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En este sentido resulta más que preocupante la
crónica indecisión de Brasilia en relación al papel que debe jugar en los proyectos integracionistas en curso en Nuestra América. Y esto por una razón
bien fácil de comprender. Henry
Kissinger, que a su condición de connotado criminal de guerra une la de ser
un fino analista de la escena internacional, lo puso de manifiesto cuando,
satisfecho con el realineamiento de la dictadura militar brasileña luego del
derrocamiento de Joao Goulart, acuñó
una frase que hizo historia. Sentenció que “hacia
donde se incline Brasil se inclinará América Latina”. Esto ya no es tan
cierto hoy, porque la marejada bolivariana ha cambiado el mapa sociopolítico
regional para bien, pero aun así la gravitación de Brasil en el plano
hemisférico sigue siendo muy importante. Si su gobierno impulsara con
resolución los diversos procesos integracionistas (MERCOSUR, UNASUR, CELAC) otra sería
su historia. Pero Washington ha venido trabajando desde hace tiempo sobre la
dirigencia política, diplomática y militar del Brasil para que modere su
intervención en esos procesos, y se ha anotado algunos éxitos considerables.
Por ejemplo, explotando la ingenua
credulidad de Itamaraty cuando desde Estados
Unidos se les dice que va a garantizar para Brasil un asiento permanente en
el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, mientras la India y Pakistán,
(dos potencias atómicas) o Indonesia (la mayor nación musulmana del mundo) y Egipto, Nigeria (el país más poblado
de África) y Japón y Alemania, sin
ir más lejos, tendrían
que conformarse con mantener su status actual de transitorios miembros de ese
organismo.
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Dr. Atilio Boron.. Sociólogo. Politólogo. Argentino. Académico de la Escuela marxista latinoamericana.
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MERCOSUR Y
UNASUR, LA INDECISIÓN DE BRASIL.
La Integración Latinoamericana.
*****
ALAI. Sábado 13 de julio del 2013.
Sociólogo - Politólogo. Atilio Borón.
AMÉRICA LATINA EN MOVIMIENTO. ALAI.
Las últimas semanas fueron
pródigas en acontecimientos reveladores de los alcances de la contraofensiva
desplegada por Washington a los efectos de dinamitar los diversos procesos
integracionistas en marcha en Latinoamérica. Hoy por hoy el MERCOSUR y la UNASUR son los blancos más
obvios, pero la CELAC está también en la mira y en cuanto demuestre una
mayor gravitación en los asuntos del hemisferio será también ella objeto de los
más encarnizados ataques. Una de las armas más recientemente pergeñadas por la
Casa Blanca ha sido la Alianza del Pacífico, engendro típico de la
superpotencia para movilizar a sus peones al sur del Río Bravo y utilizarlos como
eficaces “caballos de Troya” para cumplir con los designios del imperio.
Otra alianza, la “mal nacida” según el insigne
historiador y periodista argentino Gregorio
Selser, la inventó a comienzos de los sesentas del siglo pasado John F.
Kennedy para destruir a la Revolución Cubana. Aquella, la Alianza para el
Progreso, que en su momento dio pábulo a algunos pesimistas pronósticos entre
las fuerzas anti-imperialistas, fracasó estrepitosamente. La actual no parece
destinada a correr mejor suerte. Pero derrotarla exigirá, al igual que
ocurriera con su predecesora, de toda la firmeza e inteligencia de los
movimientos sociales, las fuerzas políticas y los gobiernos opuestos –en
diversos grados, como es evidente al observar el panorama regional- al
imperialismo. Flaquezas y debilidades políticas y organizativas unidas a la
credulidad ante las promesas de la Casa Blanca, o las absurdas ilusiones
provocadas por los cantos de sirena de Washington, señalarían el camino de una
fenomenal derrota para los pueblos de Nuestra América.
En este sentido resulta más
que preocupante la crónica indecisión de Brasilia en relación al papel que debe
jugar en los proyectos integracionistas en curso en Nuestra América. Y esto por
una razón bien fácil de comprender. Henry Kissinger, que a su condición de
connotado criminal de guerra une la de ser un fino analista de la escena
internacional, lo puso de manifiesto cuando, satisfecho con el realineamiento
de la dictadura militar brasileña luego del derrocamiento de Joao Goulart, acuñó una frase que hizo
historia. Sentenció que “hacia donde se incline Brasil se inclinará América
Latina”. Esto ya no es tan cierto hoy, porque la marejada bolivariana ha
cambiado el mapa sociopolítico regional para bien, pero aun así la gravitación
de Brasil en el plano hemisférico sigue siendo muy importante. Si su gobierno
impulsara con resolución los diversos procesos integracionistas (MERCOSUR, UNASUR, CELAC)
otra sería su historia. Pero Washington ha venido trabajando desde hace tiempo
sobre la dirigencia política, diplomática y militar del Brasil para que modere
su intervención en esos procesos, y se ha anotado algunos éxitos considerables.
Por ejemplo, explotando la ingenua credulidad de Itamaraty cuando desde Estados
Unidos se les dice que va a garantizar para Brasil un asiento permanente en el
Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, mientras la India y Pakistán, (dos
potencias atómicas) o Indonesia (la mayor nación musulmana del mundo) y Egipto,
Nigeria (el país más poblado de África) y Japón y Alemania, sin ir más lejos,
tendrían que conformarse con mantener su status actual de transitorios miembros
de ese organismo.
Pero otra hipótesis dice
que tal vez no se trate sólo de ingenuidad, porque la opción de asociarse
íntimamente a Washington seduce a muchos en Brasilia. Prueba de ello es que
pocos días después de asumir su cargo, el actual canciller de Dilma Rousseff, Antonio Patriota,
otorgó un extenso reportaje a Paulo Cesar Pereira, de la revista Veja.
La primera pregunta que le formulara el periodista fue la siguiente: “En todos sus años como diplomático
profesional, ¿qué imagen se formó de Estados Unidos?” La respuesta fue
asombrosa, sobre todo por provenir de un hombre que se supone debe defender el
interés nacional brasileño y, a través de las instituciones como el MERCOSUR, la UNASUR y la CELAC,
participar activamente en promover la autodeterminación de los países de los
países del área: “Es difícil hablar de
manera objetiva porque tengo una involucración emocional (¡sic!) con los Estados Unidos a través
de mi familia, de mi mujer y de su familia. Existen aspectos de la sociedad
americana que admiro mucho.” (1)
Lo razonable hubiera sido que se le pidiera de inmediato la renuncia por “incompatibilidad emocional” para el ejercicio de su cargo, para decirlo con delicadeza, cosa que no ocurrió. ¿Por qué? Porque es obvio que coexisten en el gobierno brasileño dos tendencias: una, moderadamente latinoamericanista, que prosperó como nunca antes bajo el gobierno de Lula; y otra que cree que el esplendor futuro del Brasil pasa por una íntima asociación con Estados Unidos y, en parte, con Europa, y que recomienda olvidarse de sus revoltosos vecinos. Esta corriente todavía no llega a ser hegemónica al interior del Palacio del Planalto pero sin duda que hoy día encuentra oídos mucho más receptivos que antes.
Este cambio en la relación
de fuerzas entre ambas tendencias salió a luz en numerosas ocasiones en los
últimos días. Pese a ser uno de los países espiados por Estados Unidos, y a que
Brasilia dijera que el hecho era “extremadamente grave” tras cartón se hizo
público que no se le asignaría asilo político a Edward Snowden, quien denunció la gravísima ofensa inferida al
gigante sudamericano. Otro: la muy lenta reacción de la presidenta brasileña
ante el secuestro del que fuera víctima Evo
Morales la semana pasada: si los presidentes de Cuba, Ecuador, Venezuela y Argentina (amén del Secretario General
de la UNASUR,
Alí Rodríguez) se tardaron apenas unos pocos minutos luego de conocida la
noticia para expresar su repudio a lo ocurrido y su solidaridad con el
presidente boliviano, Rousseff necesitó
casi quince horas para hacerlo. Después, inclusive, de las duras declaraciones
del mismísimo Secretario General de la
OEA, cuya condena se conoció casi en coincidencia con la de los primeros.
Reunión de Presidentes del MERCOSUR. Montevideo. Uruguay. Julio 13 del 2013.
***
Conflictos y tironeos al interior del gobierno que
aduciendo un inverosímil pretexto (las masivas protestas populares de los
días anteriores, ya por entonces apagadas) impidieron que la mandataria
brasileña no asistiera al encuentro de presidentes que tuvo lugar en Cochabamba, una ciudad localizada a
escasas dos horas y media de vuelo desde Brasilia, debilitando el impacto
global de esa reunión y, en el plano objetivo, coordinándose con la estrategia
de los gobiernos de la Alianza del Pacífico que, como lo sugiriera el
presidente Rafael Correa, bloquearon
lo que debió haber sido una cumbre extraordinaria de presidentes de la UNASUR.
Para una América Latina
emancipada de los grilletes neocoloniales es decisivo contar con Brasil. Pero
ello no será posible sino a cuentagotas mientras no se resuelva a favor de
América Latina el conflicto entre aquellos dos proyectos en pugna. Esto no sólo
convierte a Brasil en un actor vacilante en iniciativas como el MERCOSUR o la
UNASUR, lo que incide negativamente sobre su gravitación
internacional, sino que lo conduce a una peligrosa parálisis en cruciales
cuestiones de orden doméstico. Por ejemplo, a no poder resolver desde el 2009
dónde adquirir los 36 aviones caza que necesita para controlar su inmenso
territorio, y muy especialmente la gran cuenca amazónica y sub-amazónica, a
pesar del riesgo que implica dilatar la adquisición de las aeronaves aptas para
tan delicada tarea.
Una parte del alto mando y
la burocracia política y diplomática se inclina por un re-equipamiento con
aviones estadounidenses, mientras que otra propone adquirirlos en Suecia, Francia o Rusia. Ni siquiera Lula pudo zanjar la discusión. Esta
absurda parálisis se destrabaría fácilmente si los involucrados en la toma de
decisión se formularan una simple pregunta: ¿cuántas bases militares tienen en
la región cada uno de los países que nos ofertan sus aviones para vigilar
nuestro territorio? Si lo hicieran, la respuesta sería la siguiente: Rusia y
Suecia no tienen ni una; Francia tiene una base aeroespacial en la Guayana
francesa, administrada conjuntamente con la OTAN y con presencia de personal militar estadounidense; y Estados
Unidos tiene, en cambio, 76 bases militares en la región, un puñado de ellas
alquiladas a -o co-administradas con- terceros países como el Reino Unido,
Francia y Holanda. Algún burócrata de Itamaraty
o algún militar brasileño entrenado en West Point podría aducir que esas se
encuentran en países lejanos, que están en el Caribe y que tienen como misión
vigilar a la Venezuela bolivariana.
Pero se equivocan: la dura
realidad es que mientras ésta es acechada por 13 bases militares
norteamericanas instaladas en sus países limítrofes, Brasil se encuentra literalmente
rodeado por 23, que se convierten en 25 si sumamos las dos bases británicas de
ultramar con que cuenta Estados Unidos –vía la OTAN- en el Atlántico ecuatorial y meridional, en las Islas
Ascensión y Malvinas respectivamente. De pura casualidad los grandes
yacimientos submarinos de petróleo de Brasil en encuentran aproximadamente a
mitad de camino entre ambas instalaciones militares. (2)
Ante esta inapelable
evidencia, ¿cómo es posible que aún se esté dudando a quién no comprarle los
aviones que el Brasil necesita? La
única hipótesis realista de conflicto que tiene ese país (y toda América Latina, digámoslo de paso) es
con Estados Unidos. En esta parte del mundo hay algunos que pronostican que el
enfrentamiento será con China, ávida
por acceder a los inmensos recursos naturales de la región. Pero mientras China
invade la región con un sinnúmero de supermercados, Washington lo hace con toda
la fuerza de su fenomenal músculo militar, pero rodeando principalmente a Brasil. Y, por si hiciera falta
George W. Bush reactivó también la Cuarta Flota (¡en otra de esas grandes
“casualidades” de la historia!) justo pocas semanas después que el presidente
Lula anunciara el descubrimiento del gran yacimiento de petróleo en el litoral
paulista.
Pese a ello persiste la
lamentable indefinición de Brasilia. ¿O
es que ignoran sus dirigentes las enseñanzas de la historia? ¿No sabían que
John Quincy Adams, el sexto
presidente del país del Norte, dijo que “Estados Unidos no tiene amistades
permanentes, sino intereses permanentes”? ¿Desconocen los funcionarios a cargo
de estos temas que ni bien el presidente Hugo Chávez comenzó a tener sus primeros
diferendos con Washington, la Casa Blanca dispuso el embargo a todo envío de
partes, repuestos y renovados sistemas de aeronavegación y combate para la
flota de los F-16 que tenía Venezuela, misma que por eso mismo quedó
inutilizada y tuvo que ser reemplazada?.
No hace falta demasiada
inteligencia para imaginar lo que podría ocurrir en el para nada improbable
caso de que se produjera un serio diferendo entre Brasil y Estados Unidos por la disputa del acceso a, por ejemplo,
algunos minerales estratégicos que se encuentran en la Amazonía; o al petróleo
del “pre-sal”; o, el escenario del “caso peor”, si Brasilia decidiera no acompañar a Washington en una aventura
militar encaminada a producir un “cambio de régimen” en algún país de América Latina y el Caribe, replicando
el modelo utilizado en Libia o el que se está empleando a sangre y fuego en
Siria. En ese caso, la represalia que merecería el “aliado desleal”, en ese
hipotético caso el Brasil, que renuncia a cumplir con sus compromisos sería la
misma que se le aplicara a Chávez, y
Brasil quedaría indefenso. Ojalá que estas duras realidades pudieran
comenzar a discutirse públicamente y que esa gran nación sudamericana pueda
comenzar a discernir con claridad donde están sus amigos y quiénes son sus
enemigos, por más que hoy se disfracen con una piel de oveja. Esto podría poner
término a sus crónicas vacilaciones. Ojalá que la reunión de hoy del Mercosur
en Montevideo y la próxima de la Unasur puedan convertirse en las ocasiones propicias
para esta reorientación de la política exterior del Brasil.
*****
- Dr. Atilio Boron, director del Programa Latinoamericano de Educación a Distancia en
Ciencias Sociales (PLED), Buenos Aires, Argentina. Premio Libertador al
Pensamiento Crítico 2013.
2.-) Sobre este tema ver el
imprescindible estudio de TelmaLuzzani, Territorios Vigilados. Como opera
la red de bases militares norteamericanas en Sudamérica (Buenos Aires:
Debate, 2012). El tema también se examina en nuestro América Latina en la
Geopolítica del Imperialismo (Buenos Aires: Ediciones Luxemburg, 2012)
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