquinarias estatales. Visto de
esta forma, desde la perspectiva de la historia efectiva, los estados aparecen
conteniendo contradicciones, como no podía ser de otra manera; por una parte,
jurídicamente, no podían dejar de institucionalizar los derechos y convertirlos
en políticas públicas; por otra parte, la maquinaria fabulosa del Estado
funciona para realizar efectivamente las dominaciones múltiples de las
burguesías, así como de los propios diagramas y cartografías de poder. Estas
contradicciones se hicieron notar en el decurso de los conflictos políticos,
menores y mayores, en la secuencia y proliferación de denuncias, en análisis
minuciosos, descriptivos y explicativos, aunque también, de una manera
práctica, en resoluciones de tribunales, que, cuando son imparciales y cumplen
con la división de poderes, atributo de la composición de la república y de la organización
de la democracia formal, terminan resolviendo los casos en favor de las
víctimas y exigiendo a los gobiernos el cumplimiento de las leyes y la
Constitución.
En
periodos de crisis, los gobiernos tienen la gran tentación de recurrir al
Estado de excepción, donde se suspenden derechos. Esto ha ocurrido en casos de
guerra, en casos de rebeliones e insurrecciones; los gobiernos de facto
implantaban de hecho el Estado de excepción. Ciertos estados en transición,
estados tomados por “revoluciones”, conformaron periodos largos de formas
institucionales absorbentes, de lo que no podía ser otra cosa que un Estado de
excepción prolongado. Después del 11 de septiembre de 2001, se construye una
forma descomunal de Estado de excepción, caracterizado, delirantemente, como
guerra infinita contra el terrorismo. Desde entonces han pasado trece años; se
sabe que no solo está en marcha esta guerra infinita, sino que se tiene armado
un mapa de dispositivos de control y prevención, que cumplen esta tarea a nivel
mundial, la tarea sucia de la guerra infinita contra el terrorismo. Los
dispositivos son jurídicos, económicos, políticos y militares. La tecnología
cibernética e informática permite avanzar en un diagrama de control monumental,
sofisticando los procedimientos de espionaje, convirtiendo al espionaje en una labor extensa y constante.
Edward Joseph Snowden ha puesto en evidencia uno de estos proyectos, llamado PRISM,
que vulnera derechos civiles y políticos de los ciudadanos, así como la
soberanía de los estados. Ciertamente no es el único proyecto, pues se trata de
todo un sistema complejo de control; por otra parte, Estados Unidos de Norte
América no es el único país donde se efectúa el espionaje masivo a sus
ciudadanos, así como a los ciudadanos de otros países. Con menor alcance de lo
que se propone el diseño descomunal del PRISM, los gobiernos de los estados
practican esta violación de privacidades y de vulneración de libertades;
práctica secreta, empero, conocida por los ciudadanos que la sufren.
Entonces el PRISM no es un proyecto aislado,
forma parte de todo un desplazamiento de las “estructuras” y relaciones de
poder, que se encaminan no sólo a consolidar el diagrama de control, sino
construir un complejo sistema de poder que integre todos los diagramas de poder
inventados; el diagrama del castigo, acompañado proliferantemente por la
expansión y la actualización perversa de la tortura, cada vez más recurrente;
el diagrama de la vigilancia, la arquitectura de la cárcel; el diagrama
disciplinario, la modulación del cuerpo atendiendo a una anatomía diferenciada
en partes dinámicas especializadas, diagrama que contó con los dispositivos
institucionales modernos para su efectuación múltiple; el diagrama del control,
que conecta varios mecanismos, relativos a la simulación, a la comunicación
masiva, al control del público, a la flexibilización de las tecnologías
disciplinarias, compensadas con el manejo y administración de las velocidades
de los flujos de la movilidad social y espacial. Estos diagramas de poder afectan
a los cuerpos, a los territorios, a las poblaciones; se constituyen en
maquinarias abstractas y agenciamientos concretos del bio-poder, que ya
interviene en las dimensiones infinitesimales del cuerpo, en los imaginarios,
en la genética y en el cúmulo de facultades inherentes.
Esta
genealogía del poder parece indetenible; ante la crisis mundial financiera y
económica, los gobiernos de las potencias han respondido con salvaguardas a los
responsables de la crisis, la alta burguesía financiera, degenerando el círculo
vicioso de la crisis, no sólo porque mantiene las causas de la crisis, sino que
premia a los gestores de la misma. También han respondido con guerras
policiales, preventivas y de castigo. La paranoia les ha llevado a idear lo que
George Orwell había imaginado como cuadro alucinante en su novela famosa 1984.
Sin embargo, la realidad supera a la imaginación; no sólo por la escala, la
vigilancia, el control, el dominio en todo el orbe terrestre, sino también por
la minuciosidad y detalle de la malla del control desmedido al que se ha
llegado, que lo permite el avance tecnológico y cibernético. Así como por la
descarnada suspensión de la democracia por un Estado de excepción mundial.
Se observa un recorrido de los estados hacia la forma de Estado de excepción prolongado. Ciertamente es un desplazamiento diferencial hacia este descarnado y descomunal ejercicio del poder; no todos se encaminan al mismo ritmo, tampoco lo hacen contando con recursos equivalentes; se da como un desplazamiento desigual y combinado en esta asunción al poder absoluto. Sin embargo, todos coinciden en globalizar esta arquitectura de la vigilancia y de control, que, a su vez, es un panoptismo y una cibernética del control, con pretensiones despóticas. Llama la atención que los gobiernos contrastados compartan el mismo modelo de dispositivos y hasta el mismo discurso de la guerra infinita contra el terrorismo; gobiernos progresistas repiten el mismo procedimiento que los gobiernos conservadores.
Se observa un recorrido de los estados hacia la forma de Estado de excepción prolongado. Ciertamente es un desplazamiento diferencial hacia este descarnado y descomunal ejercicio del poder; no todos se encaminan al mismo ritmo, tampoco lo hacen contando con recursos equivalentes; se da como un desplazamiento desigual y combinado en esta asunción al poder absoluto. Sin embargo, todos coinciden en globalizar esta arquitectura de la vigilancia y de control, que, a su vez, es un panoptismo y una cibernética del control, con pretensiones despóticas. Llama la atención que los gobiernos contrastados compartan el mismo modelo de dispositivos y hasta el mismo discurso de la guerra infinita contra el terrorismo; gobiernos progresistas repiten el mismo procedimiento que los gobiernos conservadores.
Persiguen
a dirigentes de movimientos sociales críticos, hasta se llega a encarcelarlos;
tal como ha ocurrido en Ecuador con dirigentes indígenas; así como ha ocurrido
en Bolivia donde los dirigentes indígenas son acosados políticamente y
descalificados, además de espiados; algo parecido pasa en Brasil donde son
identificados como agitadores. Entonces no se trata de sólo un comportamiento
paranoico de las potencias dominantes del sistema-mundo capitalista, sino de
una caracterización general de los estados en la actualidad. No sólo los denominados,
por el discurso liberal, estados “totalitarios”, tampoco no solamente los
llamados, por el discurso ultra-conservador, “estados canallas”, sino también
los autodenominados, por el discurso oficial, estados “democráticos”,
manifiestan patentemente esta tendencia hacia el control total. ¿Por qué ocurre esto? ¿Se trata de una
tendencia irreversible de los estados?
Se puede decir que la historia del Estado moderno comienza con
las monarquías absolutas (siglos XIV-XV-XVI). Estas máquinas territoriales,
centradas en el núcleo de la soberanía del soberano, que es, en verdad, la base
de toda soberanía, aunque ésta se haya desplazado, de la soberanía del monarca
a la soberanía del pueblo, enfrentaron las rebeliones anti-feudales, después
las rebeliones y las revoluciones sociales del pueblo. Interpelado por la
revuelta popular y el proyecto republicano, el Estado moderno, iniciado en la
forma de monarquía absoluta, se “transformo” en Estado-nación, estructurado
como república, basado en la representación y delegación del pueblo, la
voluntad general; Estado republicano conformado en el equilibrio de la división
de poderes.
Visualizado
en la perspectiva histórica, el Estado moderno, cuyo núcleo inicial es la forma
de la monarquía absoluta, no disolvió la “estructura” de poder configurada y
las maquinarias de castigo, de vigilancia, de disciplinamiento, sino que las
mejoró, haciéndolas más flexibles y dúctiles; empero, a la vez, más extensas y
abarcadoras, más centralizadas y burocráticas, con instituciones de alcance
nacional. La maquinaria estatal avanzó mucho en eficacia, en organización, en
especialización, en divisiones de tareas, en la promoción de políticas públicas
y, sobre todo, en su relación extensa y constante con la sociedad. El
Estado-nación se convirtió en la “síntesis política” de la sociedad civil, en
la concepción dialéctica de Hegel. La forma republicana, la formalización de la
democracia, la elección y selección de las representaciones, construyeron
legitimidad por “consenso”, como resultado de la voluntad general.
En estas
condiciones institucionales de la república y la democracia formal, los
aparatos y la maquinaria estatal prosperaron, beneficiándose de la acumulación
capitalista, ampliando su presupuesto, a través del sistema impositivo y tributario
minucioso, detallista y sofisticado. La organización de la policía y el
ejército mejoró notablemente, incorporando nuevas técnicas organizativas y
administrativas, nuevas tecnologías destructivas, de vigilancia y, sobre todo,
de control. La experiencia de las guerras modernas transformó a los ejércitos,
y la experiencia del “combate” contra la delincuencia y el crimen, en sus
manifestaciones modernas, transformó a la policía. La revolución de las
comunicaciones, después de la informática, empujó a los estados a usar estos
ámbitos y medios ampliamente; uso que repercutió en las relaciones de Estado y
sociedad. Las poblaciones comenzaron a ser vistas como públicos, ante los
cuales había que actuar, convirtiendo a la política en un teatro y en un escenario
de permanente simulación; también se trata de incidir e inducir en el público
comportamientos, generar necesidades, usar sus capacidades y requerir su
atención.
La
primera y segunda guerras mundiales exigieron modernizar el espionaje. Ya no se
trataba sólo de resolver problemas de la infiltración para obtener información,
procedimiento antiguo y tradicional, sino de lograr organizar equipos
sofisticados de obtención, captura y transmisión de información. La guerra fría
fue la ocasión de implementar tecnología avanzada y sofisticar mucho más aún
las “estructuras” y las formas de organización del espionaje, llegando a
convertirse en parte estratégica de la composición del Estado. Se
institucionalizan los servicios de inteligencia. Visto desde este enfoque, se
puede ver que la relación entre los llamados estados “socialistas” y los
llamados estados “democráticos” fue de mutuo aprendizaje.
Las
“revoluciones socialistas” triunfantes, una vez conquistado el poder, se vieron
obligadas a usar el Estado para defenderse de la agresión externa e interna.
Pronto se vieron envueltas en un casi irreversible camino a la construcción de
un Estado paranoico, por su perfil psicológico, remarcando el carácter de
Estado policial, por su perfil empírico, ampliándolo hasta dimensiones
inimaginables; situación inesperada, sobre todo, por los que lucharon por la
emancipación y la liberación. Después de la crisis económica de 1929, las
grandes potencias capitalistas, optaron por incorporar la planificación
“socialista” a la gestión económica para resolver la crisis económica, el
Estado capitalista intervino en la economía para incidir en ella y conducirla
nuevamente al equilibrio. En lo que respecta a la paranoia del Estado policial,
resultó ser contagiosa; las llamadas “democracias” occidentales refinaron,
ampliaron y sofisticaron los rasgos policiales que ya contenían, convirtiendo
estas características secundarias en el contenido supremo y obsesivo de los
estados “occidentales”. La identificación y definición del enemigo llegó a
convertirse en toda una taxonomía; poco a poco, nadie de la sociedad, ningún miembro, ningún ciudadano, podía salvarse,
pues estaba sujeto a sospecha.
La culminación de la guerra fría, la caída de los estados
“socialistas” de la Europa oriental, no derivó, como se
esperaba, en un desarme del Estado de guerra y del Estado policial; la
costumbre en la preparación a la guerra se mantuvo. Con la desaparición del
enemigo “comunista”, se lo sustituyó por el enemigo difuso, ambiguo, abigarrado
y barroco, de múltiples rostros, enemigo indefinido, pero con suficiente
presencia fantasmagórica como para justificar otra escalada bélica. Las guerras
no han terminado, como lo predijo Francis Fukuyama, sino que se extendieron en
formas locales y regionales, adquiriendo el perfil de intervenciones policiales
y preventivas por parte del imperio, el orden de la dominación mundial,
dominación de una ultra-burguesía internacional.
El 11 de
septiembre de 2001 marca un hito; después del atentado a las torres gemelas en
Nueva York; el gobierno de Estados Unidos declara la guerra infinita al
terrorismo. Ingresamos entonces a una etapa de amenaza bélica, más alucinante
que la llamada guerra de las galaxias, de amenaza permanente de intervención
preventiva, policial, “humanitaria”; pero, sobre todo, lo que caracteriza a
esta etapa es la conformación de dispositivos que declaran abiertamente la
suspensión de derechos, por razones de seguridad. Esta etapa puede ser
caracterizada como la de la construcción del Estado de excepción, del Estado
policial, a escala planetaria.
Ya no son
solamente los pueblos de las sociedades periféricas del sistema-mundo
capitalistas los amenazados, sino también, notoriamente, los propios pueblos de
las sociedades centrales de esta geopolítica policial del sistema mundo. El
poder desmesurado y el goce de los privilegios escandalosos se nuclean cada vez
más en una minúscula ultra-burguesía internacional, la que controla y
administra tecnologías de destrucción, de información y de desinformación
desbastadoras. La delirante compulsión de la hegemonía y dominación del capital
financiero mundial ha arrastrado al sistema-mundo capitalista a una forma
descomunal de valorización dineraria especulativa, trasladando el costo a la
ecología, a las sociedades, a los pueblos, desechando todo respeto por la
democracia y de los derechos conquistados. La amenaza es a la biosfera, a los
ciclos de la vida, a los ecosistemas, a todos los pueblos del mundo, a la
supervivencia humana, a la democracia y a las posibilidades de futuro. La
gravedad de lo que está en ciernes, de los paranoicos proyectos de control de
la sociedad, inscritos en la composición de poder del Estado, en su devenir
policial, exige a los pueblos del mundo acciones de emergencia de defensa de la
democracia, de los derechos conquistados, de las libertades adquiridas, exige
acciones conjuntas, asociaciones internacionales, organizaciones inclusivas e
integrales en defensa de la vida.
La
“evolución”, si podemos hablar así, de la forma, de la composición, de la
“estructura” y de la expresión del Estado moderno, parece mostrar el fin de una
época, la del Estado, en su forma moderna de Estado-nación, parece que se ha
llegado al crepúsculo de esta forma de organización política, de
representación, de apropiación de las múltiples y plurales voluntades de las
multitudes. Asistimos a la crisis mayúscula del Estado moderno, crisis que
plantea un dilema, o el Leviatán desmesurado impone su decurso demoledor y
destructor, convirtiendo al planeta en un inmenso y alucinante panoptismo, o
los pueblos, resisten, liberan su potencia social, y encaminan la historia a un
nuevo horizonte civilizatorio, que profundice la democracia, la solidaridad y
complementariedad de los pueblos, ampliando el alcance de las libertades y los derechos, logrando
construir una gobernanza mundial y participativa.
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